Natalia se quedó mirando a Astrid, sin saber si reírse o enfurecerse. —¿Mi hermana? —repitió lentamente, como si las palabras fueran en un idioma desconocido—. Eso es… imposible. Astrid se inclinó ligeramente hacia adelante, con las manos entrelazadas en su regazo y una expresión que mezclaba paciencia y nerviosismo. —No lo es tanto —replicó con voz serena, aunque sus ojos reflejaban una chispa de desafío—. Cuando vi lo parecidas que somos, no pude ignorarlo. Empecé a investigar, sobre todo porque no conocí a mi madre. Las palabras golpearon a Natalia como un martillo. Su mente corría a mil por hora, tratando de encontrar un sentido a todo aquello. Por un fugaz instante, consideró la posibilidad de que su padre hubiera tenido una aventura. Después de todo, “es hombre y es su naturaleza infiel”, solía bromear su madre con un deje de resignación. Pero… ¿su madre? ¿Graciela era capaz de algo así?Eso era impensable. Su madre, quien había sido su modelo de rectitud y moralidad, ¿
Natalia apretó los labios mientras la mirada inquisitiva de Astrid parecía atravesarla. La insistencia en sus ojos y la postura tensa de sus hombros eran imposibles de ignorar. En su mente, una avalancha de recuerdos se desbordaba sin control. Tenía once años cuando su padre, Roberto, le dijo que su madre, Graciela, estaba teniendo problemas de salud. El anuncio había sido breve, como la mayoría de sus conversaciones familiares, y la dejó con más preguntas que respuestas. Lo único que sabía era que su madre se quedaría en una clínica de reposo durante unos meses. —No es nada grave, solo necesita descansar un tiempo —había dicho Roberto con una calma inquietante, mientras ajustaba el nudo de su corbata. Natalia, siempre más observadora, había sentido una punzada de preocupación. En contraste, Isabella solo había preguntado si eso significaba que no recibirían los regalos mensuales que sus padres acostumbraban a enviar desde sus viajes. La posibilidad de que esa “enfermedad” f
Astrid carraspeó suavemente, rompiendo el silencio que se había instalado en la oficina. Natalia, que había estado absorta mirando el borde de su taza de café, levantó la mirada con cierta sorpresa. —Ahora quiero hablar sobre Daniel —dijo Astrid con voz serena pero cargada de determinación. Natalia arqueó las cejas, enderezándose en su asiento y relajando los hombros como si el cambio de tema fuera un alivio.—Está bien, ¿qué quieres saber? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si el cambio de tema le devolviera algo de energía. Astrid sostuvo su mirada con firmeza. —Quiero que me cuentes toda la historia de tu relación con él desde el principio. Natalia parpadeó, confundida por la solicitud. Luego, una sonrisa sardónica apareció en sus labios. —¿No sería mejor que le preguntaras eso directamente a Daniel? —respondió, ladeando ligeramente la cabeza. Astrid soltó un suspiro pesado, cruzando los brazos frente a ella como si intentara protegerse de una ve
La mente de Natalia se nubló con recuerdos que habían permanecido enterrados en lo más profundo de su ser. Imaginaba a Isabella, con su sonrisa cruel y sus ojos llenos de odio, observando cómo las llamas consumían su hogar. La furia de su hermana había arrasado con todo, dejando cicatrices que aún no habían sanado por completo. —¿Qué…? —murmuró, intentando procesar las palabras de Simón. Él avanzó hacia ella, con su postura rígida y los puños apretados, siendo reflejo de su frustración. —No podemos ignorarla, Natalia. Esto es serio. —Su voz tembló ligeramente antes de endurecerse—. Isabella está más fuera de control que nunca. El aire en la sala parecía denso, cargado de tensión y miedo no expresado. Natalia, sin embargo, respiró profundamente y sacudió la cabeza, negándose a dejarse dominar por el temor. —No, Simón. Eso no va a pasar. —Su tono era firme, aunque su mirada traicionaba la incertidumbre—. Isabella ya no está en el país, y esto no es más que otra de sus táctica
La lluvia caía con fuerza, empapando a Simón mientras permanecía frente al edificio de la empresa.Su camisa blanca estaba pegada a su piel y el agua resbalaba por su rostro, mezclándose con las gotas de sudor frío que le provocaba el peso de sus pensamientos. “Isabella no va a detenerse. No puedo irme y dejar a Natalia desprotegida”, se decía una y otra vez. Miró hacia las ventanas iluminadas del piso superior, donde probablemente ella seguía trabajando. Buscó refugio bajo el alero de un pequeño puesto vacío cercano, mientras su mente viajaba al pasado. Recordó aquella nevada brutal y su propia frialdad cuando le pidió a Natalia que se marchara de la casa. La había reemplazado con Isabella, enviándola a un hotel, solo para descubrir después que no había ido allí, sino a casa de Daniel. “Yo la eché en medio de una nevada, y ahora ella me deja bajo la lluvia… Pero esto ni siquiera comienza a compensar lo que le hice”, pensó con amargura, apretando los dientes mientras el arrepen
Simón salió de la clínica con la mente nublada y el corazón en un torbellino. Vio cómo el auto de Natalia desaparecía entre las luces de la calle, alejándose rápidamente bajo la lluvia que seguía cayendo con insistencia. Suspiró, con un sonido cargado de frustración y cansancio mientras sacaba las llaves de su bolsillo. Estaba a punto de subirse a su vehículo cuando escuchó el murmullo de unas personas en la acera. —Casi la atropellan, ¿viste? —dijo un hombre, gesticulando hacia la clínica. —Sí, pobre mujer, estaba justo por entrar a su auto —respondió una mujer, encogiéndose de hombros. Simón se quedó congelado, y su mente comenzó a procesar las palabras con una urgencia desesperada. "¿Natalia?" pensó, con su pecho apretándose de golpe. Recordó las amenazas de Isabella y un sudor frío le recorrió la espalda. Sin perder más tiempo, encendió el auto y aceleró, convencido de que debía seguir a Natalia. El trayecto fue rápido, aunque cada semáforo en rojo lo hacía apretar el vo
Natalia se sentó en su auto, respirando profundamente para calmar los temblores de sus manos. Desde el espejo retrovisor, pudo ver a Simón, de pie bajo la lluvia, con una expresión desolada que casi logró conmoverla. Casi. —No más, Simón —susurró para sí misma, girando la llave del auto. El motor rugió y ese sonido familiar le devolvió un mínimo de control. Arrancó el vehículo y se alejó sin mirar atrás. En la carretera, mientras la lluvia continuaba cayendo, trató de enfocar sus pensamientos en algo más. “Un chocolate caliente y una noche tranquila con Nathan. Eso es todo lo que necesito ahora.” Pero el rostro de su hijo apareció en su mente, y con él, la inevitable comparación. Nathan era el vivo reflejo de Simón. Sacudió la cabeza, intentando apartar esos pensamientos, cuando sintió un golpe seco en la parte trasera del auto. —¡¿Qué demonios?! —exclamó, agarrando con fuerza el volante. Otro impacto la sacudió con más fuerza, haciendo que su cuerpo se zarandeara hacia ad
El silencio después del impacto era casi tan ensordecedor como el propio choque. Natalia se quedó paralizada, con sus ojos fijos en la escena de destrucción frente a ella. Los autos estaban destrozados, el humo salía del capó del vehículo de Simón, y el del atacante había quedado incrustado contra un poste. —No… no puede ser —murmuró, su voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaban a brotar incontrolablemente. Sus piernas no respondían, su mente gritaba que corriera, pero el miedo y la incredulidad la mantenían anclada en su lugar. Negaba con la cabeza una y otra vez, como si con ese simple gesto pudiera deshacer lo que acababa de suceder. Finalmente, con manos temblorosas, sacó su celular del bolsillo y marcó a emergencias. —Por favor… hay un accidente grave en la carretera principal. Necesitamos una ambulancia y policía. Hubo un intento de… de asesinato —logró decir entre sollozos, con su voz quebrándose al final. Sin esperar respuesta, cortó la llamada y, tambaleándos