Minutos antes…El murmullo de la cafetería del hospital parecía un eco lejano para Natalia. Sostenía un vaso de café de la máquina expendedora, apenas probando un sorbo, mientras Delia la miraba fijamente desde el otro lado de la mesa. Habían elegido sentarse en un rincón, lejos de los ojos curiosos de cualquiera que pudiera reconocerlas. Natalia respiraba con dificultad, luchando contra la ansiedad que le oprimía el pecho. —Entonces... ¿me vas a contar qué pasó exactamente? —preguntó Delia, con una mezcla de curiosidad y preocupación en su voz. Natalia se removió en su asiento, incómoda. Miró el café como si en su superficie pudiera encontrar las palabras que necesitaba. —Simón... me salvó. —Su voz era baja, como si al decirlo en voz alta estuviera confirmando algo imposible—. Fue todo tan rápido. El auto estaba detrás de mí intentando hacerme perder el control y... él se lanzó de frente con su auto para detenerlo.Delia parpadeó, incapaz de ocultar su sorpresa. —¿Qué? ¿Arri
Las pisadas de Keiden resonaban con fuerza en las escaleras de emergencia mientras intentaba no perder de vista a Natalia, quien corría con una determinación que lo aterraba. El hombre al que perseguía iba varios escalones adelante, moviéndose con una rapidez casi inhumana. Keiden sintió un nudo en el estómago al ver que Natalia no se detenía, pese al evidente peligro. —¡Natalia, por favor, detente! —gritó con todas sus fuerzas, su voz resonando en el estrecho espacio. Ella ni siquiera volteó a verlo, como si el deseo de atrapar al hombre fuera más fuerte que su instinto de conservación. —¡Maldita sea, Natalia! —exclamó, acelerando el paso, sintiendo cómo la adrenalina lo impulsaba más allá de su límite. De repente, la voz de Mateo se alzó a su lado. —¡Déjame esto a mí! Tú encárgate de Natalia. Keiden se giró brevemente, sorprendido de que Mateo lo hubiera alcanzado, pero no tuvo tiempo de responder. Mateo lo adelantó, sacando su celular y comenzando a pedir refuerzos mie
El ambiente en el hospital era un caos contenido, como si todos supieran que algo importante estaba sucediendo, pero intentaran mantener la calma. Delia se removió en su lugar, con los dedos entrelazados en un gesto nervioso. Durante unos segundos, sopesó la idea de callar, pero la gravedad de la situación pesaba demasiado. Finalmente, levantó la vista hacia el doctor Ramos. —Hay algo que debo decirle, doctor —murmuró, con voz entrecortada. El médico, que estaba revisando unos documentos, la miró con atención. —Adelante, señorita. —Vi a un hombre entrar a la habitación de Simón. No lo reconocí, pero parecía sospechoso. Natalia también lo notó y… —hizo una pausa, tragando saliva—. Intentó detenerlo, pero todo ocurrió muy rápido. La confesión hizo que el rostro del doctor se endureciera. Sin decir una palabra más, sacó su teléfono móvil y marcó rápidamente. —Necesito un reporte de seguridad sobre la brecha en la habitación de Simón Cáceres —ordenó con voz firme. D
Mateo apoyó la frente contra la pared del pasillo del hospital, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Keiden había suspirado al otro lado del teléfono antes de soltar la bomba. —Acabo de enterarme, Mateo —dijo con tono entrecortado—. La noticia me dejó en shock... Ese bebé, posiblemente, podría ser mío. La mandíbula de Mateo se tensó de inmediato. Enderezó la espalda y llevó una mano al auricular, apretándolo como si quisiera aferrarse a la calma que le faltaba.—¿Posiblemente? —cuestionó, con voz cargada de incredulidad—. ¿Qué diablos significa "posiblemente"? Tú y Natalia… ya han estado juntos. Keiden suspiró al otro lado de la línea, un sonido cargado de frustración y vergüenza. —Es complicado, Mateo —respondió, con su voz apenas un murmullo—. No quería hablar de esto, pero... Natalia y Simón también tuvieron intimidad poco antes. Mateo cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo una mezcla de rabia y frustración lo inundaba. —¿Qué estás tratando de decirme, Kei
El silencio que dejó Keiden al salir de la habitación se sentía como una losa sobre el pecho de Natalia. Las lágrimas seguían cayendo de manera imparable, mojando las sábanas de la camilla mientras intentaba reordenar sus pensamientos. Había esperado su enojo, incluso su decepción, pero enfrentarse a esa mirada llena de reproche y tristeza había sido más de lo que podía soportar.La puerta se abrió de golpe y Delia entró, con el rostro lleno de preocupación. —¿Qué pasó? —preguntó al acercarse rápidamente a la camilla. Natalia negó con la cabeza, intentando secarse las lágrimas. —Keiden… se enteró del embarazo —hizo una mueca de dolor—. Le dije que no estaba segura de quién es el padre. Delia frunció el ceño, colocando una mano sobre la de Natalia. —¿Te reprochó? Natalia asintió lentamente, con la voz temblorosa. —Dice que tenía derecho a saberlo, y tiene razón —tragó saliva con dificultad—. No tenía derecho a ocultarle nada. No importa quién sea el padre, no puedo menti
En la sala de espera del hospital, Graciela observó la expresión sombría en el rostro de Keiden. Su corazón dio un vuelco, y un temor profundo comenzó a formarse en su pecho. Con pasos temblorosos, se acercó a él, sus manos entrelazadas como si buscara fuerza. —Keiden… —su voz era un susurro cargado de preocupación—. ¿Qué ocurrió? ¿Cómo está mi hija? ¿Y el bebé? Keiden suspiró profundamente, pasándose las manos por el cabello, sintiendo como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros. —Natalia está estable —dijo finalmente, eligiendo sus palabras con cuidado—. Pero necesita reposo absoluto. Si no se cuida… —hizo una pausa, su tono endurecido—. Podría poner en riesgo la vida del b… feto.Graciela frunció el ceño, percibiendo algo más allá de las palabras. Su instinto le decía que había algo que Keiden no estaba diciendo. —Pareces disgustado con este tema, Keiden —dijo con cautela—. ¿Acaso no quieres ser padre? La pregunta lo golpeó como un puñal. Keiden cerró los ojos
Natalia respiró hondo antes de entrar a la habitación de Simón. Apenas cruzó el umbral, lo vio recostado en la cama, con un rostro algo pálido y una mirada vulnerable que la golpeó en el pecho. Él parecía tan distinto al hombre que siempre había proyectado fuerza. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Natalia, su expresión cambió a una de preocupación intensa al notar la silla de ruedas. —¿Qué te pasó? —preguntó Simón, frunciendo el ceño mientras su voz débil, pero cargada de inquietud, llenaba el espacio—. ¿Te sientes mal? Delia, detrás de Natalia, no dijo nada. Con cuidado, empujó la silla más cerca de la cama y se inclinó un poco hacia Natalia. —Los dejo a solas. Cualquier cosa, me llamas, Nat —murmuró con suavidad antes de salir de la habitación. —Gracias por traerme hasta aquí —respondió Natalia con un hilo de voz, tragando saliva al sentir la intensa mirada de Simón sobre ella. Él la observaba fijamente, como si intentara leer entre las grietas de su postura
Natalia respiró hondo mientras intentaba mantener la compostura. Miró a Simón, aún algo pálido y con las marcas de la intubación en su cuello. Había querido ser breve, pero el aire entre ellos se cargó de tensión apenas abrió la boca. —Espero que te recuperes bien —dijo, con un tono neutro. Pero antes de que pudiera continuar, Simón comenzó a negar con la cabeza. —No. No puedes irte, Natalia —apretó los dientes con frustración—. No te lo voy a permitir. Natalia esbozó una sonrisa amarga, era una mezcla de incredulidad y frustración. De pronto lo señaló con un dedo tembloroso. —¿Y cómo piensas impedirlo? —preguntó, con sarcasmo—. Si dependes de un respirador para mantenerte vivo. Supo al instante que sus palabras eran crueles, pero no pudo evitarlo. La rabia mezclada con la culpa era demasiado. Sin embargo, Simón no parecía inmutarse. Sus ojos brillaban con una intensidad que Natalia reconocía demasiado bien. —No importa lo que tenga que hacer —dijo con voz firme—. Si t