A la entrada del hogar encontró a Namid, su primo seis años mayor que él, que le esperaba con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Era un chico serio, muy maduro para sus casi doce años, tal vez a causa de la pérdida prematura de sus padres. Namid estaba muy agradecido a sus tíos por todo el cariño y todos sus cuidados. Siempre le habían hecho sentir como a un hijo más, y por lo tanto él y Yuma se habían criado como hermanos, pero ellos sabían muy bien que eran primos.
—¿Dónde estabas? Estaba a punto de salir a buscarte. Kasa está muy enfadado...
Yuma se detuvo a cierta distancia, pero la boca de Namid ya se había abierto y aspiraba en el aire. Yuma le veía aspirar el frío de la noche y devolverlo en forma de vaho. El pecho ancho de Namid se llenaba en cada bocanada y sus cejas se aproximaron la una a la otra en un gesto de extrañeza.
—Pero ¿qué...? —comenzó Namid. Olisqueaba el aire sin parar y se acercó ansioso a Yuma— ¿Qué llevas ahí? —preguntó poniendo sus manos sobre la toquilla y haciéndola a un lado mientras Yuma le dejaba hacer. Al retirar la mantita, Namid dio marcha atrás horrorizado.
—¡Un bebé humano! ¿Te has vuelto loco?
El grito de Namid pareció aún más fuerte en el silencio de la noche. Yuma se encogió atemorizado y el bebé rompió a llorar. Namid abrió mucho los ojos y volvió a acercarse a Yuma para observar al bebé. Inmediatamente sonrió y surgieron en él unas ganas irrefrenables de consolarle, de hacer callar a aquella criatura. Yuma le acunaba con cuidado y Namid extendió los brazos para que le pasara al bebé, pero antes de que les diera tiempo a nada, Léndula surgió de la oscuridad y les arrebató al niño.
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó a Yuma, mirándole con furia.
La madre de Yuma alejó al bebé un poco de ella y contempló su rostro redondo, con una piel suave y sonrosada, su boca como una pequeña flor roja, con el pequeño callo que se forma sobre el labio superior de los bebés que aún están en la etapa de amamantarse.
Léndula no tenía intención de esperar a que Yuma le contestara, su objetivo era otro y revolvió entre la manta de la criatura hasta llegar al mismo.
—Es una niña —dijo en un tono muy diferente al anterior. Entonces, miró a la niña y se quedó embelesada. Parecía que Yuma y Namid hubieran desaparecido. Recompuso la manta de la pequeña y la acunó con sus ojos fijos en los de la niña, que había dejado de llorar.
Léndula, siempre tan precavida, de pronto pareció olvidar por completo que estaba en mitad del bosque, cerca de la guarida pero al descubierto, y sólo se concentró en aquel pequeño ser.
—La encontré en el bosque —tartamudeó Yuma asustado— no me atrevía a dejarla allí, pensé que moriría...
Léndula pareció volver en sí y le miró con una ternura inusual. Se llevó un dedo a los labios en señal de silencio.
—No tengas miedo, yo lo arreglaré todo. Has hecho bien —susurró.
Se volvió de nuevo hacia la niña, dio la espalda a Yuma y comenzó a tatarear una canción de cuna.
Yuma veía la silueta de su madre, con la cara vuelta hacia abajo sin dejar de contemplar al ser humano. Yuma no recordaba cuándo había sido la última vez que había escuchado salir música de la boca de su madre.
Mientras, Namid había acudido a avisar al resto del clan y ahora Kasa, el padre, Sush, el abuelo, y Min, la abuela, se acercaban a Léndula para ver al bebé. Ella ronroneaba suavemente para la niña. Al sentirlos cerca se volvió y levantó al bebé en sus brazos.
—Es una niña —dijo—, es una señal del destino.
Kasa, que sabía muy bien por dónde iba su mujer, no quiso seguirla el juego. Apretó los dientes y se enfrentó a ella.
—Las señales no existen Léndula. Es una humana.
Léndula apretó a la niña contra su pecho. Sentía un calor que pensaba que jamás volvería a sentir. De pronto se sintió fuerte como un verdadero puma y supo que nadie iba a quitarle a aquella niña. Apartó un poco la manta y le acercó la humana a Kasa:
—Mírala, podría ser Cala.
Kasa cogió a la niña en brazos y la observó con una mueca de dolor. Sí, podría ser Cala. Él apenas tenía ya imagen de la melliza de Yuma. Había nacido demasiado débil y su fragilidad no la había dejado vivir más allá de unos cuantos días. Entonces Léndula había caído enferma de pena y nunca había vuelto a ser la misma. Se recuperó para cuidar de Namid y de Yuma, pero seguía echando de menos a su niña.
Sabía bien lo que Léndula pretendía ahora. Pero debían racionalizar sobre aquella situación. Tomar una decisión basándose en las emociones era algo que podía llevar a la perdición a una raza como la de los Tupi.
—¿Dónde la has encontrado? —le preguntó a Yuma.
Él sintió un escalofrío recorriendo su espalda, mentir a su padre era peor de lo que podía imaginar. Pensaba que tendría miedo de Léndula, de su reacción al verse con un humano en brazos. Sin embargo, ahora comprendía que el verdadero problema estaba en su padre. Su madre estaba dispuesta a pasar todo por alto con tal de quedarse con la niña. No le importaba nada más que eso. No le importaban los detalles, no necesitaba saber nada más.
Su padre, en cambio, podía someterle a un interrogatorio que terminara muy mal para él.
—En el bosque, cerca de la cueva osera, entre unos arbustos. La sentí llorar.
Kasa olisqueó a la niña y luego se la devolvió a Léndula, que la recogió ansiosa entre sus brazos. La abuela Min se aproximó curiosa y acercó sus dedos al bebé. Hacía tiempo que no veía a un bebé y se preguntaba si llegaría a ver otro que no fuera humano antes de morir.
—Si nos la quedamos ¿qué pasará cuando crezca? —preguntó, sin dirigirse a nadie en concreto, como si se estuviera haciendo la pregunta a sí misma.
Léndula miró a la abuela asombrada y dándose cuenta de que tenía en ella a una aliada que no se esperaba.
Kasa sintió el miedo al instante. Min estaba dándole alas a la fantasía de su mujer.
—Nadie ha hablado de quedárnosla —rugió el padre de Yuma— ¿os habéis vuelto locos o qué?
Sush, que había permanecido en silencio, levantó ahora una mano hacia su hijo Kasa haciéndole un gesto para que se tranquilizara. Las cosas estaban pasando muy deprisa y no tenían apenas tiempo para pensar. Él era el Patriarca del clan y veía cómo se estaban enfrentando dos posiciones en el mismo: la de las mujere,s que querían quedarse al bebé y la de Kasa que temía ante aquella decisión.
—Vamos a pensar —suspiró—. Y tú, Léndula, lo primero da de comer a ese bebé o todavía va a morirse de hambre.
Léndula salió apresurada hacia la guarida y todos la siguieron.
La entrada, camuflada entre el follaje, era honda y estrecha, con unas pequeños escalones marcados en la tierra. Después, a unos tres metros bajo el suelo la cavidad se ampliaba y se convertía en una especie de pasillo a cuyos lados se abrían a su vez otras cavidades que hacían la función de las distintas habitaciones de la casa.
El padre y el abuelo del propio Sush se habían encargado de entibar todas las galerías y encalar las paredes terrosas.
Min calentó un poco de la leche de una cabra montesa a la que alimentaban a menudo a cambio de su docilidad y enrolló un trapo limpio que sumergió en el líquido templado. Luego le pasó a Léndula el trapo y todos hicieron un círculo a su alrededor para observar cómo le daba la leche al bebé. Éste abrió con ansiedad la boquita y recibió la leche tibia con alegría. Todos se maravillaron. Léndula sabía que tenía ganada la batalla y sonreía turbada ante aquel regalo inesperado.
—¿Cuánto tiempo tendrá? ¿Cuánto le calculas, abuela?
Min torció la boca en un gesto pensativo.
—Yo diría que, por el tamaño aparenta unos seis o siete meses.
Cuando se vio saciada, la niña dejó de coger el trapo entre sus labios, y con la barriga llena y el calor del cuerpo de Léndula, fue cerrando los ojitos hasta quedarse dormida.
—Déjamela, anda —pidió Min, y Léndula se la pasó a regañadientes. La abuela acercó a la niña a su cara y la olisqueó—, es tan pequeña que apenas desprende olor. Pobre criatura, puede que ya estuviera muerta si Yuma no la hubiera encontrado.
—Ha hecho bien en traerla —repitió la madre.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Léndula y de Yuma al mismo tiempo. Min le devolvió la niña a Léndula, pues comprendía todos los sentimientos que aquella madre estaba sintiendo, ya habría tiempo de disfrutar de aquel precioso bebé, ella ya estaba segura de que se quedaría entre ellos. Luego se volvió hacia su marido. Sush la miró unos momentos en silencio. Los abuelos parecían comunicarse mentalmente y a Yuma siempre le había parecido que, aunque Sush fuera el jefe del clan, era su abuela Min la que le transmitía telepáticamente las instrucciones que debía seguir.
Sush se volvió hacia Yuma. Sus ojillos achicados por la edad se clavaron en la circunferencia casi perfecta de los de su nieto.
—Yuma, ¿estás seguro de que no te vio ningún humano recogiendo a la niña?
—No, creo que no, le hubiese olido —balbuceó. Yuma.
porque no podía seguir manteniéndole la mirada. Rogaba porque no siguieran interrogándole acerca del descubrimiento de la niña.
—Padre, ¿de verdad vamos a quedarnos con la niña? Podrían estar buscándola.
Léndula afiló su lengua y escupió.
—¿Quién? Yuma la ha encontrado sola, tirada en el suelo. La han abandonado, nadie de esa raza maldita la buscará.
—Esa maldita raza es la de la niña —contestó Kasa, impasible.
—Pero ella no lo sabe, no sabe que es humana, crecerá entre nosotros y pensará que es una de los nuestro, una tupi —se arrodilló repentinamente ante Sush y todos pensaron que iba a desmayarse—. Sush, por favor, por mi vida, sabes lo que he sufrido por Cala, deja que se quede, yo la cuidaré, nadie le dirá que es humana y ella nunca lo sabrá ¿verdad, Yuma? —buscó el apoyo de su hijo. Sabía que él la había traído con la esperanza de que el clan se la quedara, sabía que todo el clan estaba deseando quedarse a la niña y sabía que Kasa acabaría aceptando y queriendo a la niña.
—No, nunca la diremos que es humana —dijo Yuma bajando la cabeza.
Léndula se volvió entonces a su marido, avanzó hacia él con la niña en sus brazos.
—Kasa, la necesito, sabes cuánto la deseo. Por favor, dame tu aprobación.
—¿Y qué la diremos cuando crezca? —Kasa se volvió hacia todo el clan— Puede que no quiera estar entre nosotros, puede sufrir mucho.
—Simplemente le diremos que es diferente —insistió Léndula.
—¿Tú qué opinas padre? —preguntó Kasa.
Sush se mantenía un poco alejado. La mano en su barbilla en un gesto pensativo.
—Pienso que tienes razón en una cosa, hijo. La niña, en el futuro podría sufrir mucho —Léndula comenzó a sollozar y Sush la hizo un gesto consolador—, pero también tú tienes razón Léndula, su propia familia la ha abandonado. O eso parece. Tal vez no encuentre nunca entre los suyos el amor que el clan pueda proporcionarla si se queda.
Léndula asentía con la cabeza ante las palabras del abuelo.
—Si no la han abandonado, si solo se ha perdido, volverán a buscarla, aunque dudo que si fuera así no estuvieran rastreando ya todo el bosque. En ese caso podríamos buscar la forma de devolverla sin dejar pistas —el abuelo se volvió hacia Léndula y esta bajó la cabeza con sumisión—. Sería cruel no devolverla con los suyos en un caso así.
Lendula movió la cabeza aceptando las palabras del abuelo.
Todos quedaron en silencio. Cada uno rumiaba para sí sus pensamientos. Yuma pensaba en el lío que había organizado llevando a la niña. Léndula, cabizbaja, planeaba su huida con la niña si no la dejaban quedársela, Kasa jamás lo sabría. Min y Sush se miraban esperando la decisión de su primogénito, Kasa.
—Está bien, es una locura —cedió éste por fin—, pero si mi padre acepta, la niña se quedará entre nosotros. Su nombre será Cala. Nunca nadie le revelará que es humana y ninguno de nosotros volverá a acercarse a la cueva osera, por si se arrepintieran y volvieran a buscarla, pero si sabemos, si nos enteramos de que la están buscando haremos lo posible para devolverla. —lo dijo todo seguido y luego se volvió hacia su padre— ¿Puede ser así?
Sush asintió sin decir palabra.
Léndula rompió a llorar, esta vez aliviada, segura de que nadie de esa maldita raza volvería a buscar a la niña.
Y Yuma pensó en todos sus tesoros, que creía perdidos para siempre junto a la cueva osera ahora que el miedo a ser descubierto era reciente. Y así, de esa forma, fue como Cala entró a formar parte del clan.
Cuando Manuel despertó, temprano en la mañana, lo primero que hizo fue levantar su almohada y comprobar si el cochecito rojo que había recogido la noche anterior seguía allí. Así era. Le dio unas vueltas en sus manos y, sin darse cuenta, sonrió como hipnotizado por el objeto.Se sentía extrañamente bien, y desayunó como no había hecho en mucho tiempo. Después se lavó y volvió a adentrarse en el bosque, como la noche anterior.Paseó despacio hasta la cueva osera y la bordeó hasta llegar al terraplén formado por el derrumbamiento, que había dejado la raíz del árbol al descubierto. Allí estaban todos aquellos objetos acumulados.Manuel recorrió los alrededores con la vaga esperanza de volver a ver a aquel ser tan extraño: igual que un humano por la espalda, pero con aquel peculiar rostro felino tan hermoso.
Léndula se encomendó en cuerpo y alma al cuidado de la pequeña. Se la veía feliz, su carácter se había suavizado y la amargura había desaparecido de su rostro. Yuma nunca hubiera imaginado que el rostro de su madre pudiera ser tan bonito ahora que sus labios se veían relajados. Hasta sus ojos parecían más grandes y las pequeñas arrugas de su frente habían desaparecido al tiempo que lo había hecho la tensión en su gesto. Se alegraba de haber traído a la pequeña humana al clan sólo por el cambio que había pegado su madre. Se decía a sí mismo que había valido la pena.El resto de tupis también le prestaba mucha atención a la niña. Se convirtió en el centro del grupo familiar, y, a menudo, Min se reía y le decía a Léndula que no quería ni pensar el día que tuviera una nieta
Seis meses después de haber visto a Yuma y al bebé humano, Manuel se plantó delante de la puerta de Román sin avisar.Al llegar al valle de Cosia, se encontró con un pueblo pequeño y agradable, de viejas casas de piedra y con una población cuya edad media oscilaría entre los cincuenta y cinco y los ochenta años. De inmediato Manuel entendió la elección de su antiguo compañero, más aún cuando tuvo que seguir desplazándose otros quince kilómetros por un camino rudimentario, lleno de polvo y piedras, hasta dar con un viejo molino.Al bajarse del coche, el sol del mediodía le dio de pleno en la cara y Manuel se hizo visera con una mano mientras se acercaba al molino. Se veía que Román había encalado la fachada, pintado la madera de las viejas ventanas y retejado a trozos, pero el molino mantenía su estructura original.No
Yuma estaba a punto de dejar su escondite y dar la vuelta a casa, con el corazón encogido por el temor y el sufrimiento de su padre, cuando escuchó de nuevo la voz de Sush.—Kasa, creo que ha llegado el momento de contarte algo que nadie sabe, ni siquiera se lo he contado a tu madre.Yuma volvió a inmovilizarse. Todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se tensaron. Se sintió como un intruso, un traidor, alguien a punto de vivir un momento que no le correspondía y, aun así, se quedó inmóvil y agudizó el oído dispuesto a no perderse ni una sola palabra de aquel secreto.—Recuerdas la muerte de tu hermano y su mujer ¿verdad?¡Los padres de Namid!—Claro —asintió Kasa, sorprendido por la pregunta de su padre.—Todavía hoy me siento culpable —reconoció Sush.—Pero tú no t
"¿Qué a qué he venido?" Manuel sabía muy bien a lo que había ido. Necesitaba hablar. Por primera vez en mucho tiempo sentía esa necesidad. Tenía que contarle a alguien lo que había visto.—Vengo por los hombres puma, pero eso tú ya lo sabes — le contestó a Román.—Tienes razón, imaginé que más tarde o más temprano me harías una visita por eso —le dio una calada a su puro y expulsó el humo— .Tú dirás.No era fácil explicar todo lo que sentía. Manuel nunca había sido demasiado expresivo y, ahora, se encerraban en su interior tantos pensamientos que no sabía por dónde empezar. Debía ordenarlos, buscar la forma de darle sentido a la tremenda necesidad que sentía de ponerse en contacto con aquellos seres y, sobre todo, volver a ver al bebé humano.
Los años fueron pasando y cualquier rastro de recelo que hubiese podido haber hacia Cala fue sustituido por puro amor. La niña se adaptó perfectamente al clan causando la delicia de todos y ya nadie ponía en duda que Cala era parte del clan.Desde el principio, la niña tuvo constancia de que era diferente, que no era como ellos. Era clara su torpeza frente a la extrema agilidad del resto, su falta de oído y olfato felino, el vago sonido de su respiración al dormir en vez del leve y dulzón ronroneo de los otros...Poco a poco, también fue dándose cuenta de la diferencia de rasgos físicos que existía entre ellos y comenzó a preguntar. Nunca la negaban que era diferente, pero tampoco la confesaban que era humana. De hecho, la prevenían contra ellos, contra el guardabosques, contra cualquier excursionista con el que se pudiera cruzar. Siempre debía esconderse de ellos.
Después de la discusión en el bosque, Cala volvió a la guarida resoplando como un toro a punto de embestir. Léndula la vio pasar y corrió tras ella, pero Cala se tiró en su cama, gritó que la dejara en paz y después rompió a llorar y se pasó encerrada las siguientes dos horas.Cuando Yuma regresó con unas truchas para cenar, Léndula trató de sacarle lo que había pasado, pero su hijo, tan tozudo como Cala, le aseguró que no pasaba nada y que tenía razón cuando le decía que la mimaba demasiado.Dejó las truchas sobre la mesa de la cocina, donde Léndula ya había encendido fuego, y se dirigió directo al cuarto que compartía con Namid. Le encontró tallando una rama y se la arrebató de las manos con un rápido golpe. Namid le miró sorprendido un momento y reaccionó justo a tiempo de
Namid apenas tenía recuerdos de sus padres, pero si pensaba en ellos, la primera imagen que acudía a su mente siempre, de forma inevitable, era la de su padre llegando a la guarida moribundo y pidiendo que acudieran a buscar su madre, sin saber que ella ya estaba agonizando y tardaría apenas unas horas en morir.Namid apenas tenía cuatro años, Yuma tenía meses y el clan aún no se había recuperado del dolor de la muerte de la melliza.Léndula, que actuaba como una autómata, pareció recuperar la consciencia durante los dos días en que el padre de Namid estuvo agonizando, dispuesta las veinticuatro horas del día a salvarle, hasta que murió, y ella volvió a sumirse en aquel estado de sueño constante.Namid lloraba a menudo y preguntaba por sus padres, pero con el paso del tiempo dejó de hacerlo, aceptó que nunca volverían y aunque sus