Cuando Maia despertó a la mañana siguiente, lo primero que notó fue la luz suave filtrándose por las cortinas.El silencio reinaba en la habitación, salvo por una respiración suave y constante que provenía de una silla cercana. Giró la cabeza y su corazón dio un vuelco al ver a Vladímir Ivanov, el hombre más imponente y frío que había conocido, profundamente dormido en una silla incómoda. Sus piernas largas estaban estiradas y su cabeza inclinada hacia un lado, como si el sueño lo hubiese vencido tras una batalla.Maia se incorporó lentamente, cuidando no hacer ruido. La imagen de Vladímir durmiendo, con el ceño relajado y el semblante en paz, le resultó... intrigante. No parecía el hombre implacable que conocía. Había algo vulnerable en él, algo que hizo que su corazón latiera un poco más rápido.—Tal vez no sea tan malo después de todo —susurró para sí misma, esbozando una pequeña sonrisa mientras lo observaba con ternura.Su mente vagaba entre esos pensamientos cuando la puerta de
Vladimir Ivanov pasaba su mirada de su padre a su madre, sintiendo cómo su mundo perfectamente controlado comenzaba a tambalearse. Su mandíbula se tensó, su ceño fruncido se profundizó, y en su interior, una pregunta retumbaba como un eco incesante.—¿Cómo es posible que estén aquí? —se preguntaba, tratando de mantener su compostura. Sus padres no eran de aparecer sin previo aviso, mucho menos en su casa, ese santuario donde controlaba cada detalle.Mientras tanto, Maia bajaba las escaleras con calma, ajena al torbellino que se avecinaba. Su mano acariciaba su vientre, donde crecía esa pequeña vida que lo había cambiado todo. Sin embargo, en ese momento, solo una cosa ocupaba su mente: tenía un hambre feroz.—Voy a comerme hasta las cortinas si no encuentro algo pronto —murmuró para sí misma, con una sonrisa traviesa.Lulu, la fiel ama de llaves, pasaba por el pasillo con una bandeja llena de cafés para el despacho de Vladimir. Al verla fuera de su habitación, su expresión se llenó de
Maia no lograba entender el verdadero conflicto de Vladimir con sus padres. Si él había planeado presentarlos en la fiesta de compromiso, ¿por qué ahora actuaba como si el encuentro fuera un problema? ¿Acaso había algo en ellos que a él le preocupaba que ella descubriera? O peor aún, ¿había algo en ella que hacía que él no quisiera que la conocieran? Pero eso no tenía sentido…—¿Por qué hasta mañana? —indagó Maia, frunciendo el ceño. No era tan tarde como para retrasar el encuentro.Vladimir suspiró, como si tuviera que explicarle algo demasiado obvio.—Les dije que tú estás dormida, por los medicamentos que ordenó la doctora para ti y por el bien del bebé. No deben molestarte —explicó con calma—. Así que los convencí de desayunar juntos mañana. De esa forma, tendremos tiempo de planear lo que les diremos sobre nosotros.Maia asintió. Eso tenía sentido, aunque seguía sin entender del todo por qué Vladimir parecía tan tenso.—Está bien, ¿y qué les diremos? —preguntó, mirándolo con aten
Vladimir miró la hora en el reloj de la pared de su despacho. No pensó que fuera tan tarde. El día se le había ido en un abrir y cerrar de ojos entre contratos, reuniones y llamadas que parecían no tener fin. Suspiró, apagó la pantalla de su computadora, apagó la luz y salió del despacho con pasos firmes, pero silenciosos.Subió las escaleras sin hacer ruido y se dirigió a su habitación. No esperaba encontrarse con lo que vio al abrir la puerta.Maia estaba dormida en su cama, apenas cubierta por las sábanas. Llevaba unos shorts cortos y una blusa de tirantes que apenas le llegaba a la cintura. Su respiración era tranquila, sus labios ligeramente entreabiertos y su pecho subía y bajaba con cada respiro pausado.Vladimir se quedó inmóvil en la entrada, sus ojos recorriendo sin pudor. Su piel se veía suave, su cabello alborotado le daba un aire inocente que contrastaba con lo mucho que lo tentaba.Sintió una corriente eléctrica recorrer la espina dorsal. Un deseo primitivo lo golpeó con
Maia Sánchez, una joven de 23 años de una belleza serena, llevaba dos años casada con Ronaldo, un hombre que parecía no valorarla ni darle nada. A pesar de ello, ella lo amaba con todo su ser y hacía lo imposible por verlo feliz. Creía que él no tenía dinero, así que trabajaba incansablemente para pagar la renta y cubrir todas las necesidades del hogar, incluidas las de él. Cada día, después de largas jornadas de trabajo, regresaba a casa con la esperanza de que Ronaldo la recibiera con amor, pero en lugar de eso, solo encontraba indiferencia.A pesar de la frialdad de su esposo, Maia anhelaba con todas sus fuerzas ser madre. Había intentado de todo para concebir un hijo con Ronaldo, pero los meses pasaban y la ilusión se desvanecía con cada prueba de embarazo negativa. Sin embargo, ese día, una llamada de su mejor amiga y ginecóloga, Daiana, le devolvió la esperanza.📲—Amiga, dime que tienes buenas noticias para mí —casi suplicó Maia al contestar el celular, con los dedos tembloroso
Vladimir salió como muy enojado de la casa de sus padres, con el ceño fruncido y las mandíbulas tensas. Su respiración era pesada, sus manos estaban apretadas en puños, y su mente hervía con la conversación que acababa de tener.En la puerta del auto lo esperaba su asistente, Javier, un hombre de unos veintiséis años, con el cabello revuelto y una expresión de preocupación constante. Apenas vio a su jefe, su cuerpo se puso rígido y tragó saliva. Sabía que cuando Vladimir tenía esa mirada, algo muy malo había pasado.—¿Jefe, y esa cara? —preguntó con voz temblorosa.—¡Mis padres! —rugió Vladimir, haciendo que Javier diera un paso hacia atras —. Acosando para que les presente a mi prometida y que, ojalá, ya esté embarazada. ¿Lo puedes creer, Javier?El pobre asistente, en su intento de no caerse del susto, puso una mano sobre su pecho y exhaló un suspiro larguísimo, como si con eso lograra calmar su corazón acelerado.—Bueno, jefe… es que usted ya tiene una edad en la que… digamos que…
Maia, aunque sentía la indiferencia de su esposo, estaba de muy buen humor. Los días habían pasado, y ese día era especial: iría a la clínica para saber si estaba embarazada. Se aferraba a la esperanza de que la inseminación hubiese funcionado, de que al fin tendría en su vientre al hijo que tanto anhelaba.Despertó muy temprano esa mañana, con el corazón latiéndole de emoción. Se puso su bata de seda, recogió su cabello en una coleta sencilla y fue a la cocina. Preparó el desayuno con dedicación, cuidando cada detalle. Puso la mesa para dos, sirvió el café caliente y llevó la bandeja a la habitación, ilusionada de compartir ese momento con Ronaldo.Al entrar, lo encontró dormido de lado, su rostro sereno pero distante. Con una sonrisa, dejó la bandeja sobre la mesita de noche y le acarició el brazo con suavidad.—Amor —susurró con ternura—. Te traje el desayuno.Los párpados de Ronaldo se abrieron lentamente, y sus ojos la observaron con fastidio. Soltó un suspiro molesto antes de in
Vladimir llegó a la clínica de fertilidad con la expresión seria de siempre. Su porte imponente y la frialdad en su mirada intimidaban a cualquiera que se cruzara en su camino. Ajustó el cuello de su abrigo oscuro antes de bajar del auto.—Javier, baja del auto de una vez por todas —ordenó como siempre con esa voz de irritación.Javier, que estaba entretenido revisando su teléfono, dio un respingo y casi se atraganta con su propia saliva.—¡Sí, jefe! Perdón, jefe —respondió atropelladamente mientras forcejeaba con el cinturón de seguridad.Vladimir rodó los ojos con fastidio al ver a su asistente pelear con algo tan simple. Finalmente, Javier logró soltarse, pero en su apuro tropezó al salir del auto y casi terminó en el suelo.—¿Es necesario que seas tan torpe? —bufó Vladimir mientras lo miraba con desprecio.—Creo que el auto intentó sabotearme, jefe —se quejó Javier mientras sacudía el saco. Lo ignoro, Vladimir y se encaminó a la entrada de la clínica con paso firme. El mármol bri