Yuma corría por el bosque abstraído en sus pensamientos. A veces tanto, que hasta se le olvidaba que Isaí estaba ahí, en algún lugar tras él.
Su cabeza era un hervidero de preguntas, pero había una que le asustaba sobremanera ¿Qué iban a hacer ahora Cala y él? ¿Quedarse en la antigua guarida? ¿Pasar allí al menos el invierno y luego irse a otro lugar y comenzar una nueva vida? ¿Irse ya arriesgándose a congelarse o morir de hambre?
Los Kilómetros se sucedían y cada vez estaba más cerca de la guarida ¿Hasta dónde tendría orden de seguirle Isaí? ¿Tendría que ver a la humana con sus propios ojos o el hecho de que él volviera a su antigua guarida sería una prueba lo suficientemente incriminatoria para el Consejo?
Yuma llegó hasta la entrada de la guarida y se detuvo sin aliento. To
—¡Yuma! —exclamó Manuel, justo antes de ver al muchacho atado a la silla. Resopló y se llevó las manos a la cabeza. Seguramente ni Cala ni Yuma sabían el lío en el que podía meterse él si alguien se enteraba de que tenía a aquel muchacho retenido en la cabaña— ¡Mierda! —gritó, mirando al muchacho.—Desáteme —ordenó Pablo. Estaba rojo como un tomate y las venas se le marcaban en el cuello debido a la rabia y vergüenza que estaba pasando.Se había mantenido calmado mientras Manuel no estaba allí, pero al ver al guardabosques se envalentonaba y mostraba su indignación. Aún así, sus ojos se dirigían con cautela y curiosidad hacia Yuma.—Te dije que no nos molestaras más —gritó Manuel, fuera de sí.El muchacho, aun en aquellas circunstancias, le mir&oa
Pablo la dejó hablar sin interrumpirla ni una sola vez. Le contó toda la historia desde el principio. Todo aquello por lo que habían pasado hasta llegar a aquel punto. Cuando terminó, Cala salió a la entrada de la cabaña y respiró hondo. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Habían recorrido un largo camino hasta llegar a aquel momento. Habían perdido a su familia, a los clanes, la guarida, sus muertos. Habían quedado desenraizados como el árbol que había sido testigo de sus vidas, y, todo para llegar a ese punto, un punto que parecía muerto, sin retorno, sin salida.Yuma salió tras ellas y la abrazó contra él.—No va a pasar nada, estamos juntos, eso es lo importante ¿recuerdas?—¿Qué vamos a hacer?Yuma se encogió de hombros. Estrujaba su cabeza buscando una solución.—Escucha
Manuel estaba muy emocionado, pero no quería desvelar nada de su plan. Decidieron confiar en Pablo y le soltaron. El muchacho se puso en pie y estiró las piernas, después se fue al baño. Manuel aprovechó para hablarles a Cala y a Yuma.—Necesito hacer unas llamadas y tengo que acercarme a las oficinas en la ciudad ¿Estaréis bien?Ellos asintieron. Estaban expectantes, confiaban en Manuel, depositaban en él sus esperanzas y este lo sabía.—No creo que me lleve demasiado tiempo, esta misma tarde estaré de vuelta. Tenéis comida en la nevera y hay café hecho —dijo, mirando a Cala—. No perdáis de vista al muchacho, ¿de acuerdo? Si no sabéis hacer funcionar algo y lo necesitáis, seguramente, Pablo os podrá ayudar.Ellos volvieron a asentir. Pablo regresó del baño y vio que Manuel estaba preparándose
Manuel regresó a media tarde cargado de comestibles. El coche rebosaba de bolsas del supermercado. Yuma salió de la cabaña y miró asombrado el maletero desbordado.Pablo se asomó a la puerta e hizo un gesto a Manuel como pidiéndole permiso para salir. Este asintió.—No estoy acostumbrado a tener invitados— dijo sonriendo.Yuma y Pablo le ayudaron a descargar el coche y meter todo en la cabaña.—Bien, habrá que ver cómo nos repartimos para dormir —miró hacia Pablo—, supongo que aún vives con tus padres ¿no?Pablo asintió con la cabeza.—Llámales, invéntate lo que quieras, pero asegúrate de que te creen, necesito que te quedes aquí tres o cuatro días.El chico asintió y Yuma, por fin, le pudo ver usar su teléfono. Se quedaba en casa de un compa&
Tres días después, Manuel avisó a Yuma y a Cala para que a la mañana siguiente fueran temprano por la cabaña. Se despedían cada noche y abandonaban la cabaña tomados de la mano.Manuel y Pablo conversaban un rato después de su marcha. Por lo genera,l Pablo intentaba sonsacarle cuál era su plan en algún momento de la conversación, pero Manuel se mantenía fiel a su secreto.Cuando Yuma y Cala llegaron, él ya estaba esperándolos a la puerta y se subió a su Land Rover sin dar ninguna explicación.Pablo les recibió con café recién hecho.—Alguien se va de viaje y me da que no voy a ser yo —comentó mientras servía el café en tazas —. Esta mañana se ha levantado muy temprano y le he visto cargar el coche.Se sentaron a la mesa y tomaron sus cafés en silencio. Luego P
Yuma contempló el Land Rover. Estaba pasmado ante la puerta que Manuel mantenía abierta ante él. Cómo podía él ni tan siquiera soñar que un día montaría en uno de los automóviles de los humanos. Recordó la cantidad de tardes que se había pasado, antes de encontrar a Cala, observando los autos de los humanos que podía ver, como hormiguitas, desde lo alto de aquella cima, moviéndose a gran velocidad. Cuántas veces se había imaginado viajando en uno de ellos.Entonces le dio por pensar que era a él, y no a Cala, a quien le maravillan todas aquellas cosas de los humanos, aquellas de las que Léndula hablaba.Manuel le empujó suavemente para hacerle entrar, y Cala entró tras él y se sentó a su lado. Le dio la mano y se la apretó con fuerza, pero Yuma apenas se enteró.Cala le protegía, ahora le t
Una mañana, casi dos años después de trasladarse al molino viejo del Tocho, Manuel se despertó al alba, como de costumbre, y al levantarse y tantear sobre la mesilla de noche buscando las gafas que había tenido que comenzar a usar, sus dedos se enredaron en un cordón.Al ver el amuleto de la huella de puma, que un día había pertenecido a Sush, lo apretó en su mano mientras notaba las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. Recordó la noche que él mismo se lo entregó a Kasa "Devuélvemelo sólo cuando confíes en mí", le había dicho.Estaban allí, de una manera u otra se habían apañado para ponerse en contacto entre ellos y ahora Kasa le entregaba el amuleto para que él lo supiera, para que supiera que volvían a estar juntos, no como antes, pero juntos igual.Ya no le necesitaban. Cala y Yuma le visitaban a m
1.Sin duda, la humana era una raza realmente estúpida.No había otra forma de explicar que se llegaran a asesinar entre ellos a causa de aquellos billetes y monedas con los que obtenían objetos, para luego desecharlos sin más en aquellos cubos de basura.El día que la vida de Yuma cambió para siempre, esta era la reflexión que se hacía frente a aquellos contenedores.Se encaramó de un salto en el borde de uno de ellos sin imaginar, siquiera, lo que estaba a punto de encontrar.Ya había anochecido y el vaho salía de su boca como si de una chimenea se tratara.El frío del mes de enero era más intenso en aquel claro al final del bosque, donde comenzaba la carretera que llevaba a la ciudad. Desde allí, Yuma veía las luces encendidas y captaba los sonidos del tráfico con su fino oído felino.Observ&oac