Capítulo 14: Una vieja conocida

Tiempo actual…

Elena, mi asistente, da unos suaves toques en la puerta para llamar mi atención y asiento para que entre.

—La cita de las tres ya está aquí, ¿a dónde la llevo para que la atienda?

—A la sala de siempre, por favor —me pongo de pie, me arreglo el traje y respiro hondo. Sólo espero que no sea una sorpresa desagradable.

Salgo de mi oficina, la que en los tiempos de mi madre era de mi tío Gabriel. Insumos Manterola debía ser dirigida por Ángello, pero luego de hablarlo bien entre nosotros, Cavalcanti Moda necesitaba a los mejores a la cabeza y esos eran Alex, Agustín y Ángello.

Camino a la reunión pensando en quién podrá ser la persona que está esperando a que llegue, cuando abro la puerta me quedo de una pieza un par de segundos, pero recuerdo que soy un hombre maduro, serio y que nada de lo que ocurriera en mi pasado puede afectar ahora la empresa de nuestras familias.

—Buenas tardes —digo con voz ronca y Melike se gira rápidamente, sin creer el verme allí.

—Lo-Lorenzo… —camina hacia mí con una mirada que quiere decirme mucho, pero la ignoro porque Melike es un tropiezo superado en mi vida desde hace mucho.

—Agustín me envió la propuesta de su empresa, señora Yildiz —le digo estrechando su mano brevemente y tomando asiento frente a ella—. Me parece que el servicio es bastante seguro, las garantías que ofrecen son mucho mejores, pero el contrato de un año me parece excesivo…

—Lorenzo, por favor no me trates como si no me conocieras —estira su mano para tomar la mía, pero la aparto y le dedico una mirada fría.

—Puede ser que usted y yo nos hayamos visto en el pasado, pero nunca llegué a conocerla. Además, estamos aquí para asuntos de trabajo y le pido que nos dediquemos a ello, porque mi tiempo es limitado y valioso.

Me arreglo el hermoso traje que mi madre ha diseñado exclusivamente para sus hijos, ella me mira con una sonrisa llena de melancolía que no me produce nada. Asiente, baja la mirada a los papeles y comenzamos a trabajar en la propuesta.

—Creo que es justo lo que pide, señor Castelli, un periodo de prueba de tres meses me parece justo, dado que no tiene antecedentes de nuestras operaciones en Europa y considerando que las condiciones no son las mismas en Chile.

—Perfecto —es todo lo que le digo y me pongo de pie, abotonando mi traje—. Derivaré la propuesta al departamento jurídico, ellos serán los encargados de tener en cuenta cada uno de los puntos que hemos hablado y serán los que se entiendan directamente con ustedes a partir de ahora. Yo sólo firmaré el documento cuando ya esté listo.

—Espera… —me detiene cuando camino a la salida—. Ya que terminamos de hablar de trabajo, ¿crees que podamos reunirnos fuera del horario y hablar?

—Me temo que no, mi tiempo es demasiado valioso y no estoy para recordar los tropiezos de mi vida.

—¿Eso fui para ti? ¿Un tropiezo?

—Por supuesto —le digo sin expresión—. Pero eso no significa que fuera malo, los tropiezos te ayudan a fijar mejor la vista en el camino para no volver a tropezar… adiós.

Salgo de allí, le entrego la carpeta a Elena para que la lleve al departamento jurídico y le pido que nadie me moleste por el resto de la tarde. Me encierro en mi oficina, no porque me afectara verla, sino por el nivel de cinismo con el cuál se quiso presentar.

—Hablar… —digo con una risa sarcástica y me meto en mi trabajo para olvidar el mal rato.

Para las seis mi teléfono me distrae, veo que es Agustín y le contesto, seguro quiere saber cómo me fue.

—Lorenzo, ¿pudiste firmar con…?

—Hicimos algunos cambios, aunque pudiste decirme quien era, para no haber estado solo con ella.

—¿Te incomodó verla otra vez?

—No, pero sí me molestó porque insistió en tratarme como si no hubiese pasado nada y lo nuestro se terminó bien.

—Lo bueno es que luego de esto ya no tendrás que verla más, ni siquiera para firmar, porque ella sólo es la encargada de captar clientes nuevos, pero quien firma es Serkam Yildiz.

—Fabuloso —digo entre dientes y Agustín suspira.

—Luego de esto no tendrás que verlos más, todo será a través de los abogados y los gerentes de distribución.

—Eso espero, porque no quiero volver a verla, me descompone.

—¿Qué te parece si te invito a cenar? Aíne va a preparar pasta.

—No, gracias, por hoy paso… nos vemos el domingo.

Cuelgo, recojo mis cosas y salgo a mi departamento. En el camino me dedico a pedir mi cena, el departamento no tiene mucho y yo no tengo ganas de hacer compras o de prepararme comida. Una de las cosas que me costó hacerle entender a mi madre es que el vivir solo involucra no comer de vez en cuando comida decente, pero en mi caso no es problema porque me ejercito bastante.

Una pizza estará bien, ideal para inspirarme en aquella pintura de una mujer de cabello dorado.

Al principio pensé que pintaría a mi madre, pero cuando llegó el momento de hacer el rostro no era ella la que estaba en mi cabeza. Entro al estacionamiento subterráneo, me aparco en mi lugar y el conserje me llama al teléfono para avisarme que llegó la pizza.

Paso por su puesto, me entrega la correspondencia y la pizza, me voy al ascensor, en donde me alcanza la única vecina que tengo en mi piso.

—Hola, vecino, ¿cenarás solo?

—Sí —soy un galán, lo sé, con mi cara de piedra y mi tono seco conquisto a la mitad de las mujeres… a la otra mitad sólo con mi apariencia.

—¿No quieres compañía? —me pregunta con actitud coqueta y me molesto más.

—No.

—¿Alguna vez me aceptarás una invitación?

—No.

Hace un puchero infantil, deja salir una risita y cuando las puertas se abren la dejo salir primero porque si lo hago yo me mirará como si fuera un filete, ya la he descubierto en esas andadas. Se para en su puerta, mi mira de pies a cabeza y yo sólo ruedo los ojos en un claro gesto de exasperación ante su actitud.

Dejo la pizza sobre la barra, reviso la correspondencia y veo que es lo mismo de siempre. Me voy al cuarto quitándome la corbata en el camino, me quito la ropa y me pongo la que suelo usar para pintar: un pantalón de algodón y una camiseta, ni ropa interior ni calcetines, lo más cómodo posible.

Saco un trozo de pizza que devoro en menos de un minuto porque muero de hambre y luego saco dos más para irme a mi taller, tomo una lata de jugo de la nevera y me voy a mi mundo.

Y como siempre, me quedo sentado allí frente a la pintura sin rostro. Suspiro, muerdo mi pizza y comienzo a pensar en la persona que debería ir allí.

En mis bocetos intenté poner a mis hermanas, a mis sobrinas, mi madre… intenté inventar un rostro, pero nada.

Cuando termino de comer, me giro a la otra pintura que tengo en proceso. Esta es mucho más fácil, porque es la casa de la playa, mi madre me ha pedido que la haga para regalársela a mi tío Agustín. Pienso que ella pudo hacerla o pedírsela a mi padre, pero creo que lo hizo más que nada para que yo no deje de pintar por mi nuevo trabajo.

Puede ser que piensen que no soy feliz, que no cumplí mis sueños, pero sí lo hice. Es sólo que maduré y me di cuenta que me necesitaban como presidente de Insumos Manterola, lo cual no me molesta para nada, porque me encanta.

Cerca de las once de la noche decido que es suficiente por hoy, me bebo un vaso de agua, me doy una ducha rápida, me seco y me tiro así a la cama, otra ventaja de vivir solo.

Miro el techo pensando en las cosas del día, recuerdo la cara de Melike y puedo darme cuenta de que no es feliz. Y yo sé por qué…

El karma es una perra, todo lo que haces se te regresa y ella hizo mucho en su vida, tal como yo.

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