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La sala de espera parecía haber ganado un peso invisible desde la llegada de Delia.

Vestida con unos jeans oscuros y un abrigo gris, su cabello recogido en un moño desordenado reflejaba la prisa con la que había llegado. Abrazó a Natalia y a Graciela con fuerza, como si con ese gesto pudiera aliviar parte del dolor que llevaban encima.

—Llegué lo más rápido que pude —dijo Delia, apretando los labios—. ¿Cómo está Roberto?

—No sabemos nada aún —respondió Natalia, su voz cargada de agotamiento. Luego, frunció el ceño—. ¿Sabes algo de Daniel? He intentado contactarlo, pero no responde.

Delia hizo una mueca, mirando brevemente su teléfono.

—No tengo idea. No he sabido de él en varios días. —Su tono reflejaba preocupación.

Su mirada se desvió hacia Simón, quien estaba sentado en una esquina de la sala, aparentemente perdido en sus pensamientos.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó Delia en voz baja, pero con suficiente fuerza como para que Natalia la escuchara claramente.

Natalia susp
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