Capítulo 20: Un hombre enojado

Tiro el bolígrafo en el escritorio y me pongo de pie con un resoplido de frustración pura y dura, miro por la ventana para ver si lanzarme de aquí sería suficiente para matarme o quería vivo conectado a las máquinas de un hospital.

—Sí, esa es la solución, Lorenzo…

—¿Hablando solo? —la voz de Isabella me hace girar rápido y no puedo evitar sonreír al verla allí.

—¡Isabella! —camino hacia ella para darle un abrazo, pero ella me detiene estirando su mano, no me queda más remedio que estrecharla, pero aun así estoy contento—. ¿Qué haces aquí?

—Vengo a hacer mi trabajo —la veo con un atuendo formal y se ve preciosa, se ve como una mujer de mundo, va con el cabello recogido en una coleta alta y lleva unas gafas de sol que la hacen ver más adulta y misteriosa.

—No llamaste… no tengo nada listo.

—No te preocupes, ya me puse de acuerdo con tu asistente, pero ella no está allí afuera y no sé dónde instalarme.

—Envié a la señora Elena a otro departamento, ven…

Le indico que salga de la oficina y nos vamos juntos a una de las oficinas más amplias e iluminadas que hay aquí, ella entra sonriendo con sobriedad, intenta quitarse los lentes, pero se arrepiente y camina a la ventana.

Deja su portafolios en una de las sillas y se dedica a admirar la vista, sólo hay edificios alrededor, pero ella parece disfrutarlo.

—Haré que te envíen todos los archivos aquí, Elena hoy te pertenece, así que si necesitas algo pídeselo con confianza.

—Agustín me dijo lo mismo cuando fui la semana pasada —sonríe ella y siento que mi corazón salta dentro de mi pecho—. Gracias.

—Bueno… te dejo trabajar tranquila, si quieres algo de mí, ya sabes dónde estoy.

Me quedo allí unos segundos más antes de caminar a la puerta, porque no quiero irme. Estar con ella así, cerca, en el mismo espacio me vuelve loco. Al salir le digo a la señora Elena que ha llegado Isabella, así que ella se encarga de manejar todo el traslado de documentos.

—Y la próxima vez, avíseme que ha quedado con ella.

—Lo siento… pero ella no me dijo que sería hoy, sino que pasado mañana, por eso no le avisé.

—De todas maneras, para el futuro me informa de todo. Ofrézcale algo de beber o comer, no la deje sola, por hoy es la asistente de ella.

—Sí, señor.

Me pierdo en la oficina en mi trabajo, un poco más tranquilo y contento de tenerla allí, tan cerca de mí. La hora se me pasa hasta el almuerzo, pido que me lleven a la oficina y salgo para ver a la señora Elena.

—¿La señorita Martínez pidió comida o saldrá? —le pregunto mirando hacia la puerta de su oficina.

—Ni lo uno ni lo otro, no sé si está enferma o está triste, la vi hace un rato sin los lentes de sol y se notaba que estuvo llorando —miro a la mujer sorprendido y luego tomo el rumbo hacia la oficina para verla.

Cuando lo hago, ella está de espalda a la puerta hablando por teléfono.

—Sí, mamá… esta es la última noche que me quedo en el hotel… no, ese idiota me dejó toda la cuenta a mí, tendré que gastar más de la mitad de mis ahorros por algo que él dijo que pagaría. No, lo encontré en su habitación con la mujer… sí, mañana en la mañana me iré contigo, espero que a la señora Cavalcanti no le moleste, sólo serán unos días. Yo también te amo, mami.

La veo dejar el teléfono en la mesa sin voltearse, saca un paquete de pañuelos de su cartera y se limpia la nariz sin ninguna vergüenza. Camino hacia ella, me paro a su lado, pero no se da cuenta de mi presencia hasta que le hablo.

—¿Isabella? —le digo con suavidad, ella se voltea para que no la vea, pero yo giro la silla mientras me arrodilla frente a ella—. ¿Qué te pasó para que estés así?

—Nada…

—No me mientas, escuché la conversación con tu madre y sé que él te hizo algo.

—Chismoso —intenta ponerse de pie, pero no se lo permito.

—Dime, puede que ya seas una mujer adulta, independiente, capaz de romperle la nariz a un tipo con un solo movimiento, pero yo todavía puedo defender tu honor —ella sonríe y rueda los ojos—. Dime lo que te hizo ese infeliz.

—Me engañó, lo encontré en su habitación con una mujer, haciendo lo que ya sabes —hace un puchero, se cubre el rostro y para mí vuelve a ser la niña que una vez encontré llorando porque sus compañeras la molestaban.

La abrazo sin que me importe si eso le gusta o no, pero en lugar de que me empuje, que es lo que esperaba, se aferra a mí, entierra su rostro en mi cuello y llora con todo el sentimiento que tiene dentro.

Yo sólo le acaricio la espalda, de vez en cuando le digo palabras de consuelo en italiano, como cuando mi padre me las decía a mí de pequeño y ahora de adulto. Ella se separa un poco, se ríe y se limpia las lágrimas.

—Gracias, hacer esto me hace sentir mejor.

—Ahora, quiero que me digas algo, ¿cómo es eso de que él estaba en su cuarto? ¿Y eso de que tú debes pagar?

—A ver… nos quedamos en cuartos separados, porque yo no quería compartir, es muy desordenado y yo soy muy organizada. Además, no habíamos llegado a esa intimidad en Cambridge, no iba a tenerla aquí en Chile.

«Él quiso quedarse en ese hotel, es de buena situación económica y podía permitírselo, pero como le dije que era un hijo de puta, maldito, infeliz, mentiroso… se ofendió. Hace un rato me llamó para decirme que se iba y que yo debía pagar la cuenta.

—¿Sabes en qué vuelo?

—No, me imagino a alguno que salga por la tarde… no me interesa, Lorenzo. Sólo quiero que se largue lejos de mí, que nunca más me cruce con él en mi vida e irme al hotel para pagar la bendita cuenta.

—¿Lo amabas?

—No, pero la traición duele, ¿no crees?

Asiento y me pongo de pie para sentarme a su lado, ella se limpia las lágrimas más tranquila, suspira cerrando sus ojos y vuelve a los papeles.

—Oye, ¿no vas a comer?

—No quiero, si lo hago terminaré vomitando del coraje que traigo y es mejor que no.

—Bien… yo estaré en mi oficina, si necesitas algo sólo búscame.

—Gracias… y lamento que no pudieras defenderme esta vez, supongo que tendrás que viajar a Cambridge si quieres darle su merecido.

Me encojo de hombros y salgo de allí con una sonrisa siniestra. Saco mi teléfono de mi bolsillo, busco al señor Russo y le marco.

—¡Lorenzo! Que gusto saber de ti, ¿cómo estás?

—Con ganas de matar a alguien… Alex me contó del pasado de su hermana y por eso lo llamo.

—¿A ver? Cuéntame, tal vez pueda entusiasmarme —le cuento lo que pasó y lo que quiero. Se ríe de una manera bastante tétrica y me dice—. Déjame llamarla, ella puede averiguar el vuelo y seguro que se le ocurrirá algo muy oscuro.

—Por favor, cuénteme lo que decida.

—Te sugiero que veas las noticias nacionales desde ahora.

Me cuelga, sonrío satisfecho y me entierro en mi oficina, en donde pongo las noticias desde mi ordenador. Me como mi almuerzo muy contento, mientras hago una llamada al hotel dejando instrucciones muy claras.

Un rato después las noticias anuncian un extra, expando la pantalla y veo con satisfacción una primera plana del idiota ese saliendo del aeropuerto esposado por la policía de investigaciones.

«—El ciudadano inglés fue detenido luego de que una llamada anónima alertara acerca de un artefacto explosivo en su equipaje. El vuelo debió ser retrasado para hacer la revisión de los detalles, algo que molestó al individuo y terminó siendo detenido por agresiones a personal del aeropuerto y de la policía…»

Sonrío satisfecho de lo que ha pasado, actuaron rápido, sin decirme nada.

Isabella aparece en la oficina con unos papeles, sonriendo feliz y yo me pongo de pie, comenzamos a revisar sus consultas, la llevo al archivo y desde la computadora de Elena le doy acceso a todo lo que necesite.

—Te felicito. A pesar de lo que pensaba de ti, resultaste ser el más ordenado de todos…

—Las apariencias engañan, no crees —nos vemos a los ojos y sé que quiero besarla, pero acaba de terminar con su novio y si lo hago, me matará.

Su teléfono suena, lo contesta y frunce el ceño.

—Sí, lo conozco. No, no es mi novio, terminamos esta mañana cuando lo encontré con otra mujer en el hotel. Sí, puedo decir eso mismo en la prefectura, adiós —corta la llamada, mira la pantalla y luego sonríe—. Definitivamente existe el karma… al idiota lo detuvieron, debo ir a declarar de dónde lo conozco.

—¿Responderás por él?

—¡Claro que no! Sólo quiero que quede constancia de que no somos nada.

—Te llevo.

Así me aseguro que no se meta en problemas por culpa de ese tarado, recogemos nuestras cosas y nos vamos de allí.

Horas más tarde, sale con una carcajada, yo sólo me admiro de lo inteligente que es. Lo que dijo es suficiente para que lo saquen del país casi como delincuente y su expediente aquí quedará manchado. Nos subimos al auto de regreso y nos vamos al hotel.

—Gracias, al menos por ahora se salvó mi dignidad, ahora me toca poner la cara aquí.

—Me cuentas cómo te va y si necesitas ayuda, mañana puedo ayudarte.

—Fabio lo hará, pero gracias, nos vemos la próxima semana.

Se baja y la veo entrar con esa sonrisa que esperé todo el día, al menos está más tranquila y eso para mí ya es mucha ganancia. Me voy sabiendo que el karma siguió atacando al inglesito idiota, porque simplemente moví mis influencias e hice justicia.

Su tarjeta de crédito estaba registrada y de esa es que se hizo el cobro de la estadía en el hotel.

—Con mi chica no, estúpido…

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