Una mañana, casi dos años después de trasladarse al molino viejo del Tocho, Manuel se despertó al alba, como de costumbre, y al levantarse y tantear sobre la mesilla de noche buscando las gafas que había tenido que comenzar a usar, sus dedos se enredaron en un cordón.
Al ver el amuleto de la huella de puma, que un día había pertenecido a Sush, lo apretó en su mano mientras notaba las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. Recordó la noche que él mismo se lo entregó a Kasa "Devuélvemelo sólo cuando confíes en mí", le había dicho.
Estaban allí, de una manera u otra se habían apañado para ponerse en contacto entre ellos y ahora Kasa le entregaba el amuleto para que él lo supiera, para que supiera que volvían a estar juntos, no como antes, pero juntos igual.
Ya no le necesitaban. Cala y Yuma le visitaban a m
1.Sin duda, la humana era una raza realmente estúpida.No había otra forma de explicar que se llegaran a asesinar entre ellos a causa de aquellos billetes y monedas con los que obtenían objetos, para luego desecharlos sin más en aquellos cubos de basura.El día que la vida de Yuma cambió para siempre, esta era la reflexión que se hacía frente a aquellos contenedores.Se encaramó de un salto en el borde de uno de ellos sin imaginar, siquiera, lo que estaba a punto de encontrar.Ya había anochecido y el vaho salía de su boca como si de una chimenea se tratara.El frío del mes de enero era más intenso en aquel claro al final del bosque, donde comenzaba la carretera que llevaba a la ciudad. Desde allí, Yuma veía las luces encendidas y captaba los sonidos del tráfico con su fino oído felino.Observ&oac
Yuma avanzaba a gran velocidad por el bosque.Quería llegar a la pequeña cavidad en la que escondía los pequeños tesoros de los humanos que encontraba en los contenedores. La cavidad se había formado bajo un árbol al provocarse un pequeño derrumbamiento de tierra que había dejado su raíz al descubierto. Allí escondía Yuma todos los objetos que encontraba mientras rebuscaba en la basura de los humanos. Aquel era su lugar secreto, su altar, la parte que el clan no conocía de él. Tenía allí multitud de chucherías que llamaban su atención, pero que no podía compartir con los de su clan porque no podían descubrir que vagaba hasta los contenedores, ya que aquel era un territorio prohibido para el clan porque era frecuentado por humanos y por tanto altamente peligroso para Yuma o cualquier otro Tupi. Aunque Yuma sabía que su padre, Kasa, a veces
El guardabosques había terminado de cenar y decidió salir a dar una vuelta, porque el aire frío parecía aliviarle el dolor que sentía. Era como si su corazón estuviera inflamado y el frío le devolviese un poco a su tamaño normal, como si lo congelase y así, durante unos minutos, le protegiera contra aquel sentimiento de vacío y tristeza que siempre le acompañaba.Fue él quien solicitó aquel destino apartado y solitario cuando el antiguo guardabosques se iba a jubilar.Quería apartarse de todo y de todos, sabía que se había convertido en un bicho raro para los demás, que le invitaban a estar con ellos sabiendo que no iba a aceptar, porque él no era buena compañía para nadie. No entendía por qué se esforzaban en animarle. Él no quería estar animado, no podía, y si creían que era un desagradec
A la entrada del hogar encontró a Namid, su primo seis años mayor que él, que le esperaba con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Era un chico serio, muy maduro para sus casi doce años, tal vez a causa de la pérdida prematura de sus padres. Namid estaba muy agradecido a sus tíos por todo el cariño y todos sus cuidados. Siempre le habían hecho sentir como a un hijo más, y por lo tanto él y Yuma se habían criado como hermanos, pero ellos sabían muy bien que eran primos.—¿Dónde estabas? Estaba a punto de salir a buscarte. Kasa está muy enfadado...Yuma se detuvo a cierta distancia, pero la boca de Namid ya se había abierto y aspiraba en el aire. Yuma le veía aspirar el frío de la noche y devolverlo en forma de vaho. El pecho ancho de Namid se llenaba en cada bocanada y sus cejas se aproximaron la una a la otra en un gesto de extr
Cuando Manuel despertó, temprano en la mañana, lo primero que hizo fue levantar su almohada y comprobar si el cochecito rojo que había recogido la noche anterior seguía allí. Así era. Le dio unas vueltas en sus manos y, sin darse cuenta, sonrió como hipnotizado por el objeto.Se sentía extrañamente bien, y desayunó como no había hecho en mucho tiempo. Después se lavó y volvió a adentrarse en el bosque, como la noche anterior.Paseó despacio hasta la cueva osera y la bordeó hasta llegar al terraplén formado por el derrumbamiento, que había dejado la raíz del árbol al descubierto. Allí estaban todos aquellos objetos acumulados.Manuel recorrió los alrededores con la vaga esperanza de volver a ver a aquel ser tan extraño: igual que un humano por la espalda, pero con aquel peculiar rostro felino tan hermoso.
Léndula se encomendó en cuerpo y alma al cuidado de la pequeña. Se la veía feliz, su carácter se había suavizado y la amargura había desaparecido de su rostro. Yuma nunca hubiera imaginado que el rostro de su madre pudiera ser tan bonito ahora que sus labios se veían relajados. Hasta sus ojos parecían más grandes y las pequeñas arrugas de su frente habían desaparecido al tiempo que lo había hecho la tensión en su gesto. Se alegraba de haber traído a la pequeña humana al clan sólo por el cambio que había pegado su madre. Se decía a sí mismo que había valido la pena.El resto de tupis también le prestaba mucha atención a la niña. Se convirtió en el centro del grupo familiar, y, a menudo, Min se reía y le decía a Léndula que no quería ni pensar el día que tuviera una nieta
Seis meses después de haber visto a Yuma y al bebé humano, Manuel se plantó delante de la puerta de Román sin avisar.Al llegar al valle de Cosia, se encontró con un pueblo pequeño y agradable, de viejas casas de piedra y con una población cuya edad media oscilaría entre los cincuenta y cinco y los ochenta años. De inmediato Manuel entendió la elección de su antiguo compañero, más aún cuando tuvo que seguir desplazándose otros quince kilómetros por un camino rudimentario, lleno de polvo y piedras, hasta dar con un viejo molino.Al bajarse del coche, el sol del mediodía le dio de pleno en la cara y Manuel se hizo visera con una mano mientras se acercaba al molino. Se veía que Román había encalado la fachada, pintado la madera de las viejas ventanas y retejado a trozos, pero el molino mantenía su estructura original.No
Yuma estaba a punto de dejar su escondite y dar la vuelta a casa, con el corazón encogido por el temor y el sufrimiento de su padre, cuando escuchó de nuevo la voz de Sush.—Kasa, creo que ha llegado el momento de contarte algo que nadie sabe, ni siquiera se lo he contado a tu madre.Yuma volvió a inmovilizarse. Todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se tensaron. Se sintió como un intruso, un traidor, alguien a punto de vivir un momento que no le correspondía y, aun así, se quedó inmóvil y agudizó el oído dispuesto a no perderse ni una sola palabra de aquel secreto.—Recuerdas la muerte de tu hermano y su mujer ¿verdad?¡Los padres de Namid!—Claro —asintió Kasa, sorprendido por la pregunta de su padre.—Todavía hoy me siento culpable —reconoció Sush.—Pero tú no t