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Graciela, ajena a la tensión entre Natalia y Keiden, continuó hablando con entusiasmo renovado.

—Ya verás, Natalia, esta vez no dejaré que tu padre vuelva a caer enfermo —dijo, sacando un cuaderno con una interminable lista escrita—. He planeado todo: su dieta, sus caminatas diarias, incluso voy a buscarle una nueva rutina de ejercicios. ¡Todo será perfecto!

Natalia la escuchaba pacientemente, asintiendo de vez en cuando, pero su mente vagaba de regreso a Keiden. Quería explicarle lo de Simón, asegurarse de que no hubiera malos entendidos, pero la presencia de su madre lo hacía imposible.

Mientras caminaban por el pasillo del hospital, Natalia se detuvo junto a una ventana. Miró hacia afuera y vio cómo la noche comenzaba a caer, las luces de la ciudad parpadeando en la distancia.

“¿Algún día encontraré la paz que tanto anhelo?” pensó, sintiendo una punzada de melancolía. “¿O el pasado seguirá persiguiéndome como una sombra interminable?”

—Natalia, ¿vienes? —preguntó Graciela
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