Maia, después de la promesa que le hizo a su bebé en su vientre, llamó a su amiga para pedirle quedarse con ella esa noche. No podía permanecer en esa casa, aunque fuera ella quien pagara la renta. Ahora, lo mejor era refugiarse con su amiga y, más adelante, pasar por sus cosas y finalizar el contrato de arrendamiento. Era más que obvio que no se quedaría en ese lugar después de haber encontrado a Ronaldo con otra mujer en su propia cama.
Cuando Daiana contestó la llamada, notó la tensión en la voz de Maia.
—Maia, sabes que eres bienvenida en mi departamento, pero ¿qué pasó? —preguntó con curiosidad y preocupación. Su amiga rara vez le pedía favores de ese tipo, así que algo grave debía haber ocurrido.
—Hablaremos cuando llegue a tu departamento —respondió Maia con voz quebrada, finalizando la llamada sin dar más explicaciones.
Mientras conducía por la ciudad iluminada por las luces nocturnas, sentía el pecho oprimido. La traición de Ronaldo seguía pesando en su corazón como una piedra. No se trataba solo de la infidelidad, sino del engaño, de las mentiras, de la forma en que la había hecho sentir insuficiente durante tanto tiempo. Pero ahora no estaba sola. Dentro de ella latía una vida, y por ese bebé, debía mantenerse firme.
Daiana, quien se encontraba en el trabajo cuando Maia la llamó, no pudo evitar preocuparse. La seriedad en la voz de su amiga la inquietó tanto que pidió salir antes y se dirigió directamente a su departamento. Al llegar, encontró a Maia esperando en la entrada.
Apenas se vieron, Maia no pudo contener las lágrimas. Su fortaleza se desmoronó en un instante. Daiana la abrazó con fuerza, transmitiéndole el apoyo silencioso que tanto necesitaba. Ella se permitió llorar unos segundos, pero enseguida secó sus lágrimas con la manga de su suéter y forzó una sonrisa. No quería parecer débil, aunque por dentro estuviera rota.
Subieron juntas al departamento, y apenas cerraron la puerta, Daiana la miró con seriedad.
—Ahora dime qué pasó —exigió con voz firme.
Maia tomó aire, sintiendo cómo su garganta se cerraba por la emoción.
—Lo encontré con otra en nuestra cama —confesó con vergüenza, sintiendo un nudo en el estómago.
El rostro de Daiana se enrojeció de furia.
—¡Ese descarado! ¿Cómo se atrevió? ¡Tú lo has dado todo por él! ¡Lo amaste, lo apoyaste, lo pusiste por encima de ti misma y así te lo paga! ¡Maldito idiota!
Maia desvió la mirada, sintiendo que la humillación quemaba su piel.
—Y eso no es todo —agregó en voz baja—. Su amante está embarazada.
Daiana se quedó boquiabierta.
—¿Qué? ¿Cómo?
Maia apretó los labios con rabia antes de responder.
—Según él, yo no soy una mujer completa. Ella sí lo es porque le va a dar un hijo.
Daiana sintió que la sangre le hervía. Pero antes de que pudiera gritar alguna maldición, Maia soltó una frase que la dejó en shock.
—Pero ese idiota no puede embarazar a nadie —susurró Daiana, incrédula.
Maia sonrió con tristeza.
—Sí, pero él no lo sabe. Y no seré yo quien lo saque de su error. Se merece que lo engañen, igual que él me engañó a mí.
Daiana se cruzó de brazos, asintiendo con la cabeza. Nunca le había gustado Ronaldo, y ahora tenía más razones para despreciarlo.
—Bien, que crea lo que quiera. Se merece ser el hazmerreír.
El silencio se apoderó del ambiente hasta que Daiana preguntó:
—¿Y ahora qué vas a hacer?
Maia suspiró y colocó la mano sobre su vientre, sintiendo la pequeña vida que crecía dentro de ella.
—Voy a tratar de convencer al papá de este bebé de que me deje quedármelo. Mi sueño es ser mamá. De verdad deseo tenerlo conmigo, verlo crecer, que me llame mamá… Es mi más grande anhelo.
Daiana la miró con preocupación.
—Maia, ese hombre no es fácil. Tiene fama de ser un ogro. Sus propios empleados lo odian. ¿De verdad crees que podrás convencerlo?
Maia mantuvo la mirada firme.
—Al menos debo intentarlo. No puedo renunciar a mi hijo. Me moriría si lo hiciera.
Daiana la abrazó con fuerza.
—Está bien. Te dejaré intentarlo, pero escucha bien: si el bebé nace y no logras convencerlo, yo diré la verdad. No me importa lo que pase conmigo, ese bebé se quedará contigo. Porque tú no tienes que pagar por mis errores. ¿Está claro?
Maia la miró con gratitud y asintió.
—Está claro. Lo lograré.
Pasaron la noche juntas, preparando la cena y conversando hasta la madrugada. Después de tomar una ducha, Daiana le prestó ropa de dormir a Maia. No tenía intención de volver a la casa que había compartido con Ronaldo hasta asegurarse de que él no estuviera allí.
A la mañana siguiente, se levantaron temprano y prepararon un desayuno saludable. Maia apenas podía comer por los nervios. Iba a conocer al padre de su bebé, el hombre que tenía en sus manos el destino de su hijo.
Daiana había hecho los arreglos para que se reunieran en una clínica. Cuando llegaron, ambas sintieron cómo la ansiedad se instalaba en sus estómagos.
Entonces, la puerta se abrió y un hombre entró con una presencia imponente. Alto, de rostro anguloso y mirada fría, con un traje impecable que acentuaba su elegancia y su aire de poder.
Maia contuvo el aliento.
—Por lo menos mi hijo se parecerá a su papá. Será muy guapo —pensó para sí misma.
Pero en cuanto Vladimir se acercó, su actitud la hizo fruncir el ceño. Ni siquiera le estrechó la mano cuando ella intentó saludarlo.
—Maldito grosero —murmuró para sí misma, pensando que ojalá su hijo no heredara la falta de modales de su padre.
Su asistente, en cambio, fue mucho más amable. Aunque torpe, le pareció agradable y hasta le sacó una sonrisa con sus gestos inseguros.
Maia guardó el contrato en su bolso. Lo leería con calma en el departamento de Daiana después de ir a recoger sus cosas.
—Bueno, esto pudo haber salido peor. Mejor vamos por tus cosas de una vez —dijo Daiana al salir de la clínica—. Espero que el idiota de tu ex no esté ahí, o le golpearé las bolas.
Maia soltó una pequeña risa.
Se dirigieron al que hasta el día anterior había sido su hogar. Al menos, eso había creído ella. Ahora, debía enfrentarse a la realidad: su vida había cambiado radicalmente.
Estaba divorciada.
Iba a vivir con un hombre al que apenas conocía.
Y no sabía si podría quedarse con su bebé.
Su vida se había convertido en un torbellino de incertidumbre, pero había una sola cosa clara en su corazón: no dejaría que nadie le arrebatara a su hijo.
Maia bajó del auto de Daiana con el corazón latiendo con fuerza. El aire de la noche era fresco, pero en su interior ardía un fuego de orgullo herido y decepcionado. Hoy cerraría este capítulo de su vida para siempre. Miró la casa que una vez consideró su hogar y sintió que ya no le pertenecía.—¿Amiga, quieres que entre contigo? —gritó Daiana desde la ventana del auto, con evidente preocupación en la voz.Maia se giró y le dedicó una sonrisa tranquilizadora, aunque por dentro sentía que todo a su alrededor se desmoronaba.—Tranquila, todo estará bien. Espérame, no tardo —respondió, intentando sonar segura.Sacó las llaves de su bolso, las colocó en la cerradura y, con un profundo suspiro, empujó la puerta. Al entrar, se encontró con la amante de su esposo cómodamente sentada en una de las sillas del comedor, como si aquella casa fuera suya.Angie la observó con una mueca de desprecio, cruzándose de brazos con arrogancia.—¿Qué haces aquí, inútil? —preguntó con desdén, sin siquiera mo
Maia salió del lugar que hasta hace unos días consideraba su hogar con lágrimas en los ojos, pero no por el hombre al que ella creyó amar, sino por el miedo y la angustia que la consumían tras la caída. Sus manos temblaban mientras abrazaba su vientre, rogando en silencio que su bebé estuviera bien.—Necesito que me revise, me caí —le pidió a su amiga con la voz entrecortada por la desesperación.Daiana abrió mucho los ojos, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.—¿Qué? ¿Cómo pasó eso?—Eso no importa —respondió Maia con prisa, secándose las lágrimas con la manga—. Lo importante es que nos aseguremos de que el bebé está bien.Daiana asintió, comprendiendo la angustia de su amiga.—Está bien, vamos de regreso a la clínica ahora mismo. No podemos perder más tiempo.Después de guardar todas las pertenencias de Maia en el auto, ambas se dirigieron a la clínica en un silencio tenso. Maia no dejaba de acariciar su vientre, temerosa de lo que pudiera haber pasado con su bebé.Ya en la
Maia descendió del auto con una mezcla de nervios y asombro. La mansión de Vladimir era inmensa, imponente, con columnas de mármol que parecían sostener el cielo mismo. Las luces doradas iluminaban la fachada, dándole un aire majestuoso y frío, casi como un dueño hecho realidad.—Es… inmensa esta casa —susurró, en sus ojos que reflejaba incredulidad de quien nunca había visto semejante derroche de riqueza.A su lado, Javier bajó con las maletas, dedicándole una sonrisa cálida. No entendía por qué, pero Maia le caía bien desde el primer momento en que la vio. Había algo en su expresión, en sus ojos grandes y dulces, que gritaba inocencia pura. Javier se rió internamente al notar sus propios pensamientos.—Espero que no te pierdas aquí dentro —bromeó, acomodando las maletas—. Yo todavía no aprendo dónde quedan todas las habitaciones.Maia le dedicó una sonrisa tímida, justo cuando la puerta principal se abrió de golpe.Vladimir estaba de pie en la entrada, con los brazos cruzados y el c
Maia estaba en su habitación, aún sin poder creer la majestuosa mansión en la que viviría hasta que su bebé naciera. Todo a su alrededor parecía sacado de un sueño: los finos muebles, la enorme cama con sábanas de seda y el amplio ventanal que ofrecía una vista impresionante del jardín iluminado. Nunca imaginó que tendría tanto lujo a su disposición, pero, al mismo tiempo, no podía evitar un escalofrío de incertidumbre al recorrer su espalda.—Esto parece un sueño… Únicamente espero que no se convierta en una pesadilla —murmuró, acariciando su vientre con ternura.Suspiró al ver la hora y decidió cambiarse para descansar. Según lo que escuchó entre Vladimir y sus empleados, al día siguiente habría un evento importante al que no podría negarse a asistir.Buscó entre sus cosas y sacó una pijama sencilla de una de sus maletas, dejándola sobre la cama. Se despojó lentamente de su ropa, quedando solo en ropa interior. La suave brisa nocturna acarició su piel desnuda, erizando todo su cuerp
Maia abrió los ojos lentamente mientras los rayos del sol se filtraban a través de la ventana, iluminando suavemente la habitación. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la claridad matutina. El colchón mullido bajo su cuerpo y la frescura de las sábanas de seda la envolvían en una sensación de comodidad que no le pertenecía.La puerta se abrió de repente, sacándola de su ensoñación.—Buenos días, señorita Maia —saludó Lulu con una sonrisa radiante mientras entraba con paso seguro a la habitación.Maia apenas tuvo tiempo de incorporarse cuando tras Lulu apareció un grupo de personas empujando varios percheros repletos de vestidos y cajas elegantes con logotipos de marcas reconocidas.—¿Qué es todo esto? —preguntó Maia, sorprendida, mientras observaba la escena con los labios entreabiertos.—Trajimos todo esto para usted. Estos vestidos vienen de las mejores marcas: Chanel, Leonisa, Koaj, Estudio F y Punto Blanco —enumeró Lulu con un gesto orgulloso mientras señalaba las p
Maia llegó al evento junto a Vladimir, tomada de su brazo con elegancia. Ambos se veían deslumbrantes juntos, como si fueran una pareja perfectamente combinada. Él, con su traje oscuro impecable y su porte imponente, y ella, con un vestido que resaltaba su silueta y le daba un aire de sofisticación. Los murmullos no se hicieron esperar, algunas personas los miraban con admiración, otras con curiosidad, y unas pocas con recelo.Vladimir mantenía su expresión seria, pero de vez en cuando giraba el rostro para mirarla con un dejo de orgullo, como si quisiera dejar en claro que ella estaba a su lado por decisión suya. Maia, por su parte, trataba de mantener la compostura, aunque por dentro los nervios le carcomían. Era su primer evento de esta magnitud, rodeada de personas influyentes y poderosas.De pronto, una voz interrumpió el momento.—Jefe, necesito de su atención un momento —dijo Javier, quien apareció de la nada y le dirigió un guiño rápido a Maia.Ella sonrió, divertida por la os
Ronaldo y Angie no podían creerlo. El gran Vladimir Ivanov, aquel hombre implacable y temido por muchos, estaba ahí, visiblemente angustiado por la salud de Maia. Su asistente, Javier, estaba detrás de él, igual de nervioso, aunque su mirada reflejaba más confusión que otra cosa. Ninguno de los dos entendía qué era exactamente lo que unía a Vladimir con Maia ni cuál era su relación, pero lo que sí sabían era que aquello era algo muy importante.—Llama a la doctora Daiana, dile que vamos para allá, hay que asegurarnos de que el bebé esté bien —ordenó Vladimir con voz firme, pero en sus ojos se podía ver un atisbo de preocupación que rara vez dejaba escapar.Sin perder un segundo, se inclinó para tomar a Maia en sus brazos con una delicadeza que desmentía su habitual dureza. Ella se aferró instintivamente a su cuello, buscando refugio en su fuerza, y él, sin apartar la mirada de su rostro pálido, caminó decidido hacia la salida. Antes de irse, les dirigió una mirada fulminante a Ronaldo
Cuando Maia despertó a la mañana siguiente, lo primero que notó fue la luz suave filtrándose por las cortinas.El silencio reinaba en la habitación, salvo por una respiración suave y constante que provenía de una silla cercana. Giró la cabeza y su corazón dio un vuelco al ver a Vladímir Ivanov, el hombre más imponente y frío que había conocido, profundamente dormido en una silla incómoda. Sus piernas largas estaban estiradas y su cabeza inclinada hacia un lado, como si el sueño lo hubiese vencido tras una batalla.Maia se incorporó lentamente, cuidando no hacer ruido. La imagen de Vladímir durmiendo, con el ceño relajado y el semblante en paz, le resultó... intrigante. No parecía el hombre implacable que conocía. Había algo vulnerable en él, algo que hizo que su corazón latiera un poco más rápido.—Tal vez no sea tan malo después de todo —susurró para sí misma, esbozando una pequeña sonrisa mientras lo observaba con ternura.Su mente vagaba entre esos pensamientos cuando la puerta de