CAPÍTULO 2

Vladimir salió como muy enojado de la casa de sus padres, con el ceño fruncido y las mandíbulas tensas. Su respiración era pesada, sus manos estaban apretadas en puños, y su mente hervía con la conversación que acababa de tener.

En la puerta del auto lo esperaba su asistente, Javier, un hombre de unos veintiséis años, con el cabello revuelto y una expresión de preocupación constante. Apenas vio a su jefe, su cuerpo se puso rígido y tragó saliva. Sabía que cuando Vladimir tenía esa mirada, algo muy malo había pasado.

—¿Jefe, y esa cara? —preguntó con voz temblorosa.

—¡Mis padres! —rugió Vladimir, haciendo que Javier diera un paso hacia atras —. Acosando para que les presente a mi prometida y que, ojalá, ya esté embarazada. ¿Lo puedes creer, Javier?

El pobre asistente, en su intento de no caerse del susto, puso una mano sobre su pecho y exhaló un suspiro larguísimo, como si con eso lograra calmar su corazón acelerado.

—Bueno, jefe… es que usted ya tiene una edad en la que… digamos que… eeeh… ¿No quiere un café?

Vladimir lo fulminó con la mirada.

—¡¿Me ves cara de querer café, Javier?!

—No, jefe, lo veo con cara de querer estrangular a alguien… ¡pero oiga, yo solo soy su humilde asistente!

Vladimir se metió al auto y cerró la puerta con fuerza. Javier, aún medio tembloroso, entró también y se acomodó a su lado, mientras el chofer arrancaba rumbo a la empresa.

Por un rato, solo se escuchó el sonido del motor y la respiración pesada de Vladimir. Javier, que ya había presenciado suficientes explosiones de su jefe como para saber que debía mantenerse en silencio, decidió fingir que revisaba su celular. Pero su paz no duró mucho.

—Javier —habló finalmente Vladimir, con un tono seco.

—Sí, jefe —respondió, poniéndose derecho de inmediato.

—¿Está listo el contrato para el alquiler de vientre?

Javier tragó saliva y revisó sus documentos en el maletín, como si no supiera la respuesta de antemano.

—Sí, señor. Y la muestra de semen también está lista para la inseminación artificial. Apenas sepamos que dio resultado, le damos el contrato a la mujer para que lo firme y de inmediato se va a vivir con usted, como usted ordenó.

Vladimir asintió con la cabeza, su expresión seguía siendo fría, pero había un brillo de incomodidad en sus ojos.

—Apenas sepas algo, me avisas. Si todo sale como lo tenemos planeado, la recogeremos personalmente. Y te advierto, tonto, que nadie más debe saber de esto.

El tono severo hizo que a Javier se le erizara la piel.

—¡Por supuesto, jefe! Mis labios están más sellados que una lata de atún.

Vladimir le lanzó una mirada de desconcierto.

—¿Qué diablos dices, Javier?

—Que sí, jefe, que no diré nada.

El resto del camino transcurrió en silencio. Vladimir apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento y miró por la ventana, observando la ciudad con una mezcla de aburrimiento y enojo. No le gustaba la idea de tener un hijo por contrato. Le desagradaba aún más la idea de que una mujer alquilara su vientre para tener un hijo y después cambiarlo por mucho dinero. Para él, todas las mujeres , son muy interesadas, unas mentirosas y desgracias al venderse de esa forma.

Pero no tenía opciones.

—Ni muerto me dejas en paz, abuelo… —susurró para sí mismo, apretando los dientes—. ¿Cómo se te ocurrió esa m*****a cláusula en el testamento, viejo tacaño, desgraciado?.

Cuando llegaron a la empresa, Vladimir bajó del auto con su habitual presencia imponente. Su traje estaba impecable, sus pasos eran firmes, y su mirada era tan fría como un iceberg. Los empleados lo saludaban con un nervioso "buenos días", pero él apenas respondía con un leve movimiento de cabeza.

Javier, tropezando con sus propios pies, intentó seguirle el paso.

—¡Jefe, espéreme, mis piernas no son tan largas!

—Ese no es mi problema.

—Para mí , sí lo es…

Apenas entraron a la oficina, Vladimir se dejó caer en su silla de cuero negro, sin quitarse el saco. Apoyó un codo en el escritorio y se frotó las sienes.

—Tráeme un café. Y que sea rápido.

Javier asintió con entusiasmo.

—¡Sí, señor! En menos de un minuto lo tiene en sus manos.

Dicho esto, salió corriendo de la oficina.

Vladimir suspiró.

—Un hijo… —murmuró, mirando la ciudad a través de los ventanales—. Ni siquiera me imagino siendo padre.

Su mente volvió a la cláusula del testamento. Su abuelo había dejado claro que, si no tenía un hijo dentro del próximo año, su herencia sería donada a una fundación de beneficencia.

—Abuelo, maldito seas…

En ese momento, Javier irrumpió en la oficina con una bandeja en las manos.

—Aquí tiene su café, jefe.

Pero en su torpeza, tropezó con la alfombra y…

—¡No, no, no, no!

La bandeja voló por los aires y el café caliente cayó directo sobre el escritorio de Vladimir. Documentos importantes, la computadora y hasta su teléfono terminaron bañados en líquido marrón.

Hubo un silencio sepulcral.

Javier se quedó pálido, con la boca entreabierta, mirando el desastre que acababa de causar.

Vladimir cerró los ojos y respiró hondo.

—Dame… una… razón… para no despedirte en este instante.

Javier levantó un dedo.

—Porque… porque… soy muy eficiente en otras cosas…

—¿En cuáles?

—En… traer café… bueno, no, en organizar su agenda, en… en ser leal…

—Sal de mi vista antes de que cambie de opinión.

Javier salió disparado como si su vida dependiera de ello.

Vladimir se quedó mirando su escritorio empapado en café.

—Dios… ¿Qué hice para merecer esto?

Más tarde, cuando finalmente logró limpiar el desastre y continuar con su día, recibió un mensaje de Javier.

—Jefe, noticias importantes. La mujer que seleccionamos para la inseminación… está embarazada.

Vladimir dejó el teléfono sobre el escritorio, mirando el techo con una mezcla de incredulidad y resignación.

—Pues ya está hecho.

Se pasó una mano por el rostro.

—Voy a ser padre…

Y por primera vez en mucho tiempo, Vladimir sintió algo que no había sentido en años:

Miedo.

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