Capítulo 32: Contra la pared

Miro la mesa y sonrío satisfecho, está bellamente decorada con varios consejos de mi madre y también de mi hermana Pía, que son las más románticas de la familia.

Corro a mi cuarto a cambiarme, me meto a la ducha rápidamente porque me he retrasado un poco, salgo para cambiarme por algo sencillo, me quedo descalzo porque así es como me gusta estar en mi departamento. Una camisa con los últimos dos botones abiertos y un pantalón de tela liviana son suficientes para la ocasión.

Salgo a la sala, veo mi reloj y me doy cuenta de que falta media hora para que llegue Isabella, me acomodo en el sofá, pero no estoy tranquilo, así que mejor dejo la puerta entreabierta y me voy a la cocina para terminar de ver los últimos detalles de la cena.

Siento unos suaves toques en la puerta, sonrío y me giro para darle más dramatismo.

—¡Pasa! —siento sus pasos acercándose y sonrío más, pero la sonrisa se me corta cuando siento un par de manos subir por mi torso.

Me giro bruscamente y veo que no es Isabella, sino que es Norma.

—¡¡¿Qué demonios haces aquí?!! —la tomo por el brazo y trato de sacarla de allí, pero no sé cómo se suelta de mi agarre y se me lanza para besarme.

—Mi amor… he venido a disfrutar de la cena… todo está muy lindo, dame un beso.

—¡¡Estás loca!!

—¡Sí, loca por ti, papacito! —me aprieta las nalgas y doy un respingo, la aparto de mí con fuerza y aunque tambalea, sigue tratando de pegarse a mí.

Va con un abrigo negro, la veo desatar el nudo del cinturón y deja un conjunto descarado expuesto. No puedo negar que tiene un cuerpo bien proporcionado, pero esa época en que las mujeres así me enloquecían ya pasaron.

—¡Vete! ¡Llamaré a la policía!

—Mejor arréstame tú, espósame a la cama y dame duro, mi amor… —sigue persiguiéndome por el departamento, mientras yo trato de encontrar mi teléfono. Choco con un mueble, veo que es el costado del sofá y esa distracción me lleva a perder.

Norma se lanza sobre mí, caemos en el sofá y ella aprovecha para sentarse a horcajadas, comienza a moverse de manera sugerente, pero no me provoca nada más que asco. El peor error que he cometido es no hacer que Agustín la botara de la empresa.

—¡Déjame, loca! ¡¡Vete de aquí!! —podría quitármela de encima fácilmente, pero podría hacerle daño y no quiero más problemas.

Norma no me deja, baja su rostro para besarme mientras gime como posesa, como si ella y yo estuviésemos haciendo algo más. Por primera vez en mi vida me siento ultrajado y no sé qué hacer.

Pero mi solución llega cuando la puerta se abre… o eso creo.

—¡No lo puedo creer! —la voz de Isabella me dice que está furiosa, me incorporo de inmediato, me importa una m****a qué pasa con Norma.

Corro hacia Isabella que se mantiene allí con una expresión de enojo y dolor en su rostro.

—No es lo que crees, bonita, ella llegó de la nada y…

—Y como eres tan débil, no te la pudiste sacar de encima.

—Tenía miedo de ser brusco y lastimarla, pero te juro que no…

—Deja de mentir —me dice como resignada y eso me duele más—. Ella me contó lo que pasó en tu cena anual, el encuentro en el baño de hombres, cómo se encerraron en el cubículo a… ¡Ya sabes a qué! —se cubre el rostro con las manos y niega—. En verdad vine porque creí que era mentira todo lo que me dijo, que de verdad me quieres y tal vez me pedirías ser tu novia… pero todo fue un juego.

—Isabella, por favor escúchame —le suplico tratando de tomar sus manos, pero ella las quita y da dos pasos atrás.

—Sigues siendo el mismo de cuando yo era una niña… no has cambiado en nada, sigues jugando con las mujeres.

Camina a la puerta, pero la tomo del brazo para que no lo haga, en ese momento escuchamos a Norma quejarse en el suelo, ella aprovecha eso para zafarse y escapar.

—¡Más te vale que cuando regrese no estés aquí o te enviaré a la cárcel!

Corro tras Isabella, quien aprieta los botones del ascensor desesperada, pero como las puertas no se abren, mira al costado y vuelve a correr, la sigo justo cuando se mete a las escaleras, logro alcanzarla antes de que baje, tiro de ella y la giro para que me vea a la cara.

—Nunca vas a conocer un hombre que cambiara más que yo, no soy el mismo que tú tienes en la memoria y ciertamente no me parezco en nada a lo que era cuando tú te fuiste de aquí.

—No te creo…

—No importa, puedo demostrártelo todos los días… Isabella, yo te amo, eres la mujer de mi vida y quiero compartir mis días sólo contigo —pero ella no me cree, vuelve a tratar de irse, la tomo por la cintura, camino con ella hasta la pared y la aprisiono allí, con las manos atrapadas sobre su cabeza.

—Suéltame o gritaré.

—Grita… grita todo lo fuerte que puedas, pero eso no impedirá que haga esto.

Y sin perder más tiempo, la beso. Su boca se abre por la sorpresa, aprovecho de explorar y le suelto las manos, porque quiero abrazarla fuerte. La rodeo por la cintura, la levanto un poco y me pierdo en esa sensación.

Espero en cualquier momento que me aparte, me muerda o me mate, pero en lugar de eso sus manos libres se van a mi cuello, una de ellas se enreda en mi cabello y yo me pego más a su cuerpo.

¡Estoy en la gloria!

Esto se siente tan bien, quiero estar así por la eternidad, amo a esta mujer… la amo con cada fibra de mi cuerpo y no tengo miedo de admitirlo.

Mi lengua no le da tregua y ella pelea conmigo, la estoy devorando, jamás en mi vida besé a una mujer con tanta pasión, con tanta necesidad como la estoy besando a ella. Mis manos van a sus nalgas para pegarla más a mí. Un gemido sale de sus labios y a mí se me escapa un gruñido de satisfacción pura. Me aparto un poco, le sonrío y le acaricio el rostro.

—Te amo, Isabella, te amo con todo mi ser…

—No te creo… no puedo creerte —se le escapa un sollozo, me empuja y sale corriendo escaleras abajo. Me paso las manos por el cabello frustrado por completo y apoyo mi frente en la pared.

Me quedo allí unos minutos, hasta que siento el frío en mis pies, regreso a mi departamento, la loca ya se ha ido, cierro la puerta con violencia y camino a la mesa. Veo todo tan lindo, pero no ha servido de nada, así que en un arranque de ira lanzo todo muy lejos.

Voy hasta la cocina para apagar el horno, saco la carne de allí y me voy a mío taller a pintar, quiero sacarme la frustración de alguna manera.

Pero no es suficiente. Encuentro mi teléfono y llamo a Agustín, por ahora es lo único que puedo hacer.

Tomo uno de los lienzo y pinto con rabia, como si estuviera matando a alguien.

Cerca de la medianoche decido que es hora de irme a dormir, pero por más que lo intento, no puedo. La cara de decepción de mi chica se me aparece cada vez que cierro los ojos y siento un nudo en la garganta que termina por reventar.

Lloro por todos estos años solo.

Lloro por todo el tiempo que esperé a la mujer correcta y ahora que la tengo, no me cree lo que siento por ella.

Lloro porque estoy dándome por vencido, porque ya no hay remedio para mí.

Este es mi karma, no hay nada que pueda hacer para quitármelo de encima, así que me resigno a quedarme solo para siempre.

Logro dormir un poco, pero no descanso nada. Veo en mi teléfono las llamadas de mis padres, como algo liviano, salgo de la casa y me voy directo a un lugar en donde las penas no se pasan, pero al menos se ahogan.

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