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Léndula esperó hasta verlos desaparecer entre los árboles y luego les hizo un gesto a Yuma y a Cala para que volvieran dentro de la guarida. Había adelgazado mucho y sus altos pómulos de gata estaban aún más marcados. Cala pensó que también Léndula dejaba allí a un ser querido, la melliza de Yuma. Sabía que, en parte, Léndula había quedado prendada de ella cuando la vio porque siempre había deseado tener una niña y la melliza había muerto al poco tiempo de nacer. También sabía que aquella muerte prematura había sido, en gran medida, la causa de la inestabilidad nerviosa de Léndula, y ahora, de pronto, su nueva fortaleza la alegraba, pero al mismo tiempo la asustaba pensar que no era sino el preámbulo hacia una nueva recaída aún mucho más intensa.

—Quiero deciros algo —comenzó a decir c

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