Vladimir salió como muy enojado de la casa de sus padres, con el ceño fruncido y las mandíbulas tensas. Su respiración era pesada, sus manos estaban apretadas en puños, y su mente hervía con la conversación que acababa de tener.
En la puerta del auto lo esperaba su asistente, Javier, un hombre de unos veintiséis años, con el cabello revuelto y una expresión de preocupación constante. Apenas vio a su jefe, su cuerpo se puso rígido y tragó saliva. Sabía que cuando Vladimir tenía esa mirada, algo muy malo había pasado. —¿Jefe, y esa cara? —preguntó con voz temblorosa. —¡Mis padres! —rugió Vladimir, haciendo que Javier diera un paso hacia atras —. Acosando para que les presente a mi prometida y que, ojalá, ya esté embarazada. ¿Lo puedes creer, Javier? El pobre asistente, en su intento de no caerse del susto, puso una mano sobre su pecho y exhaló un suspiro larguísimo, como si con eso lograra calmar su corazón acelerado. —Bueno, jefe… es que usted ya tiene una edad en la que… digamos que… eeeh… ¿No quiere un café? Vladimir lo fulminó con la mirada. —¡¿Me ves cara de querer café, Javier?! —No, jefe, lo veo con cara de querer estrangular a alguien… ¡pero oiga, yo solo soy su humilde asistente! Vladimir se metió al auto y cerró la puerta con fuerza. Javier, aún medio tembloroso, entró también y se acomodó a su lado, mientras el chofer arrancaba rumbo a la empresa. Por un rato, solo se escuchó el sonido del motor y la respiración pesada de Vladimir. Javier, que ya había presenciado suficientes explosiones de su jefe como para saber que debía mantenerse en silencio, decidió fingir que revisaba su celular. Pero su paz no duró mucho. —Javier —habló finalmente Vladimir, con un tono seco. —Sí, jefe —respondió, poniéndose derecho de inmediato. —¿Está listo el contrato para el alquiler de vientre? Javier tragó saliva y revisó sus documentos en el maletín, como si no supiera la respuesta de antemano. —Sí, señor. Y la muestra de semen también está lista para la inseminación artificial. Apenas sepamos que dio resultado, le damos el contrato a la mujer para que lo firme y de inmediato se va a vivir con usted, como usted ordenó. Vladimir asintió con la cabeza, su expresión seguía siendo fría, pero había un brillo de incomodidad en sus ojos. —Apenas sepas algo, me avisas. Si todo sale como lo tenemos planeado, la recogeremos personalmente. Y te advierto, tonto, que nadie más debe saber de esto. El tono severo hizo que a Javier se le erizara la piel. —¡Por supuesto, jefe! Mis labios están más sellados que una lata de atún. Vladimir le lanzó una mirada de desconcierto. —¿Qué diablos dices, Javier? —Que sí, jefe, que no diré nada. El resto del camino transcurrió en silencio. Vladimir apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento y miró por la ventana, observando la ciudad con una mezcla de aburrimiento y enojo. No le gustaba la idea de tener un hijo por contrato. Le desagradaba aún más la idea de que una mujer alquilara su vientre para tener un hijo y después cambiarlo por mucho dinero. Para él, todas las mujeres , son muy interesadas, unas mentirosas y desgracias al venderse de esa forma. Pero no tenía opciones. —Ni muerto me dejas en paz, abuelo… —susurró para sí mismo, apretando los dientes—. ¿Cómo se te ocurrió esa m*****a cláusula en el testamento, viejo tacaño, desgraciado?. Cuando llegaron a la empresa, Vladimir bajó del auto con su habitual presencia imponente. Su traje estaba impecable, sus pasos eran firmes, y su mirada era tan fría como un iceberg. Los empleados lo saludaban con un nervioso "buenos días", pero él apenas respondía con un leve movimiento de cabeza. Javier, tropezando con sus propios pies, intentó seguirle el paso. —¡Jefe, espéreme, mis piernas no son tan largas! —Ese no es mi problema. —Para mí , sí lo es… Apenas entraron a la oficina, Vladimir se dejó caer en su silla de cuero negro, sin quitarse el saco. Apoyó un codo en el escritorio y se frotó las sienes. —Tráeme un café. Y que sea rápido. Javier asintió con entusiasmo. —¡Sí, señor! En menos de un minuto lo tiene en sus manos. Dicho esto, salió corriendo de la oficina. Vladimir suspiró. —Un hijo… —murmuró, mirando la ciudad a través de los ventanales—. Ni siquiera me imagino siendo padre. Su mente volvió a la cláusula del testamento. Su abuelo había dejado claro que, si no tenía un hijo dentro del próximo año, su herencia sería donada a una fundación de beneficencia. —Abuelo, maldito seas… En ese momento, Javier irrumpió en la oficina con una bandeja en las manos. —Aquí tiene su café, jefe. Pero en su torpeza, tropezó con la alfombra y… —¡No, no, no, no! La bandeja voló por los aires y el café caliente cayó directo sobre el escritorio de Vladimir. Documentos importantes, la computadora y hasta su teléfono terminaron bañados en líquido marrón. Hubo un silencio sepulcral. Javier se quedó pálido, con la boca entreabierta, mirando el desastre que acababa de causar. Vladimir cerró los ojos y respiró hondo. —Dame… una… razón… para no despedirte en este instante. Javier levantó un dedo. —Porque… porque… soy muy eficiente en otras cosas… —¿En cuáles? —En… traer café… bueno, no, en organizar su agenda, en… en ser leal… —Sal de mi vista antes de que cambie de opinión. Javier salió disparado como si su vida dependiera de ello. Vladimir se quedó mirando su escritorio empapado en café. —Dios… ¿Qué hice para merecer esto? Más tarde, cuando finalmente logró limpiar el desastre y continuar con su día, recibió un mensaje de Javier. —Jefe, noticias importantes. La mujer que seleccionamos para la inseminación… está embarazada. Vladimir dejó el teléfono sobre el escritorio, mirando el techo con una mezcla de incredulidad y resignación. —Pues ya está hecho. Se pasó una mano por el rostro. —Voy a ser padre… Y por primera vez en mucho tiempo, Vladimir sintió algo que no había sentido en años: Miedo.Maia, aunque sentía la indiferencia de su esposo, estaba de muy buen humor. Los días habían pasado, y ese día era especial: iría a la clínica para saber si estaba embarazada. Se aferraba a la esperanza de que la inseminación hubiese funcionado, de que al fin tendría en su vientre al hijo que tanto anhelaba.Despertó muy temprano esa mañana, con el corazón latiéndole de emoción. Se puso su bata de seda, recogió su cabello en una coleta sencilla y fue a la cocina. Preparó el desayuno con dedicación, cuidando cada detalle. Puso la mesa para dos, sirvió el café caliente y llevó la bandeja a la habitación, ilusionada de compartir ese momento con Ronaldo.Al entrar, lo encontró dormido de lado, su rostro sereno pero distante. Con una sonrisa, dejó la bandeja sobre la mesita de noche y le acarició el brazo con suavidad.—Amor —susurró con ternura—. Te traje el desayuno.Los párpados de Ronaldo se abrieron lentamente, y sus ojos la observaron con fastidio. Soltó un suspiro molesto antes de in
Vladimir llegó a la clínica de fertilidad con la expresión seria de siempre. Su porte imponente y la frialdad en su mirada intimidaban a cualquiera que se cruzara en su camino. Ajustó el cuello de su abrigo oscuro antes de bajar del auto.—Javier, baja del auto de una vez por todas —ordenó como siempre con esa voz de irritación.Javier, que estaba entretenido revisando su teléfono, dio un respingo y casi se atraganta con su propia saliva.—¡Sí, jefe! Perdón, jefe —respondió atropelladamente mientras forcejeaba con el cinturón de seguridad.Vladimir rodó los ojos con fastidio al ver a su asistente pelear con algo tan simple. Finalmente, Javier logró soltarse, pero en su apuro tropezó al salir del auto y casi terminó en el suelo.—¿Es necesario que seas tan torpe? —bufó Vladimir mientras lo miraba con desprecio.—Creo que el auto intentó sabotearme, jefe —se quejó Javier mientras sacudía el saco. Lo ignoro, Vladimir y se encaminó a la entrada de la clínica con paso firme. El mármol bri
Maia, después de la promesa que le hizo a su bebé en su vientre, llamó a su amiga para pedirle quedarse con ella esa noche. No podía permanecer en esa casa, aunque fuera ella quien pagara la renta. Ahora, lo mejor era refugiarse con su amiga y, más adelante, pasar por sus cosas y finalizar el contrato de arrendamiento. Era más que obvio que no se quedaría en ese lugar después de haber encontrado a Ronaldo con otra mujer en su propia cama.Cuando Daiana contestó la llamada, notó la tensión en la voz de Maia.—Maia, sabes que eres bienvenida en mi departamento, pero ¿qué pasó? —preguntó con curiosidad y preocupación. Su amiga rara vez le pedía favores de ese tipo, así que algo grave debía haber ocurrido.—Hablaremos cuando llegue a tu departamento —respondió Maia con voz quebrada, finalizando la llamada sin dar más explicaciones.Mientras conducía por la ciudad iluminada por las luces nocturnas, sentía el pecho oprimido. La traición de Ronaldo seguía pesando en su corazón como una piedra
Maia bajó del auto de Daiana con el corazón latiendo con fuerza. El aire de la noche era fresco, pero en su interior ardía un fuego de orgullo herido y decepcionado. Hoy cerraría este capítulo de su vida para siempre. Miró la casa que una vez consideró su hogar y sintió que ya no le pertenecía.—¿Amiga, quieres que entre contigo? —gritó Daiana desde la ventana del auto, con evidente preocupación en la voz.Maia se giró y le dedicó una sonrisa tranquilizadora, aunque por dentro sentía que todo a su alrededor se desmoronaba.—Tranquila, todo estará bien. Espérame, no tardo —respondió, intentando sonar segura.Sacó las llaves de su bolso, las colocó en la cerradura y, con un profundo suspiro, empujó la puerta. Al entrar, se encontró con la amante de su esposo cómodamente sentada en una de las sillas del comedor, como si aquella casa fuera suya.Angie la observó con una mueca de desprecio, cruzándose de brazos con arrogancia.—¿Qué haces aquí, inútil? —preguntó con desdén, sin siquiera mo
Maia salió del lugar que hasta hace unos días consideraba su hogar con lágrimas en los ojos, pero no por el hombre al que ella creyó amar, sino por el miedo y la angustia que la consumían tras la caída. Sus manos temblaban mientras abrazaba su vientre, rogando en silencio que su bebé estuviera bien.—Necesito que me revise, me caí —le pidió a su amiga con la voz entrecortada por la desesperación.Daiana abrió mucho los ojos, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.—¿Qué? ¿Cómo pasó eso?—Eso no importa —respondió Maia con prisa, secándose las lágrimas con la manga—. Lo importante es que nos aseguremos de que el bebé está bien.Daiana asintió, comprendiendo la angustia de su amiga.—Está bien, vamos de regreso a la clínica ahora mismo. No podemos perder más tiempo.Después de guardar todas las pertenencias de Maia en el auto, ambas se dirigieron a la clínica en un silencio tenso. Maia no dejaba de acariciar su vientre, temerosa de lo que pudiera haber pasado con su bebé.Ya en la
Maia descendió del auto con una mezcla de nervios y asombro. La mansión de Vladimir era inmensa, imponente, con columnas de mármol que parecían sostener el cielo mismo. Las luces doradas iluminaban la fachada, dándole un aire majestuoso y frío, casi como un dueño hecho realidad.—Es… inmensa esta casa —susurró, en sus ojos que reflejaba incredulidad de quien nunca había visto semejante derroche de riqueza.A su lado, Javier bajó con las maletas, dedicándole una sonrisa cálida. No entendía por qué, pero Maia le caía bien desde el primer momento en que la vio. Había algo en su expresión, en sus ojos grandes y dulces, que gritaba inocencia pura. Javier se rió internamente al notar sus propios pensamientos.—Espero que no te pierdas aquí dentro —bromeó, acomodando las maletas—. Yo todavía no aprendo dónde quedan todas las habitaciones.Maia le dedicó una sonrisa tímida, justo cuando la puerta principal se abrió de golpe.Vladimir estaba de pie en la entrada, con los brazos cruzados y el c
Maia estaba en su habitación, aún sin poder creer la majestuosa mansión en la que viviría hasta que su bebé naciera. Todo a su alrededor parecía sacado de un sueño: los finos muebles, la enorme cama con sábanas de seda y el amplio ventanal que ofrecía una vista impresionante del jardín iluminado. Nunca imaginó que tendría tanto lujo a su disposición, pero, al mismo tiempo, no podía evitar un escalofrío de incertidumbre al recorrer su espalda.—Esto parece un sueño… Únicamente espero que no se convierta en una pesadilla —murmuró, acariciando su vientre con ternura.Suspiró al ver la hora y decidió cambiarse para descansar. Según lo que escuchó entre Vladimir y sus empleados, al día siguiente habría un evento importante al que no podría negarse a asistir.Buscó entre sus cosas y sacó una pijama sencilla de una de sus maletas, dejándola sobre la cama. Se despojó lentamente de su ropa, quedando solo en ropa interior. La suave brisa nocturna acarició su piel desnuda, erizando todo su cuerp
Maia abrió los ojos lentamente mientras los rayos del sol se filtraban a través de la ventana, iluminando suavemente la habitación. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la claridad matutina. El colchón mullido bajo su cuerpo y la frescura de las sábanas de seda la envolvían en una sensación de comodidad que no le pertenecía.La puerta se abrió de repente, sacándola de su ensoñación.—Buenos días, señorita Maia —saludó Lulu con una sonrisa radiante mientras entraba con paso seguro a la habitación.Maia apenas tuvo tiempo de incorporarse cuando tras Lulu apareció un grupo de personas empujando varios percheros repletos de vestidos y cajas elegantes con logotipos de marcas reconocidas.—¿Qué es todo esto? —preguntó Maia, sorprendida, mientras observaba la escena con los labios entreabiertos.—Trajimos todo esto para usted. Estos vestidos vienen de las mejores marcas: Chanel, Leonisa, Koaj, Estudio F y Punto Blanco —enumeró Lulu con un gesto orgulloso mientras señalaba las p