El corazón de Astrid latía con fuerza mientras los labios de Daniel se fundían con los suyos. Había intentado resistirse, recordar dónde estaban y mantener el control, pero el calor y la intensidad de aquel beso la dejaron sin fuerzas. Los sentimientos que llevaba meses intentando sofocar brotaron con una intensidad casi abrumadora. La mano firme de Daniel en su cintura le provocaba escalofríos, y el calor de su beso la hacía sentir como lava derretida. La mano firme de él en su cintura le brindaba una seguridad que pocas veces había sentido, y sin quererlo, sus pensamientos se disolvieron en un remolino de emociones. "¡Qué bien besa, dios mío!" se encontró pensando, mientras sus dedos se aferraban a la tela de su camisa como si fuera su ancla. El corazón le latía con fuerza, un tambor imparable que resonaba en sus oídos. Sin embargo, los murmullos a su alrededor la hicieron volver en sí. Con esfuerzo, y sintiendo que apenas podía respirar, se separó, jadeando suavemente. Danie
La oficina de Natalia estaba decorada con tonos neutros y toques minimalistas, lo justo para un ambiente profesional, pero acogedor. Delia se encontraba sentada frente a su amiga, jugando con un bolígrafo mientras los últimos ecos de su conversación sobre Simón se desvanecían. Natalia respiró hondo, intentando sacudirse cualquier residuo de incomodidad tras la confesión de Simón. Sin embargo, la pausa fue efímera. Delia, con una sonrisa traviesa que siempre anunciaba una pregunta incómoda, ladeó la cabeza. —Entonces... ¿Keiden y tú ya lo hicieron? —dijo, lanzando la bomba sin previo aviso.El bolígrafo quedó suspendido en el aire, y Natalia sintió un leve calor en las mejillas. La pregunta la tomó por sorpresa, pero no del todo. Conociendo a Delia, había estado esperando algo así, aunque no tan directo. Sin embargo, la sensación que se instaló en su estómago no era tan fácil de identificar. "¿Qué es esto? ¿Emoción o incomodidad? No, emoción, por supuesto que es emoción," se cor
—Natalia, ¿qué estás haciendo? —Keiden suspiró pesadamente cuando ella comenzó a mirar las noticias en su propio teléfono. Ella tomó el aparato con manos temblorosas, ignorando las protestas de Keiden y buscó la noticia que él le había mostrado momentos atrás. A medida que leía, su ceño se fruncía más y más. **"La empresaria con un harén inverso"**, decía el titular de un artículo. Otro, más directo, proclamaba: **"El secreto de Natalia Huntington: Cómo tener a varios hombres a tus pies".** Según la nota, ella era la viva imagen de una mujer moderna y poderosa que había logrado tener a varios hombres a sus pies: Simón Cáceres, su todavía prometido Daniel Alves, y ahora Keiden Donovan. —¿Un harén inverso? —murmuró Natalia, con incredulidad y algo de enojo—. Esto es absurdo… —Deja de leer eso, Natalia. Son basura —Keiden intentó tomarle el teléfono, pero ella giró ligeramente para evitarlo, inmersa en el siguiente artículo. —No puedo evitarlo —respondió sin levantar la vista—
Astrid se levantó, tomando su bolso con movimientos bruscos. Pero Daniel se puso de pie rápidamente, impidiéndole la salida. —Astrid, espera, esto no es verdad. —¿No es verdad? —preguntó ella, girándose para enfrentarlo. Sus ojos ahora estaban llenos de una mezcla de confusión y dolor—. Entonces, ¿qué es? Daniel apretó los puños, consciente de la mirada expectante de la periodista. No quería exponer la verdad de Natalia y la naturaleza de esa relación en aquel momento, pero estaba desesperado. —Ese compromiso... es falso. La periodista, ahora en éxtasis, se inclinó hacia él. —¿Entonces confirmas que no hubo un compromiso real? —sus ojos brillaban, ansiosos de información—. ¿Por qué no se ha anunciado públicamente? Astrid lo miró con incredulidad. —¿Cómo esperas que te crea después de esto? —gritó, con el rostro enrojecido de ira—. ¡Es algo que debiste haberme contado, Daniel! —Astrid, por favor, dame un momento para explicarlo —suplicó él, alzando las manos. Ella se ac
La mansión de los Benavides estaba silenciosa cuando Natalia entró, mientras el eco de sus tacones resonaban en el mármol del vestíbulo. La cálida luz de las lámparas acentuaba el aire acogedor de la casa, pero ella se sentía atrapada en su propio torbellino emocional. Antes de que pudiera llegar al salón, su madre apareció desde la cocina con una taza de té en la mano. —Natalia, ¿qué haces aquí? —preguntó con el ceño fruncido, dejando la taza sobre la mesa. Su padre no tardó en unirse a ellas, observándola con la misma curiosidad. —¿No se suponía que dejarías a Nathan todo el fin de semana para pasar tiempo con Keiden? —añadió él, cruzándose de brazos—. Además, Nathan ya está dormido. Natalia suspiró, sintiendo el peso de la preocupación de sus padres. —Cambió un poco el plan. Solo... necesitaba un lugar tranquilo —respondió con evasivas, dirigiéndose hacia el sofá. —¿Qué pasó? —preguntó su madre, sentándose a su lado con una mirada inquisitiva. Natalia se llevó u
Natalia frunció el ceño, mientras su dedo titubeaba sobre la pantalla. Finalmente, y soltando un suspiro, respondió. —¿Qué quieres? —preguntó con tono frío. La voz de Simón llegó del otro lado, tranquila pero cargada de intención. —Natalia, ¿podemos hablar? Ella apretó la mandíbula, sintiendo que la tensión de la noche aumentaba con esa simple pregunta. —No sé si sea buena idea, Simón —espetó de mal talante, restregando sus ojos—. Ya tuve suficiente drama por hoy. —Lo sé —respondió él, con un leve suspiro—. Pero esto no puede esperar. Natalia miró hacia el pasillo que conducía a la habitación de Nathan, viendo la oscuridad contrastando con la luz tenue del salón. —Está bien, pero hazlo rápido —dijo finalmente, con su tono todavía distante. Simón guardó silencio por un segundo antes de hablar de nuevo. —No es algo que pueda resolver en una llamada —dijo, soltando un suspiro luego—. Necesito verte en persona. La petición la dejó helada, mientras su mente se inundab
Daniel no podía apartar la frente de la puerta, como si el contacto físico con la madera pudiera acercarlo más a Astrid. Su corazón latía con fuerza, alimentado por la incertidumbre y el temor de que sus palabras no fueran suficientes. El silencio al otro lado se extendió como un abismo, hasta que finalmente la voz de Astrid, baja y cargada de emociones, se hizo escuchar. —No sé si puedo, Daniel. No con todo esto… Él cerró los ojos, sintiendo una punzada en el pecho, pero no se permitió hundirse. Esa chispa de esperanza en sus palabras, aunque débil, era suficiente para aferrarse. —Entonces déjame demostrarte que puedes —dijo nuevamente con voz segura—. Dame esa oportunidad, Astrid. No voy a rendirme contigo jamás. El eco de sus palabras quedó suspendido en el aire. El único sonido era el débil zumbido de la luz del balcón. A pesar de su resistencia inicial, no la apagó ni se alejó. Daniel entendió que, aunque mínima, le estaba dando una oportunidad. Subió las escaleras l
El aire estaba impregnado de una tensión palpable, como si el aire mismo se hubiera vuelto pesado tras las palabras de Natalia. Simón respiró hondo, con su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una respuesta. Finalmente, rompió el silencio con un tono firme, pero contenido. —Eso no tiene sentido, Natalia. Isabella tiene recursos, contactos… —negó con vehemencia una y otra vez—. Con el poder que tiene ahora, te encontrará en cualquier rincón del mundo al que intentes huir. Natalia lo miró, y por un momento su expresión de desafío se desmoronó. Su piel palideció ligeramente, y apretó el papel en su mano con más fuerza. Sabía que Simón tenía razón, pero admitirlo significaba aceptar que no había escapatoria fácil. —Entonces, ¿qué sugieres? —preguntó con un tono defensivo, intentando recuperar su postura. Simón dio un paso adelante, su voz bajó un poco, pero no perdió firmeza. —Lo enfrentaremos juntos. Yo estaré a tu lado, como te prometí —iba a acercarse, pero se c