"¿Qué a qué he venido?" Manuel sabía muy bien a lo que había ido. Necesitaba hablar. Por primera vez en mucho tiempo sentía esa necesidad. Tenía que contarle a alguien lo que había visto.
—Vengo por los hombres puma, pero eso tú ya lo sabes — le contestó a Román.
—Tienes razón, imaginé que más tarde o más temprano me harías una visita por eso —le dio una calada a su puro y expulsó el humo— .Tú dirás.
No era fácil explicar todo lo que sentía. Manuel nunca había sido demasiado expresivo y, ahora, se encerraban en su interior tantos pensamientos que no sabía por dónde empezar. Debía ordenarlos, buscar la forma de darle sentido a la tremenda necesidad que sentía de ponerse en contacto con aquellos seres y, sobre todo, volver a ver al bebé humano.
Los años fueron pasando y cualquier rastro de recelo que hubiese podido haber hacia Cala fue sustituido por puro amor. La niña se adaptó perfectamente al clan causando la delicia de todos y ya nadie ponía en duda que Cala era parte del clan.Desde el principio, la niña tuvo constancia de que era diferente, que no era como ellos. Era clara su torpeza frente a la extrema agilidad del resto, su falta de oído y olfato felino, el vago sonido de su respiración al dormir en vez del leve y dulzón ronroneo de los otros...Poco a poco, también fue dándose cuenta de la diferencia de rasgos físicos que existía entre ellos y comenzó a preguntar. Nunca la negaban que era diferente, pero tampoco la confesaban que era humana. De hecho, la prevenían contra ellos, contra el guardabosques, contra cualquier excursionista con el que se pudiera cruzar. Siempre debía esconderse de ellos.
Después de la discusión en el bosque, Cala volvió a la guarida resoplando como un toro a punto de embestir. Léndula la vio pasar y corrió tras ella, pero Cala se tiró en su cama, gritó que la dejara en paz y después rompió a llorar y se pasó encerrada las siguientes dos horas.Cuando Yuma regresó con unas truchas para cenar, Léndula trató de sacarle lo que había pasado, pero su hijo, tan tozudo como Cala, le aseguró que no pasaba nada y que tenía razón cuando le decía que la mimaba demasiado.Dejó las truchas sobre la mesa de la cocina, donde Léndula ya había encendido fuego, y se dirigió directo al cuarto que compartía con Namid. Le encontró tallando una rama y se la arrebató de las manos con un rápido golpe. Namid le miró sorprendido un momento y reaccionó justo a tiempo de
Namid apenas tenía recuerdos de sus padres, pero si pensaba en ellos, la primera imagen que acudía a su mente siempre, de forma inevitable, era la de su padre llegando a la guarida moribundo y pidiendo que acudieran a buscar su madre, sin saber que ella ya estaba agonizando y tardaría apenas unas horas en morir.Namid apenas tenía cuatro años, Yuma tenía meses y el clan aún no se había recuperado del dolor de la muerte de la melliza.Léndula, que actuaba como una autómata, pareció recuperar la consciencia durante los dos días en que el padre de Namid estuvo agonizando, dispuesta las veinticuatro horas del día a salvarle, hasta que murió, y ella volvió a sumirse en aquel estado de sueño constante.Namid lloraba a menudo y preguntaba por sus padres, pero con el paso del tiempo dejó de hacerlo, aceptó que nunca volverían y aunque sus
Al abuelo, a Kasa y a Min les llevó un buen rato tranquilizar a Léndula y hacerla entender que Namid no estaba pidiendo permiso, la decisión era suya y ya estaba tomada. Léndula se resistía.—Puede perfectamente esperar un par de años más —repetía sin cesar—. Sólo dos años, que madure un poco y pueda escoger mejor.Namid parecía ajeno a la controversia que había formado con su elección. Estuvo un rato apoyado en la mesa, escuchando cómo cada frase de Léndula era rebatida por alguno de los otros y, cuando se cansó de escuchar las innumerables negativas de ésta, se marchó en silencio a su habitación.Cala, que tampoco acababa de encontrar sentido a la discusión ni creía que ella tuviera nada que aportar a la misma, decidió que lo mejor que podía hacer era retirarse también de nuevo
Al acostarse, después de aquella charla que había mantenido con Namid, Yuma no podía dejar de dar vueltas en su cabeza a la idea de que Cala, un día, también quisiera tener su pareja. Tenía entonces dos sentimientos encontrados, por un lado tristeza ante la idea de que los tupi la rechazarían sin duda y ella se sentiría muy mal, y, de otro lado, sentía una angustia tremenda si pensaba que algún Tupi, por qué no iba a poder ser, la escogiera como pareja y entonces Cala abandonara el clan. La sola idea de estar lejos de Cala hacía que su corazón comenzara a latir acelerado.Sin dudar, y aún sabiendo que su primo ya dormía, se acercó a su lecho y lo zarandeó suavemente hasta despertarlo.—¿Qué pasa? —preguntó Namid, asustado.Yuma le hizo un gesto con el dedo en la boca para que no gritara. Estaban en completa oscur
Once años después de su encuentro con Yuma, Manuel sintió que su vida volvía a tener sentido. Se había pasado once años preguntándose si no estaría buscando a un fantasma, a un ser creado por su imaginación después de que un compañero de trabajo le hubiera contado una historia increíble, o, en el mejor de los casos, se había pasado aquellos once años buscando a un ser que se había ido lo más lejos posible el mismo día que él le había descubierto.Ahora, frente a los dibujos pegados en una de las paredes de la cabaña, y observando el vacío que había dejado el cochecito, sabía que aquel ser existía y no sólo no se había ido, sino que, incluso, había estado mucho más cerca de lo que él habría podido imaginarse nunca.Sintió un escalofrío al pensar que
El resto de la noche, desde que dio la vuelta de la cabaña del guardabosques, se la pasó dando vueltas en la cama mientras imaginaba la cara que pondría Cala cuando viera el cochecito. En cambio, Namid respiraba pesadamente sumido en un sueño profundo que a Yuma le hacía sentir cierta envidia.Apenas comenzó a amanecer, Yuma volvió a escabullirse de su cama y se coló en el dormitorio de Cala. Se agachó a su lado, muy cerca de su rostro y, de nuevo, sintió aquella ternura que las facciones finas y pequeñas de Cala le inspiraban. Tenía el brazo derecho doblado por el codo y su mano, abierta y completamente relajada le rozaba los labios con la punta de alguno de los dedos.Yuma posó su mano sobre la de ella. Le doblaba el tamaño, luego acarició suavemente su nariz respingona haciéndola cosquillas y ella se apartó sin abrir los ojos.—Caaaalaa
Tres días después de que Cala cumpliera once años, Namid abandonó el clan para ir en busca de pareja. Tras su marcha, Cala comenzó a comportarse de una forma extraña, cada vez más alejada de Yuma, y éste llegó a preocuparse. Léndula trataba de tranquilizarle.—Son cosas de mujeres, no le des más vueltas —le decía.Yuma se dio cuenta de que, realmente, Cala ya no era la niña pequeña a la que cargaba en su espalda para recorrer el bosque, de hecho Cala se negaba a subir sobre él y se esforzaba en seguirlo por el bosque con su escasa velocidad y su nulo equilibrio, por lo que no era raro que terminara en el suelo y agotada. Un día, se echó a llorar y comenzó a golpear el suelo con rabia. Yuma se agachó a su lado y la sujetó los brazos, la abrazó contra él y trató de tranquilizarla acunándola com