El olor a desinfectante y el constante zumbido de los monitores envolvían el ambiente del hospital, creando un aura de cansancio que parecía pesar sobre los hombros de Natalia. Tres días habían pasado desde que Roberto ingresó, y ella apenas había salido del lugar. Una rápida ida a casa para recoger ropa limpia había sido su único contacto con el mundo exterior. Delia, con su cabello recogido en un moño y su expresión siempre amable, se acercó a Natalia con una taza de café humeante. —Natalia, necesitas relajarte un poco. —Le ofreció la taza, pero Natalia negó con la cabeza, sin apartar la vista de la puerta de la habitación de su padre. —No puedo, Delia —negó con la cabeza—. ANo hasta que mi papá salga de este hospital. Delia suspiró, colocándole la taza en las manos de todas formas. —Él querría verte cuidarte, no agotándote de esta manera. —Sé que pronto va a salir de aquí —murmuró con tono cansado y al mismo tiempo, esperanzado.Delia suspiró y no insistió más. Sabía q
—Definitivamente no —murmuró Natalia, con la voz lo suficientemente baja como para que solo Keiden la escuchara. Keiden entrelazó sus dedos con los de ella y le dio un suave apretón, una muestra silenciosa de apoyo. Natalia le devolvió una sonrisa cansada y ambos se sentaron en la sala de espera. Sin embargo, el momento de calma no pasó desapercibido. Simón los observaba desde el otro lado de la sala, con los brazos cruzados y una expresión que intentaba ser neutral, pero que no podía ocultar del todo su escrutinio. No había escuchado la conversación, pero la cercanía entre ellos le resultaba incómoda. —¿Qué tanto estarán hablando? —pensó, reprimiendo una sonrisa al notar la incomodidad latente en Keiden—. Quizás están peleando… o tal vez mi presencia lo pone nervioso. El pensamiento le agradó más de lo que esperaba, y una chispa de satisfacción iluminó sus ojos. —Más vale que estés celoso, Keiden —se dijo a sí mismo, su determinación creciendo—, porque voy a reconquistar a
Natalia miró la horrorosa escena delante de sus ojos sin poder darle crédito. Isabella había golpeado su nariz contra la pared y de ella había salido un potente chorro de sangre que llegó hasta el suelo, justo en el momento en que Simón Cáceres entró a la sala. Habían tenido una discusión, e Isabella, aprovechando escuchar la voz de Simón, decidió quedar como la víctima delante de él, como siempre hacía. —¿Pero qué diablos hiciste? —volcó su ira hacia ella, acorralandola contra la pared y apretando su cuello—. Mujer cruel y despiadada. ¿La golpeaste? ¡Habla ahora, m*****a sea! Su voz era estremecedora y filosa, haciendo que los oídos de Natalia zumbaran. Su mirada era aún peor, era de un profundo odio que la decepcionó por completo, haciéndola temblar de miedo. —¡No tengo nada que ver en esto! —exclamó ella, armándose de valor. Isabella era su hermana menor y el gran amor de Simón desde hacía años, Natalia solo era la esposa sustituta y él la había odiado por eso por mucho tie
Simón tiró el inhalador hacia ella con desprecio. Natalia lo tomó con manos temblorosas, luchando por respirar mientras él la observaba con una mueca de disgusto.—Isabella se va a quedar aquí —dijo Simón con frialdad, cruzándose de brazos—. Y tú... tú te vas. No tienes nada que hacer en esta casa.Natalia lo miró con incredulidad, sus ojos grandes y húmedos por la falta de aire y el dolor. Finalmente logró inhalar y, aunque todavía jadeaba, encontró el valor para contestar.—Esta es... mi casa... —su voz apenas era audible—. Soy tu esposa aún. Merezco… respeto.Simón soltó una risa corta, cruel.—¿Mi esposa? ¡Por favor, Natalia! —se inclinó hacia ella con una mirada de desdén y una sonrisa sarcástica—. Jamás fuiste mi mujer. No tienes ningún derecho a pedir respeto.Natalia sintió cómo un nudo se formaba en su garganta, pero no de pena, sino de rabia. Lo miró fijamente, reuniendo cada pizca de coraje que le quedaba.—Ya estuvimos juntos... íntimamente —dijo con voz trémula, pero firm
Natalia escuchaba las risas y los murmullos provenientes de la sala. Le parecía increíble que, después de todo lo que acababa de pasar, hubiera algo que celebrar. Bajó las escaleras lentamente, todavía con el peso de la humillación a cuestas, pero sintiendo una creciente determinación.Al llegar, vio a la madre de Simón y a la tía Cristina, ambas rodeando a Isabella con sonrisas resplandecientes, como si hubieran recibido a una estrella de cine. Todas reían y conversaban alegremente, pero cuando notaron la presencia de Natalia, sus sonrisas se desvanecieron al instante.—Miren quién decidió aparecer —dijo la madre de Simón con una sonrisa venenosa—. La desvergonzada de Natalia.—La desvergonzada aquí no soy yo —respondió Natalia, su voz era temblorosa pero firme—. Es esa mujer —señaló a Isabella—, la amante de mi marido. ¿Cómo pueden tenerla aquí como si fuera una invitada de honor?La madre de Simón bufó, cruzándose de brazos mientras la tía asintió con una expresión severa.—La ún
Dentro de la casa, las risas y conversaciones continuaban. Las mujeres Cáceres parecían seguir celebrando como si nada hubiera pasado, indiferentes al sufrimiento de Natalia. Nelly, la madre de Simón, hablaba con su hermana Celia, su tono despectivo como siempre.—¿Quién crees que se arrepentirá primero? —preguntó Nelly, lanzando una mirada rápida hacia la puerta del jardín, donde había visto desaparecer a Natalia.Celia, que estaba acomodando su chal con delicadeza, levantó una ceja y sonrió con ironía.—Seguramente la señora Cáceres —respondió, refiriéndose a Natalia con tono burlón—. Pobre tonta, creyó que podía hacerle frente a Simón. Va a arrepentirse de haberlo desafiado. No sabe lo que es quedarse sola.Nelly soltó una risita fría y se cruzó de brazos.—Claro que se arrepentirá. Siempre lo hacen. Esa mujer no tiene más que aire en la cabeza. Pensó que podría atar a mi hijo con su “amor”. —Lo dijo con un tono de desprecio absoluto—. Ya veremos cuánto le dura esa valentía. Las
Simón alzó una ceja, observando a Natalia con una mezcla de desdén y burla. El silencio entre ambos era denso, cargado de resentimientos no dichos. —Hasta para fingir dignidad tienes talento —soltó con voz cortante, mientras su mirada la recorría de pies a cabeza.Las palabras cayeron como un golpe inesperado, pero Natalia apenas parpadeó. Estaba harta de esos juegos crueles. Mantuvo su mirada firme, evitando mostrarle cuánto la afectaban sus comentarios.—Piensa lo que quieras, Simón —respondió con frialdad, su voz era firme pero cansada. No valía la pena discutir más. Había decidido no seguir atada a esa toxicidad.Sin esperar su reacción, se dio la vuelta, mientras se alejaba de él con el cuerpo tenso.El auto lujoso la esperaba en la entrada, con el chofer Roger al volante, encendiendo el motor en el frío de la noche. Natalia bajó las escaleras con la cabeza en alto y las maletas pesadas en cada mano, como si con ellas llevara el peso de los últimos años. Cuando vio el auto,
El eco de la noticia de la separación entre Natalia y Simón Cáceres no tardó en correr como pólvora entre los círculos sociales. Los rumores sobre el regreso de Isabella, el antiguo amor de Simón, avivaban más el fuego, convirtiendo el escándalo en algo casi incontrolable.Algunos internautas se apresuraron a cuestionar a Natalia. Se decían tantas cosas: que había sido una cazafortunas, que había manipulado a Simón para casarse, que era una mujer inescrupulosa. Pero como bien sabía Natalia, las apariencias podían ser engañosas, y pronto, la verdad cambiaría esa narrativa.Al día siguiente, Simón llegó puntualmente al juzgado. Su presencia, siempre impecable, lo hacía destacar entre el bullicio: traje oscuro, corbata perfectamente anudada, rostro inescrutable. A pesar de la tormenta mediática, se mantenía como una fortaleza inquebrantable. Al entrar, sus ojos se encontraron con Natalia, quien ya estaba allí sentada con una expresión serena, aunque su mirada lo seguía con una mezcl