El gran salón de la casa de los Martínez estaba elegantemente decorado, con luces tenues que iluminaban las mesas de madera oscura. El aroma de los platos finos se mezclaba con el murmullo bajo de las conversaciones que se desarrollaban por todo el lugar. Valeria sentía como si cada respiración la atrapara en una red invisible de expectativas y deberes. La cena que uniera a las dos familias no era solo un evento social, sino una manifestación palpable de la imposición que ella había estado evitando.
Nicolás, su futuro esposo, estaba sentado a su lado, con su postura perfecta y su mirada fija en la mesa. Aunque apenas intercambiaban palabras, sabía que el silencio entre ellos era más ensordecedor que cualquier conversación. La presión sobre sus hombros, sobre ambos, era tan grande que sentía que cada gesto, cada mirada, tenía que ser calculada. Los roles sociales estaban trazados de antemano, y ella debía cumplir con su papel, no solo como esposa futura, sino como hija de una familia que vivía bajo la mirada atenta de toda la sociedad. Las familias de Valeria y Nicolás se encontraban frente a ella, de pie, saludándose con cordialidad, como si nada estuviera fuera de lugar. El padre de Valeria, un hombre corpulento de carácter severo, y la madre de Nicolás, una mujer imponente y elegante, intercambiaban comentarios sobre los negocios de la región. No había lugar para la duda ni para la informalidad. Todo estaba perfectamente planificado. Valeria jugaba con el borde de su servilleta, buscando un respiro en medio de tanta formalidad. Su madre, sentada a su lado, la observaba con atención, como si pudiera leer cada pensamiento en su mente. Sabía que las expectativas sobre ella eran claras: ser la mujer perfecta, la esposa que aportara estabilidad y que cumpliera con el legado de la familia. —Valeria, querida, ¿has probado el vino? —preguntó su madre con una sonrisa perfecta, aunque sus ojos mostraban algo más: vigilancia. Sabía lo que su hija pensaba, aunque no lo dijera en voz alta. Valeria levantó la copa con un gesto rígido, apenas tocando el vino, con los labios. La amargura del sabor no se comparaba con la amargura que sentía en su pecho. Alzó la vista hacia Nicolás, esperando que él dijera algo, algo que pudiera romper la monotonía, pero él seguía callado, como si también estuviera atrapado en ese mismo juego de roles que todos los presentes jugaban. La conversación continuaba fluyendo entre las familias, pero Valeria solo escuchaba fragmentos. Los comentarios sobre los preparativos de la boda, los elogios sobre la herencia de ambos linajes y las preguntas sobre la vida profesional de Nicolás. Cada palabra pareciera ser una prueba, y Valeria temía no estar a la altura. No importaba lo que pensara o sintiera, porque la única opinión válida era la de los demás. De pronto, su madre dirigió la palabra a Nicolás, su voz suave pero cargada de significado. —Nicolás, ¿cómo te sientes con la decisión de este compromiso? Sabemos que es un paso importante para ambos. Valeria se tensó en su asiento, la incomodidad subiendo como un nudo en su garganta. ¿Por qué su madre no dejaba de enfatizar que todo esto era una decisión? Para Valeria no era una elección, era una obligación. Nicolás sonrió con cortesía, pero su mirada evitó la de Valeria. Hizo un gesto con la mano, una respuesta que parecía pensada y calculada. —Estoy muy contento de unir nuestras familias, como bien saben. Esto no solo es un paso importante, sino una oportunidad de fortalecer lo que ya tenemos. Estoy seguro de que juntos haremos grandes cosas. El tono de su voz era firme, pero Valeria notó la falta de emoción en sus palabras. No era amor lo que sentía por ella. Era algo mucho más pragmático: una alianza, una conveniencia. Un contrato disfrazado de compromiso. El padre de Valeria intervino entonces, su voz profunda y autoritaria, impregnada de esa seguridad que solo dan los años de experiencia y poder. —Esta unión es un testimonio de la fortaleza de nuestras familias. Lo que ambos representan no solo es el éxito, sino la tradición. Nos aseguramos de que nuestros hijos sigan el camino correcto, Valeria. Las palabras de su padre fueron como un peso en su pecho. No era un futuro que ella hubiera elegido, sino uno que le habían impuesto desde el principio. No podía escapar de ello, y en ese momento, entendió que los sueños que había tenido de ser algo más que una esposa, de ser alguien fuera del círculo que su familia había trazado para ella, se desvanecían ante la fuerza de la tradición. De repente, el ambiente se volvió aún más pesado. Todos esperaban que ella dijera algo, algo que demostrara que aceptaba su papel en esa gran obra familiar. Valeria levantó la vista hacia los ojos de Nicolás. En ellos vio una mezcla de resignación y conformidad. ¿Sería él también tan prisionero como ella de este pacto de acero? Respiró hondo y, aunque el nudo en su garganta no desapareció, dio un pequeño asentimiento. No estaba dispuesta a romper el delicado equilibrio en la mesa. A lo mejor, más adelante, encontraría la forma de ser libre, pero no hoy. Hoy, la cena de unión familiar era un recordatorio claro de que, por ahora, su vida estaba decidida. El amor podía esperar. —Sí, papá. Estoy feliz de seguir el camino que han trazado para mí. Sus palabras salieron con una sinceridad que no sentía. Fue un acto de sumisión, una resignación que caló en su alma, pero también fue un acto de supervivencia. Por el momento, tenía que aceptar lo que se le daba. Aunque en lo más profundo de su ser, sabía que este era solo el comienzo de una batalla silenciosa con ella misma.El sol se estaba poniendo y el aire fresco de la tarde colaba por la ventana abierta, creando un ambiente perfecto para una conversación larga y profunda. Valeria se encontraba sentada en la cama de su amiga Camila, quien había sido su confidente desde que eran niñas. A pesar de los años que habían pasado, la amistad entre ellas seguía tan fuerte como siempre.—Camila, necesito que me escuches —dijo Valeria, mirando al suelo con los ojos llenos de preocupación.Camila, que estaba sentada a su lado, la miró atentamente, percibiendo la tensión en su amiga. Sabía que algo grave la preocupaba. Sus cabellos, normalmente bien cuidados, caían desordenadamente sobre su rostro, reflejando la tormenta interna que la acosaba.—Claro, Valeria. Sabes que siempre estoy aquí para ti. ¿Qué pasa? —preguntó Camila, con un tono suave, pero lleno de interés.Valeria suspiró profundamente, como si estuviera acumulando el valor necesario para compartir algo que llevaba tiempo en su mente.—Tengo miedo, Cam
Valeria, sentada en el asiento de lujo del coche de su familia, miraba por la ventana sin ver realmente lo que pasaba fuera. Su mente estaba ocupada en otra parte, en otro lugar, uno donde no tuviera que tomar la decisión que la aplastaba.La boda estaba a solo unas horas de distancia.La angustia se apoderaba de ella con cada kilómetro que recorría. Sabía lo que le esperaba: una vida de sacrificios, de seguir las reglas que le habían impuesto desde pequeña. Nicolás, el hombre que su familia había elegido para ella, esperaba ansioso en la iglesia. Todos los ojos estaban puestos en ella. La niña obediente que había crecido en un mundo donde el amor no era lo primero, sino la imagen y el estatus.Una parte de Valeria había luchado con todas sus fuerzas para encontrar una salida. Había hablado con Camila, había soñado con escapar, con tomar sus pertenencias y huir lejos, comenzar una nueva vida. Pero cuando llegó el momento, cuando el reloj comenzó a marcar las horas, algo dentro de ella
El sol comenzaba a ponerse sobre la ciudad, tiñendo de naranja las paredes del departamento que ahora compartían. Valeria se encontraba frente al espejo, observando su reflejo. La mujer que veía no era la misma que había sido antes de la boda, antes del matrimonio forzado. Sentía una extraña desconexión con ella misma, como si estuviera viendo a una extraña en lugar de a la persona que solía ser.El sonido de la puerta de entrada la sacó de sus pensamientos. Nicolás había llegado a casa. Valeria se giró rápidamente y vio cómo él se quitaba el abrigo con una actitud tranquila, casi indiferente, como si fuera uno de esos días en los que las cosas marchaban normalmente.—Hola —saludo Nicolás con una sonrisa, su tono cálido pero distante. Valeria, por un momento, sintió una corriente de tristeza al ver esa sonrisa. Era un gesto educado, una cortesía, pero nada más. No había nada detrás de esa sonrisa, ningún vínculo, ningún amor. Solo una fachada.—Hola, Nicolás —respondió ella con un ton
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, creando un patrón de sombras en el suelo de mármol. Valeria estaba sentada en el sofá, mirando por la ventana sin realmente ver nada. Su mente estaba nublada por la confusión, y sus pensamientos se atropellaban entre sí, como un torrente imposible de detener. El sonido de las puertas abriéndose la hizo volver a la realidad, y la figura de su madre apareció en el umbral, con una sonrisa que Valeria no pudo descifrar. —Valeria, querida, siéntate un momento. Hay algo que necesitamos hablar contigo —dijo su madre, con una suavidad en la voz que rara vez utilizaba. La última vez que le había hablado de esa manera había sido cuando Valeria era pequeña, antes de que la vida se volviera un torbellino de expectativas y normas inquebrantables. Valeria levantó una ceja, sorprendida por el tono de su madre. Algo no estaba bien, pero no sabía qué era. Se levantó lentamente del sofá, caminó hacia la mesa del comedor, donde su ma
El día que finalmente conocería a Nicolás Rivas estaba marcado en el calendario como una fecha inevitable. Valeria había intentado evadir el pensamiento durante días, sumergida en sus rutinas diarias, como si el encuentro no fuera a ocurrir nunca. Pero allí estaba, con el corazón latiendo de forma errática en su pecho, mientras su madre la preparaba para lo que consideraba un "momento importante".—Recuerda, querida, mantén la calma. Nicolás es un joven muy educado. Seguro que todo saldrá bien —dijo su madre, mientras le ajustaba el cabello frente al espejo con una sonrisa que, para Valeria, no alcanzaba a ocultar la tensión que le recorría el cuerpo.Valeria no dijo nada, pero su mente estaba llena de preguntas. ¿Cómo sería Nicolás? ¿Sería él tan indiferente a su destino como lo era ella misma? ¿Habría alguna posibilidad de encontrar algo en común, aunque solo fuera respeto? Y, lo más importante, ¿cómo podría seguir adelante con una vida que no había elegido?Cuando su madre la guio
El aire estaba pesado esa tarde en la casa familiar. La luz del sol entraba suavemente por las cortinas del salón, tiñendo las paredes de un dorado cálido, como si el mismo ambiente intentara consolar a Valeria. Pero ella no podía sentir consuelo alguno. Se encontraba en el centro de la habitación, mirando con fijeza el retrato de sus padres colgado en la pared, como si las sonrisas congeladas de aquellos rostros pudieran darle las respuestas que tanto deseaba encontrar.El nudo en la garganta se apretó con fuerza, como si una mano invisible estrangulara sus cuerdas vocales. Sus ojos, antes chispeantes y llenos de vida, ahora se encontraban opacos, inundados por una tristeza profunda y un vacío helado que se extendía hasta lo más profundo de su ser.La noticia resonó en sus oídos como un eco lejano, distorsionado y cruel. Cada palabra, cada sílaba pronunciada por su madre, golpeaba como un martillo en su corazón, resquebrajándolo en mil pedazos. La sonrisa que antes adornaba su rostro