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El amanecer se colaba por las cortinas del dormitorio, tiñendo la habitación de tonos cálidos y dorados.

Keiden, ya despierto, observaba a Natalia dormir. Su rostro estaba relajado, con una ligera sonrisa que aún parecía adornar sus labios, recordándole la noche que habían compartido.

Incapaz de resistirse, se inclinó hacia ella, dejando pequeños besos en su frente, luego en la nariz, y finalmente en su cuello.

Natalia soltó un suspiro, moviéndose ligeramente antes de murmurar con voz somnolienta:

—Buenos días…

Keiden sonrió contra su piel, depositando un último beso en su clavícula antes de responder.

—No son buenos días, Natalia. Son excelentes.

Ella abrió los ojos con lentitud, encontrándose con la sonrisa radiante de Keiden. Sus dedos subieron para acariciar la mejilla del hombre rubio, cuyo rostro parecía iluminarse con el reflejo de la luz matutina.

—¿Siempre eres tan optimista por las mañanas? —preguntó ella, medio en broma.

—Solo cuando estoy contigo —respondió
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