CAPÍTULO 4

Vladimir llegó a la clínica de fertilidad con la expresión seria de siempre. Su porte imponente y la frialdad en su mirada intimidaban a cualquiera que se cruzara en su camino. Ajustó el cuello de su abrigo oscuro antes de bajar del auto.

—Javier, baja del auto de una vez por todas —ordenó como siempre con esa voz de irritación.

Javier, que estaba entretenido revisando su teléfono, dio un respingo y casi se atraganta con su propia saliva.

—¡Sí, jefe! Perdón, jefe —respondió atropelladamente mientras forcejeaba con el cinturón de seguridad.

Vladimir rodó los ojos con fastidio al ver a su asistente pelear con algo tan simple. Finalmente, Javier logró soltarse, pero en su apuro tropezó al salir del auto y casi terminó en el suelo.

—¿Es necesario que seas tan torpe? —bufó Vladimir mientras lo miraba con desprecio.

—Creo que el auto intentó sabotearme, jefe —se quejó Javier mientras sacudía el saco.

Lo ignoro, Vladimir y se encaminó a la entrada de la clínica con paso firme. El mármol brillante del piso reflejaba las luces blancas del lugar, dándole un aire de comodidad y tranquilidad. En la recepción, una doctora conversaba con una mujer de cabello oscuro y rostro amable.

Vladimir alzó una ceja y saludó con voz grave:

—Buenos días.

La doctora, al verlo, se tensó visiblemente. Sabía muy bien quién era ese hombre de mirada afilada y reputación intachable en los negocios, pero en lo personal era muy serio y arrogante

—B—buenos días, señor Ivanov —respondió Daiana, ajustándose los lentes con nerviosismo.

—Me mandó a llamar, doctora Daiana —dijo él con su rostro inmutable.

—Sí, señor Vladimir. Quería hablarle sobre la inseminación…

Antes de que pudiera terminar su frase, la mujer a su lado tomó la palabra con una sonrisa.

—La inseminación fue todo un éxito. Yo soy la madre de alquiler. Mucho gusto, señor Ivanov —se presentó Maia, extendiendo la mano con seguridad.

Vladimir la observó de arriba abajo con su mirada gélida. Vestía un suéter beige y unos jeans ajustados que resaltaban su figura. Su cabello rubio caía en suaves ondas sobre sus hombros y sus ojos reflejaban una calidez que le resultaba extraña. Sin embargo, no hizo el más mínimo gesto de cortesía. Simplemente la dejó con la mano extendida y desvió la vista como si no existiera.

Javier, sintiendo la tensión en el ambiente, intervino con su característica presentación.

—¡Mucho gusto! Yo soy Javier, el asistente del jefe. O como me gusta llamarme, el hombre que trata de evitar que me grite veinte veces al día —soltó una risita mientras estrechaba la mano de Maia.

Ella le devolvió la sonrisa con amabilidad, pero no pudo evitar notar la frialdad con la que Vladimir la miraba.

—Aquí tiene el contrato, léelo con calma. Cuando esté lista, me avisa —dijo Vladimir sin más, dándose media vuelta y saliendo de la clínica como si nada.

Javier corrió tras él, tratando de seguir su ritmo.

—¡Jefe, un poco de modales no hacen daño! ¿No ve que casi se congela la pobre mujer con su frialdad?

—No vine a hacer amigos, Javier —respondió Vladimir sin mirarlo.

—Sí, eso ya lo tengo claro —murmuró Javier subiendo al auto.

Cuando Maia y Daiana se quedaron solas, la doctora suspiró.

—¿Estás segura de esto, Maia? No es un hombre fácil.

—Lo sé —respondió ella con una sonrisa melancólica—. Pero no me asusta.

Lo que Maia no sabía era que Vladimir no era solo un hombre difícil. Era un hombre con cicatrices invisibles y una desconfianza que lo consumía. Y ahora, sus vidas estarán unidas para siempre.

Mientras en el auto Vladimir iba metido en sus pensamientos como podía ser esa mujer tan bonita , con ese cuerpo de infarto y esa sonrisa que lo desestabilizo por completo, se veía tan frágil, por un momento sintió que debería proteger la sin importar nada más.

—Señor me está escuchando —susurro Javier muy cerca de su oído que hizo saltar a Vladimir.

—Que haces imbécil —hablo Vladimir con su voz irritada .

—Jefe, no se enoje, solo le decía que la señorita Maia es muy bonita y me agrado mucho .

—A mi no me pareció bonita , además es una mujer ambiciosa para venderse para tener un hijo y cambiarlo por mucho dinero —dijo con su expresión calmada pero su conciencia le gritaba , eres un mentiroso esa mujer parece una Diosa y te invita a pecar.

—Ni eso se lo cree usted jefe —dijo Javier soltando una carcajada , esto se va a poner muy interesante.

El auto negro avanzaba por la carretera que conducía a la mansión de Vladimir. Afuera, el paisaje era una mezcla perfecta de bosques y jardines cuidados con precisión. Vladimir observaba por la ventana, con el ceño fruncido y los dedos tamborileando sobre su rodilla. Su mente estaba en otro sitio… en ella.

Maia.

La mujer que, dentro de pocas horas, pisaría su casa para convertirse en la madre de su hijo.

Él mismo había establecido que esto era un acuerdo de negocios, que no había emociones involucradas, pero entonces… ¿por qué diablos no podía dejar de pensar en ella?

—Jefe, si sigue mirando así de feo, la ventana se va a romper —comentó Javier con su tono relajado—. Y no es por nada, pero el seguro del carro no cubre daños por miradas asesinas.

Vladimir cerró los ojos con paciencia y respiró hondo.

—Javier…

—¿Sí, mi coronel?

—Si sigues hablando, te haré cavar tu propia tumba en el jardín.

Javier soltó un silbido y se acomodó en el asiento con una sonrisa.

—Uy, qué miedo. Mejor me voy comprando un ataúd, pero eso sí, jefe, que sea de buena madera, ¿eh? Nada de esas cosas baratas que venden en el centro.

Vladimir apretó la mandíbula y miró al frente. No valía la pena discutir con ese imbécil.

—¿Está todo listo para su llegada? —preguntó, volviendo al tema serio.

Javier asintió con entusiasmo.

—Claro, jefe. Todo en orden. Hasta puse flores en su habitación. Usted sabe, para que se sienta bienvenida.

Vladimir arqueó una ceja.

—¿Qué clase de flores?

—Unas bien bonitas, jefe. Unas rosadas, otras blancas… ¡Ah! Y unas rojas también, que dicen que simbolizan pasión.

Vladimir lo miró como si hubiera dicho la peor estupidez del mundo.

—¿Pasión?

Javier asintió con una sonrisa traviesa.

—Pues sí, jefe. A lo mejor la muchacha entra a su habitación, ve las flores, y pum… queda flechada.

—¿Y tú desde cuándo eres experto en conquistar mujeres?

—Desde nunca, jefe, pero vi una novela ayer y el protagonista hizo lo mismo. Funciona, se lo juro.

Vladimir se pasó la mano por la cara, conteniendo las ganas de darle un zape.

—Si Maia menciona algo sobre esas flores, dile que fue idea tuya.

—¡Obvio! Yo me echo la culpa de lo que sea, menos de que usted es un gruñón. Eso es cosa suya, jefe.

Vladimir rodó los ojos. Solo faltaban unas horas para la llegada de Maia, y algo en su interior se agitaba con impaciencia.

Cuando el auto se detuvo frente a la mansión, Vladimir descendió con la misma elegancia que lo caracterizaba. Javier salió tras él, estirándose como si hubiera hecho el trabajo más agotador del mundo.

—Hogar, dulce hogar —murmuró el asistente con una sonrisa.

Vladimir ignoró su comentario y caminó con pasos firmes hacia la entrada. Los empleados ya estaban alineados, esperando instrucciones.

—Quiero que todo esté impecable. Maia debe sentirse cómoda. No quiero errores.

Los trabajadores asintieron, y Javier se cruzó de brazos.

—Jefe, relájese un poquito. Parece que le va a dar un infarto.

—Si sigo escuchando tus estúpidos consejos, el infarto será por tu culpa.

Javier se rió y le dio una palmada en la espalda, aunque rápidamente la retiró cuando Vladimir le lanzó una mirada helada.

—Tranquilo, jefe. Con Maia aquí, es capaz y se le suaviza el carácter.

Vladimir no respondió, pero su mente se quedó atrapada en esas palabras. ¿Suavizarse? ¿Él?

No lo creía.

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