Vladimir miró la hora en el reloj de la pared de su despacho. No pensó que fuera tan tarde. El día se le había ido en un abrir y cerrar de ojos entre contratos, reuniones y llamadas que parecían no tener fin. Suspiró, apagó la pantalla de su computadora, apagó la luz y salió del despacho con pasos firmes, pero silenciosos.Subió las escaleras sin hacer ruido y se dirigió a su habitación. No esperaba encontrarse con lo que vio al abrir la puerta.Maia estaba dormida en su cama, apenas cubierta por las sábanas. Llevaba unos shorts cortos y una blusa de tirantes que apenas le llegaba a la cintura. Su respiración era tranquila, sus labios ligeramente entreabiertos y su pecho subía y bajaba con cada respiro pausado.Vladimir se quedó inmóvil en la entrada, sus ojos recorriendo sin pudor. Su piel se veía suave, su cabello alborotado le daba un aire inocente que contrastaba con lo mucho que lo tentaba.Sintió una corriente eléctrica recorrer la espina dorsal. Un deseo primitivo lo golpeó con
Javier, quien aún permanecía en la mansión porque cuando su jefe dormía él podía estar tranquilo ahí, caminaba por los pasillos, disfrutando del silencio que no encontraba en su casa, donde sus hermanas y su madre hacían ruido a todas horas. Era un respiro para él quedarse hasta tarde en la mansión, lejos del bullicio y el caos familiar. Sin embargo, su paz se vio interrumpida cuando escuchó extraños ruidos provenientes de la habitación de su jefe. Se detuvo en seco, sus ojos se abrieron como platos y un escalofrío le recorrió la espalda.—Ay, no... No me digan que el jefecito está peleando con Maia... —susurró para sí mismo, tragando saliva.Se imaginó a Maia golpeando a Vladimir con una lámpara o lanzándole objetos pesados. Por un momento, pensó que el destino le estaba haciendo justicia a su jefe por tratarlo tan mal. Pero luego se asustó más: ¿y si Maia realmente lo lastimaba? No podía perder su trabajo por la muerte repentina de Vladimir. Así que, con mucho valor—o quizás pura im
Javier salió disparado como alma que lleva el diablo, con una misión clara: recoger las vitaminas de Maia. Mientras manejaba hacia la clínica de fertilidad, una sonrisa tonta se dibujó en su rostro. No solo iba a cumplir con su deber, sino que también tendría la excusa perfecta para ver a la encantadora doctora Daiana. Esa mujer tenía algo que lo desarmaba por completo, aunque él nunca lo admitiría en voz alta.Llegó a la clínica, estacionó el auto con una maniobra digna de un profesional –según él– y entró con la seguridad de un magnate que acababa de comprar el lugar.—Buenos días, señorita. Busco a la doctora Daiana —dijo Javier, tratando de sonar formal, pero con un leve tartamudeo que lo delataba, enseguida que estaba nervioso.La recepcionista lo miró con una sonrisa
Javier corrió a la cocina con el teléfono temblando en su mano. Su respiración era errática y su corazón latía con fuerza, no solo por la urgencia de la situación, sino porque podía sentir, con cada fibra de su ser, que su jefe estaba listo para asesinarlo.Vladimir, por su parte, no confiaba en absoluto en la capacidad de su inútil asistente para manejar la situación. Sabiendo que cada segundo contaba, tomó su propio celular y marcó el número de la doctora Daiana.Cuando Daiana vio el nombre de Vladimir en la pantalla de su móvil, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. "Por favor, que no se haya dado cuenta del error..." rogó para sí misma antes de contestar.📲—Doctora, el imbécil de mi asistente le dio por error a Maia viagra. Voy a llevarla enseguida para que la ayude —soltó Vladimir con una desesperación poco común en él. Sus ojos, normalmente fríos e impenetrables, reflejaban una mezcla de alarma y urgencia mientras observaba a Maia retorcerse, presa de un calor incontrolab
Vladimir se despertó con Maia entre sus brazos. Su rostro descansaba sobre su pecho, su respiración era tranquila, y su cuerpo encajaba perfectamente con el suyo. La calidez de su piel, el suave aroma a vainilla de su cabello y la forma en que sus dedos estaban entrelazados con los suyos le provocaron una sensación de paz que jamás había sentido.Él, el hombre que siempre había mantenido su corazón blindado, que veía el amor como un concepto lejano e innecesario, ahora se encontraba sonriendo como un tonto solo por tenerla ahí, entre sus brazos.Se sentía extraño y maravilloso a la vez.No sabía en qué momento había sucedido, pero la verdad era clara: estaba enamorado de Maia, hasta los huesos.No era solo deseo. No era solo atracción. Era un sentimiento profundo, una certeza absoluta de que ella había entrado en su vida para quedarse.Todo en ella le gustaba , esa sonrisa lo atraía como un imán , su sencillez , su ternura para él era la mujer perfecta , su compañera ideal y ella era
Maia jadeó en los labios de Vladimir cuando sintió cómo él la llenaba por completo. Su piel ardía bajo las caricias de aquel hombre que, pese a su apariencia fría e imponente, la hacía sentir amada, deseada y protegida. Cada movimiento era una promesa silenciosa de amor, una entrega mutua que iba más allá del deseo.—Eres mía, Maia… solo mía —susurró Vladimir con voz ronca mientras atrapaba su boca en un beso profundo y apasionado.Los cuerpos se unieron en una danza ardiente, desbordada de emociones. Maia enterró sus uñas en la espalda de Vladimir, dejándose llevar por las sensaciones, por el amor que la envolvía por completo.El placer los consumió hasta dejarlos exhaustos, y cuando todo terminó, Vladimir la abrazó con fuerza, como si temiera que desapareciera. Maia, con el corazón latiendo con fuerza, escondió su rostro en su pecho.—Vamos a preparar nuestra boda —murmuró él, besando su frente con ternura.Maia alzó la mirada, sorprendida, pero con una sonrisa dulce que se dibujó e
Una semana después, todo estaba listo para la fiesta de compromiso entre Vladimir y Maia. El evento prometía ser elegante, lleno de lujo y con la presencia de las familias más influyentes. Vladimir, como siempre, mantenía su porte serio e imponente, pero había una tensión en sus hombros que solo un observador muy agudo podría notar. Javier, su leal pero torpe asistente, estaba a punto de hacer su entrada triunfal… o más bien, su entrada desastrosa.—¡Jefecitooo! —gritó Javier al entrar en el despacho de Vladimir con un estuche de terciopelo en la mano., llegó el anillo y lo tengo en mis propias manos.El problema fue que, en su euforia, no vio el borde de la alfombra y, en un segundo, su pie se enganchó, su cuerpo voló por los aires y aterrizó con la frente directamente contra el suelo. El estuche salió disparado de sus manos, girando en el aire como si estuviera en cámara lenta.—¡Javier, el anillo! —exclamó Vladimir levantándose de su silla con la rapidez de un felino.Apenas logró
Vladimir sujetó con fuerza la mano de Maia, transmitiendo su apoyo y protección. Ella le regaló una cálida sonrisa, queriendo hacerle saber que estaba bien y que nada ni nadie, y mucho menos Ronaldo, podría arruinarle esa noche.—Esta fiesta apenas comienza, mi amada —susurró Vladimir antes de darle un tierno beso en los labios.Maia sintió su corazón latir con fuerza ante aquel gesto. La forma en que él la miraba, con devoción, amor y ternura, la hacía sentirse la mujer más afortunada del mundo. De la mano, caminaron juntos para saludar a los invitados, quienes los observaban con admiración.Antes de inaugurar la pista de baile, Vladimir tomó el micrófono, con Maia a su lado. Su porte imponente y su presencia autoritaria hicieron que todos en el salón guardaran silencio de inmediato, expectantes por lo que estaba a punto de suceder.—Buenas noches a todos y bienvenidos. Les doy las gracias por acompañarnos en esta noche tan especial para nosotros —su voz resonó con firmeza y emoción.