Cuando Manuel despertó, temprano en la mañana, lo primero que hizo fue levantar su almohada y comprobar si el cochecito rojo que había recogido la noche anterior seguía allí. Así era. Le dio unas vueltas en sus manos y, sin darse cuenta, sonrió como hipnotizado por el objeto.
Se sentía extrañamente bien, y desayunó como no había hecho en mucho tiempo. Después se lavó y volvió a adentrarse en el bosque, como la noche anterior.
Paseó despacio hasta la cueva osera y la bordeó hasta llegar al terraplén formado por el derrumbamiento, que había dejado la raíz del árbol al descubierto. Allí estaban todos aquellos objetos acumulados.
Manuel recorrió los alrededores con la vaga esperanza de volver a ver a aquel ser tan extraño: igual que un humano por la espalda, pero con aquel peculiar rostro felino tan hermoso.
Léndula se encomendó en cuerpo y alma al cuidado de la pequeña. Se la veía feliz, su carácter se había suavizado y la amargura había desaparecido de su rostro. Yuma nunca hubiera imaginado que el rostro de su madre pudiera ser tan bonito ahora que sus labios se veían relajados. Hasta sus ojos parecían más grandes y las pequeñas arrugas de su frente habían desaparecido al tiempo que lo había hecho la tensión en su gesto. Se alegraba de haber traído a la pequeña humana al clan sólo por el cambio que había pegado su madre. Se decía a sí mismo que había valido la pena.El resto de tupis también le prestaba mucha atención a la niña. Se convirtió en el centro del grupo familiar, y, a menudo, Min se reía y le decía a Léndula que no quería ni pensar el día que tuviera una nieta
Seis meses después de haber visto a Yuma y al bebé humano, Manuel se plantó delante de la puerta de Román sin avisar.Al llegar al valle de Cosia, se encontró con un pueblo pequeño y agradable, de viejas casas de piedra y con una población cuya edad media oscilaría entre los cincuenta y cinco y los ochenta años. De inmediato Manuel entendió la elección de su antiguo compañero, más aún cuando tuvo que seguir desplazándose otros quince kilómetros por un camino rudimentario, lleno de polvo y piedras, hasta dar con un viejo molino.Al bajarse del coche, el sol del mediodía le dio de pleno en la cara y Manuel se hizo visera con una mano mientras se acercaba al molino. Se veía que Román había encalado la fachada, pintado la madera de las viejas ventanas y retejado a trozos, pero el molino mantenía su estructura original.No
Yuma estaba a punto de dejar su escondite y dar la vuelta a casa, con el corazón encogido por el temor y el sufrimiento de su padre, cuando escuchó de nuevo la voz de Sush.—Kasa, creo que ha llegado el momento de contarte algo que nadie sabe, ni siquiera se lo he contado a tu madre.Yuma volvió a inmovilizarse. Todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se tensaron. Se sintió como un intruso, un traidor, alguien a punto de vivir un momento que no le correspondía y, aun así, se quedó inmóvil y agudizó el oído dispuesto a no perderse ni una sola palabra de aquel secreto.—Recuerdas la muerte de tu hermano y su mujer ¿verdad?¡Los padres de Namid!—Claro —asintió Kasa, sorprendido por la pregunta de su padre.—Todavía hoy me siento culpable —reconoció Sush.—Pero tú no t
"¿Qué a qué he venido?" Manuel sabía muy bien a lo que había ido. Necesitaba hablar. Por primera vez en mucho tiempo sentía esa necesidad. Tenía que contarle a alguien lo que había visto.—Vengo por los hombres puma, pero eso tú ya lo sabes — le contestó a Román.—Tienes razón, imaginé que más tarde o más temprano me harías una visita por eso —le dio una calada a su puro y expulsó el humo— .Tú dirás.No era fácil explicar todo lo que sentía. Manuel nunca había sido demasiado expresivo y, ahora, se encerraban en su interior tantos pensamientos que no sabía por dónde empezar. Debía ordenarlos, buscar la forma de darle sentido a la tremenda necesidad que sentía de ponerse en contacto con aquellos seres y, sobre todo, volver a ver al bebé humano.
Los años fueron pasando y cualquier rastro de recelo que hubiese podido haber hacia Cala fue sustituido por puro amor. La niña se adaptó perfectamente al clan causando la delicia de todos y ya nadie ponía en duda que Cala era parte del clan.Desde el principio, la niña tuvo constancia de que era diferente, que no era como ellos. Era clara su torpeza frente a la extrema agilidad del resto, su falta de oído y olfato felino, el vago sonido de su respiración al dormir en vez del leve y dulzón ronroneo de los otros...Poco a poco, también fue dándose cuenta de la diferencia de rasgos físicos que existía entre ellos y comenzó a preguntar. Nunca la negaban que era diferente, pero tampoco la confesaban que era humana. De hecho, la prevenían contra ellos, contra el guardabosques, contra cualquier excursionista con el que se pudiera cruzar. Siempre debía esconderse de ellos.
Después de la discusión en el bosque, Cala volvió a la guarida resoplando como un toro a punto de embestir. Léndula la vio pasar y corrió tras ella, pero Cala se tiró en su cama, gritó que la dejara en paz y después rompió a llorar y se pasó encerrada las siguientes dos horas.Cuando Yuma regresó con unas truchas para cenar, Léndula trató de sacarle lo que había pasado, pero su hijo, tan tozudo como Cala, le aseguró que no pasaba nada y que tenía razón cuando le decía que la mimaba demasiado.Dejó las truchas sobre la mesa de la cocina, donde Léndula ya había encendido fuego, y se dirigió directo al cuarto que compartía con Namid. Le encontró tallando una rama y se la arrebató de las manos con un rápido golpe. Namid le miró sorprendido un momento y reaccionó justo a tiempo de
Namid apenas tenía recuerdos de sus padres, pero si pensaba en ellos, la primera imagen que acudía a su mente siempre, de forma inevitable, era la de su padre llegando a la guarida moribundo y pidiendo que acudieran a buscar su madre, sin saber que ella ya estaba agonizando y tardaría apenas unas horas en morir.Namid apenas tenía cuatro años, Yuma tenía meses y el clan aún no se había recuperado del dolor de la muerte de la melliza.Léndula, que actuaba como una autómata, pareció recuperar la consciencia durante los dos días en que el padre de Namid estuvo agonizando, dispuesta las veinticuatro horas del día a salvarle, hasta que murió, y ella volvió a sumirse en aquel estado de sueño constante.Namid lloraba a menudo y preguntaba por sus padres, pero con el paso del tiempo dejó de hacerlo, aceptó que nunca volverían y aunque sus
Al abuelo, a Kasa y a Min les llevó un buen rato tranquilizar a Léndula y hacerla entender que Namid no estaba pidiendo permiso, la decisión era suya y ya estaba tomada. Léndula se resistía.—Puede perfectamente esperar un par de años más —repetía sin cesar—. Sólo dos años, que madure un poco y pueda escoger mejor.Namid parecía ajeno a la controversia que había formado con su elección. Estuvo un rato apoyado en la mesa, escuchando cómo cada frase de Léndula era rebatida por alguno de los otros y, cuando se cansó de escuchar las innumerables negativas de ésta, se marchó en silencio a su habitación.Cala, que tampoco acababa de encontrar sentido a la discusión ni creía que ella tuviera nada que aportar a la misma, decidió que lo mejor que podía hacer era retirarse también de nuevo