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Capitulo 4: Cena familiar

El gran salón de la casa de los Martínez estaba elegantemente decorado, con luces tenues que iluminaban las mesas de madera oscura. El aroma de los platos finos se mezclaba con el murmullo bajo de las conversaciones que se desarrollaban por todo el lugar. Valeria sentía como si cada respiración la atrapara en una red invisible de expectativas y deberes. La cena que uniera a las dos familias no era solo un evento social, sino una manifestación palpable de la imposición que ella había estado evitando.

Nicolás, su futuro esposo, estaba sentado a su lado, con su postura perfecta y su mirada fija en la mesa. Aunque apenas intercambiaban palabras, sabía que el silencio entre ellos era más ensordecedor que cualquier conversación. La presión sobre sus hombros, sobre ambos, era tan grande que sentía que cada gesto, cada mirada, tenía que ser calculada. Los roles sociales estaban trazados de antemano, y ella debía cumplir con su papel, no solo como esposa futura, sino como hija de una familia que vivía bajo la mirada atenta de toda la sociedad.

Las familias de Valeria y Nicolás se encontraban frente a ella, de pie, saludándose con cordialidad, como si nada estuviera fuera de lugar. El padre de Valeria, un hombre corpulento de carácter severo, y la madre de Nicolás, una mujer imponente y elegante, intercambiaban comentarios sobre los negocios de la región. No había lugar para la duda ni para la informalidad. Todo estaba perfectamente planificado.

Valeria jugaba con el borde de su servilleta, buscando un respiro en medio de tanta formalidad. Su madre, sentada a su lado, la observaba con atención, como si pudiera leer cada pensamiento en su mente. Sabía que las expectativas sobre ella eran claras: ser la mujer perfecta, la esposa que aportara estabilidad y que cumpliera con el legado de la familia.

—Valeria, querida, ¿has probado el vino? —preguntó su madre con una sonrisa perfecta, aunque sus ojos mostraban algo más: vigilancia. Sabía lo que su hija pensaba, aunque no lo dijera en voz alta.

Valeria levantó la copa con un gesto rígido, apenas tocando el vino, con los labios. La amargura del sabor no se comparaba con la amargura que sentía en su pecho. Alzó la vista hacia Nicolás, esperando que él dijera algo, algo que pudiera romper la monotonía, pero él seguía callado, como si también estuviera atrapado en ese mismo juego de roles que todos los presentes jugaban.

La conversación continuaba fluyendo entre las familias, pero Valeria solo escuchaba fragmentos. Los comentarios sobre los preparativos de la boda, los elogios sobre la herencia de ambos linajes y las preguntas sobre la vida profesional de Nicolás. Cada palabra pareciera ser una prueba, y Valeria temía no estar a la altura. No importaba lo que pensara o sintiera, porque la única opinión válida era la de los demás.

De pronto, su madre dirigió la palabra a Nicolás, su voz suave pero cargada de significado.

—Nicolás, ¿cómo te sientes con la decisión de este compromiso? Sabemos que es un paso importante para ambos.

Valeria se tensó en su asiento, la incomodidad subiendo como un nudo en su garganta. ¿Por qué su madre no dejaba de enfatizar que todo esto era una decisión? Para Valeria no era una elección, era una obligación.

Nicolás sonrió con cortesía, pero su mirada evitó la de Valeria. Hizo un gesto con la mano, una respuesta que parecía pensada y calculada.

—Estoy muy contento de unir nuestras familias, como bien saben. Esto no solo es un paso importante, sino una oportunidad de fortalecer lo que ya tenemos. Estoy seguro de que juntos haremos grandes cosas.

El tono de su voz era firme, pero Valeria notó la falta de emoción en sus palabras. No era amor lo que sentía por ella. Era algo mucho más pragmático: una alianza, una conveniencia. Un contrato disfrazado de compromiso.

El padre de Valeria intervino entonces, su voz profunda y autoritaria, impregnada de esa seguridad que solo dan los años de experiencia y poder.

—Esta unión es un testimonio de la fortaleza de nuestras familias. Lo que ambos representan no solo es el éxito, sino la tradición. Nos aseguramos de que nuestros hijos sigan el camino correcto, Valeria.

Las palabras de su padre fueron como un peso en su pecho. No era un futuro que ella hubiera elegido, sino uno que le habían impuesto desde el principio. No podía escapar de ello, y en ese momento, entendió que los sueños que había tenido de ser algo más que una esposa, de ser alguien fuera del círculo que su familia había trazado para ella, se desvanecían ante la fuerza de la tradición.

De repente, el ambiente se volvió aún más pesado. Todos esperaban que ella dijera algo, algo que demostrara que aceptaba su papel en esa gran obra familiar. Valeria levantó la vista hacia los ojos de Nicolás. En ellos vio una mezcla de resignación y conformidad. ¿Sería él también tan prisionero como ella de este pacto de acero?

Respiró hondo y, aunque el nudo en su garganta no desapareció, dio un pequeño asentimiento. No estaba dispuesta a romper el delicado equilibrio en la mesa. A lo mejor, más adelante, encontraría la forma de ser libre, pero no hoy. Hoy, la cena de unión familiar era un recordatorio claro de que, por ahora, su vida estaba decidida. El amor podía esperar.

—Sí, papá. Estoy feliz de seguir el camino que han trazado para mí.

Sus palabras salieron con una sinceridad que no sentía. Fue un acto de sumisión, una resignación que caló en su alma, pero también fue un acto de supervivencia. Por el momento, tenía que aceptar lo que se le daba. Aunque en lo más profundo de su ser, sabía que este era solo el comienzo de una batalla silenciosa con ella misma.

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