El silencio que dejó Keiden al salir de la habitación se sentía como una losa sobre el pecho de Natalia. Las lágrimas seguían cayendo de manera imparable, mojando las sábanas de la camilla mientras intentaba reordenar sus pensamientos. Había esperado su enojo, incluso su decepción, pero enfrentarse a esa mirada llena de reproche y tristeza había sido más de lo que podía soportar.La puerta se abrió de golpe y Delia entró, con el rostro lleno de preocupación. —¿Qué pasó? —preguntó al acercarse rápidamente a la camilla. Natalia negó con la cabeza, intentando secarse las lágrimas. —Keiden… se enteró del embarazo —hizo una mueca de dolor—. Le dije que no estaba segura de quién es el padre. Delia frunció el ceño, colocando una mano sobre la de Natalia. —¿Te reprochó? Natalia asintió lentamente, con la voz temblorosa. —Dice que tenía derecho a saberlo, y tiene razón —tragó saliva con dificultad—. No tenía derecho a ocultarle nada. No importa quién sea el padre, no puedo menti
En la sala de espera del hospital, Graciela observó la expresión sombría en el rostro de Keiden. Su corazón dio un vuelco, y un temor profundo comenzó a formarse en su pecho. Con pasos temblorosos, se acercó a él, sus manos entrelazadas como si buscara fuerza. —Keiden… —su voz era un susurro cargado de preocupación—. ¿Qué ocurrió? ¿Cómo está mi hija? ¿Y el bebé? Keiden suspiró profundamente, pasándose las manos por el cabello, sintiendo como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros. —Natalia está estable —dijo finalmente, eligiendo sus palabras con cuidado—. Pero necesita reposo absoluto. Si no se cuida… —hizo una pausa, su tono endurecido—. Podría poner en riesgo la vida del b… feto.Graciela frunció el ceño, percibiendo algo más allá de las palabras. Su instinto le decía que había algo que Keiden no estaba diciendo. —Pareces disgustado con este tema, Keiden —dijo con cautela—. ¿Acaso no quieres ser padre? La pregunta lo golpeó como un puñal. Keiden cerró los ojos
Natalia respiró hondo antes de entrar a la habitación de Simón. Apenas cruzó el umbral, lo vio recostado en la cama, con un rostro algo pálido y una mirada vulnerable que la golpeó en el pecho. Él parecía tan distinto al hombre que siempre había proyectado fuerza. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Natalia, su expresión cambió a una de preocupación intensa al notar la silla de ruedas. —¿Qué te pasó? —preguntó Simón, frunciendo el ceño mientras su voz débil, pero cargada de inquietud, llenaba el espacio—. ¿Te sientes mal? Delia, detrás de Natalia, no dijo nada. Con cuidado, empujó la silla más cerca de la cama y se inclinó un poco hacia Natalia. —Los dejo a solas. Cualquier cosa, me llamas, Nat —murmuró con suavidad antes de salir de la habitación. —Gracias por traerme hasta aquí —respondió Natalia con un hilo de voz, tragando saliva al sentir la intensa mirada de Simón sobre ella. Él la observaba fijamente, como si intentara leer entre las grietas de su postura
Natalia respiró hondo mientras intentaba mantener la compostura. Miró a Simón, aún algo pálido y con las marcas de la intubación en su cuello. Había querido ser breve, pero el aire entre ellos se cargó de tensión apenas abrió la boca. —Espero que te recuperes bien —dijo, con un tono neutro. Pero antes de que pudiera continuar, Simón comenzó a negar con la cabeza. —No. No puedes irte, Natalia —apretó los dientes con frustración—. No te lo voy a permitir. Natalia esbozó una sonrisa amarga, era una mezcla de incredulidad y frustración. De pronto lo señaló con un dedo tembloroso. —¿Y cómo piensas impedirlo? —preguntó, con sarcasmo—. Si dependes de un respirador para mantenerte vivo. Supo al instante que sus palabras eran crueles, pero no pudo evitarlo. La rabia mezclada con la culpa era demasiado. Sin embargo, Simón no parecía inmutarse. Sus ojos brillaban con una intensidad que Natalia reconocía demasiado bien. —No importa lo que tenga que hacer —dijo con voz firme—. Si t
Natalia parecía más repuesta, aunque sus ojos seguían nublados por la tensión. Keiden empujaba su silla de ruedas con cuidado, y cuando llegaron a un pequeño corredor más apartado, decidió hablar. —¿Qué ocurrió allá dentro? —preguntó con cautela, bajando el tono de voz. Natalia suspiró profundamente y cerró los ojos por un momento. —Una burrada —respondió con un deje de frustración en su voz. Mateo, que había estado observando en silencio, alzó una ceja, claramente intrigado. Sin embargo, al notar la mirada fija de Keiden, se rascó la nuca y carraspeó. —Voy por un café. Ustedes... hablen tranquilos —dijo antes de alejarse con paso casual, aunque era evidente que quería darles espacio. Keiden se sentó frente a Natalia, tomó sus manos con cuidado y las sostuvo entre las suyas. Ese simple gesto hizo que Natalia se sintiera más calmada, más segura. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios, lo que a su vez relajó a Keiden. —¿Vas a contarme qué pasó? —le preguntó con suavidad
Keiden apretó los labios y asintió lentamente, con sus ojos fijos en Natalia. Por dentro, su corazón latía con una mezcla de ansiedad y dolor, pero se obligó a mantener la calma. Aunque le costaba aceptar la confesión, sabía que tenía que escucharla hasta el final. —Entonces… ahora entiendo tu urgencia para hablar con Simón —dijo finalmente, con un tono que intentaba ser neutral, aunque su voz tembló ligeramente al final. Natalia lo miró con el ceño fruncido, desconcertada por sus palabras. —¿A qué te refieres? —preguntó, inclinándose un poco hacia él. Keiden tragó saliva, como si la frase que estaba a punto de decir le supiera amarga. —Vas a elegir a Simón, ¿verdad? —dijo, con un dejo de resignación en su voz. Los ojos de Natalia se abrieron como platos, y su rostro reflejó puro espanto. —¡¿Qué?! ¡No! ¿De dónde sacaste eso? —replicó, su tono cargado de incredulidad. Keiden frunció el ceño, claramente confundido. —No entiendo… —murmuró, pasando una mano por su cabel
La luz del atardecer se colaba por la ventana del hospital, iluminando el rostro tenso de Natalia. Habían pasado varios días desde su ingreso, y aunque su hemorragia se había estabilizado, el peso en su pecho no daba tregua. Sentada en la cama, sostenía su teléfono con fuerza mientras el mensaje en la pantalla la instaba a revisar los resultados del examen de ADN que se había hecho con Astrid. Un nudo se formó en su estómago al pensar en lo que estaba a punto de descubrir. ¿Y si todo lo que creía sobre su familia era una mentira? Su madre, su padre… su identidad misma parecía pender de un hilo. —¿Todo bien? —preguntó Delia, quien había entrado al cuarto con un café en mano y una sonrisa que intentaba tranquilizarla. Natalia levantó la mirada, notando la preocupación en los ojos de su mejor amiga. —Acaban de llegar los resultados del examen con Astrid —murmuró, con voz temblorosa. Delia dejó el café en la mesa y se acercó, tomando asiento junto a ella. —Nat, tus padres seg
Simón movía el tenedor de manera automática, como si el simple acto de comer pudiera distraerlo del dolor que llevaba en el pecho. Había dejado de usar el respirador hacía días, y su recuperación física iba por buen camino, pero su mente estaba muy lejos de sentirse en paz. La noticia de que Natalia había decidido empezar una relación formal con Keiden era un golpe que, aunque anticipado, lo había dejado sin aire. Recordaba con claridad las palabras de Natalia, cargadas de firmeza y determinación. Sabía que ella había tomado una decisión, y eso no hacía más que amplificar el vacío que lo consumía desde su último encuentro. Cada día, Simón se obligaba a levantarse y seguir con su proceso de recuperación. Sabía que Natalia sería dada de alta pronto, mientras él aún estaba atado a esa cama hasta que los médicos lo consideraran apto para salir. La idea de que ella se alejaba cada vez más de su vida hacía que las horas pasaran lentas y pesadas. Sus padres lo habían visitado frecue