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Manuel acunaba a Cala entre sus brazos. Su cuerpo menudo y cálido le proporcionaba una sensación que hacía años que no sentía, y hundía su nariz en el cabello de la muchacha, a la altura de la nuca, para absorber el olor que desprendía.

La chica, destrozada, lloraba acongojada, y Manuel no podía evitar pensar en que podría ser su bebé perdido, con el corazón roto por un desengaño amoroso, o por la traición de una amiga o la desilusión de un pequeño fracaso escolar. Pensó en lo diferente que podría haber sido su vida si un día no le hubieran arrebatado lo que más quería.

Quería calmar aquel dolor, hacerla sentir que estaba segura y a salvo, y que él nunca dejaría que nadie la hiciera daño. No, ya nadie la dañaría, ahora él era mucho más cauteloso, no podían pillarle desp

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