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Natalia se quedó mirando a Astrid, sin saber si reírse o enfurecerse.

—¿Mi hermana? —repitió lentamente, como si las palabras fueran en un idioma desconocido—. Eso es… imposible.

Astrid se inclinó ligeramente hacia adelante, con las manos entrelazadas en su regazo y una expresión que mezclaba paciencia y nerviosismo.

—No lo es tanto —replicó con voz serena, aunque sus ojos reflejaban una chispa de desafío—. Cuando vi lo parecidas que somos, no pude ignorarlo. Empecé a investigar, sobre todo porque no conocí a mi madre.

Las palabras golpearon a Natalia como un martillo. Su mente corría a mil por hora, tratando de encontrar un sentido a todo aquello.

Por un fugaz instante, consideró la posibilidad de que su padre hubiera tenido una aventura. Después de todo, “es hombre y es su naturaleza infiel”, solía bromear su madre con un deje de resignación. Pero… ¿su madre? ¿Graciela era capaz de algo así?

Eso era impensable. Su madre, quien había sido su modelo de rectitud y moralidad, ¿
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