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Simón estacionó su auto frente a la casa de los Benavides y entró con pasos rápidos, buscando a Natalia.

Al llegar a la sala, lo primero que notó fue a Roberto desplomado en el sofá, respirando con dificultad, mientras Nelly gritaba órdenes por teléfono.

El ambiente era tenso, cargado de reproches, y la presencia de Graciela con el rostro desencajado no ayudaba.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —preguntó Simón, avanzando hacia el centro de la sala.

—¡Tus padres! —exclamó Graciela, con los ojos encendidos de rabia, señalándole con un dedo acusador—. Llegaron aquí reclamando cosas sobre Natalia e Isabella. Vinieron a insultar, a humillar. ¡Mira lo que han logrado!

Simón frunció el ceño y dirigió su mirada hacia sus padres, que estaban de pie junto a la puerta, con los rostros tensos.

—¿Es cierto lo que dice Graciela? —preguntó con voz grave.

Emilio bajó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada, mientras Nelly se cruzaba de brazos, intentando mantenerse firme.

—¡Solo estáb
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