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Capítulo 18: Un treintón inocente

—Esta condenada chiquilla… ¡¡Es que ni siquiera a se le puede llamar vestido a ese trozo de tela que trae!!

Isabella va con un vestido negro, brillando por las lentejuelas, es de tirantes con escote V bastante pronunciado, por la espalda no hay nada de tela hasta la consciencia y hacia abajo… es que me imagino va con bragas o le verán hasta el alma si se mueve de más.

¿Cómo es posible que se novio suyo no sea capaz de decirle que no vaya así?

¿Acaso nadie le dijo que en Chile no son tan avanzados como en Europa?

¡¿Es que ese vestido no es para ningún país?!

Siento que me dará un infarto del coraje, pero también es cierto que no tengo idea cuál de mis corazones terminará afectado, porque mi pantalón está bastante apretado, algo que no me pasaba desde hace mucho. El sólo imaginar las nalgadas que le daría si fuera mi mujer… me pica todo.

Respiro profundo, trato de calmarme y sigo con lo mío, que es vigilarla. Los veo instalarse en una mesa, se ven bastante cercanos, se ríen y se beben lo que el chico les lleva.

Luego, los veo ponerse de pie y comenzar a bailar, me vuelvo a espantar porque los movimientos de Isabella son para morirse desmayado. Si ese mismo baile se lo hace al inglesito idiota en privado, el tipo debe volverse loco de una vez.

Me pongo de pie y comienzo a caminar de un lado para otro, miro la escena de ellos bailando, riendo y disfrutando, mientras yo aquí muriéndome de algo que en verdad no sé definir qué es, porque jamás lo había sentido.

Cuando se me termina la bebida, pido otra más. Cuando el chico llega, antes de retirarse me pregunta de nuevo por el paquete VIP y le digo que sí. Me quedo distraído mirando cómo ella baila, con el mojito entre mis manos y suspiro sin poder manejar las emociones que estoy sintiendo.

Escucho que se abre la puerta y no me molesto en girarme, debe ser el chico que trae mi paquete, bebo un poco más y mientras observo el baile de Isabella, siento que este mojito debería tener muuuucho alcohol. Dejo salir un bufido, unas manos me tocan el hombro y me giro asustado.

—¿Estás cansado, bebé? —me dice una mujer que va con un atuendo bastante descarado y siento que tengo que salir de aquí lo antes posible—. ¡No te espantes! Sólo vengo a relajarte, bebé.

—Yo no pedí esto.

—Soy el «paquete VIP», corazón —sus pestañas se baten con una coquetería que en verdad en otro tiempo me habría encantado.

Ella tira de mí, me sienta en el amplio sofá y comienza a bailar, yo busco la manera de zafarme, pero los movimientos de la mujer no me lo permiten.

—Señorita, disculpe, pero no quiero esto…

—¡Es sólo un baile, corazón! Si quieres algo más, tengo el dato de una chica bastante buena.

—¡En serio no quiero nada de eso! —logro ponerme de pie, la mujer sigue bailando y se acerca a mí.

—Un hombre tímido… libérate, bebé, déjate llevar…

—¡¡No!! —cojo mi chaqueta, abro la puerta y salgo de allí espantado. Respiro con cierta dificultad, hasta que una voz que reconozco me llama.

—¿Lorenzo? —giro la cabeza y veo allí a Isabella, se me seca la boca, porque el pasillo está bastante iluminado, por lo que el vestido se ve mucho mejor en ese cuerpo pálido, con su cabellera rubia recogido en un moño desordenado, el maquillaje que lleva es suave, pero sólo resalta lo hermosa que es.

—Isabella… —escucho la voz de la loca que me llama y camino hacia Isabella, la tomo del brazo y bajamos las escaleras.

—¡Oye, yo quería ir al baño!

—¡Pues abajo también hay!

—¡¡Pero está lleno!! —se suelta y vuelve a subir. Miro a todos lados y me siento como perdido, subo con ella de regreso y veo a la loca salir del privado.

—¡Bebé, no te vayas! —dice levantando la mano, mientras que yo me meto al baño con Isabella y le paso seguro.

Apoyo la frente en la puerta, respiro como si hubiese estado en una maratón, cierro lo ojos para lograr calmarme, hasta que el sonido de unos tacones me regresan a la realidad. Me giro y veo a Isabella de manos cruzadas, pero en ella hay una enorme sonrisa de burla.

—¿Te estás escondiendo de una mujer?

—Sí.

—¿Es en serio?

—¡Sí! ¡¿Acaso no viste a esa loca?!

—¡Claro que la vi! —se lleva las manos a la boca sorprendida y comienza a reírse—. ¡No lo puedo creer! ¡¡Lorenzo Castelli huyéndole a las mujeres!! ¿Acaso ahora eres… ya sabes, gay?

—¡¿Queeeeé?! ¡Por supuesto que no! Hace media hora una mujer me provocó todo lo contrario que esa mujer allí dentro —le digo desesperado para que me crea.

—¿Ah sí? ¿Y quién era?

—Una chica que llegó… con un grupo de amigas —por alguna razón no quiero decirle que fue ella, es como si hubiese perdido todo el toque para conquistar mujeres y no quiero arriesgarme a un taconazo de esos.

—Haré que te creo… ahora quiero que te salgas de aquí.

—¿Por qué? Puedo estar aquí cuanto quiera.

—Puedes quedarte en el antro toooodo lo que quieras, pero en el baño de mujeres no.

—Aaahhh… —y tiene mucha razón—. Te… te espero afuera.

—No es necesario, conozco el camino de regreso.

—Pero pueden acosarte, esa manera de vestirte…

—¡¿Pasa algo con mi manera de vestir?!

—¡Nooo, claro que no! Te ves linda, ya me salgo.

Abro la puerta porque estoy viendo uno de sus tacones en alguna parte de mi cuerpo encajándose de una manera muy dolorosa. Me salgo, cierro la puerta y me quedo allí a un costado. El pasillo está vacío, afortunadamente, trato de pensar en lo mucho que he cambiado y sé que no es necesario que tenga una mujer a mi lado para saber que no quiero ser el mismo de antes.

La puerta del baño se abre, Isabella sale de allí sonriendo, pero se pone seria en cuanto me ve.

—Te dije que no me esperaras.

—No seas así… además, quiero hablar contigo, estás muy rara conmigo y no sé por qué —Isabella abre la boca, pero un hombre la interrumpe.

—Oye, preciosa, ¿cuándo irás a bailar para mí?

—Disculpa, odioso, pero yo no trabajo aquí.

—¿Eres de las que acompañan a la habitación? Porque si es así, quisiera irme contigo ahora —le da una nalgada y antes de que yo le parta la cara, Isabella le toma la mano, se la tuerce y lo empuja contra la pared, haciendo que le sangre la nariz de inmediato—. ¡¿Pero qué te pasa, loca de m****a?!

—Pasa que soy una dama, que se viste como se la da la gana, como nerd o como puta… pero no soy nada de eso. ¡¿Entendiste?! —me mira a mí y yo por instinto levanto las manos para que no me haga nada—. ¡Y tú, mueve tu trasero, me debes un trago!

—¡¿Yo, por qué?!

—¡Porque de no haberme entretenido, me habría ido antes de este piso y no le habría partido la nariz al señor acosador cavernícola!

Me empuja hacia la escalera y bajamos rápidamente. Camina con actitud peligrosa a la barra y pide una cerveza sin alcohol.

—¡Y quiero que la abras aquí! —amenaza al barman y el chico se espanta un poco, le coloco una mano en el hombro, sintiendo el calor y me encanta, pero ella me mira como asesina y la quito de inmediato.

—Lo siento, sólo quería calmarte.

—Lo sé, es que me altera la gente estúpida, ese tipo se pasó de listo y no tengo mucha paciencia para lidiar con personas así. Ya me he topado a muchos, la verdad —el chico le entrega la botella, la abre allí y yo le muestro la tarjeta. Isabella le da un largo trago y luego me mira divertida—. Dejemos de hablar de mi mal genio, quiero saber ¿por qué Lorenzo Castelli les huye a las mujeres?

—Porque estoy alejado de ellas, ya no quiero más tropiezos.

—Miedoso —vuelve a beber y se gira para buscar a su novio—. Bueno, treintón inocente, te dejo. Me voy con mi chico a seguir disfrutando de la noche… no te vayas muy tarde, a tu edad eso de trasnochar no debe ser bueno.

Se va riendo, la veo acercarse a William y se me hace que es de lo más triste. Me ha dicho viejo de una manera tan poco sutil y descarada, que me doy cuenta de que para ella soy muy mayor.

—Aunque siempre ha sido así… —la veo bailar y reírse, suspiro y decido irme a mi habitación—. Pero ahora ella es adulta, bella… y yo ya no le intereso.

Camino a la salida, sin dejar de observarla hasta donde puedo, me acerco para pagar todo, asesino con la mirada al chico por no explicarme qué demonios era eso del paquete VIP antes de entrar y me voy al piso diez, en donde está mi cuarto. Me voy directo a la cama, me quito la ropa, me lanzo allí como si fuera un crío y miro el techo, sin dejar de pensar en esa mujer pequeña, joven, llena de vida y energía… y unos movimientos del terror.

—Tal parece que Fabio le enseñó muy bien…

 Y con ese último pensamiento, me quedo dormido, mientras que en mis sueños no dejo de verla a ella, riendo y gozando de la vida con un hombre que no soy yo.

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