Capítulo 19: Celos

Dudo un poco de ir a la cena de despedida para Piero, pero no porque no lo quiera, es mi hermano, es sólo que allí estará Isabella con su novio, al que besa mucho, abraza mucho y se me viene a la mente la manera en que bailó con él.

Esa era la misma manera de bailar que usaban las chicas para seducirme, nunca me pude negar ante una mujer con movimientos de ese tipo.

Y si alguien cree que me relajé con mi día libre… terminé metiéndome en la oficina de todas maneras porque no podía quedarme sin hacer nada imaginando que en alguna habitación del hotel estaría ella con el inglesito idiota haciendo… pues esas cosas que los novios hacen.

—Mejor voy a la cena o mamá es capaz de venir a buscarme.

Y como si fuera brujo, mi madre me llama para decirme que ya falta poco para la cena y sólo falto yo.

—No te creo —le digo tomando mis llaves y salgo del departamento—. Seguro que Pía todavía no llega.

—No, ya está aquí.

—¿Y Alejandra?

—¿Por qué mejor no preguntas por ella? Lorenzo, no soy tonta y reconocí la manera en que viste a Isabella… y ya llegó con el chico ese.

—No te gusta —afirmo porque por su tono de voz es claro que no.

—No, hay algo con él que no me agrada para nada… espero equivocarme, pero lo dudo. Apúrate o voy por ti.

—Estoy en el ascensor, estaré allá en unos veinte minutos.

—Ni creas que te esperaremos, hace hambre y la lasaña a Helen le quedó de maravilla.

Me corta riéndose, sé que lo hace a propósito porque amo la lasaña de Helen, en realidad todo lo que esa mujer cocina, es una experta en deleitar el paladar. Al menos pensar en esas cosas me hacen olvidar lo tonto que me siento.

Esa chica me interesa, de una manera extraña, hasta mi madre se da cuenta, pero tal parece que Isabella no lo hace porque está con ese tipo odioso.

Al llegar a casa, mi madre sale a recibirme, me da un fuerte abrazo y me susurra.

—Dile algo lindo —se separa de mí y me cierra un ojo, me río de su consejo, le doy la mano y entramos.

—¿No se supone que no me esperarías?

—Bueno, tu padre me convenció, se le ocurrió algo.

Al entrar están todos los adultos en la sala, pregunto por mis sobrinos y todos están en el despacho de la casa viendo una película y comiendo esas cosas que a los niños les encanta. Me siento en un espacio que Francesca me hace a su lado, gracia a que Fabián la sienta en su regazo.

Por la puerta aparecen Pía, Aurora e Isabella riéndose mientras cargan pocillos enormes con cosas para picar. Estiro mi brazo para comer, pero Pía me da un manotazo.

—Son para después, ahora cenaremos y luego vendremos a jugar cartas, a papá se le ocurrió una competencia sólo entre las mujeres para saber cuál es la más tramposa de todas.

—Me niego a ser yo —dice mi madre y mi padre la besa mientras se ríe.

—Eres la reina, asúmelo.

Miro a Isabella y le sonrío, pero ella no me mira, sólo se acerca a William, tira de él y van al comedor tomados de la mano, hablando en inglés. Isabella se ríe coqueta y siento que me muero. ¡Dios, es tan extraño verla así!

Trato de sacar de mi mente las mil maneras en que podría matar al inglesito, Agustín me da unos golpecitos en el hombro y Aíne se acerca para decirme bajito.

—En algunas culturas se aceptaba un duelo por la chica, el que ganara se la quedaba, aunque no fuera el hombre que ella hubiese elegido… yo te apoyo a que hagas lo mismo.

Me río por las ocurrencias de esta mujer, es realmente especial para Agustín, dos locos de remate enamorados y formando una familia.

Tomamos nuestros lugares y me doy cuenta que la mesa ha sido extendida, cabemos todos los hijos, además de las mujeres de mis hermanos y mis primos.

Mi madre va cortando las porciones y asignándolas a cada uno, a Fabio le sirve un trozo más pequeño porque sigue molesta por lo del tatuaje, tal vez si todos nos hiciéramos uno ya no estaría tan molesta.

O puede que sí…

Helen se sienta a la mesa con nosotros, porque ya hace mucho que dejó de ser una simple empleada, es ya parte de la familia y otra chica ocupa su lugar en el resto de la casa, ella sólo atiende la cocina porque es algo que la hace sentirse útil, aunque según lo que oí el otro día, Isabella buscará un lugar para vivir las dos juntas.

—Y cuéntanos, William, ¿qué te ha parecido Chile? —le pregunta Fabio y el tarado ese sonríe mirando a Isabella.

—Es magnífico, lo cierto es que me gusta muchísimo y… —y yo me llevo la mente a otro lado. No me interesa saber qué es lo que piensa este idiota del país.

La cena se pasa en hablar un poco de todo, pero me mantengo en silencio. Sólo presto atención a lo que dicen Isabella y Pía, mi hermana está feliz con su academia de baile. Cada uno está feliz con sus cosas y eso me encanta.

Al llegar el postre, nos reímos de Fabio que no recibe su parte, me mira enojado porque sigue pensando que soy el responsable, pero yo no lo mandé a que se hiciera esa cosa. Cada quien se pone de pie para llevar su plato a la cocina, como cuando éramos pequeños y mi madre se emociona.

—Les enseñé bien.

Helen intenta ponerse a lavar, pero mi madre le da un abrazo y la manda a descansar. Isabella se la lleva, diciéndole que ya falta poco para que se jubile y se vayan las dos a conocer el mundo. Me quedo allí sólo para esperarla, necesito hablar con ella y esta es mi mejor oportunidad.

Mientras, me encargo de colocar los platos en el lavavajillas, cuando termino de programar el aparato, Isabella llega a la cocina.

—¿Te dejaron solo?

—No, yo quise hacerlo, los demás tienen su familia y ya hay un par que se quiere ir.

—Imagino que Agustín y Aíne, esos dos no sé cómo lo hacen para no tener más hijos que Pía y Ángello —se ríe, saca un vaso y se sirve agua fría.

—Isabella, quisiera hablar contigo —camino hacia ella, me mira a los ojos y deja el vaso a un lado.

—Pero yo no quiero…

—Por favor, mi padre me dijo que estás molesta conmigo porque no me comuniqué contigo el tiempo que estuviste lejos, pero nunca dejé de estar pendiente de ti, te lo prometo.

—No se nota… —hace una mueca de disgusto y luego hace un chasquido con la lengua—. Vamos afuera, te doy cinco minutos.

Camina delante de mí y me doy cuenta de lo hermosa que está, al salir a la noche fresca el aire me llega a la cara junto con el aroma que ella desprende y es casi como si tuviera una epifanía.

—Limón y berries…

—¿Eh? —se gira ella para verme en el momento que estoy abriendo los ojos.

—Tu perfume, sigues usando ese de limón y berries —ella abre los ojos sorprendida, gira la mirada y se va a sentar frente a la piscina.

—Sí, no me gustan las otras fragancias. Ahora dime eso que me querías decir.

—Quiero pedirte perdón —me ve con sus ojitos hermosos, me siento vulnerable, pero no de una manera mala—. Sé que no fui el mejor de los amigos, especialmente con alguien que sentía cosas importantes por mí.

—Eso ya pasó, dejémoslo en el pasado.

—Es que no quiero… —ella levanta las cejas realmente sorprendida de mis palabras y se ríe—. Isabella, tú me gustas.

—¿Disculpa?

—Eso, me gustas, me di cuenta de eso esta noche y…

—Y nada, Lorenzo. Eso sería lindo si yo sintiera algo por ti, si tuviera quince años o si estuviera ebria, pero nada de eso ocurre ahora.

—Pero…

—Lo siento, Lorenzo, yo estoy con alguien más, que por cierto —se pone de pie y camina a la puerta—. Estuvo conmigo mis seis cumpleaños, en mi graduación, mi titulación y en cada momento importante para mí. Y pretendo que siga siendo así hasta el día que me muera, porque no descarto la posibilidad de que William me pida ser su esposa y le diré que sí con todo el gusto del mundo.

Se mete a la casa, dejándome un terrible dolor en el alma, al menos es feliz, pero lo más importante, fue directa. Sé que está enojada porque la dejé, pero eso no quiere decir que no vaya a luchar.

Me meto dentro y todos están hablando animados, Isabella le da un beso a William mientras él le da palomitas en la boca, empuño las manos en mis bolsillos, pero decido aguantarme las ganas de estamparle un golpe en la cara, porque esto se trata de despedir a mi hermano, no de arruinar el festejo por celos.

«¿Celos?», me pregunto internamente… y ahora soy consciente que jamás en la vida los sentí, ni por Mariela, ninguna de las chicas con las que salía… ni siquiera por Melike.

«Me lleva la que me trajo, pero me toca aguantar».

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