Capítulo 29: Un malentendido

Me encuentro en casa de mis padres porque mi madre me ha pedido que pinte un cuadro en su taller para poder instalarlo en la sala. Dice que hay demasiados cuadros de ella en casa y que necesita uno mío, al menos para que se sepa que los dos tenemos un excelente talento.

Me paso la mano por la frente, tengo un poco de calor, por lo que decido ir por un vaso de agua a la cocina y camino tal cual como me encanta trabajar, sólo con mi pantalón de algodón, mi camiseta y descalzo. Me quito un mechón de cabello que se cae por mi rostro, pero vuelve a caerse.

Tal vez es momento de pasar por la barbería para que lo recorten un poco.

En casa no hay nadie, puesto que mi madre ha ido a visitar a Pía, mi padre está dando una clase particular a un joven que, según él, será una promesa de la pintura, y Helen se ha ido unos días al sur a ver a una hermana que le queda por allá, supongo que con Isabella. Abro la puerta de la nevera y saco una jarra de jugo, al girarme veo a Isabella entrando en la cocina y ambos nos asustamos.

Un poco del jugo salpica mi camiseta, dejo la jarra a un lado y me la quito antes de que sienta más frío. Tomo un poco de toalla de papel para secarme el torso y limpio el piso antes de que ocurra un accidente.

—Lo siento, pensé que todos habían salido en casa —le digo sin mirarla a los ojos, porque sé que aún está enojada conmigo por lo que pasó con su amiga. Y lo peor es que no me ha dejado de explicarle.

—En todo caso, soy yo quien debería pedirte disculpas… Se me ha perdido algo y no logro encontrarlo —me volteo para verla y de pronto ella frunce el ceño.

Camina hacia mí con lentitud, mirando fijamente a mi pecho y yo ya me siento algo cohibido, extiende su mano y cuando pienso que va a tocarme, en realidad toma el collar que cuelga de mi cuello.

Abre los ojos y luego levanta la mirada para verme directamente a los míos. Trato de mantener una expresión apacible, pero con ella tan cerca es casi imposible, veo que algunas lágrimas se asoman en sus ojos.

—¿Estás bien?

—Aún lo tienes… El collar que te regalé antes de irme, todavía lo tienes… y además lo estás usando.

—Primero, no quiero mentirte. Estuvo guardado por siete años, pero nunca olvidé dónde lo había dejado, ni quién me lo había dado ni por cuál motivo. Lo guardé en ese momento, porque bueno, era un idiota. Pero lo metí dentro de la cajita que tú nos diste y estaba lo más profundo de mi closet para que no se llenara de polvo ni le fuese a pasar nada.

«Hace un par de semanas me acordé de él cuando vine aquí a casa y lo saqué. Decidí usarlo escondido de la ropa para que no fueses a pensar que era una manera de manipularte —los dos sonreímos por mi confesión y continuo—. No pensé que llegases a verlo, me cuidé de esconderlo mucho… Recuerdo que nos lo diste porque te ayudamos a pasar tus exámenes.

—Gracias. En verdad aprecio que lo hayas conservado todo este tiempo y que ahora lo estés usando… —suelta el collar y nos mantenemos así unos segundos.

Siento unas ganas tremendas de besarla, pero antes de que siquiera me mueva, ella se gira y camina lejos de mí. Tomo un vaso, me sirvo un poco de jugo y vuelvo a dejar la jarra dentro de la nevera. Salgo de la cocina en completo silencio, sintiéndome un poco extraño.

Paso por mi cuarto por una playera vieja y me encierro nuevamente en el estudio de mi madre, en donde me pierdo por completo de la hora.

Veo con satisfacción cómo aquel paisaje que mi madre me ha pedido va tomando forma y los colores, en verdad me encantan. Me aparto un poco para mirar mi obra y sonrío satisfecho. Es una de las mejores pinturas que he hecho y de verdad, me va a alegrar muchísimo que sea parte de la decoración en la casa de mis padres.

Uno suaves toques me interrumpen de mis pensamientos e indico que entre, sin ver quién es la persona que entra.

—Hola, Lorenzo, tu madre te necesita en la sala —la voz de Isabella hace que me gire y veo su rostro sorprendido por lo que he hecho—. Lorenzo… ¡Está precioso!

—¿Te gusta?

—Me encanta, realmente es hermoso… —camina hacia el cuadro y se queda admirando la tela—. Me encantaría tener uno así en mi cuarto, por supuesto que más pequeño.

—Claro, sólo debes decirme qué es lo que prefieres, campo, montañas, desierto playa, ciudad… con personas, animales o sólo el paisaje, tú sólo pide y yo lo haré para ti.

—Una cascada —dice mirando fijamente el cuadro y con una ilusión en el rostro, es hermosísima—. En medio de un bosque, con un cielo azul intenso y sin nubes, como tus ojos.

Finalmente logra mirarme a la cara y yo paso saliva. Aquellas palabras que acaba de decirme en verdad me estremecen. Doy un paso hacia ella, pero Isabella retrocede y niega.

—Perdona eso último, no debí decirlo… No soy de las personas que se interponen en relaciones.

Me deja con la boca abierta y antes de que yo niegue cualquier cosa, sale de allí casi corriendo.

¿Que no se interpone en relaciones?

¿Qué rayos es lo que Isabella está pensando?

Y no sé por qué, me huele a que su amiguita tiene mucho que ver con los pensamientos de mi chica. Me limpio las manos, me coloco un par de zapatos y camino en dirección a la sala para buscar a mi madre.

Me refugio en sus brazos, aunque bien podría pasar al revés, ya que soy más alto que ella. Se aparta un poquito y me sonríe feliz.

—¿Qué pasa, madre?

—¿Te acuerdas de que alguna vez dije que quería tener un gatito blanco?

—Sí… —respondo algo dudoso, porque sobre la mesa veo una caja con orificios—. No me digas que…

—No, claro que no. Fui a una tienda de mascotas para ver si allí encontraba ese gatito blanco. Pero me recomendaron que mejor adoptara un perrito.

—Mamá, los perros hacen desastres tremendos.

—Sí, por eso decidí traer mejor un erizo de tierra.

No puedo evitar reírme porque mi madre fue por un gato, decidió adoptar un perro y terminó llegando a casa con un erizo de tierra. Abre la caja y me muestra al pequeño animalito, se ve bastante tierno.

En el suelo, veo una jaula y varias cosas más para el animalejo.

—Quería pedirte ayuda para instalar la jaula en mi taller.

—Por supuesto, vamos, y así aprovechas de ver cómo está quedando tu cuadro.

Mi madre da pequeños aplausos y me sigue, mientras yo llevo la caja y la jaula del animal. Por supuesto que en cuanto abre la puerta del taller se lleva las manos a la boca por completo emocionada y sorprendida. Es obvio que el cuadro le está gustando, mientras ella se queda absorta, la pintura y viendo los trazos y cada uno de los colores que lo componen, yo voy buscando un espacio para el bicho este.

—Lorenzo, esta pintura realmente es hermosa. No tienes idea de lo mucho que me alegró saber qué vas a exponer —se gira y camina hacia mí con esa mirada de orgullo que hace tanto no veía—. Eres magnífico, realmente has sacado lo mejor de tu padre y de mí, por eso me da tanta pena que estés metido en esa oficina todo el día, tal vez Fabio…

—No, madre, esta fue mi decisión, nadie me llevó a ella. Yo sabía que podía hacer lo que quisiese porque todos lo hemos hecho.

—Pero no es tu pasión.

—Y esto tampoco, créeme… Hoy mi única pasión es ella.

—¿Y lo sabe?

—No me deja decírselo.

—Entonces te va a tocar demostrárselo, porque de otra manera ella no lo va a comprender.

Mi madre acaricia mi rostro y comenzamos a acomodar al pequeño bicharraco este. En realidad, me agrada, es bastante tierno y parece frágil, aunque no se me puede olvidar que si se molesta o se asusta, puedo terminar con una de sus espinas metida en mis dedos.

Cuando terminamos de acomodarlo en su jaula, se entierra en una casucha que mi madre le ha comprado y ella sonríe feliz como si fuera una niña pequeña.

—¿Y ya pensaste como le vas a poner al bicho este?

—Ya que tú me ayudaste, se llamará Lorenzo.

—¡Mamá, no puedes ponerle mi nombre a este animal!

—Tienes razón… mmm… Sí, sí puedo. Es mío y yo quiero llamarlo Flavio.

—¡Pero mamá! ¡Sólo cambiaste a mi segundo nombre, sigue llamándose como yo!

—¿Y cuál es el problema? Creo que es como tú. Tierno, adorable, esponjoso, pero cuando se enoja. ¡Pum! Te entierra las espinas.

Yo me río de las ocurrencias de mi madre y al final termino guardando todas las cosas en las respectivas maletas. Salimos de ahí abrazados y riéndonos de que Flavio ha salido a comer y luego ha vuelto a encerrarse en su casucha.

—¿Viste? Es como tú.

Mi padre llega en ese rato y saluda a mi madre con un efusivo beso porque no se han visto en todo el día. Nos vamos a la cocina para cocinar los tres juntos y de pronto aparece Isabella con un plato que lleva al fregadero.

—Hola, querida ¿ya cenaste? —le pregunta a mi madre con cariño.

—No sólo traía un plato que ocupé para llevarme a un trozo de pastel… Es de chocolate, hay más en la nevera por si lo quieren de postre.

—Suena delicioso, por supuesto que sí comeremos un trozo después.

—¿Isabella tienes planes para esta noche? —le pregunta mi padre mientras b**e unos huevos.

—Eh… No, señor Castelli. ¿Por qué, necesita algo de mí?

—Sí, que te sientes a cenar con nosotros.

—Oh no, no se molesten, en verdad, yo puedo prepararme algo y…

—Y nada, muchacha, por favor, únete a nosotros, cocina con nosotros y te sientas a cenar luego con nosotros —le dice mi madre con una enorme sonrisa—. Por cierto, ya le pusimos nombre al pequeño erizo.

—¿En serio? ¿Y cómo se llama?

—Se llama Flavio —Isabella suelta una carcajada y se queda mirándome.

—¡Me parece que es un hombre perfecto…! Tierno, adorable, esponjoso, pero cuando se enoja. ¡Pum! Entierra las espinas, se me hace muy conocido a alguien.

 Me mira de reojo y yo sólo ruedo los ojos, mi madre y mi padre sueltan una enorme carcajada junto con Isabella porque es obvio que ella pensaba exactamente lo mismo que mi madre.

Yo me dedico a seguir cortando los vegetales y los voy salteando. Luego mi padre me entrega los huevos batidos y yo los agrego para ir revolviendo todo. Mi madre saca un túper con arroz de la nevera y lo agrega a nuestra preparación.

Sí, arroz frito.

Isabella acomoda la mesa con cuatro puestos y nos sentamos a comer gustosos de la preparación que hemos hecho. Yo me mantengo en silencio porque no quiero incomodarla, además, me encanta oírla hablar acerca de las cosas que hace, qué piensa o sueña. Me gusta ver que entre ella y mi mamá existe una cierta complicidad.

De pronto mi teléfono suena y respondo la llamada porque es un número desconocido, puede ser algo importante. Sin embargo, me arrepiento en el preciso instante en que oigo la voz chillona del otro lado.

—Hola, querido Lorenzo, ¿cómo estás?

—¿Norma? —al oír el nombre, Isabella se pone de pie, se disculpa con mis padres y sale corriendo de la cocina. Yo me paro completamente alterado y mis padres se quedan sorprendidos por mi reacción—. ¡¿Quién demonios te dio mi número?!

—Tengo mis trucos para conseguir las cosas, querido. Y ya que tú no me llamaste, pensé que mejor lo hacía yo y te invitaba a salir.

—¡Pues no quiero, métetelo en esa cabecita llena de agua! ¡Tú y yo no tenemos nada, así que déjame en paz!

—Ay, no seas aburrido…

Pero no sé qué más sigue después de esas palabras porque le corto. Me pasó las manos por el cabello frustrado y corro detrás de Isabella, necesito explicarle que yo no le he dado el número, que no tengo nada con ella.

Pero por más que toco la puerta de mi chica, ella no me abre, sólo puedo oírla llorar. Trató de forzar la cerradura, pero después entiendo que eso no sería lo mejor en este momento.

Me siento en una banqueta de hormigón que está al lado de su puerta por completo frustrado. Paso las manos por mi cabello y lo revuelvo más de lo que ya está. Estoy metido en serios problemas y no sé cómo arreglarlos… Tal vez lo mejor sería que hable con esa mujer loca y le deje claro en persona entre ella y yo no puede pasar nada.

Me pongo de pie y camino de regreso a la cocina, en donde mis padres me miran con cierta tristeza, los ojos. Mi padre me da unos golpecitos en los hombros y mi madre me toma las manos.

—Yo hablaré con ella mañana.

—Dudo que te escuche, pero gracias… Trataré de arreglar este problema con esa mujer, no sé cómo demonios consiguió mi número y yo no quiero nada con ella. ¡Está loca!

Mis padres se sientan y nos quedamos en silencio un buen rato. Como no estoy para postre me despido de ellos luego de dejar toda la vajilla en la máquina para que se lave y me voy de regreso a mi departamento, en donde me cierro directamente en mi taller.

Hoy lo único que me puede quitar la pena y la frustración que tengo es pintarla a ella.

—Como van las cosas en mi vida… Parece que esta será la única manera de tenerte a mi lado…

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