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Capítulo 30: Una mujer insistente

Por más que he intentado de hablar con Isabella, no he conseguido hacerlo. Esta chiquilla está absolutamente escondida. De hecho, siguió a su madre hace cuatro días al sur con la excusa de ir a visitar a una tía que sé perfectamente que detesta, porque cuando era pequeña me lo dijo muchas veces.

Estoy en mi oficina revisando algunos documentos y la impresión del nuevo catálogo, que por supuesto está a cargo ahora del señor Russo. La calidad de la fotografía y del papel es extremadamente sublime.

A varios de los artículos les han dado un toque de relieve que los hace resaltar y casi es como si pudiesen tener el producto entre sus manos. Sin duda, esto llamará la atención del cliente.

La señora Elena me pasa una llamada que recibo de mala gana porque sé de quien viene.

—Lorenzo Castelli… ¿Cuánto tiempo sin saber de ti?

—Exactamente un año, desde la última vez que me llamaste para exactamente lo mismo por lo cual lo haces ahora.

—¡Sí sabes, hombre! La cena será esta noche.

—No sé por qué no me extraña de ti, Rodrigo, que me avises el mismo día… Igual que los últimos tres años.

—Lo siento, tú sabes que la lista es larga, pero si no puedes venir…

—Anótame —tal vez con una salida se me solucionen un poco los problemas.

—Por supuesto que sí, mi viejo amigo, tú sabes que nuestras fiestas son bastante entretenidas. Aunque este año será un poco más calmada que la del año pasado, puesto que ya tenemos tres más casados y sus mujeres son un poquito complicadas. Es más, existe la inmensa posibilidad de que lleguen con ellas a la cena.

—Me parece perfecto que se vuelva un poco más familiar, no sólo para reunirse y hablar estupideces. En fin, allí estaré, sólo asegúrate de enviar la hora y el lugar.

Corto la llamada y miro los documentos con expresión de auxilio. La verdad es que no entiendo por qué acepto ir año tras año a esas cenas, si sólo me recuerdan las cosas que hacía cuando era un estúpido.

Vuelvo a sumergirme en el trabajo esperando que la hora se pase lo más lento posible, pero es todo lo contrario.

—Maldita relatividad del tiempo…

Suspiro con cansancio, veo la hora y ya es tiempo de partir a casa. En el trayecto a casa pongo algo de música y no puedo evitar sonreír cuando una canción bastante hermosa comienza a escucharse.

Habla acerca de todo lo que buscó, lo que encontró, lo que perdió y también lo que ganó. Habla también acerca de esos amores y desamores que sólo dejaron el alma vacía, tal cual como a mí me la han dejado. Y luego llega ella…

Así es, mi Isabella llegó a sanarme y a enseñarme cómo vivir. Poco a poco ha ido quitando todos mis miedos para hacerme feliz y así poder acercarme a ella, buscar la manera de estar juntos.

Sigo conduciendo con esa esperanza de que un día ella y yo al fin vamos a estar así, como una pareja amándonos. Quiero que me dé la oportunidad de poder demostrarle que en verdad la amo, que mis sentimientos son sinceros y que no hay nadie más a quien quiera en mi vida.

Llego a mi departamento y camino primero a mi taller, en donde veo satisfecho en mi trabajo. Me cruzo de brazos con una sonrisa al comprobar que cada uno de mis cuadros representan exactamente lo que quería mostrar al mundo.

Me voy a mi cuarto, en donde me quito la ropa pensando en miles de cosas, me meto a la ducha y ahí dejó que el agua se lleve algunos de esos malos pensamientos, aquellos que atacan desde el pasado y que me hacen sentir que todo lo que estoy viviendo ahora es por causa de todos los errores que cometí desde mi adolescencia.

Al salir me visto con un traje formal, puesto que la cena es así. Me coloco un traje azul marino que hace que mis ojos resalten bastante. Elijo una corbata de un azul rey, al igual que el pañuelo y los gemelos.

Me miro al espejo y sonrío al ver que sigo manteniendo esa esencia en mí.

Si quisiese, podría tener a la mujer que se me cruzara por delante con sólo un chasquido de dedos con una sonrisa o una palabra sensual y grave. Pero ahora a la única mujer que me gustaría tener así y sin chasquear los dedos ni con nada de esos trucos seductores, no me para bola.

—Pero un día lo harás… Estoy seguro que sí.

Me dedico una sonrisa para darme ánimo y salgo del departamento con rumbo a aquella bendita cena en la que me he metido.

El trayecto lo hago en silencio, un poco relajado y cuando llego al lugar en donde será, doy mi nombre para que me busquen en la lista. En cuanto corroboran la información, me dejan entrar y apenas lo hago un par de ex compañeros de la universidad se acercan para saludarme.

—¡Lorenzo, que gusto tenerte aquí! Pensamos que ya no ibas a venir.

—Rodrigo me avisó un poco tarde, pero aquí estoy, ¿y ustedes qué cuentan, muchachos?

—Pues nada interesante, seguimos con nuestras esposas. Afortunadamente, a mí la mía me ha soportado un año más. Creo que se merece un monumento en Plaza Baquedano —nos reímos de su comentario, pero sabemos que Igor puede ser muy difícil.

—Bien por ti… —le digo riéndome—. ¿Y tú, Alan?

—Bueno, pues yo sólo te puedo decir que ahora estoy a un paso de divorciarme… Sólo estamos viendo con qué se va a quedar mi esposa y con que me voy a quedar yo y como a ella no le gusta la idea de quedarse con poco, entonces es por eso que hemos llegado a firmar.

—¿Pero tú quieres hacerlo?

—Claro que no, yo amo a esa mujer, la adoro por sobre todas las cosas. Pero es demasiado celosa, se le metió en la cabeza que tengo un affaire con mi secretaria. Le he dicho que vaya a la empresa a conocer a mi secretaria… El nombre no ayuda mucho porque se llama Afrodita, pero es una mujer de casi sesenta años.

Con Igor no podemos evitar soltar la carcajada y al final Alan también termina riéndose con nosotros. No quiero decirle que entiendo perfectamente por lo que está pasando, pero sí lo entiendo. Seguimos hablando de otras cosas y entramos en materia de trabajo. Nos damos cuenta de que a cada uno de nosotros nos va bastante bien en cada una de las cosas que hacemos.

Caminamos hacia otro grupo, en donde hay algunas compañeras que están con sus esposos, una de ellas embarazada, y comenzamos a hacer bromas y a recordar momentos graciosos. Al menos hasta ahora, nadie se acuerda de que era un puto de primera así que todo va bien.

Y tengo la leve sospecha de que es porque esta vez no está Rodrigo con nosotros

Caminamos hasta las mesas y buscamos nuestras asignaciones, por mala suerte no nos han leído la mente y nos han dejado separados, pero a Igor se le ocurre la brillante idea de tomar nuestros nombres, intercambiarlos y así es como quedamos en la misma mesa.

Nos reímos porque esa es una travesura digna de un universitario, incluso de un escolar. Tomamos asiento en nuestras respectivas sillas y seguimos hablando de las maravillas de estar casado, aunque de eso yo no sé mucho.

Nos ofrecen algunos aperitivos y yo pido sólo bebidas sin alcohol. Colocan música un poco más movida y algunos se atreven a bailar, nosotros nos quedamos conversando porque no tenemos nadie con quien hacerlo y tampoco vamos a buscar a una mujer para bailar en este momento.

Justo antes de comenzar a servir las entradas, Rodrigo se para adelante y le agradece a cada uno de los presentes por estar en la fiesta. Por supuesto, me nombra a mí, especialmente porque fui el último al que llamó para avisarle y lo hace a modo de burla, porque él y yo siempre tuvimos competencia.

Aunque entre él y yo siento que él tuvo más fortuna porque es el director de una galería de arte bastante importante, en cambio, yo terminé encerrado en una oficina, manejando las finanzas de una de las empresas de mi familia…

Aunque sí lo veo de esa parte, definitivamente salí ganando yo.

La primera entrada es de brucchetas de queso crema con tomate y albahaca, acompañado de trozos de jamón ahumado. La segunda entrada es de huevos rellenos en una cama de hojas verdes.

—Estoy pensando seriamente en someter la organización del próximo año a votación —dice Igor y todos le prestamos atención—. Esto es demasiado elegante y todos aquí somos unos desordenados de primera. Creo que lo más adecuado sería una fiesta en la playa, todo un fin de semana y terminar tirados en la arena con la panza al aire y toda quemada por el sol.

—Sí, claro, y con eso al final mi esposa se decide y me pide el divorcio. No, gracias.

—Bueno, te la llevas para que ella sea quien te ponga bloqueador y así no te quemes la panza.

Yo me río de sus ocurrencias, porque la verdad son bastante cómicos. ¿Será que estaba tan aburrido y amargado estos días que estas tonterías me están haciendo reír?

El plato de fondo es cordero en salsa con puré de patatas. Está bastante delicioso, pero la verdad es que mi madre cocina muchísimo mejor. Nos reímos de las anécdotas que Alan nos cuenta de su hija menor, quien lo tiene absolutamente de cabeza.

—Lorenzo, tú no te rías mucho, seguro que tu hija va a ser tremenda.

—No, si llego a tener una hija, será con una mujer que es bastante hermosa y tranquila, y estoy seguro que mi hija saldrá igual a ella.

—Ya lo veremos.

Seguimos hablando de más cosas y riéndonos con los chicos, ya están bastante achispados por los tragos que se han tomado, en cambio, yo sigo manteniéndome en perfectas condiciones. Antes de que llegue el postre, me disculpo con los muchachos y camino al baño.

Luego de hacer lo que todos saben a lo que venimos al baño, me lavo las manos y justo antes de poder salir, la puerta se abre estrepitosamente y en lugar de un hombre veo entrar… A Norma.

—Maldición mujer. ¿Qué se supone que haces aquí?

—Mi hermano me invitó y te vi por allí… Sólo me acerqué para saludarte.

—Si quieres saludarme, hazlo fuera del baño, no aquí… Por lo demás, yo no tengo ninguna intención de saludarte, te quiero lo más lejos posible de mi cuerpo.

—Vamos, Lorenzo, no me rehúyas de esa manera. ¿Qué tiene de malo que tú y yo salgamos alguna vez? Somos adultos.

—El problema, Norma, es que tú no me gustas, no me interesas y te quiero lo más lejos posible de mí. Ya me has metido en suficientes problemas con una persona que me importa y no quiero verme inmerso en más situaciones comprometedoras con una mujer que realmente es un grano en el culo.

—Pero Lorenzo, por favor. Tú ni siquiera te has dado al trabajo de conocerme. Además, estoy segura de que Isabella no está interesada en ti. Ella está enamorada de Fabio, siempre lo ha estado. Ellos han estado juntos desde el colegio. ¿Acaso no te has dado cuenta de eso? Viven bajo tu techo y tú ni siquiera te fijas de esa situación.

Fijo una mirada fría en la mujer y se encoge al verme de esa manera, puedo verme a través del espejo y sé que así con este aspecto doy miedo. Doy dos pasos hacia ella, acerco mi rostro y le digo con fiereza.

—Nunca en la vida vuelvas a decir una cosa como esa porque tú no conoces a Isabella, ni mucho menos a mi hermano. Esta es mi última advertencia, aléjate de mí o no respondo de lo que pueda sucederte… Y me refiero expresamente a tu carrera como modelo.

Salgo de allí hecho una furia y llego a la mesa con los muchachos. Alan me mira con el ceño fruncido, me pregunta qué es lo que me sucede, pero yo sólo niego con la cabeza, no quiero hablar de lo que acaba de pasarme. A lo lejos veo salir a Norma desde el pasillo en donde están los baños caminando como si no hubiese ido a acosarme.

Llega el postre, pero la verdad es que no lo disfruto, esa mujer ha logrado amargarme el momento que tanto me había costado conseguir con los muchachos, así que decido cortar por lo sano y me despido de ellos justo en el momento en que anuncian la música en vivo para que los que quieran, puedan bailar.

Salgo de aquí, camino hacia mi auto y de la nada esta mujer vuelve a tirarse sobre mí, me agarra fuertemente de la nuca y me besa como si no hubiese mañana. Yo trato de quitármela de encima, pero ella no quiere soltarme.

Unos segundos después, cuando logro zafarme de ella, veo que tiene su teléfono en la mano, trato de quitárselo, pero sale corriendo muerta de la risa, mientras yo me he quedado atrapado entre la acera y la rueda de mi auto.

Gruñó con frustración, quito el pie de mi zapato y así puedo desatorarlo. Me subo al auto realmente molesto y salgo de allí con dirección a mi departamento.

Pido una pizza y una bebida familiar, me meto en el taller para trabajar y desde allí no paro de hacerlo más que para dormir un poco y para hacer ejercicio en todo el resto del fin de semana, sin saber lo que afuera está ocurriendo, ni mucho menos que sería uno de los más grandes errores en mi vida.

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