Capítulo 23: Sólo una travesura

Con las ganas de verla, pero seguro de que ella no quiere verme, llamo a la casa para saber si está y mi madre me dice que ha salido con Helen.

—Iré a verlos entonces, necesito ayuda con algo y quiero buscar algo que se me quedó en mi cuarto.

—Le diré a tu padre, estará contento.

Corto la llamada, dejo salir un suspiro y decido ir ahora, para tratar de estar lo menos posible. Parece tonto, porque es la casa de mis padres, pero no voy a incomodar a Isabella si no quiere verme.

Durante el trayecto trato de recordar un regalo que tengo guardado en su caja original, espero que mi madre no mandara a ordenar y guardar mis cosas, como lo hizo con Alex, porque eso me tomará mucho más tiempo del que tengo previsto para sacarlo.

Al llegar entro a la casa y mi padre se acerca a darme un fuerte abrazo. Me quedo allí unos segundos porque estar entre sus brazos es una de las cosas que ahora más valoro, porque él mismo ha perdido a su padre y veo lo mucho que le hace faltan esos abrazos.

Veinticuatro años sin él le pasaron factura y yo, que nunca lo he tenido lejos… tengo que valorarlo.

—Hijo, que gusto verte.

—Vine porque necesito ayuda con algo importante. Estoy pintando un cuadro, pero hay un color que no me gusta como contrasta con los demás.

—¿Trajiste el bosquejo, la paleta de colores?

—No, sólo la paleta. Es un cuadro que no puede ser visto aún.

—Me huele a misterio… ¿quieres exponer?

—No lo creo, no soy un artista en toda regla.

—Pues tu madre sin ser una artista en toda regla, expuso tres veces y todas exitosas, no siguió porque teníamos demasiados hijos y no quiso que yo me hiciera cargo.

—¿Ya me estás mal poniendo con mi hijo? —mi madre se acerca y me da un fuerte abrazo que yo le regreso gustoso.

Ella me toma de la mano y me lleva a su taller, mi padre nos sigue y allí comenzamos a trabajar en el color. Los dos están de acuerdo con que no es el correcto, así que cada uno va probando hasta que mi madre lo consigue.

—Madre, es perfecto —le digo y ella sonríe.

—Estos son los colores, la proporción y espero mi recompensa.

—¿Puede ser un beso y un abrazo enorme? —le pregunto como preocupado y ella finge pensarlo unos segundos.

—Mejor muchos besos y muchos abrazos —yo me río, pero no se los niego. Esta mujer se merece eso y más, por lo que se me acaba de ocurrir una idea—. ¡Mira, Alex! ¡Nuestro hijo ya está treintón, pero sigue dándole amor a su madre!

—Eso hasta que la mujer le haga caso y se olvide de ti —mi madre hace un puchero y yo niego.

—Nunca. Solo o con esposa, siempre haré lo mismo, mamita.

Nos quedamos abrazados un poco más, mi padre se une y cuando nos separamos porque mi madre se queja de que la estamos asfixiando, me invitan a almorzar.

—Voy enseguida, necesito sacar algo de mi cuarto, si es que mi madre no ha hecho algún cambio allí.

—Está igual, aprendí mi lección con Alex, todavía me saca en cara que le moví sus cosas —rueda los ojos y mi padre se ríe—. Te esperamos abajo.

Los veo caminar de la mano, me meto a mi antiguo cuarto y noto que sólo el polvo es lo que se saca de aquí, porque todo está perfectamente limpio, pero cada cosa en su lugar.

Me voy al closet, porque sé que allí es donde dejé mi regalo y dudo que lo movieran, porque estaba muy escondido. Estiro la mano y allí mis dedos tocan la cajita que está al fondo, la miro con una sonrisa que no puedo quitarme del rostro.

La abro y allí me encuentro un collar hecho de mostacillas por Isabella. Cierro los ojos y recuerdo verla llegar feliz con tres cajitas de cartón hechas por ella, una para Piero, otra para Fabio y la tercera para mí.

Lo tomo con cuidado, me doy cuenta de que sigue intacto y no dudo en colocármelo, pero lo escondo bajo mi camisa para que no crea que lo estoy usando para conquistarla. Tal vez ella nunca llegue a verla colgando en mi cuello, pero al menos yo sí sabré que la tengo.

Meto la cajita en mi chaqueta, miro en mi cuarto qué otra cosa podría llevarme, pero lo cierto es que a mi departamento no puedo llevarme nada más, así que me voy a reunir con mis padres.

Al llegar mi madre está sirviendo los platos y mi padre los deja en la mesa, están solos y por el olor se nota que mi madre es quien ha cocinado. Me siento entre ellos, porque sé lo mucho que les gusta y pruebo el primer bocado.

—¡Mamma mía… questo è delizioso, sei il migliore! (esto está delicioso, eres la mejor)

—Que bueno que te gustara, mi niño bello.

Comenzamos a comer, hablamos de cómo va la empresa, ellos me cuentan que están planeando un viaje fugaz a Inglaterra para ver algo de la moda y ver qué se puede agregar a la próxima colección que Cavalcanti Moda está preparando.

En eso llegan Isabella con su madre, las dos riendo y cargadas con bolsas. Isabella pierde la sonrisa en cuanto me ve y pasa directo a su cuarto, Helen me saluda divertida, porque ella no se molestó por lo que hice y sigue a su hija.

—Helen, ¿no comerán?

—No, señora, gracias. Comimos fuera.

Mi padre se ríe de mí por la forma en que Isabella me ignora, pero el rostro de mi madre es serio y sé que ella sabe algo que nosotros no.

Estamos terminando cuando la voz de Fabio nos saca de la conversación.

—Buenas tardes, padres, hermano…

—¡Hijo! ¿Ya comiste?

—Sí, vengo de la casa de Pía.

—Fabuloso, ¿por qué no te sientas con nosotros? —lo invita mi padre, pero él niega.

—No, sólo vengo de pasada, quiero invitar a Isabella a dar un paseo y después a ir por algo.

—No creo que quiera salir, viene recién llegando, pero ve… —le dice mi madre y yo la miro sin entender que esté haciendo eso. Cuando Fabio sale, me dice—. Has las cosas bien y no tendrás que ponerme esa cara otra vez.

—¡Pero si las estoy haciendo bien!

—No, las estás haciendo como pendejo y mis hijos no son así.

—Tal parece que necesito una máquina del tiempo para regresar seis años atrás.

—No, sólo un par de días atrás, a ver si te das cuenta cuál fue tu metida de pata —me dice ella y yo no entiendo nada, pero es obvio que ella sí.

Miro a mi padre y sé que él no sabe nada.

Terminamos de comer, mi madre limpia los platos y mi padre los pone en el lavavajilla. Yo me quedo mirando los cubiertos, veo uno de los cuchillos que ellos usan para cocinar y se me ocurre una maldad.

Lo oculto con cuidado dentro de mi chaqueta y salgo de allí.

En la entrada de la casa, al lado de mi auto está el de Fabio, miro a todos lados, me agacho a una de las ruedas y la pincho entre los surcos para que no se note. Pero como tiene ya un repuesto y en casa nadie usa el mismo aro que él, me aventuro con el trasero, para que parezca que pasó por un lugar que provocó el problema.

Guardo el cuchillo, entro a la casa y me voy a la cocina. Mi madre me mira con los ojos entrecerrados, ella siempre supo cuando hacía algo malo, nos decía que se notaba en nuestros ojos. Mi padre le pide que lo acompañe a la sala, porque quiere hacer unos cambios y ella lo sigue, aprovecho para guardar el famoso cuchillo, luego de lavarlo por supuesto.

Entran a la cocina Fabio e Isabella riéndose, ella se calla en cuanto me ve.

—No digas nada o seguro que vuelve a seguirnos —dice ella enojada.

—Isabella, ya me disculpé, por favor perdóname.

—Yo perdono, pero no olvido, Castelli…

Pasa por mi lado y mi hermano me da unas palmaditas en el hombro. Camina tras ella y yo los sigo tratando de ocultar mi risa, porque la sorpresa que se llevarán será grande. Mis padres me ven y me acerco para despedirme, porque quiero irme ahora, no quiero ver cómo están los dos juntos.

—Gracias por la comida y la ayuda —les digo con un abrazo y le dejo un beso en la frente a mi madre—. Eres la mejor.

—Cuídate, no te pierdas de la casa —me dice ella con una mirada dulce.

—No lo haré, aunque un día puedo invitarlos a cenar a mi departamento.

—No se vale que yo vaya a preparar la comida —advierte mi madre y me río.

—Aunque no lo creas, cocino bien… sé que te sorprenderé y tal vez te guste.

Salimos juntos y allí veo a Fabio montándose en el auto para salir, pero su auto no avanza como debe. Una corta mirada cómplice a mi padre y sabe que he hecho algo, les doy un abrazo y me voy a mi auto antes de que me largue a reír.

—¡Maldición! —dice Fabio saliendo del auto y pateando los neumáticos. Isabella hace lo mismo.

—Hijo, ¿qué pasó?

—¡Estoy pinchado! Lo peor es que sólo cargo un repuesto —se pasa las manos por el cabello y yo me subo antes de soltar mi risita—. Lo siento, Isabella, no podré llevarte…

—¡No seas tonto! Llamaré un taxi —dice sacando su teléfono y me da una mirada asesina fugaz, para luego sonreír maliciosa—. Nada impedirá a que me lleves a ese lugar y así podemos alocarnos juntos, porque ya no tendrás que conducir.

¡¿Qué?! ¡¡¿Alocarse?!!

Pego mi frente en el volante por la decepción y cuando levanto la mirada mi padre me hace un gesto de tristeza.

Salgo de allí antes que me dé algo. En el trayecto me llega un mensaje de mi padre, lo abro en el primer semáforo en rojo y sólo puedo carcajearme.

«Se le cayó la billetera y con lo machista que es, no querrá que ella pague. No te preocupes, hoy tampoco podrán hacer lo que quieran ;)»

Me manda la foto con la evidencia y sólo puedo respirar con cierto alivio. Toco el collar en mi cuello y suspiro.

—No sé qué haré, pero de alguna manera yo tengo que demostrarte que te amo y lo lograré.

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