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Capítulo 24: La fiera y la gatita

Estoy sentado frente a mi escritorio con un documento en frente, revisando algunas de las nuevas propuestas para los diseños de varios de los insumos. Estamos evaluando la posibilidad de incorporar dentro de nuestro catálogo productos con materiales un poco más económicos y sencillos para aquellos que realizan manualidades más simples.

De esta manera podríamos captar a aquellos clientes que no requieren de elementos tan elaborados y de magnífica calidad como los que hemos realizado hasta ahora.

Mi cabeza está apoyada en mi mano libre y en mi boca, jugueteo con un lápiz de grafito. Sí, realmente estoy aburrido, quisiera estar en casa, pintando aquí el cuadro que se me ha venido a la mente y cuyo boceto está en mi tablet, pero no puedo sacarme del trabajo porque estamos en una etapa de mejoramiento e innovación crítica.

—¿Estoy en la oficina de Insumos Manterola o en la escuela? —levanto la mirada y frente a mí veo parada a Isabella. Me pongo de pie como si tuviese un resorte de la silla y me acerco a ella, pero me detengo a medio camino porque sé que sigue molesta conmigo.

—Isabella qué gusto tenerte aquí, no sabía que ibas a venir.

—Ni yo tampoco, pero estoy haciendo algunas revisiones y ya que tus padres junto a tus tíos me han pedido que unifique el informe de las tres empresas, estoy aquí porque me faltan algunos datos.

—Claro, está todo a tu disposición en tu oficina, están todos los documentos allí y si necesitas algo más se lo puedes pedir a mi secretaria.

—Pensé que tú mismo me ibas a ayudar con estas cosas.

—No quiero hacerte sentir incómoda y sé que no soy santo de tu devoción por ahora.

—Esto es trabajo, puedo separar las cosas, así que si me ayudas, no me voy a molestar.

No tiene que hacerme repetir el hecho de que quiere estar conmigo, así que caminamos juntos a su oficina y ahí comenzamos a buscar aquellas cosas que necesita. Básicamente son las guías de despacho que le hemos realizado a Cavalcanti Moda de los últimos años.

Pero noto que el espacio es bastante reducido, así que le propongo que mejor nos vayamos a una de las salas de reuniones, que es más amplia y cómoda, y allí podremos trabajar mucho mejor. De esta manera no tengo pensar en las ganas tremendas que tengo de besarla. Ella asiente y salimos de allí con rumbo a la sala.

—¿Cómo estuvo tu salida el otro día con Fabio? —trato de no sonar ni posesivo ni ansioso, pero fracaso estrepitosamente.

—Bien, lo pasamos bastante bien y pudimos alocarnos sin la preocupación de que uno de los dos debería conducir.

—¿Sabes manejar? —cambio la conversación porque soy consciente de que no quiero saber lo que hicieron o me largo a romperle la cara a Fabio.

—Por supuesto que no —se ríe ella y se ve tan joven, tan llena de energía.

—Si quieres, yo puedo enseñarte.

—No, gracias.

—Noto cierto tono en tu voz que hace creer que yo soy un mal conductor, pero te recuerdo que yo fui el primero en aprender a conducir y quien le enseñó al resto de mis hermanos —ella siente con una sonrisa claro que se acuerda—. Ya veo… Bueno, si no quieres que yo te enseñe, siempre hay escuelas de conductores y que son bastante buenos. Puedo recomendarte alguna

—Gracias, lo pensaré. Por ahora el aprender a manejar no está dentro de mis prioridades.

El ambiente poco a poco se va aligerando y ya no siento esa aura asesina que la envolvía cuando llegó. Vamos comparando datos y agregando a sus archivos aquella información que necesita, de pronto escucho que su estómago ruge.

Me fijo en la hora y veo que son las once de la mañana, ella suspira algo molesta y yo me pongo de pie.

—¿Quieres algo de comer?

—No está bien, puedo aguantarme un poco más.

—No es lo que dice tu estómago, y mucho menos el mío. Yo voy por algo de comer, ¿tú quieres?

—Está bien.

—¿Algo en especial?

—No, lo mismo que tú, no te preocupes, sabes que no soy de esas mujeres que se preocupa excesivamente de su figura.

—No es lo que parece porque estás preciosa, pero está bien. Regreso enseguida.

Salgo de la empresa con una sonrisa boba porque al menos me dejará comprarle algo de comer y no me enterró el bolígrafo con el cumplido. De pronto, a mi mente se viene la imagen de ella comiendo sándwich de jamón y queso, también sándwich de pollo. Pero en cuanto a lo dulce, recuerdo que le gustaba mucho el budín de pan y chocolate que preparaba su madre.

En la siguiente cuadra hay una tienda, una pastelería, en donde venden todo ese tipo de postres típicos de nuestro país. Me decido a comprarle un sándwich de jamón y queso, además de un trozo de ese budín, para mí, por supuesto es lo mismo y algo de beber.

En pocos minutos salgo de la tienda con una bolsa con el postre, los sándwiches y el jugo de naranja, porque también recuerdo que le gusta mucho. Cuando voy por el ascensor sonrío como tonto pensando en que hay cosas de ella que todavía recuerdo.

Cuando las puertas del ascensor se abren camino completamente feliz. Hasta que escucho unos gritos y me apresuro en llegar a la sala porque no tengo idea qué es lo que pueda estar sucediendo.

—¡Y yo te digo que no tengo idea dónde fue, yo solamente trabajo para sus padres! —Isabella está molesta y no sé con quién está discutiendo, hasta que oigo aquella desagradable voz.

—¡No seas mentirosa mocosa y dime dónde está Lorenzo…!

—Te digo que no lo sé y no me interesa. Sólo dijo que iba a salir y a dónde fue es asunto de él. Yo no soy nada suyo.

—No me mientas, yo estoy segura de que ustedes dos tienen algo, cuando eras una chiquilla yo veía la manera en que lo mirabas.

—Acabas de decirlo en tiempo pasado y allí es donde se quedó. Pero como eras una resbalosa, seguramente ahora quieres revivir aquellos momentos con Lorenzo, ¿verdad? —si no estuviera tan molesta por la manera que Melike le está hablando, podría creer que está celosa.

—Pero ¡qué atrevida eres, yo soy una dama!

—Ahora, porque antes sólo eras una puta bastante cara que nada más causó muchísimo daño a esa familia.

—Sólo eres una m*****a recogida y mantenida a la que Lorenzo siempre tenía que estarla sacando de problemas porque estoy segura de que lo hacías a propósito para que él te ayudara —antes de que Isabella pueda responderle a Melike, las interrumpo porque eso que acaba de decir me ha hecho tomar una de las mejores decisiones de mi vida.

—Señora Yildiz… —le digo con distancia y frialdad—. ¿Qué hace usted aquí?

—Lorenzo… Yo… Yo sólo quería hablar contigo.

—No veo de qué. La primera y única vez que nos vimos, dejamos claros que nuestros abogados serían quienes se entendieran entre sí acerca de nuestro contrato, así que no veo que es lo que viene usted a hablar conmigo.

—Por favor, no me hables de esa manera tan impersonal como si no nos conociéramos.

—Lo cierto es que usted y yo no nos conocemos, señora Yildiz, ¿en qué puedo ayudarle?

—Quería invitarte a cenar esta noche.

—No puedo, estoy muy ocupado.

—¿Acaso tú y ella tienen alguna cita? —tanto Isabella como yo levantamos nuestras cejas por aquella pregunta tan posesiva como si yo tuviese que darle alguna explicación de mi vida. Me adelanto y dejó la bolsa con las compras en la mesa y luego me giro para ver a Melike con una mirada fría.

—Si la señorita Martínez y yo tuviésemos una cita, eso a usted no le incumbe. Usted tiene un esposo y me imagino que ha formado una bella familia junto a él. Si tiene que pedirles explicaciones a alguien, debe ser a él y no a mí, que yo no soy nada suyo.

—¿Acaso te olvidaste de lo que tú y yo vivimos una vez?

—¿Y qué vivimos usted y yo, señora Yildiz? ¿Se refiere a aquella época en la que usted pretendió ser una persona completamente diferente, terminó engañándome y destrozándome por completo? ¿Se refiere al infierno que tuve que vivir?

—Te recuerdo que yo también lo pasé mal.

—Por supuesto, me imagino que sí, pero eso fue la consecuencia de sus propias decisiones, de las mentiras que dijo. Yo no tengo la culpa de nada de lo que usted hizo. Ahora, si no tiene nada más acerca de trabajo que hablar conmigo, le pido que se retire de esta empresa y que no vuelva a poner un pie en ella.

—Te recuerdo que somos socios, no puedes correrme de esta manera.

—Y yo le recuerdo que nuestro contrato es por tres meses… Y dudo mucho que vuelva a renovarlo —camino hacia la puerta y la abro de par en par para que pueda salir de una vez. Le dedica una mirada fugaz a Isabella y luego a mí. Antes que cruce el umbral, le digo—. Y voy a pedirle que nunca en su vida vuelva a referirse a Isabella que es una recogida, porque esta muchacha que está aquí tiene muchísima más dignidad e inteligencia de la que cualquiera de nosotros dos podría tener nunca en la vida, y es más valiosa que cualquiera señora adinerada que juega a ser libre cuando no lo es.

«Si me entero que ha vuelto a faltarle el respeto, haré efectiva la cláusula de respeto porque en estos momentos ella trabaja para las empresas de la familias Cavalcanti, Castelli y Manterola, por lo tanto, queda cubierta por aquella cláusula. Dele, saludos a su marido, señora Yildiz.

Sale de aquí como si fuera una pequeña gatita que acaba de ser echada a la calle, cierro la puerta y me giro para ver a mi niña bonita, la expresión de Isabella es la de una fiera que está a punto de saltarle encima para arrancarle el cabello y borrarle esa estúpida sonrisa que siempre tuvo.

Camino hacia ella manteniendo la distancia y le pregunto con cautela.

—¿Estás bien?

—Por supuesto, no me dijo nada con lo que no tuviese que lidiar antes, cuando iba a un colegio de gente millonaria.

—Si estás bien, entonces yo también —le sonrío y llevo la atención a la compra—. Te traje, tres cosas que sé que te gustan mucho y espero que las disfrutes —ella levanta una ceja divertida y comienza a sacar las cosas que están dentro de la bolsa.

—Jugo de naranja… Delicioso —abre una de las cajitas y encuentra el sándwich y sonríe—. Me recuerda, cuando mamá me preparaba mis colaciones para la escuela, muy bien —inflo el pecho como si estuviese evaluándome bien. Cuando abre la otra cajita, sus ojos se entornan en aquel postre tan delicioso, me mira como si no lo pudiese creer y sonríe—. No lo puedo creer… ¡Hace años que no como budín de pan!

Se sienta, toma el trozo y se lo lleva a la boca. En cuanto le da la mordida, gime de puro gusto, cierra los ojos y hace unas expresiones completamente exageradas, pero que significan que si le ha gustado.

Estoy dispuesto a hacer un pequeño sacrificio porque se me hace que debe estar delicioso, así que sólo tomo uno de los sándwiches y me lo como en silencio, mientras sigo revisando los documentos que le hacen falta.

Cuando se termina su trozo, veo que a ratos le da ciertas miradas al que se supone es mi parte. Sonrío y le digo.

—Es tuyo.

—¿Qué?

—Ese trozo, es tuyo.

—No, claro que no. Eso es tuyo y no me lo voy a comer.

—Vamos, no seas orgullosa ni berrinchuda, sé que te gustó. Cómetelo. Yo trabajo a una cuadra de donde lo venden y puedo ir a comprar cada vez que se me antoje.

—Gracias… —toma el trozo de la cajita y antes de darle la primera mordida me dice, mirándome directamente los ojos—. Me sorprende que recordarás todas las cosas que me gustan.

—Vivimos juntos por mucho tiempo, hay muchas cosas que aprendí de ti. Recuerdo varias cosas que te gustan y también las que no. Es por eso por lo que me siento avergonzado, porque de haberme dado cuenta antes, habría recordado que aquel día que llegaste de Cambridge, yo debía decirte algo… Y también debía hacer algo, pero me frené por tu novio, el inglesito idiota.

—¿Ah sí? ¿Qué es eso que tenías que hacer y decir? —me pongo de pie y me acerco a ella, le tomó la mano y tiro suavemente para que se ponga de pie.

—Debía hacer esto… —la abrazo muy fuerte con mis brazos, tanto que casi puedo sentir sus latidos. Tal vez por eso es por lo que mi voz sale esta vez más ronca de lo que espero—, y decirte: Bienvenida a casa Isabella, me alegra muchísimo que hayas cumplido tus sueños.

Nos quedamos así por lo que me parece varios minutos. Cuando al fin ella decide romper el contacto, me mira a los ojos y yo puedo sentir que sí, que todavía hay algo en ella, que esa manera en la que ella me miraba cuando era una niña y me amaba, todavía está ahí.

Sólo tengo que seguir insistiendo, tengo que seguir demostrándole que soy diferente, que la amo y quiero estar con ella, que es la única mujer que veo en mi vida.

Espero que ella diga algo, pero sólo se sienta en la silla y sigue trabajando mientras disfruta del segundo trozo de budín. Yo solo me sonrío porque la verdad es que se está haciendo bastante difícil conquistarla, pero no importa, no me voy a dar por vencido.

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