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El bullicio del bar se detuvo de golpe cuando el hombre alto y robusto irrumpió en la escena. Sus ojos, oscuros y furiosos, se clavaron en la pareja con una intensidad que hizo que el aire en la sala pareciera más pesado.

Daniel, todavía asimilando el impacto del empujón, frunció el ceño, incrédulo ante la agresión.

—¿Quién carajos eres tú para venir a reclamar así? —espetó, enderezándose mientras buscaba los ojos de Astrid en busca de una explicación.

Astrid, con los brazos cruzados y el rostro endurecido, no tardó en intervenir.

—No tienes nada que hacer aquí —siseó molesta—. Lárgate.

La hostilidad en su voz parecía afectar al hombre menos de lo esperado, ya que soltó una risa seca y amarga.

—Siempre tan orgullosa, ¿verdad? —su mirada era burlona—. Eres una mujerzuela, Astrid. Lo que tocas, lo destruyes.

Daniel dio un paso al frente, con la tensión endureciendo sus facciones.

—¡Respeta a la señorita! —dijo con voz tensa, su postura era firme y desafiante.

El hombre
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