CAPÍTULO 5

Maia, después de la promesa que le hizo a su bebé en su vientre, llamó a su amiga para pedirle quedarse con ella esa noche. No podía permanecer en esa casa, aunque fuera ella quien pagara la renta. Ahora, lo mejor era refugiarse con su amiga y, más adelante, pasar por sus cosas y finalizar el contrato de arrendamiento. Era más que obvio que no se quedaría en ese lugar después de haber encontrado a Ronaldo con otra mujer en su propia cama.

Cuando Daiana contestó la llamada, notó la tensión en la voz de Maia.

—Maia, sabes que eres bienvenida en mi departamento, pero ¿qué pasó? —preguntó con curiosidad y preocupación. Su amiga rara vez le pedía favores de ese tipo, así que algo grave debía haber ocurrido.

—Hablaremos cuando llegue a tu departamento —respondió Maia con voz quebrada, finalizando la llamada sin dar más explicaciones.

Mientras conducía por la ciudad iluminada por las luces nocturnas, sentía el pecho oprimido. La traición de Ronaldo seguía pesando en su corazón como una piedra. No se trataba solo de la infidelidad, sino del engaño, de las mentiras, de la forma en que la había hecho sentir insuficiente durante tanto tiempo. Pero ahora no estaba sola. Dentro de ella latía una vida, y por ese bebé, debía mantenerse firme.

Daiana, quien se encontraba en el trabajo cuando Maia la llamó, no pudo evitar preocuparse. La seriedad en la voz de su amiga la inquietó tanto que pidió salir antes y se dirigió directamente a su departamento. Al llegar, encontró a Maia esperando en la entrada.

Apenas se vieron, Maia no pudo contener las lágrimas. Su fortaleza se desmoronó en un instante. Daiana la abrazó con fuerza, transmitiéndole el apoyo silencioso que tanto necesitaba. Ella se permitió llorar unos segundos, pero enseguida secó sus lágrimas con la manga de su suéter y forzó una sonrisa. No quería parecer débil, aunque por dentro estuviera rota.

Subieron juntas al departamento, y apenas cerraron la puerta, Daiana la miró con seriedad.

—Ahora dime qué pasó —exigió con voz firme.

Maia tomó aire, sintiendo cómo su garganta se cerraba por la emoción.

—Lo encontré con otra en nuestra cama —confesó con vergüenza, sintiendo un nudo en el estómago.

El rostro de Daiana se enrojeció de furia.

—¡Ese descarado! ¿Cómo se atrevió? ¡Tú lo has dado todo por él! ¡Lo amaste, lo apoyaste, lo pusiste por encima de ti misma y así te lo paga! ¡Maldito idiota!

Maia desvió la mirada, sintiendo que la humillación quemaba su piel.

—Y eso no es todo —agregó en voz baja—. Su amante está embarazada.

Daiana se quedó boquiabierta.

—¿Qué? ¿Cómo?

Maia apretó los labios con rabia antes de responder.

—Según él, yo no soy una mujer completa. Ella sí lo es porque le va a dar un hijo.

Daiana sintió que la sangre le hervía. Pero antes de que pudiera gritar alguna maldición, Maia soltó una frase que la dejó en shock.

—Pero ese idiota no puede embarazar a nadie —susurró Daiana, incrédula.

Maia sonrió con tristeza.

—Sí, pero él no lo sabe. Y no seré yo quien lo saque de su error. Se merece que lo engañen, igual que él me engañó a mí.

Daiana se cruzó de brazos, asintiendo con la cabeza. Nunca le había gustado Ronaldo, y ahora tenía más razones para despreciarlo.

—Bien, que crea lo que quiera. Se merece ser el hazmerreír.

El silencio se apoderó del ambiente hasta que Daiana preguntó:

—¿Y ahora qué vas a hacer?

Maia suspiró y colocó la mano sobre su vientre, sintiendo la pequeña vida que crecía dentro de ella.

—Voy a tratar de convencer al papá de este bebé de que me deje quedármelo. Mi sueño es ser mamá. De verdad deseo tenerlo conmigo, verlo crecer, que me llame mamá… Es mi más grande anhelo.

Daiana la miró con preocupación.

—Maia, ese hombre no es fácil. Tiene fama de ser un ogro. Sus propios empleados lo odian. ¿De verdad crees que podrás convencerlo?

Maia mantuvo la mirada firme.

—Al menos debo intentarlo. No puedo renunciar a mi hijo. Me moriría si lo hiciera.

Daiana la abrazó con fuerza.

—Está bien. Te dejaré intentarlo, pero escucha bien: si el bebé nace y no logras convencerlo, yo diré la verdad. No me importa lo que pase conmigo, ese bebé se quedará contigo. Porque tú no tienes que pagar por mis errores. ¿Está claro?

Maia la miró con gratitud y asintió.

—Está claro. Lo lograré.

Pasaron la noche juntas, preparando la cena y conversando hasta la madrugada. Después de tomar una ducha, Daiana le prestó ropa de dormir a Maia. No tenía intención de volver a la casa que había compartido con Ronaldo hasta asegurarse de que él no estuviera allí.

A la mañana siguiente, se levantaron temprano y prepararon un desayuno saludable. Maia apenas podía comer por los nervios. Iba a conocer al padre de su bebé, el hombre que tenía en sus manos el destino de su hijo.

Daiana había hecho los arreglos para que se reunieran en una clínica. Cuando llegaron, ambas sintieron cómo la ansiedad se instalaba en sus estómagos.

Entonces, la puerta se abrió y un hombre entró con una presencia imponente. Alto, de rostro anguloso y mirada fría, con un traje impecable que acentuaba su elegancia y su aire de poder.

Maia contuvo el aliento.

—Por lo menos mi hijo se parecerá a su papá. Será muy guapo —pensó para sí misma.

Pero en cuanto Vladimir se acercó, su actitud la hizo fruncir el ceño. Ni siquiera le estrechó la mano cuando ella intentó saludarlo.

—Maldito grosero —murmuró para sí misma, pensando que ojalá su hijo no heredara la falta de modales de su padre.

Su asistente, en cambio, fue mucho más amable. Aunque torpe, le pareció agradable y hasta le sacó una sonrisa con sus gestos inseguros.

Maia guardó el contrato en su bolso. Lo leería con calma en el departamento de Daiana después de ir a recoger sus cosas.

—Bueno, esto pudo haber salido peor. Mejor vamos por tus cosas de una vez —dijo Daiana al salir de la clínica—. Espero que el idiota de tu ex no esté ahí, o le golpearé las bolas.

Maia soltó una pequeña risa.

Se dirigieron al que hasta el día anterior había sido su hogar. Al menos, eso había creído ella. Ahora, debía enfrentarse a la realidad: su vida había cambiado radicalmente.

Estaba divorciada.

Iba a vivir con un hombre al que apenas conocía.

Y no sabía si podría quedarse con su bebé.

Su vida se había convertido en un torbellino de incertidumbre, pero había una sola cosa clara en su corazón: no dejaría que nadie le arrebatara a su hijo.

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