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Simón estaba parado frente a Natalia con las manos en los bolsillos y el semblante tenso. Ella, por el contrario, estaba firme, con los brazos cruzados y una sonrisa sarcástica pintada en el rostro.

—Mi corazón fue pisoteado, mutilado, aplastado y, finalmente, destruido por ti —dijo con voz afilada—. Murió esa noche que me pediste el divorcio y, para colmo, me sacaste de mi casa para meter a Isabella.

Las palabras cayeron como un golpe directo al estómago de Simón. Abrió la boca para responder, pero Natalia levantó una mano, cortándolo de inmediato.

—No hables —ordenó con frialdad—. Eres un descarado, un cínico por atreverte a decir que ahora me amas, después de que me dijiste tantas veces que no estabas interesado en mí para nada.

Simón bajó la mirada, titubeando. Se pasó una mano por el cabello, claramente incómodo.

—Eso cambió, Natalia —dijo finalmente, su voz sonando más suave, casi suplicante—. Dame la oportunidad de demostrar que mi amor es sincero.

Natalia soltó una risa s
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