Capítulo 15: Almuerzo familiar

Mi madre me ha llamado para invitarme a un almuerzo familiar, Piero ha llegado con su esposa y sus hijos desde Italia y quiere a todos reunidos.

Eso seguro será un caos, porque no sólo somos los Castelli Cavalcanti, también irán todos los demás. Lo gracioso de todo esto es cómo nos enteramos de los récords de Fabio en cuanto a conquistas, quien se ha dispuesto a vencer a mi tío Luca, Agustín y a mí, pero lo que mi madre le hace cuando comienza con esas cosas… pobre de él.

Con veintitrés años recién cumplidos, mi hermano se ha vuelto en el dolor de cabeza de mis padres de una manera en que yo nunca lo fui.

Mientras manejo para ir a casa de mis padres, me pongo a pensar en qué es lo que será de mi vida cuando ellos no estén, porque como va la cosa me veo como el tío solterón, porque aunque Fabio sea tremendo, es obvio que en algún momento alguien le pondrá atajo a sus andadas y se casará.

—Lo mejor que puedo hacer es comenzar a pensar en una casa para invitarlos a jugar y que tengan dónde hacer sus fiestas.

Me río de mis ocurrencias y sigo el camino al hogar, mi refugio.

Cuando llego mi madre corre hacia mí y a me da todo, ella ya no tiene edad para andar haciendo esas cosas, con sesenta y dos años mi madre debería cuidarse más.

—¡Mamá no corras así! —la regaño.

—No me digas que es por la edad, porque te aseguro que si hacemos una carrera con las chicas, les gano a todas —me un beso en cada mejilla y se ríe—. Tu padre se encarga de mantenerme muy en forma.

—¡¡Mamá!!

—¡Tú eres el mente de alcantarilla! Él es quien me saca a correr, me alimenta bien, mal pensado.

—Sí, como no… —rodea mi cintura con una mano y yo paso mi brazo por su hombro. Me encanta estar así con ella, besar su cabello cada vez más platinado por la edad y que solo la vuelve más hermosa.

Allí está Fabio, ayudando a mi padre con la parrilla y me extraña que esté con una playera de manga larga, porque el día está lindo y el calor del fuego no debe ser para nada cómodo.

—¡Lorenzo! —me dice mi hermano y nos damos un fuerte abrazo. Me acerco a mi padre y también le doy un abrazo, que es más largo porque me encanta sentirlo.

—Hijo, que gusto tenerte aquí.

—No podía perderme la reunión familiar… esto será un caos.

—Y eso que todavía no llegan las chicas —se ríe.

—¿Pía ya se decidió a abrir la guardería? —me burlo y mi madre me mira feo.

—Deja a tu hermana, que tenga los hijos que quiera si después de todo entre ella y Ángello se las arreglan bastante bien.

—Están locos, pero tienes razón, que tengan los hijos que yo no podré —lo digo a modo de burla, pero a mi madre no le agrada nada.

—No me digas esas cosas, yo quiero nietos de todos mis hijos.

—¡Oh no, mamita linda! —dice Fabio—. De mí sí que no esperes que te dé nietos, porque quiero mucho a mis sobrinos, pero no tengo intenciones de dejar de divertirme por cuidar niños, limpiar mocos y cambiar pañales.

—Yo te cambié los pañales —le digo mientras les sirvo un refresco frío—. Y no es tan terrible.

—Para ti no, pero para mí sí que lo es… sólo mira esta facha, ¿crees que me vería galán con un hijo en mis brazos?

—Hasta guapo —me burlo—. Y con esos tatuajes en los brazos, hasta rudo…

—¡¿Qué tatuajes, Fabio Alonzo?! —dice mi madre, Fabio me fulmina con la mirada y yo sólo me carcajeo.

—Ninguno, mamá, Lorenzo está molestando… —pero mi madre le levanta la manga del brazo que sostiene el refresco y luego se lleva las manos a la boca—. ¡No te espantes mamita! —se saca la playera y deja ver el tatuaje que le cubre todo el brazo—. Mira, aquí está tu nombre… y el de las chicas.

—¿Y por qué no están el de nosotros ahí? —azuzo más y sé que Fabio me quiere matar.

—Porque sólo quería a las mujeres de mi vida y no tendré más.

—Fabio Alonzo Castelli Cavalcanti, estás castigado.

—Mamá, tengo veintitrés años, no puedes…

—¡Te quedas sin postre!

—¡¡No es justo!! ¡Hoy hiciste tiramisú!

—¡Pues no te voy a dar y pobre del que se atreva a darte tu porción! Si creen que no tengo autoridad para regañarlos o que no puedo halarles las orejas, están muy equivocados —mi madre se mete a la cocina y yo me río junto con mi padre.

—No sé por qué se molesta tanto, es arte —dice Fabio colocándose la playera de regreso, pero esta vez se sube las mangas hasta el codo.

—Sabes lo que madre piensa sobre el arte, para todos lados, menos en el cuerpo.

—Como sea, a mí me gusta, es mi cuerpo, mi decisión.

—Y tu postre me lo quedaré yo —dice mi padre, Fabio le hace un puchero y nos reímos más. Así nos encuentra Alex, quien al ver el brazo de Fabio se lanza a verlo y le parece bastante bueno.

—Si quieres te doy el dato de dónde me lo hice.

—¡¿Estás loco?! Yo no solo tengo madre, también tengo esposa y suegra, entre las tres me hacen papilla.

—Ponte los pantalones, ¿quién manda en tu casa? —le dice Fabio.

—Obvio que yo… cuando Aurora no está —soltamos la carcajada—, porque cuando ella llega a casa, es la única gran emperatriz —se nos unen Ángello, Agustín, mis tíos Luca y Gabriel, quienes se ponen al tanto de lo que estamos hablando.

—No puede ser, ¿todos los hombres de esta familia están castrados por sus mujeres?

—¡Sí! —responden todos y yo me río.

—No puede ser…

—Tu tía Emily una vez me mandó a dormir al sofá porque no le quise cumplir uno de los antojos que tenía en el embarazo… y se lo negué porque se quejaba a cada rato que estaba gorda.

—A mí Aíne me sacó del cuarto porque le dije que se veía extraña con un vestido ajustado y con ocho meses de embarazo.

—A mí Alissa me odió porque una vez no quise cambiarle el pañal a Rebeca, pero estaba cocinando, ¡no podía ir a cambiarle el pañal!

Así, con cada historia, Fabio se convence más de que se quedará soltero y sin hijos, mientras que yo por dentro daría todo por tener algo como ellos. Al fin llegan Piero y su esposa, los que han llegado con Alex. Al fin la familia completa y eso me llena de una felicidad tremenda.

Nos vamos repartiendo las tareas, algunos se encargan de preparar el pollo, mi padre y Fabio son los parrilleros oficiales, mientras que los demás nos encargamos de ensaladas y la carne, ¿y las mujeres?

Mi madre las reunió a todas en frente de la piscina, están hablando de sus logros y vigilando a los niños, motivo suficiente para que ninguno de nosotros se queje de tener que preparar la comida. Para cuando van saliendo las primeras pechugas de pollo, Ángello y Agustín comienzan a cortar pequeños trocitos para darle a los niños primero. Alex se les une en organizar los platos con las ensaladas y sirviendo según los gustos de cada uno.

En menos de cinco minutos todos los niños están con las manos lavadas y sentados en una mesa bajo un enorme toldo para protegerlos del sol, cada madre se encarga de atenderlos, pero los padres también y vaya que la batallan para que coman.

Luego es nuestro turno, nos sentamos en nuestros lugares de siempre y empieza la risotada que es estar todos juntos.

Cuando llegamos al postre, veo que Helen llega con una budinera, mi madre trae otra y Pía la tercera, comienzan a repartir las porciones y, tal como lo advirtió, a Fabio no le sirve. Por supuesto que nos reímos de él, mi madre se sienta con su sonrisa malvada y Helen se retira, pero antes de que llegue a la cocina, Fabio le pregunta.

—¿Cuándo llega Isabella?

—El miércoles… Y delante de tus padres te advierto, nada de andarla acosando, porque viene con su novio inglés y no respondo de mis acciones.

—¡Sólo quería saber!

Y de pronto, una revelación me llega a la mente… pero tendré que comprobarlo el miércoles, cuando la vea.

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