La imagen de la mancha roja en su vestido seguía persiguiendo a Natalia, como una sombra que no podía sacudirse. Recordaba claramente cómo uno de los paramédicos le había preguntado, con evidente preocupación: —¿Está herida, señorita? Hay sangre en su vestido. Ella había mirado hacia abajo, viendo el espantoso rastro carmesí extendiéndose sobre la tela clara. Por un instante, no pudo hablar, hasta que logró murmurar con la voz quebrada: —No… no es mi sangre. El recuerdo la estremeció de nuevo cuando el doctor Ramos comenzó a hablar. Natalia se encontraba frente a él, con el estómago revuelto y un sentimiento de culpa clavado como una daga en su pecho. —Tuvimos que reanimarlo un par de veces durante la cirugía —informó el médico, su tono era grave y profesional, pero no desprovisto de humanidad. Las piernas de Natalia se sintieron como gelatina. Sus manos temblaron, y tuvo que sostenerse del brazo del doctor para no desplomarse. —Señorita, está muy pálida. ¿Está bien? —pr
Delia estaba sentada en un banco del parque, con el celular en la mano y un gesto de frustración que no podía ocultar. Había intentado contactar a Natalia todo el día anterior, pero no había obtenido respuesta. Ahora, con la batería del teléfono casi agotada, sentía cómo la desesperación comenzaba a apoderarse de ella. —¡Vamos, enciéndete! —murmuró mientras presionaba el botón de encendido por enésima vez. Nada. El pequeño círculo de carga parpadeó una última vez antes de desaparecer, dejándola completamente incomunicada. Delia soltó un resoplido y cerró los ojos, intentando calmarse. Su día no había empezado bien: las potentes pastillas para dormir que había tomado la habían dejado grogui hasta casi el mediodía. Después, había salido a caminar para despejarse y olvidó completamente que el teléfono estaba descargado. —¡Esto es ridículo! —exclamó, a punto de soltar un grito de contrariedad. Fue entonces cuando alzó la vista y el aire se le quedó atascado en la garganta. Allí
El aire en la sala de espera estaba cargado de tensión, como si cada suspiro llevara consigo un peso invisible. Natalia abrió mucho los ojos ante las palabras del doctor Ramos. Una punzada aguda atravesó su pecho, y sintió cómo la mirada de Keiden se clavaba en ella con una intensidad extraña, casi indescifrable. ¿Era decepción? ¿Preocupación? Natalia tragó saliva, intentando recomponerse. —¿Simón… ha despertado? —preguntó con un hilo de voz, rompiendo el incómodo silencio que se había formado. El doctor Ramos, con su expresión profesional, negó lentamente antes de responder: —Aún no, pero está mostrando señales de que pronto lo hará —dijo con tono algo animado—. Si quiere, puedo avisarle cuando despierte, para que esté con él. El corazón de Natalia latía con fuerza, no por las palabras del médico, sino por lo que implicaban. Antes de que pudiera negarse, la voz de su padre, fuerte y llena de convicción, la interrumpió: —Deberías estar allí cuando despierte, hija. Es lo co
Minutos antes…El murmullo de la cafetería del hospital parecía un eco lejano para Natalia. Sostenía un vaso de café de la máquina expendedora, apenas probando un sorbo, mientras Delia la miraba fijamente desde el otro lado de la mesa. Habían elegido sentarse en un rincón, lejos de los ojos curiosos de cualquiera que pudiera reconocerlas. Natalia respiraba con dificultad, luchando contra la ansiedad que le oprimía el pecho. —Entonces... ¿me vas a contar qué pasó exactamente? —preguntó Delia, con una mezcla de curiosidad y preocupación en su voz. Natalia se removió en su asiento, incómoda. Miró el café como si en su superficie pudiera encontrar las palabras que necesitaba. —Simón... me salvó. —Su voz era baja, como si al decirlo en voz alta estuviera confirmando algo imposible—. Fue todo tan rápido. El auto estaba detrás de mí intentando hacerme perder el control y... él se lanzó de frente con su auto para detenerlo.Delia parpadeó, incapaz de ocultar su sorpresa. —¿Qué? ¿Arri
Las pisadas de Keiden resonaban con fuerza en las escaleras de emergencia mientras intentaba no perder de vista a Natalia, quien corría con una determinación que lo aterraba. El hombre al que perseguía iba varios escalones adelante, moviéndose con una rapidez casi inhumana. Keiden sintió un nudo en el estómago al ver que Natalia no se detenía, pese al evidente peligro. —¡Natalia, por favor, detente! —gritó con todas sus fuerzas, su voz resonando en el estrecho espacio. Ella ni siquiera volteó a verlo, como si el deseo de atrapar al hombre fuera más fuerte que su instinto de conservación. —¡Maldita sea, Natalia! —exclamó, acelerando el paso, sintiendo cómo la adrenalina lo impulsaba más allá de su límite. De repente, la voz de Mateo se alzó a su lado. —¡Déjame esto a mí! Tú encárgate de Natalia. Keiden se giró brevemente, sorprendido de que Mateo lo hubiera alcanzado, pero no tuvo tiempo de responder. Mateo lo adelantó, sacando su celular y comenzando a pedir refuerzos mie
El ambiente en el hospital era un caos contenido, como si todos supieran que algo importante estaba sucediendo, pero intentaran mantener la calma. Delia se removió en su lugar, con los dedos entrelazados en un gesto nervioso. Durante unos segundos, sopesó la idea de callar, pero la gravedad de la situación pesaba demasiado. Finalmente, levantó la vista hacia el doctor Ramos. —Hay algo que debo decirle, doctor —murmuró, con voz entrecortada. El médico, que estaba revisando unos documentos, la miró con atención. —Adelante, señorita. —Vi a un hombre entrar a la habitación de Simón. No lo reconocí, pero parecía sospechoso. Natalia también lo notó y… —hizo una pausa, tragando saliva—. Intentó detenerlo, pero todo ocurrió muy rápido. La confesión hizo que el rostro del doctor se endureciera. Sin decir una palabra más, sacó su teléfono móvil y marcó rápidamente. —Necesito un reporte de seguridad sobre la brecha en la habitación de Simón Cáceres —ordenó con voz firme. D
Mateo apoyó la frente contra la pared del pasillo del hospital, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Keiden había suspirado al otro lado del teléfono antes de soltar la bomba. —Acabo de enterarme, Mateo —dijo con tono entrecortado—. La noticia me dejó en shock... Ese bebé, posiblemente, podría ser mío. La mandíbula de Mateo se tensó de inmediato. Enderezó la espalda y llevó una mano al auricular, apretándolo como si quisiera aferrarse a la calma que le faltaba.—¿Posiblemente? —cuestionó, con voz cargada de incredulidad—. ¿Qué diablos significa "posiblemente"? Tú y Natalia… ya han estado juntos. Keiden suspiró al otro lado de la línea, un sonido cargado de frustración y vergüenza. —Es complicado, Mateo —respondió, con su voz apenas un murmullo—. No quería hablar de esto, pero... Natalia y Simón también tuvieron intimidad poco antes. Mateo cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo una mezcla de rabia y frustración lo inundaba. —¿Qué estás tratando de decirme, Kei
El silencio que dejó Keiden al salir de la habitación se sentía como una losa sobre el pecho de Natalia. Las lágrimas seguían cayendo de manera imparable, mojando las sábanas de la camilla mientras intentaba reordenar sus pensamientos. Había esperado su enojo, incluso su decepción, pero enfrentarse a esa mirada llena de reproche y tristeza había sido más de lo que podía soportar.La puerta se abrió de golpe y Delia entró, con el rostro lleno de preocupación. —¿Qué pasó? —preguntó al acercarse rápidamente a la camilla. Natalia negó con la cabeza, intentando secarse las lágrimas. —Keiden… se enteró del embarazo —hizo una mueca de dolor—. Le dije que no estaba segura de quién es el padre. Delia frunció el ceño, colocando una mano sobre la de Natalia. —¿Te reprochó? Natalia asintió lentamente, con la voz temblorosa. —Dice que tenía derecho a saberlo, y tiene razón —tragó saliva con dificultad—. No tenía derecho a ocultarle nada. No importa quién sea el padre, no puedo menti