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En cuanto pasaron el árbol desarraigado, Yuma se detuvo y bajó a Cala de sus brazos con brusquedad. La furia brillaba en sus ojos y Cala podía incluso ver cómo le palpitaba el corte en la ceja. Sabía que Yuma estaba enfadado. Sabía que, seguramente, había pasado miedo al ver que ella no estaba en la guarida, y, ahora, todo había empeorado con la aparición inesperada de aquel muchacho de la ciudad.

—Deja que...

—¡No, Cala! ¿Cómo has podido ser tan inconsciente? —la voz de Yuma tronó en el bosque y una bandada de pájaros alzó el vuelo.

Cala se llevó una mano a la boca y trató con todas sus fuerza de no llorar. Yuma estaba tan enfadado que hacía caso omiso a la regla tupi de no levantar la voz.

—Sasa tuvo que confesar lo de tu escapada ¿Cómo pudiste? Cada vez que haces algo así nos pones a t

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