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Capítulo 2: El encuentro con Nicolás

El día que finalmente conocería a Nicolás Rivas estaba marcado en el calendario como una fecha inevitable. Valeria había intentado evadir el pensamiento durante días, sumergida en sus rutinas diarias, como si el encuentro no fuera a ocurrir nunca. Pero allí estaba, con el corazón latiendo de forma errática en su pecho, mientras su madre la preparaba para lo que consideraba un "momento importante".

—Recuerda, querida, mantén la calma. Nicolás es un joven muy educado. Seguro que todo saldrá bien —dijo su madre, mientras le ajustaba el cabello frente al espejo con una sonrisa que, para Valeria, no alcanzaba a ocultar la tensión que le recorría el cuerpo.

Valeria no dijo nada, pero su mente estaba llena de preguntas. ¿Cómo sería Nicolás? ¿Sería él tan indiferente a su destino como lo era ella misma? ¿Habría alguna posibilidad de encontrar algo en común, aunque solo fuera respeto? Y, lo más importante, ¿cómo podría seguir adelante con una vida que no había elegido?

Cuando su madre la guio hacia el salón, Valeria sintió que sus piernas temblaban. Allí, de pie junto a su padre, estaba Nicolás. Un hombre de estatura media, con el cabello oscuro y bien cuidado, que parecía tan formal y distante como la situación misma. Su rostro era serio, casi impenetrable, y sus ojos se posaron en Valeria con una mezcla de cortesía y algo que ella no pudo descifrar.

—Valeria, te presento a Nicolás —dijo su madre con una sonrisa forzada, como si todo fuera parte de una obra teatral que ya no podía detenerse.

Nicolás inclinó ligeramente la cabeza en señal de saludo. No era una sonrisa, ni una expresión cálida, simplemente un gesto educado pero distante.

—Encantado de conocerte, Valeria —dijo con voz firme, pero sin la calidez que uno esperaría de un encuentro tan significativo.

Valeria asintió, incapaz de articular una respuesta coherente. ¿Qué se suponía que debía decir? Estaba frente al hombre con el que se casaría, pero no sentía ninguna conexión, ni el más mínimo destello de familiaridad. Era como si él fuera un completo desconocido, alguien al que nunca había visto antes en su vida, pero que de alguna manera se estaba imponiendo como una pieza esencial en su futuro.

—El placer es mío —respondió, al fin, con una voz más apagada de lo que hubiera querido. No podía evitar sentir cómo la incomodidad llenaba el aire.

Ambos se quedaron en silencio durante unos segundos, sin saber muy bien qué hacer o decir. Los padres de Valeria observaban la escena con una satisfacción que Valeria no compartía. Era como si todo estuviera predestinado a seguir un guion que no ella había escrito.

La conversación comenzó de forma mecánica. Su madre mencionó el tiempo que había pasado desde que los dos familiares se conocían, cómo sus padres habían hablado sobre los arreglos, y cómo todos los detalles ya estaban establecidos. Valeria escuchaba, pero su mente estaba en otro lugar. Nicolás estaba allí, pero no estaba realmente allí. La distancia que sentía entre ellos era casi tangible.

Entonces, sin previo aviso, Nicolás habló de nuevo.

—He oído mucho sobre ti, Valeria. Tu familia siempre habla de ti con gran admiración —dijo, mientras miraba a Valeria con una seriedad que no le dejaba espacio para ningún tipo de cercanía.

Valeria lo miró por un momento, intentando procesar sus palabras. ¿Admiración? ¿De verdad? No podía ser. Hasta ese momento, ella había sido solo un nombre, una promesa, algo sobre lo que se hablaba en reuniones formales, pero nunca alguien a quien Nicolás conociera realmente.

—Gracias —respondió, su tono corto y distante, como un reflejo de su propio desconcierto.

Un silencio incómodo se instaló de nuevo entre ellos. La conversación pasó a temas más superficiales, como los viajes familiares y los intereses comunes, pero cada palabra parecía artificial, forzada, como si intentaran llenar un vacío que ni siquiera ellos entendían.

Valeria intentó concentrarse en las palabras de Nicolás, pero algo en su tono la desconcertaba. Era tan correcto, tan educado, pero no había ni una chispa de verdadera emoción en su voz. No había calor en su presencia, ni rastro de una sonrisa genuina que aliviara la atmósfera tensa que los rodeaba. Era como si estuvieran dos extraños haciendo un esfuerzo por adaptarse a una situación inevitable, una situación que ninguno de los dos había elegido.

Nicolás pareció darse cuenta de la rigidez que llenaba el espacio. Sus ojos se encontraron brevemente con los de Valeria, y, por un segundo, ella vio algo que no había notado antes: un atisbo de inseguridad. Fue un destello fugaz, tan rápido que Valeria dudó si lo había imaginado. Pero en ese momento, algo cambió. Aunque la distancia seguía siendo inquebrantable, ambos parecían conscientes de lo que estaba sucediendo. Estaban atrapados en la misma trampa, sujetos a un destino que no habían escogido.

—Creo que deberíamos tomar un poco de aire —dijo Nicolás, rompiendo el silencio. Valeria lo miró, sorprendida por su propuesta. ¿Estaba sugiriendo un respiro entre tanta formalidad? Pero entonces recordó: no había espacio para la espontaneidad en esta vida que le habían diseñado. Sin embargo, no pudo evitar sentir una pequeña chispa de alivio, aunque solo fuera por unos momentos.

—Sí, claro —respondió Valeria, levantándose lentamente de la silla. Al hacerlo, observó que Nicolás también se levantaba, igual de incómodo que ella.

Ambos salieron al jardín, donde el aire fresco les envolvió. Sin decir una palabra, caminaron por el sendero de piedra, con las manos entrelazadas con una falsa cordialidad. El silencio los rodeaba una vez más, pero en ese momento, era el único refugio que podían permitirse.

—Es un alivio salir de ahí —dijo Valeria, respirando profundamente el aire fresco.

—Sí —respondió Nicolás, regalándole una pequeña sonrisa que desapareció en segundos.

En ese instante, Valeria comprendió que ese matrimonio, por más que lo intentaran disfrazar de un acuerdo amable, estaba construido sobre una base de incertidumbre. No se conocían, no sabían nada el uno del otro, pero la obligación y la tradición los obligaban a estar allí, juntos, aunque fuera solo por el momento.

Ambos se quedaron en silencio un momento, mirándose a los ojos.

—Será mejor que volvamos —dijo Nicolás.

—Tienes razón —respondió Valeria—. Pero me alegro de haber escapado un poco de la realidad.

Era el comienzo de una historia que ninguno de los dos había elegido, pero que, de alguna manera, los marcaría para siempre.

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