Natalia se sentó en su auto, respirando profundamente para calmar los temblores de sus manos. Desde el espejo retrovisor, pudo ver a Simón, de pie bajo la lluvia, con una expresión desolada que casi logró conmoverla. Casi. —No más, Simón —susurró para sí misma, girando la llave del auto. El motor rugió y ese sonido familiar le devolvió un mínimo de control. Arrancó el vehículo y se alejó sin mirar atrás. En la carretera, mientras la lluvia continuaba cayendo, trató de enfocar sus pensamientos en algo más. “Un chocolate caliente y una noche tranquila con Nathan. Eso es todo lo que necesito ahora.” Pero el rostro de su hijo apareció en su mente, y con él, la inevitable comparación. Nathan era el vivo reflejo de Simón. Sacudió la cabeza, intentando apartar esos pensamientos, cuando sintió un golpe seco en la parte trasera del auto. —¡¿Qué demonios?! —exclamó, agarrando con fuerza el volante. Otro impacto la sacudió con más fuerza, haciendo que su cuerpo se zarandeara hacia ad
El silencio después del impacto era casi tan ensordecedor como el propio choque. Natalia se quedó paralizada, con sus ojos fijos en la escena de destrucción frente a ella. Los autos estaban destrozados, el humo salía del capó del vehículo de Simón, y el del atacante había quedado incrustado contra un poste. —No… no puede ser —murmuró, su voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaban a brotar incontrolablemente. Sus piernas no respondían, su mente gritaba que corriera, pero el miedo y la incredulidad la mantenían anclada en su lugar. Negaba con la cabeza una y otra vez, como si con ese simple gesto pudiera deshacer lo que acababa de suceder. Finalmente, con manos temblorosas, sacó su celular del bolsillo y marcó a emergencias. —Por favor… hay un accidente grave en la carretera principal. Necesitamos una ambulancia y policía. Hubo un intento de… de asesinato —logró decir entre sollozos, con su voz quebrándose al final. Sin esperar respuesta, cortó la llamada y, tambaleándos
Keiden despertó con un leve dolor en el cuello, evidencia de la posición incómoda en la que había caído dormido la noche anterior. La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, pero algo no encajaba. Al revisar su celular, lo que vio lo dejó helado: incontables llamadas perdidas de Natalia. —¿Qué demonios…? —murmuró con el ceño profundamente fruncido, deslizándose rápidamente por la lista de notificaciones. Había mensajes y llamadas que se habían acumulado mientras él estaba encerrado en reuniones y, más tarde, hundido en el sueño. Sin perder tiempo, marcó el número de Natalia, presionando el teléfono contra su oído mientras caminaba inquieto por la habitación. El tono sonó varias veces, pero nadie respondió. Una angustia quemante comenzó a instalarse en su pecho, apretándole el corazón. —Vamos, Natalia, contesta… —murmuró con voz tensa mientras intentaba nuevamente. Pero el resultado fue el mismo. Decidido, dejó caer el teléfono sobre la cama y se dirigió a su escrit
La imagen de la mancha roja en su vestido seguía persiguiendo a Natalia, como una sombra que no podía sacudirse. Recordaba claramente cómo uno de los paramédicos le había preguntado, con evidente preocupación: —¿Está herida, señorita? Hay sangre en su vestido. Ella había mirado hacia abajo, viendo el espantoso rastro carmesí extendiéndose sobre la tela clara. Por un instante, no pudo hablar, hasta que logró murmurar con la voz quebrada: —No… no es mi sangre. El recuerdo la estremeció de nuevo cuando el doctor Ramos comenzó a hablar. Natalia se encontraba frente a él, con el estómago revuelto y un sentimiento de culpa clavado como una daga en su pecho. —Tuvimos que reanimarlo un par de veces durante la cirugía —informó el médico, su tono era grave y profesional, pero no desprovisto de humanidad. Las piernas de Natalia se sintieron como gelatina. Sus manos temblaron, y tuvo que sostenerse del brazo del doctor para no desplomarse. —Señorita, está muy pálida. ¿Está bien? —pr
Delia estaba sentada en un banco del parque, con el celular en la mano y un gesto de frustración que no podía ocultar. Había intentado contactar a Natalia todo el día anterior, pero no había obtenido respuesta. Ahora, con la batería del teléfono casi agotada, sentía cómo la desesperación comenzaba a apoderarse de ella. —¡Vamos, enciéndete! —murmuró mientras presionaba el botón de encendido por enésima vez. Nada. El pequeño círculo de carga parpadeó una última vez antes de desaparecer, dejándola completamente incomunicada. Delia soltó un resoplido y cerró los ojos, intentando calmarse. Su día no había empezado bien: las potentes pastillas para dormir que había tomado la habían dejado grogui hasta casi el mediodía. Después, había salido a caminar para despejarse y olvidó completamente que el teléfono estaba descargado. —¡Esto es ridículo! —exclamó, a punto de soltar un grito de contrariedad. Fue entonces cuando alzó la vista y el aire se le quedó atascado en la garganta. Allí
El aire en la sala de espera estaba cargado de tensión, como si cada suspiro llevara consigo un peso invisible. Natalia abrió mucho los ojos ante las palabras del doctor Ramos. Una punzada aguda atravesó su pecho, y sintió cómo la mirada de Keiden se clavaba en ella con una intensidad extraña, casi indescifrable. ¿Era decepción? ¿Preocupación? Natalia tragó saliva, intentando recomponerse. —¿Simón… ha despertado? —preguntó con un hilo de voz, rompiendo el incómodo silencio que se había formado. El doctor Ramos, con su expresión profesional, negó lentamente antes de responder: —Aún no, pero está mostrando señales de que pronto lo hará —dijo con tono algo animado—. Si quiere, puedo avisarle cuando despierte, para que esté con él. El corazón de Natalia latía con fuerza, no por las palabras del médico, sino por lo que implicaban. Antes de que pudiera negarse, la voz de su padre, fuerte y llena de convicción, la interrumpió: —Deberías estar allí cuando despierte, hija. Es lo co
Minutos antes…El murmullo de la cafetería del hospital parecía un eco lejano para Natalia. Sostenía un vaso de café de la máquina expendedora, apenas probando un sorbo, mientras Delia la miraba fijamente desde el otro lado de la mesa. Habían elegido sentarse en un rincón, lejos de los ojos curiosos de cualquiera que pudiera reconocerlas. Natalia respiraba con dificultad, luchando contra la ansiedad que le oprimía el pecho. —Entonces... ¿me vas a contar qué pasó exactamente? —preguntó Delia, con una mezcla de curiosidad y preocupación en su voz. Natalia se removió en su asiento, incómoda. Miró el café como si en su superficie pudiera encontrar las palabras que necesitaba. —Simón... me salvó. —Su voz era baja, como si al decirlo en voz alta estuviera confirmando algo imposible—. Fue todo tan rápido. El auto estaba detrás de mí intentando hacerme perder el control y... él se lanzó de frente con su auto para detenerlo.Delia parpadeó, incapaz de ocultar su sorpresa. —¿Qué? ¿Arri
Las pisadas de Keiden resonaban con fuerza en las escaleras de emergencia mientras intentaba no perder de vista a Natalia, quien corría con una determinación que lo aterraba. El hombre al que perseguía iba varios escalones adelante, moviéndose con una rapidez casi inhumana. Keiden sintió un nudo en el estómago al ver que Natalia no se detenía, pese al evidente peligro. —¡Natalia, por favor, detente! —gritó con todas sus fuerzas, su voz resonando en el estrecho espacio. Ella ni siquiera volteó a verlo, como si el deseo de atrapar al hombre fuera más fuerte que su instinto de conservación. —¡Maldita sea, Natalia! —exclamó, acelerando el paso, sintiendo cómo la adrenalina lo impulsaba más allá de su límite. De repente, la voz de Mateo se alzó a su lado. —¡Déjame esto a mí! Tú encárgate de Natalia. Keiden se giró brevemente, sorprendido de que Mateo lo hubiera alcanzado, pero no tuvo tiempo de responder. Mateo lo adelantó, sacando su celular y comenzando a pedir refuerzos mie