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Manuel rodeó el fiat punto de Pablo y maldijo, en voz baja, por undécima vez, el día que se había dejado convencer por Cala para que la llevara a la ciudad. Si aquella especie tenía problemas de por sí, aquel muchacho no había llegado más que para sumar uno más.

El coche estaba aparcado en uno de los laterales que bordeaban el bosque, justo en el extremo opuesto a la cabaña. El muchacho no debía de andar lejos. Manuel se apoyó en el coche y decidió esperar pacientemente a que éste regresara.

Aquel chico era testarudo e iba a complicar las cosas aún mucho más de lo que ya se habían complicado con la traición de aquella tupi celosa. Al fin, también entre aquella especie existían los rencores y los engaños, pensó Manuel.

Estaba cayendo la tarde cuando Manuel vio aparecer al chico con unos prismáticos y una

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