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—¡Yuma! —gritó Cala, en vano. Namid pasó a su lado y le colocó una mano en el hombro.

—Yo le traeré —dijo mientras abandonaba la guarida.

Cala se dejó caer en una silla ¿Cómo era posible que todo se volviera tan complicado? Léndula se sentó a su lado y la acarició la cabeza.

—Cuando te vi por primera vez,  supe que te amaría siempre —le dijo suavemente—, pero también sabía que un día me dejarías por ellos.

—Mamá —murmuró Cala al borde de las lágrimas. Léndula le puso un dedo en los labios para que no hablara.

—No, escucha, fui muy egoísta, te robé una vida entera y estás en tu derecho de recuperarla, pero si de verdad quieres a Yuma, si le amas, no hace falta que mientas por mí.

Se levantó lentamente y se d

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