Con las ganas de verla, pero seguro de que ella no quiere verme, llamo a la casa para saber si está y mi madre me dice que ha salido con Helen.
—Iré a verlos entonces, necesito ayuda con algo y quiero buscar algo que se me quedó en mi cuarto.
—Le diré a tu padre, estará contento.
Corto la llamada, dejo salir un suspiro y decido ir ahora, para tratar de estar lo menos posible. Parece tonto, porque es la casa de mis padres, pero no voy a incomodar a Isabella si no quiere verme.
Durante el trayecto trato de recordar un regalo que tengo guardado en su caja original, espero que mi madre no mandara a ordenar y guardar mis cosas, como lo hizo con Alex, porque eso me tomará mucho más tiempo del que tengo previsto para sacarlo.
Al llegar entro a la casa y mi padre se acerca a darme un fuerte abrazo. Me quedo allí unos segundos porque estar entre sus brazos es una de las cosas que ahora más valoro, porque él mismo ha perdido a su padre y veo lo mucho que le hace faltan esos abrazos.
Veinticuatro años sin él le pasaron factura y yo, que nunca lo he tenido lejos… tengo que valorarlo.
—Hijo, que gusto verte.
—Vine porque necesito ayuda con algo importante. Estoy pintando un cuadro, pero hay un color que no me gusta como contrasta con los demás.
—¿Trajiste el bosquejo, la paleta de colores?
—No, sólo la paleta. Es un cuadro que no puede ser visto aún.
—Me huele a misterio… ¿quieres exponer?
—No lo creo, no soy un artista en toda regla.
—Pues tu madre sin ser una artista en toda regla, expuso tres veces y todas exitosas, no siguió porque teníamos demasiados hijos y no quiso que yo me hiciera cargo.
—¿Ya me estás mal poniendo con mi hijo? —mi madre se acerca y me da un fuerte abrazo que yo le regreso gustoso.
Ella me toma de la mano y me lleva a su taller, mi padre nos sigue y allí comenzamos a trabajar en el color. Los dos están de acuerdo con que no es el correcto, así que cada uno va probando hasta que mi madre lo consigue.
—Madre, es perfecto —le digo y ella sonríe.
—Estos son los colores, la proporción y espero mi recompensa.
—¿Puede ser un beso y un abrazo enorme? —le pregunto como preocupado y ella finge pensarlo unos segundos.
—Mejor muchos besos y muchos abrazos —yo me río, pero no se los niego. Esta mujer se merece eso y más, por lo que se me acaba de ocurrir una idea—. ¡Mira, Alex! ¡Nuestro hijo ya está treintón, pero sigue dándole amor a su madre!
—Eso hasta que la mujer le haga caso y se olvide de ti —mi madre hace un puchero y yo niego.
—Nunca. Solo o con esposa, siempre haré lo mismo, mamita.
Nos quedamos abrazados un poco más, mi padre se une y cuando nos separamos porque mi madre se queja de que la estamos asfixiando, me invitan a almorzar.
—Voy enseguida, necesito sacar algo de mi cuarto, si es que mi madre no ha hecho algún cambio allí.
—Está igual, aprendí mi lección con Alex, todavía me saca en cara que le moví sus cosas —rueda los ojos y mi padre se ríe—. Te esperamos abajo.
Los veo caminar de la mano, me meto a mi antiguo cuarto y noto que sólo el polvo es lo que se saca de aquí, porque todo está perfectamente limpio, pero cada cosa en su lugar.
Me voy al closet, porque sé que allí es donde dejé mi regalo y dudo que lo movieran, porque estaba muy escondido. Estiro la mano y allí mis dedos tocan la cajita que está al fondo, la miro con una sonrisa que no puedo quitarme del rostro.
La abro y allí me encuentro un collar hecho de mostacillas por Isabella. Cierro los ojos y recuerdo verla llegar feliz con tres cajitas de cartón hechas por ella, una para Piero, otra para Fabio y la tercera para mí.
Lo tomo con cuidado, me doy cuenta de que sigue intacto y no dudo en colocármelo, pero lo escondo bajo mi camisa para que no crea que lo estoy usando para conquistarla. Tal vez ella nunca llegue a verla colgando en mi cuello, pero al menos yo sí sabré que la tengo.
Meto la cajita en mi chaqueta, miro en mi cuarto qué otra cosa podría llevarme, pero lo cierto es que a mi departamento no puedo llevarme nada más, así que me voy a reunir con mis padres.
Al llegar mi madre está sirviendo los platos y mi padre los deja en la mesa, están solos y por el olor se nota que mi madre es quien ha cocinado. Me siento entre ellos, porque sé lo mucho que les gusta y pruebo el primer bocado.
—¡Mamma mía… questo è delizioso, sei il migliore! (esto está delicioso, eres la mejor)
—Que bueno que te gustara, mi niño bello.
Comenzamos a comer, hablamos de cómo va la empresa, ellos me cuentan que están planeando un viaje fugaz a Inglaterra para ver algo de la moda y ver qué se puede agregar a la próxima colección que Cavalcanti Moda está preparando.
En eso llegan Isabella con su madre, las dos riendo y cargadas con bolsas. Isabella pierde la sonrisa en cuanto me ve y pasa directo a su cuarto, Helen me saluda divertida, porque ella no se molestó por lo que hice y sigue a su hija.
—Helen, ¿no comerán?
—No, señora, gracias. Comimos fuera.
Mi padre se ríe de mí por la forma en que Isabella me ignora, pero el rostro de mi madre es serio y sé que ella sabe algo que nosotros no.
Estamos terminando cuando la voz de Fabio nos saca de la conversación.
—Buenas tardes, padres, hermano…
—¡Hijo! ¿Ya comiste?
—Sí, vengo de la casa de Pía.
—Fabuloso, ¿por qué no te sientas con nosotros? —lo invita mi padre, pero él niega.
—No, sólo vengo de pasada, quiero invitar a Isabella a dar un paseo y después a ir por algo.
—No creo que quiera salir, viene recién llegando, pero ve… —le dice mi madre y yo la miro sin entender que esté haciendo eso. Cuando Fabio sale, me dice—. Has las cosas bien y no tendrás que ponerme esa cara otra vez.
—¡Pero si las estoy haciendo bien!
—No, las estás haciendo como pendejo y mis hijos no son así.
—Tal parece que necesito una máquina del tiempo para regresar seis años atrás.
—No, sólo un par de días atrás, a ver si te das cuenta cuál fue tu metida de pata —me dice ella y yo no entiendo nada, pero es obvio que ella sí.
Miro a mi padre y sé que él no sabe nada.
Terminamos de comer, mi madre limpia los platos y mi padre los pone en el lavavajilla. Yo me quedo mirando los cubiertos, veo uno de los cuchillos que ellos usan para cocinar y se me ocurre una maldad.
Lo oculto con cuidado dentro de mi chaqueta y salgo de allí.
En la entrada de la casa, al lado de mi auto está el de Fabio, miro a todos lados, me agacho a una de las ruedas y la pincho entre los surcos para que no se note. Pero como tiene ya un repuesto y en casa nadie usa el mismo aro que él, me aventuro con el trasero, para que parezca que pasó por un lugar que provocó el problema.
Guardo el cuchillo, entro a la casa y me voy a la cocina. Mi madre me mira con los ojos entrecerrados, ella siempre supo cuando hacía algo malo, nos decía que se notaba en nuestros ojos. Mi padre le pide que lo acompañe a la sala, porque quiere hacer unos cambios y ella lo sigue, aprovecho para guardar el famoso cuchillo, luego de lavarlo por supuesto.
Entran a la cocina Fabio e Isabella riéndose, ella se calla en cuanto me ve.
—No digas nada o seguro que vuelve a seguirnos —dice ella enojada.
—Isabella, ya me disculpé, por favor perdóname.
—Yo perdono, pero no olvido, Castelli…
Pasa por mi lado y mi hermano me da unas palmaditas en el hombro. Camina tras ella y yo los sigo tratando de ocultar mi risa, porque la sorpresa que se llevarán será grande. Mis padres me ven y me acerco para despedirme, porque quiero irme ahora, no quiero ver cómo están los dos juntos.
—Gracias por la comida y la ayuda —les digo con un abrazo y le dejo un beso en la frente a mi madre—. Eres la mejor.
—Cuídate, no te pierdas de la casa —me dice ella con una mirada dulce.
—No lo haré, aunque un día puedo invitarlos a cenar a mi departamento.
—No se vale que yo vaya a preparar la comida —advierte mi madre y me río.
—Aunque no lo creas, cocino bien… sé que te sorprenderé y tal vez te guste.
Salimos juntos y allí veo a Fabio montándose en el auto para salir, pero su auto no avanza como debe. Una corta mirada cómplice a mi padre y sabe que he hecho algo, les doy un abrazo y me voy a mi auto antes de que me largue a reír.
—¡Maldición! —dice Fabio saliendo del auto y pateando los neumáticos. Isabella hace lo mismo.
—Hijo, ¿qué pasó?
—¡Estoy pinchado! Lo peor es que sólo cargo un repuesto —se pasa las manos por el cabello y yo me subo antes de soltar mi risita—. Lo siento, Isabella, no podré llevarte…
—¡No seas tonto! Llamaré un taxi —dice sacando su teléfono y me da una mirada asesina fugaz, para luego sonreír maliciosa—. Nada impedirá a que me lleves a ese lugar y así podemos alocarnos juntos, porque ya no tendrás que conducir.
¡¿Qué?! ¡¡¿Alocarse?!!
Pego mi frente en el volante por la decepción y cuando levanto la mirada mi padre me hace un gesto de tristeza.
Salgo de allí antes que me dé algo. En el trayecto me llega un mensaje de mi padre, lo abro en el primer semáforo en rojo y sólo puedo carcajearme.
«Se le cayó la billetera y con lo machista que es, no querrá que ella pague. No te preocupes, hoy tampoco podrán hacer lo que quieran ;)»
Me manda la foto con la evidencia y sólo puedo respirar con cierto alivio. Toco el collar en mi cuello y suspiro.
—No sé qué haré, pero de alguna manera yo tengo que demostrarte que te amo y lo lograré.
Estoy sentado frente a mi escritorio con un documento en frente, revisando algunas de las nuevas propuestas para los diseños de varios de los insumos. Estamos evaluando la posibilidad de incorporar dentro de nuestro catálogo productos con materiales un poco más económicos y sencillos para aquellos que realizan manualidades más simples.De esta manera podríamos captar a aquellos clientes que no requieren de elementos tan elaborados y de magnífica calidad como los que hemos realizado hasta ahora.Mi cabeza está apoyada en mi mano libre y en mi boca, jugueteo con un lápiz de grafito. Sí, realmente estoy aburrido, quisiera estar en casa, pintando aquí el cuadro que se me ha venido a la mente y cuyo boceto está en mi tablet, pero no puedo sacarme del trabajo porque estamos en una etapa de mejoramiento e innovación crítica.—¿Estoy en la oficina de Insumos Manterola o en la escuela? —levanto la mirada y frente a mí veo parada a Isabella. Me pongo de pie como si tuviese un resorte de la sill
Alguna vez mi padre me enseñó que muchas veces, cuando queremos un lienzo más grande, tenemos que hacerlo nosotros mismos. Lo que no sabía es que esa enseñanza me serviría no sólo para mis pinturas, sino que también para mi vida.Pero por ahora lo estoy usando de manera literal.Me aparto del marco que acabo de crear y veo satisfecho que los bordes han quedado perfectos, alineados y listos para colocar la tela. Tengo una idea en la cabeza y para eso necesito un lienzo grande que no encontraré en las tiendas a menos que las pida y el traslado será un problema, por lo que he confeccionado uno de dos metros de ancho por tres metros de largo.Me siento satisfecho, he logrado todo esto durante la mañana de mi sábado. Pero ahora mismo estoy sintiendo un poco de hambre, así que decido ponerme de pie, ir a cambiarme, darme una buena ducha y salir a comer afuera.Tengo en mente el restaurante donde nuestros padres nos llevaban cuando éramos pequeños, se me hace bastante especial y decido ir al
Melike me mira con los ojos abiertos, sin poder creer lo que acabo de hacer, mientras que yo la miro con mi sonrisa de satisfacción porque sé que le he dado un golpe bajo y el estoy dejando claro que esta vez no me voy a dejar manipular ni mucho menos voy a dejar que ella vuelva a jugar conmigo.—¿Qué demonios estás haciendo? —me dice con los dientes apretados.—Estoy haciendo lo que cualquier hombre decente debería hacer —le respondo sin apartar el teléfono de mi oído, porque sé que él está escuchando—. Ya jugaste con los dos hace ocho años y no te voy a permitir que vuelvas a hacerlo. Yo ya no soy joven y no estoy para estarme recuperando de las idioteces que mujeres como tú dejan en mi vida.—Señor Castelli —me dice Serkam—, ¿mi esposa está frente a usted?—Sí, así es. Se ha aparecido en un restaurante donde viene almorzar tranquilamente y solo. La verdad, no sé si me está siguiendo o si fue una casualidad. Sin embargo, me dijo que salió a comer porque usted no está en la ciudad y
Luego de la conversación con mi hermano, me he sentido un poco más relajado en cuanto a la situación con Isabella. Al menos sé que por parte de él no hay peligro de que mi chica pueda enamorarse porque él ha desistido completamente de intentarlo.Sin embargo, todavía quedan muchos hombres por ahí que podrían intentar conquistarla, muchos de ellos mejor que yo.Es viernes, he salido temprano de la empresa y voy de regreso a mi departamento para distraerme un poco, he decidido comprar una pizza en el camino, algunas gaseosas y otras cosas más. Pretendo no salir en todo el fin de semana porque estoy preparando lo que será un hito en mi vida.El otro día en una conversación con mi padre, le conté que tenía intenciones de probar con una exposición, pero que no estaba muy seguro. Él me respondió que no cometiera los mismos errores que ellos. Mi madre se tardó mucho tiempo en hacer una exposición, me motivó a que, si ya la tenía avanzada, que sólo lo hiciera.Por supuesto que desde entonces
Veo la hora en mi reloj y ordeno todos los documentos que mantengo en el escritorio. Dejo cada uno en sus respectivas carpetas y salgo de allí dejándole instrucciones a la señora Elena antes de irme. Salgo con prisa porque hoy es la presentación del avance de la nueva colección de Cavalcanti Moda y como una tradición que se mantiene, toda la familia deberá estar presente.A la mitad del trayecto recibo la llamada de mi padre.—¿Hijo, ya vienes en camino?—Sí, me retrasé un poco, estaba entretenido con unos documentos y no vi la hora.—Bueno, ven con cuidado. Sólo faltan tú y Luca.—Creo que en unos quince minutos estaré por ahí.Cortamos la llamada y, de pronto en la radio comienza a sonar una canción que es bastante antigua, pero demasiado hermosa. En la medida que Jon Secada comienza a cantar Angel, pienso en cómo esa letra se ajusta un poco a lo que siento.—Puede ser que te haya olvidado… pero tu luz nunca se fue de mi vida.Minutos más tarde cruzo las puertas del edificio de Cava
Me encuentro en casa de mis padres porque mi madre me ha pedido que pinte un cuadro en su taller para poder instalarlo en la sala. Dice que hay demasiados cuadros de ella en casa y que necesita uno mío, al menos para que se sepa que los dos tenemos un excelente talento.Me paso la mano por la frente, tengo un poco de calor, por lo que decido ir por un vaso de agua a la cocina y camino tal cual como me encanta trabajar, sólo con mi pantalón de algodón, mi camiseta y descalzo. Me quito un mechón de cabello que se cae por mi rostro, pero vuelve a caerse.Tal vez es momento de pasar por la barbería para que lo recorten un poco.En casa no hay nadie, puesto que mi madre ha ido a visitar a Pía, mi padre está dando una clase particular a un joven que, según él, será una promesa de la pintura, y Helen se ha ido unos días al sur a ver a una hermana que le queda por allá, supongo que con Isabella. Abro la puerta de la nevera y saco una jarra de jugo, al girarme veo a Isabella entrando en la coc
Por más que he intentado de hablar con Isabella, no he conseguido hacerlo. Esta chiquilla está absolutamente escondida. De hecho, siguió a su madre hace cuatro días al sur con la excusa de ir a visitar a una tía que sé perfectamente que detesta, porque cuando era pequeña me lo dijo muchas veces.Estoy en mi oficina revisando algunos documentos y la impresión del nuevo catálogo, que por supuesto está a cargo ahora del señor Russo. La calidad de la fotografía y del papel es extremadamente sublime.A varios de los artículos les han dado un toque de relieve que los hace resaltar y casi es como si pudiesen tener el producto entre sus manos. Sin duda, esto llamará la atención del cliente.La señora Elena me pasa una llamada que recibo de mala gana porque sé de quien viene.—Lorenzo Castelli… ¿Cuánto tiempo sin saber de ti?—Exactamente un año, desde la última vez que me llamaste para exactamente lo mismo por lo cual lo haces ahora.—¡Sí sabes, hombre! La cena será esta noche.—No sé por qué
Me siento demasiado estresado con todo lo que me ha ocurrido estos días, así que le pido a Fabio que se haga cargo estos días de la empresa, decido tomarme unos días de descanso de la oficina y dedicarme a trabajar en mi exposición, porque no sólo es pintar, sino también elegir los tonos, la iluminación y varias cosas más. De pronto, siento que debo decirle a Isabella lo que pienso hacer y quiero que ella me ayude a elegir todo lo que tiene que ver con la exposición, quiero que ella sea partícipe de uno de mis logros. Me levanto del suelo de mi taller para buscar mi teléfono y llamar a Agustín, quiero saber si Isabella está allí o si debo ir a la casa de mis padres para verla, porque sé que ya ha llegado del sur. —Primo, que bueno oírte, ¿cómo estás? —Ni bien ni mal, tengo tantas cosas en la cabeza, que no sé por dónde empezar a solucionar mi vida. —Agarra a esa mujer, atrápala contra la pared y dale un beso de esos que les botan hasta las mañas, no te des por vencido. —Claro qu