Manuel regresó a media tarde cargado de comestibles. El coche rebosaba de bolsas del supermercado. Yuma salió de la cabaña y miró asombrado el maletero desbordado.
Pablo se asomó a la puerta e hizo un gesto a Manuel como pidiéndole permiso para salir. Este asintió.
—No estoy acostumbrado a tener invitados— dijo sonriendo.
Yuma y Pablo le ayudaron a descargar el coche y meter todo en la cabaña.
—Bien, habrá que ver cómo nos repartimos para dormir —miró hacia Pablo—, supongo que aún vives con tus padres ¿no?
Pablo asintió con la cabeza.
—Llámales, invéntate lo que quieras, pero asegúrate de que te creen, necesito que te quedes aquí tres o cuatro días.
El chico asintió y Yuma, por fin, le pudo ver usar su teléfono. Se quedaba en casa de un compa&
Tres días después, Manuel avisó a Yuma y a Cala para que a la mañana siguiente fueran temprano por la cabaña. Se despedían cada noche y abandonaban la cabaña tomados de la mano.Manuel y Pablo conversaban un rato después de su marcha. Por lo genera,l Pablo intentaba sonsacarle cuál era su plan en algún momento de la conversación, pero Manuel se mantenía fiel a su secreto.Cuando Yuma y Cala llegaron, él ya estaba esperándolos a la puerta y se subió a su Land Rover sin dar ninguna explicación.Pablo les recibió con café recién hecho.—Alguien se va de viaje y me da que no voy a ser yo —comentó mientras servía el café en tazas —. Esta mañana se ha levantado muy temprano y le he visto cargar el coche.Se sentaron a la mesa y tomaron sus cafés en silencio. Luego P
Yuma contempló el Land Rover. Estaba pasmado ante la puerta que Manuel mantenía abierta ante él. Cómo podía él ni tan siquiera soñar que un día montaría en uno de los automóviles de los humanos. Recordó la cantidad de tardes que se había pasado, antes de encontrar a Cala, observando los autos de los humanos que podía ver, como hormiguitas, desde lo alto de aquella cima, moviéndose a gran velocidad. Cuántas veces se había imaginado viajando en uno de ellos.Entonces le dio por pensar que era a él, y no a Cala, a quien le maravillan todas aquellas cosas de los humanos, aquellas de las que Léndula hablaba.Manuel le empujó suavemente para hacerle entrar, y Cala entró tras él y se sentó a su lado. Le dio la mano y se la apretó con fuerza, pero Yuma apenas se enteró.Cala le protegía, ahora le t
Una mañana, casi dos años después de trasladarse al molino viejo del Tocho, Manuel se despertó al alba, como de costumbre, y al levantarse y tantear sobre la mesilla de noche buscando las gafas que había tenido que comenzar a usar, sus dedos se enredaron en un cordón.Al ver el amuleto de la huella de puma, que un día había pertenecido a Sush, lo apretó en su mano mientras notaba las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. Recordó la noche que él mismo se lo entregó a Kasa "Devuélvemelo sólo cuando confíes en mí", le había dicho.Estaban allí, de una manera u otra se habían apañado para ponerse en contacto entre ellos y ahora Kasa le entregaba el amuleto para que él lo supiera, para que supiera que volvían a estar juntos, no como antes, pero juntos igual.Ya no le necesitaban. Cala y Yuma le visitaban a m
1.Sin duda, la humana era una raza realmente estúpida.No había otra forma de explicar que se llegaran a asesinar entre ellos a causa de aquellos billetes y monedas con los que obtenían objetos, para luego desecharlos sin más en aquellos cubos de basura.El día que la vida de Yuma cambió para siempre, esta era la reflexión que se hacía frente a aquellos contenedores.Se encaramó de un salto en el borde de uno de ellos sin imaginar, siquiera, lo que estaba a punto de encontrar.Ya había anochecido y el vaho salía de su boca como si de una chimenea se tratara.El frío del mes de enero era más intenso en aquel claro al final del bosque, donde comenzaba la carretera que llevaba a la ciudad. Desde allí, Yuma veía las luces encendidas y captaba los sonidos del tráfico con su fino oído felino.Observ&oac
Yuma avanzaba a gran velocidad por el bosque.Quería llegar a la pequeña cavidad en la que escondía los pequeños tesoros de los humanos que encontraba en los contenedores. La cavidad se había formado bajo un árbol al provocarse un pequeño derrumbamiento de tierra que había dejado su raíz al descubierto. Allí escondía Yuma todos los objetos que encontraba mientras rebuscaba en la basura de los humanos. Aquel era su lugar secreto, su altar, la parte que el clan no conocía de él. Tenía allí multitud de chucherías que llamaban su atención, pero que no podía compartir con los de su clan porque no podían descubrir que vagaba hasta los contenedores, ya que aquel era un territorio prohibido para el clan porque era frecuentado por humanos y por tanto altamente peligroso para Yuma o cualquier otro Tupi. Aunque Yuma sabía que su padre, Kasa, a veces
El guardabosques había terminado de cenar y decidió salir a dar una vuelta, porque el aire frío parecía aliviarle el dolor que sentía. Era como si su corazón estuviera inflamado y el frío le devolviese un poco a su tamaño normal, como si lo congelase y así, durante unos minutos, le protegiera contra aquel sentimiento de vacío y tristeza que siempre le acompañaba.Fue él quien solicitó aquel destino apartado y solitario cuando el antiguo guardabosques se iba a jubilar.Quería apartarse de todo y de todos, sabía que se había convertido en un bicho raro para los demás, que le invitaban a estar con ellos sabiendo que no iba a aceptar, porque él no era buena compañía para nadie. No entendía por qué se esforzaban en animarle. Él no quería estar animado, no podía, y si creían que era un desagradec
A la entrada del hogar encontró a Namid, su primo seis años mayor que él, que le esperaba con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Era un chico serio, muy maduro para sus casi doce años, tal vez a causa de la pérdida prematura de sus padres. Namid estaba muy agradecido a sus tíos por todo el cariño y todos sus cuidados. Siempre le habían hecho sentir como a un hijo más, y por lo tanto él y Yuma se habían criado como hermanos, pero ellos sabían muy bien que eran primos.—¿Dónde estabas? Estaba a punto de salir a buscarte. Kasa está muy enfadado...Yuma se detuvo a cierta distancia, pero la boca de Namid ya se había abierto y aspiraba en el aire. Yuma le veía aspirar el frío de la noche y devolverlo en forma de vaho. El pecho ancho de Namid se llenaba en cada bocanada y sus cejas se aproximaron la una a la otra en un gesto de extr
Cuando Manuel despertó, temprano en la mañana, lo primero que hizo fue levantar su almohada y comprobar si el cochecito rojo que había recogido la noche anterior seguía allí. Así era. Le dio unas vueltas en sus manos y, sin darse cuenta, sonrió como hipnotizado por el objeto.Se sentía extrañamente bien, y desayunó como no había hecho en mucho tiempo. Después se lavó y volvió a adentrarse en el bosque, como la noche anterior.Paseó despacio hasta la cueva osera y la bordeó hasta llegar al terraplén formado por el derrumbamiento, que había dejado la raíz del árbol al descubierto. Allí estaban todos aquellos objetos acumulados.Manuel recorrió los alrededores con la vaga esperanza de volver a ver a aquel ser tan extraño: igual que un humano por la espalda, pero con aquel peculiar rostro felino tan hermoso.