Capitulo 3

El aire estaba pesado esa tarde en la casa familiar. La luz del sol entraba suavemente por las cortinas del salón, tiñendo las paredes de un dorado cálido, como si el mismo ambiente intentara consolar a Valeria. Pero ella no podía sentir consuelo alguno. Se encontraba en el centro de la habitación, mirando con fijeza el retrato de sus padres colgado en la pared, como si las sonrisas congeladas de aquellos rostros pudieran darle las respuestas que tanto deseaba encontrar.

El nudo en la garganta se apretó con fuerza, como si una mano invisible estrangulara sus cuerdas vocales. Sus ojos, antes chispeantes y llenos de vida, ahora se encontraban opacos, inundados por una tristeza profunda y un vacío helado que se extendía hasta lo más profundo de su ser.

La noticia resonó en sus oídos como un eco lejano, distorsionado y cruel. Cada palabra, cada sílaba pronunciada por su madre, golpeaba como un martillo en su corazón, resquebrajándolo en mil pedazos. La sonrisa que antes adornaba su rostro se desvaneció, dejando tras de sí una mueca de amargura y resignación.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, desde la punta de los pies hasta el último cabello. La sangre se heló en sus venas, y una sensación de entumecimiento se apoderó de sus extremidades. Sus manos estaban frías y rígidas, aferradas a la tela de sus pantalones, como si buscaran un asidero en medio de la tormenta que se desataba en su interior.

Suspiró profundamente, tratando de llenar sus pulmones con aire fresco, pero la opresión en su pecho se lo impedía. Cada bocanada de aire era un esfuerzo doloroso, como si sus pulmones se negaran a seguir funcionando. Una lágrima solitaria escapó de sus ojos, deslizándose lentamente por su mejilla, un testimonio silencioso de su dolor y desesperación.

Cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear la realidad que la rodeaba. Deseaba con todas sus fuerzas que todo fuera un sueño, una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento. Pero la voz de su madre seguía resonando en su cabeza, recordándole que esto era real, que su destino estaba sellado.

Abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada de su madre. Sus ojos, antes llenos de cariño y comprensión, ahora reflejaban una mezcla de emoción y determinación. Ella no entendía su dolor, no comprendía que ese matrimonio no era un cuento de hadas, sino una jaula dorada que la encerraría para siempre.

En ese momento, supo que estaba sola. Que nadie la entendería, que nadie la ayudaría a escapar de este destino cruel. Pero en lo más profundo de su corazón, una chispa de rebeldía se encendió, aunque no lo suficiente para ser capaz de negarse.

—¿Es necesario un matrimonio tan rápido? —indagó Valeria buscando una solución a ese matrimonio obligado.

—Valeria, ya lo hemos hablado, no sigas dando vueltas. Tu futuro está asegurado si aceptas este compromiso —dijo su madre, su voz calmada, casi tan imponente como su presencia.

Valeria apretó los puños. ¿Cómo podía su madre hablar con tanta tranquilidad sobre un futuro que la aterraba? ¿Cómo podía sonreírle a la idea de casarla con alguien que apenas conocía? El hecho de que su madre hubiera llegado a este punto la llenaba de furia, pero sobre todo, de tristeza. Sabía lo que significaba: la obediencia, la tradición, el rol que debía cumplir. Su madre, tan distante, pero tan firme, no entendía que Valeria no deseaba ser como ella, no quería vivir para complacer a otros.

—Pero yo no quiero casarme con él, mamá. No lo conozco, ¿no tengo derecho a decidir nada sobre mi vida?

La voz de Valeria tembló al pronunciar esas palabras, no tanto por miedo, sino por la rabia contenida. Había sido criada en un hogar donde las decisiones se tomaban en conjunto, pero en la mayoría de los casos, esas decisiones solo implicaban los deseos y expectativas de su familia. En este caso, era el deseo de su madre de ver a su hija unida a un hombre que ella misma había elegido. Alguien que representaba un futuro seguro, y esa seguridad era todo lo que su madre parecía valorar.

Su madre la miró por un momento, su rostro sereno, pero con un brillo de decepción en los ojos.

—Lo sé, hija. No es fácil. Pero es lo que tenemos que hacer. Las familias como la nuestra deben mantener el honor, y tú… tú eres la pieza que ayuda a eso. El matrimonio es una puerta, Valeria. Te llevará a un futuro mejor. No te hagas más preguntas.

Valeria sintió que el aire se le escapaba del pecho. Sentía la presión de la historia, de su familia, de las generaciones que habían sacrificado sueños por cumplir con las expectativas impuestas por la sociedad. Siempre había admirado a su madre, pero ahora, esa admiración se había transformado en resentimiento.

—¿Y qué hay de mis sueños, mamá? ¿De mi vida? No soy una pieza para colocar en un tablero de ajedrez, no soy un “instrumento” que pueda ser intercambiado.

Las palabras quedaron flotando en el aire, pero su madre no respondió de inmediato. En cambio, se acercó lentamente, con la calma que solo las madres parecen tener, y la abrazó con suavidad.

—Te entiendo más de lo que imaginas, Valeria. Yo también fui joven. Y también luché. Pero al final, lo que parece ser una imposición, con el tiempo, puede convertirse en algo que nos da fuerza. El amor, el respeto, la familia... todo eso se construye con el tiempo. No siempre es la elección que queremos, pero a veces, es lo que necesitamos para avanzar.

Valeria cerró los ojos, resistiéndose a la sensación de impotencia que comenzaba a inundar su ser. Se apartó un poco del abrazo, mirando a su madre a los ojos, buscando algo en ella que le diera al menos un atisbo de consuelo.

—¿Y si no puedo hacerlo, mamá? ¿Qué pasa si no soy capaz de aceptar todo esto?

Su madre respiró hondo, como si estuviera sopesando sus propias palabras. Al final, la respuesta fue sencilla, pero llena de peso.

—Entonces, hija, la vida será más difícil, y el camino, más largo. Pero lo recorrerás. Porque no tienes otra opción.

Valeria se quedó en silencio. No sabía si estaba más molesta o resignada. Lo que su madre había dicho la atormentaba, pero al mismo tiempo, comenzaba a comprender que, de alguna manera, tenía razón. La sociedad esperaba ciertas cosas de ella, y si no las cumplía, las consecuencias serían implacables. No había espacio para la rebelión sin precio. Tenía que adaptarse, aunque fuera solo por un tiempo.

Con un suspiro, se dirigió hacia la ventana. La tarde caía lentamente, y el sonido del viento moviendo las hojas del árbol en el jardín parecía susurrarle. ¿Qué tan lejos podría llegar luchando contra todo esto? La pregunta persistía, pero algo dentro de ella comenzaba a aceptar que, quizás, solo quizás, la aceptación no significaba rendirse. Tal vez, en algún lugar en el fondo, podría encontrar una forma de ser libre, incluso dentro de las paredes que su familia había levantado para ella.

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