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Delia estaba sentada en un banco del parque, con el celular en la mano y un gesto de frustración que no podía ocultar.

Había intentado contactar a Natalia todo el día anterior, pero no había obtenido respuesta. Ahora, con la batería del teléfono casi agotada, sentía cómo la desesperación comenzaba a apoderarse de ella.

—¡Vamos, enciéndete! —murmuró mientras presionaba el botón de encendido por enésima vez.

Nada. El pequeño círculo de carga parpadeó una última vez antes de desaparecer, dejándola completamente incomunicada.

Delia soltó un resoplido y cerró los ojos, intentando calmarse. Su día no había empezado bien: las potentes pastillas para dormir que había tomado la habían dejado grogui hasta casi el mediodía.

Después, había salido a caminar para despejarse y olvidó completamente que el teléfono estaba descargado.

—¡Esto es ridículo! —exclamó, a punto de soltar un grito de contrariedad.

Fue entonces cuando alzó la vista y el aire se le quedó atascado en la garganta. Allí
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