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Manuel levantó un poco la cabeza del muchacho y le golpeó suavemente en las mejillas. Poco a poco, el chico recuperó el color y abrió los ojos, confundido. Parpadeó un par de veces y miró a Manuel como si no entendiera nada de lo que había sucedido. Sus ojos eran brillantes y oscuros, reflejaban inteligencia y Manuel se sintió asustado.

—¿Estás bien? —le preguntó Manuel. Le tendió una mano y le ayudó a ponerse en pie. El muchacho se dejó ayudar porque aún se tambaleaba mareado. Se llevó una mano a la mejilla, tocando el pómulo en el que Yuma le había golpeado y que ya comenzaba a hincharse. Miró a todos lados en busca de algo que Manuel sabía, pero que no estaba dispuesto a reconocer.

—¿Qué fue eso?— preguntó aturdido.

Manuel se preguntaba cuánto recordaría el muchac

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