El ambiente en el pasillo del juzgado estaba cargado de tensión, pero también de una curiosidad palpable. Los abogados observaban a Astrid y Daniel con interés, como si acabaran de presenciar el inicio de una intrigante historia. Uno de ellos, un hombre de cabello entrecano y gafas redondas, se inclinó ligeramente hacia adelante, estudiando a la pareja con una sonrisa burlona. —Vaya, señorita Morales, no lo esperaba de usted —comentó con un tono que mezclaba sorpresa e incredulidad, mientras su mirada saltaba entre Astrid y Daniel. Astrid sintió que el calor se le subía al rostro. El sonrojo que había empezado en sus mejillas ahora le quemaba hasta las orejas. Daniel, sin perder la compostura, tomó ese momento como una victoria y sonrió con descaro. —Bueno, apenas estamos comenzando —dijo, colocando una mano sobre el hombro de Astrid con una naturalidad ensayada—. Ella quería ser un poco reservada al principio sobre lo nuestro. Otro de los abogados, un hombre corpulen
Natalia cruzó los brazos, su mirada estaba fija en Simón con una mezcla de intriga y frustración. Había algo en su actitud relajada que la irritaba profundamente, como si disfrutara verla confundida. Finalmente, rompió el incómodo silencio con un tono firme. —Te lo preguntaré de nuevo, Simón. ¿Cómo sabes que la niñera renunció? —Su voz llevaba un tinte de irritación que no se molestó en ocultar. Simón levantó las manos en un gesto defensivo, como si quisiera calmar las aguas antes de que ella se enfureciera más. —No es nada raro, Natalia. Ariana me llamó para agradecerme por salvarle la vida aquel día. —Hizo una pausa, bajando un poco la voz—. Y me contó que había decidido renunciar a cuidar de Nathan, a pesar de que lo quería muchísimo. Las palabras parecieron suavizar la postura de Natalia. Sus hombros se relajaron y su expresión adquirió un tinte melancólico. Desvió la mirada hacia el suelo y dejó escapar un suspiro pesado, como si llevara semanas cargando un peso invisib
Simón estaba parado frente a Natalia con las manos en los bolsillos y el semblante tenso. Ella, por el contrario, estaba firme, con los brazos cruzados y una sonrisa sarcástica pintada en el rostro.—Mi corazón fue pisoteado, mutilado, aplastado y, finalmente, destruido por ti —dijo con voz afilada—. Murió esa noche que me pediste el divorcio y, para colmo, me sacaste de mi casa para meter a Isabella.Las palabras cayeron como un golpe directo al estómago de Simón. Abrió la boca para responder, pero Natalia levantó una mano, cortándolo de inmediato. —No hables —ordenó con frialdad—. Eres un descarado, un cínico por atreverte a decir que ahora me amas, después de que me dijiste tantas veces que no estabas interesado en mí para nada. Simón bajó la mirada, titubeando. Se pasó una mano por el cabello, claramente incómodo. —Eso cambió, Natalia —dijo finalmente, su voz sonando más suave, casi suplicante—. Dame la oportunidad de demostrar que mi amor es sincero.Natalia soltó una risa s
El corazón de Astrid latía con fuerza mientras los labios de Daniel se fundían con los suyos. Había intentado resistirse, recordar dónde estaban y mantener el control, pero el calor y la intensidad de aquel beso la dejaron sin fuerzas. Los sentimientos que llevaba meses intentando sofocar brotaron con una intensidad casi abrumadora. La mano firme de Daniel en su cintura le provocaba escalofríos, y el calor de su beso la hacía sentir como lava derretida. La mano firme de él en su cintura le brindaba una seguridad que pocas veces había sentido, y sin quererlo, sus pensamientos se disolvieron en un remolino de emociones. "¡Qué bien besa, dios mío!" se encontró pensando, mientras sus dedos se aferraban a la tela de su camisa como si fuera su ancla. El corazón le latía con fuerza, un tambor imparable que resonaba en sus oídos. Sin embargo, los murmullos a su alrededor la hicieron volver en sí. Con esfuerzo, y sintiendo que apenas podía respirar, se separó, jadeando suavemente. Danie
Natalia miró la horrorosa escena delante de sus ojos sin poder darle crédito. Isabella había golpeado su nariz contra la pared y de ella había salido un potente chorro de sangre que llegó hasta el suelo, justo en el momento en que Simón Cáceres entró a la sala. Habían tenido una discusión, e Isabella, aprovechando escuchar la voz de Simón, decidió quedar como la víctima delante de él, como siempre hacía. —¿Pero qué diablos hiciste? —volcó su ira hacia ella, acorralandola contra la pared y apretando su cuello—. Mujer cruel y despiadada. ¿La golpeaste? ¡Habla ahora, m*****a sea! Su voz era estremecedora y filosa, haciendo que los oídos de Natalia zumbaran. Su mirada era aún peor, era de un profundo odio que la decepcionó por completo, haciéndola temblar de miedo. —¡No tengo nada que ver en esto! —exclamó ella, armándose de valor. Isabella era su hermana menor y el gran amor de Simón desde hacía años, Natalia solo era la esposa sustituta y él la había odiado por eso por mucho tie
Simón tiró el inhalador hacia ella con desprecio. Natalia lo tomó con manos temblorosas, luchando por respirar mientras él la observaba con una mueca de disgusto.—Isabella se va a quedar aquí —dijo Simón con frialdad, cruzándose de brazos—. Y tú... tú te vas. No tienes nada que hacer en esta casa.Natalia lo miró con incredulidad, sus ojos grandes y húmedos por la falta de aire y el dolor. Finalmente logró inhalar y, aunque todavía jadeaba, encontró el valor para contestar.—Esta es... mi casa... —su voz apenas era audible—. Soy tu esposa aún. Merezco… respeto.Simón soltó una risa corta, cruel.—¿Mi esposa? ¡Por favor, Natalia! —se inclinó hacia ella con una mirada de desdén y una sonrisa sarcástica—. Jamás fuiste mi mujer. No tienes ningún derecho a pedir respeto.Natalia sintió cómo un nudo se formaba en su garganta, pero no de pena, sino de rabia. Lo miró fijamente, reuniendo cada pizca de coraje que le quedaba.—Ya estuvimos juntos... íntimamente —dijo con voz trémula, pero firm
Natalia escuchaba las risas y los murmullos provenientes de la sala. Le parecía increíble que, después de todo lo que acababa de pasar, hubiera algo que celebrar. Bajó las escaleras lentamente, todavía con el peso de la humillación a cuestas, pero sintiendo una creciente determinación.Al llegar, vio a la madre de Simón y a la tía Cristina, ambas rodeando a Isabella con sonrisas resplandecientes, como si hubieran recibido a una estrella de cine. Todas reían y conversaban alegremente, pero cuando notaron la presencia de Natalia, sus sonrisas se desvanecieron al instante.—Miren quién decidió aparecer —dijo la madre de Simón con una sonrisa venenosa—. La desvergonzada de Natalia.—La desvergonzada aquí no soy yo —respondió Natalia, su voz era temblorosa pero firme—. Es esa mujer —señaló a Isabella—, la amante de mi marido. ¿Cómo pueden tenerla aquí como si fuera una invitada de honor?La madre de Simón bufó, cruzándose de brazos mientras la tía asintió con una expresión severa.—La ún
Dentro de la casa, las risas y conversaciones continuaban. Las mujeres Cáceres parecían seguir celebrando como si nada hubiera pasado, indiferentes al sufrimiento de Natalia. Nelly, la madre de Simón, hablaba con su hermana Celia, su tono despectivo como siempre.—¿Quién crees que se arrepentirá primero? —preguntó Nelly, lanzando una mirada rápida hacia la puerta del jardín, donde había visto desaparecer a Natalia.Celia, que estaba acomodando su chal con delicadeza, levantó una ceja y sonrió con ironía.—Seguramente la señora Cáceres —respondió, refiriéndose a Natalia con tono burlón—. Pobre tonta, creyó que podía hacerle frente a Simón. Va a arrepentirse de haberlo desafiado. No sabe lo que es quedarse sola.Nelly soltó una risita fría y se cruzó de brazos.—Claro que se arrepentirá. Siempre lo hacen. Esa mujer no tiene más que aire en la cabeza. Pensó que podría atar a mi hijo con su “amor”. —Lo dijo con un tono de desprecio absoluto—. Ya veremos cuánto le dura esa valentía. Las