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Simón salió de la clínica con la mente nublada y el corazón en un torbellino. Vio cómo el auto de Natalia desaparecía entre las luces de la calle, alejándose rápidamente bajo la lluvia que seguía cayendo con insistencia.

Suspiró, con un sonido cargado de frustración y cansancio mientras sacaba las llaves de su bolsillo. Estaba a punto de subirse a su vehículo cuando escuchó el murmullo de unas personas en la acera.

—Casi la atropellan, ¿viste? —dijo un hombre, gesticulando hacia la clínica.

—Sí, pobre mujer, estaba justo por entrar a su auto —respondió una mujer, encogiéndose de hombros.

Simón se quedó congelado, y su mente comenzó a procesar las palabras con una urgencia desesperada. "¿Natalia?" pensó, con su pecho apretándose de golpe.

Recordó las amenazas de Isabella y un sudor frío le recorrió la espalda. Sin perder más tiempo, encendió el auto y aceleró, convencido de que debía seguir a Natalia.

El trayecto fue rápido, aunque cada semáforo en rojo lo hacía apretar el vo
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