Vladimir llegó a la clínica de fertilidad con la expresión seria de siempre. Su porte imponente y la frialdad en su mirada intimidaban a cualquiera que se cruzara en su camino. Ajustó el cuello de su abrigo oscuro antes de bajar del auto.
—Javier, baja del auto de una vez por todas —ordenó como siempre con esa voz de irritación. Javier, que estaba entretenido revisando su teléfono, dio un respingo y casi se atraganta con su propia saliva. —¡Sí, jefe! Perdón, jefe —respondió atropelladamente mientras forcejeaba con el cinturón de seguridad. Vladimir rodó los ojos con fastidio al ver a su asistente pelear con algo tan simple. Finalmente, Javier logró soltarse, pero en su apuro tropezó al salir del auto y casi terminó en el suelo. —¿Es necesario que seas tan torpe? —bufó Vladimir mientras lo miraba con desprecio. —Creo que el auto intentó sabotearme, jefe —se quejó Javier mientras sacudía el saco. Lo ignoro, Vladimir y se encaminó a la entrada de la clínica con paso firme. El mármol brillante del piso reflejaba las luces blancas del lugar, dándole un aire de comodidad y tranquilidad. En la recepción, una doctora conversaba con una mujer de cabello oscuro y rostro amable. Vladimir alzó una ceja y saludó con voz grave: —Buenos días. La doctora, al verlo, se tensó visiblemente. Sabía muy bien quién era ese hombre de mirada afilada y reputación intachable en los negocios, pero en lo personal era muy serio y arrogante —B—buenos días, señor Ivanov —respondió Daiana, ajustándose los lentes con nerviosismo. —Me mandó a llamar, doctora Daiana —dijo él con su rostro inmutable. —Sí, señor Vladimir. Quería hablarle sobre la inseminación… Antes de que pudiera terminar su frase, la mujer a su lado tomó la palabra con una sonrisa. —La inseminación fue todo un éxito. Yo soy la madre de alquiler. Mucho gusto, señor Ivanov —se presentó Maia, extendiendo la mano con seguridad. Vladimir la observó de arriba abajo con su mirada gélida. Vestía un suéter beige y unos jeans ajustados que resaltaban su figura. Su cabello rubio caía en suaves ondas sobre sus hombros y sus ojos reflejaban una calidez que le resultaba extraña. Sin embargo, no hizo el más mínimo gesto de cortesía. Simplemente la dejó con la mano extendida y desvió la vista como si no existiera. Javier, sintiendo la tensión en el ambiente, intervino con su característica presentación. —¡Mucho gusto! Yo soy Javier, el asistente del jefe. O como me gusta llamarme, el hombre que trata de evitar que me grite veinte veces al día —soltó una risita mientras estrechaba la mano de Maia. Ella le devolvió la sonrisa con amabilidad, pero no pudo evitar notar la frialdad con la que Vladimir la miraba. —Aquí tiene el contrato, léelo con calma. Cuando esté lista, me avisa —dijo Vladimir sin más, dándose media vuelta y saliendo de la clínica como si nada. Javier corrió tras él, tratando de seguir su ritmo. —¡Jefe, un poco de modales no hacen daño! ¿No ve que casi se congela la pobre mujer con su frialdad? —No vine a hacer amigos, Javier —respondió Vladimir sin mirarlo. —Sí, eso ya lo tengo claro —murmuró Javier subiendo al auto. Cuando Maia y Daiana se quedaron solas, la doctora suspiró. —¿Estás segura de esto, Maia? No es un hombre fácil. —Lo sé —respondió ella con una sonrisa melancólica—. Pero no me asusta. Lo que Maia no sabía era que Vladimir no era solo un hombre difícil. Era un hombre con cicatrices invisibles y una desconfianza que lo consumía. Y ahora, sus vidas estarán unidas para siempre. Mientras en el auto Vladimir iba metido en sus pensamientos como podía ser esa mujer tan bonita , con ese cuerpo de infarto y esa sonrisa que lo desestabilizo por completo, se veía tan frágil, por un momento sintió que debería proteger la sin importar nada más. —Señor me está escuchando —susurro Javier muy cerca de su oído que hizo saltar a Vladimir. —Que haces imbécil —hablo Vladimir con su voz irritada . —Jefe, no se enoje, solo le decía que la señorita Maia es muy bonita y me agrado mucho . —A mi no me pareció bonita , además es una mujer ambiciosa para venderse para tener un hijo y cambiarlo por mucho dinero —dijo con su expresión calmada pero su conciencia le gritaba , eres un mentiroso esa mujer parece una Diosa y te invita a pecar. —Ni eso se lo cree usted jefe —dijo Javier soltando una carcajada , esto se va a poner muy interesante. El auto negro avanzaba por la carretera que conducía a la mansión de Vladimir. Afuera, el paisaje era una mezcla perfecta de bosques y jardines cuidados con precisión. Vladimir observaba por la ventana, con el ceño fruncido y los dedos tamborileando sobre su rodilla. Su mente estaba en otro sitio… en ella. Maia. La mujer que, dentro de pocas horas, pisaría su casa para convertirse en la madre de su hijo. Él mismo había establecido que esto era un acuerdo de negocios, que no había emociones involucradas, pero entonces… ¿por qué diablos no podía dejar de pensar en ella? —Jefe, si sigue mirando así de feo, la ventana se va a romper —comentó Javier con su tono relajado—. Y no es por nada, pero el seguro del carro no cubre daños por miradas asesinas. Vladimir cerró los ojos con paciencia y respiró hondo. —Javier… —¿Sí, mi coronel? —Si sigues hablando, te haré cavar tu propia tumba en el jardín. Javier soltó un silbido y se acomodó en el asiento con una sonrisa. —Uy, qué miedo. Mejor me voy comprando un ataúd, pero eso sí, jefe, que sea de buena madera, ¿eh? Nada de esas cosas baratas que venden en el centro. Vladimir apretó la mandíbula y miró al frente. No valía la pena discutir con ese imbécil. —¿Está todo listo para su llegada? —preguntó, volviendo al tema serio. Javier asintió con entusiasmo. —Claro, jefe. Todo en orden. Hasta puse flores en su habitación. Usted sabe, para que se sienta bienvenida. Vladimir arqueó una ceja. —¿Qué clase de flores? —Unas bien bonitas, jefe. Unas rosadas, otras blancas… ¡Ah! Y unas rojas también, que dicen que simbolizan pasión. Vladimir lo miró como si hubiera dicho la peor estupidez del mundo. —¿Pasión? Javier asintió con una sonrisa traviesa. —Pues sí, jefe. A lo mejor la muchacha entra a su habitación, ve las flores, y pum… queda flechada. —¿Y tú desde cuándo eres experto en conquistar mujeres? —Desde nunca, jefe, pero vi una novela ayer y el protagonista hizo lo mismo. Funciona, se lo juro. Vladimir se pasó la mano por la cara, conteniendo las ganas de darle un zape. —Si Maia menciona algo sobre esas flores, dile que fue idea tuya. —¡Obvio! Yo me echo la culpa de lo que sea, menos de que usted es un gruñón. Eso es cosa suya, jefe. Vladimir rodó los ojos. Solo faltaban unas horas para la llegada de Maia, y algo en su interior se agitaba con impaciencia. Cuando el auto se detuvo frente a la mansión, Vladimir descendió con la misma elegancia que lo caracterizaba. Javier salió tras él, estirándose como si hubiera hecho el trabajo más agotador del mundo. —Hogar, dulce hogar —murmuró el asistente con una sonrisa. Vladimir ignoró su comentario y caminó con pasos firmes hacia la entrada. Los empleados ya estaban alineados, esperando instrucciones. —Quiero que todo esté impecable. Maia debe sentirse cómoda. No quiero errores. Los trabajadores asintieron, y Javier se cruzó de brazos. —Jefe, relájese un poquito. Parece que le va a dar un infarto. —Si sigo escuchando tus estúpidos consejos, el infarto será por tu culpa. Javier se rió y le dio una palmada en la espalda, aunque rápidamente la retiró cuando Vladimir le lanzó una mirada helada. —Tranquilo, jefe. Con Maia aquí, es capaz y se le suaviza el carácter. Vladimir no respondió, pero su mente se quedó atrapada en esas palabras. ¿Suavizarse? ¿Él? No lo creía.Maia, después de la promesa que le hizo a su bebé en su vientre, llamó a su amiga para pedirle quedarse con ella esa noche. No podía permanecer en esa casa, aunque fuera ella quien pagara la renta. Ahora, lo mejor era refugiarse con su amiga y, más adelante, pasar por sus cosas y finalizar el contrato de arrendamiento. Era más que obvio que no se quedaría en ese lugar después de haber encontrado a Ronaldo con otra mujer en su propia cama.Cuando Daiana contestó la llamada, notó la tensión en la voz de Maia.—Maia, sabes que eres bienvenida en mi departamento, pero ¿qué pasó? —preguntó con curiosidad y preocupación. Su amiga rara vez le pedía favores de ese tipo, así que algo grave debía haber ocurrido.—Hablaremos cuando llegue a tu departamento —respondió Maia con voz quebrada, finalizando la llamada sin dar más explicaciones.Mientras conducía por la ciudad iluminada por las luces nocturnas, sentía el pecho oprimido. La traición de Ronaldo seguía pesando en su corazón como una piedra
Maia bajó del auto de Daiana con el corazón latiendo con fuerza. El aire de la noche era fresco, pero en su interior ardía un fuego de orgullo herido y decepcionado. Hoy cerraría este capítulo de su vida para siempre. Miró la casa que una vez consideró su hogar y sintió que ya no le pertenecía.—¿Amiga, quieres que entre contigo? —gritó Daiana desde la ventana del auto, con evidente preocupación en la voz.Maia se giró y le dedicó una sonrisa tranquilizadora, aunque por dentro sentía que todo a su alrededor se desmoronaba.—Tranquila, todo estará bien. Espérame, no tardo —respondió, intentando sonar segura.Sacó las llaves de su bolso, las colocó en la cerradura y, con un profundo suspiro, empujó la puerta. Al entrar, se encontró con la amante de su esposo cómodamente sentada en una de las sillas del comedor, como si aquella casa fuera suya.Angie la observó con una mueca de desprecio, cruzándose de brazos con arrogancia.—¿Qué haces aquí, inútil? —preguntó con desdén, sin siquiera mo
Maia salió del lugar que hasta hace unos días consideraba su hogar con lágrimas en los ojos, pero no por el hombre al que ella creyó amar, sino por el miedo y la angustia que la consumían tras la caída. Sus manos temblaban mientras abrazaba su vientre, rogando en silencio que su bebé estuviera bien.—Necesito que me revise, me caí —le pidió a su amiga con la voz entrecortada por la desesperación.Daiana abrió mucho los ojos, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.—¿Qué? ¿Cómo pasó eso?—Eso no importa —respondió Maia con prisa, secándose las lágrimas con la manga—. Lo importante es que nos aseguremos de que el bebé está bien.Daiana asintió, comprendiendo la angustia de su amiga.—Está bien, vamos de regreso a la clínica ahora mismo. No podemos perder más tiempo.Después de guardar todas las pertenencias de Maia en el auto, ambas se dirigieron a la clínica en un silencio tenso. Maia no dejaba de acariciar su vientre, temerosa de lo que pudiera haber pasado con su bebé.Ya en la
Maia descendió del auto con una mezcla de nervios y asombro. La mansión de Vladimir era inmensa, imponente, con columnas de mármol que parecían sostener el cielo mismo. Las luces doradas iluminaban la fachada, dándole un aire majestuoso y frío, casi como un dueño hecho realidad.—Es… inmensa esta casa —susurró, en sus ojos que reflejaba incredulidad de quien nunca había visto semejante derroche de riqueza.A su lado, Javier bajó con las maletas, dedicándole una sonrisa cálida. No entendía por qué, pero Maia le caía bien desde el primer momento en que la vio. Había algo en su expresión, en sus ojos grandes y dulces, que gritaba inocencia pura. Javier se rió internamente al notar sus propios pensamientos.—Espero que no te pierdas aquí dentro —bromeó, acomodando las maletas—. Yo todavía no aprendo dónde quedan todas las habitaciones.Maia le dedicó una sonrisa tímida, justo cuando la puerta principal se abrió de golpe.Vladimir estaba de pie en la entrada, con los brazos cruzados y el c
Maia estaba en su habitación, aún sin poder creer la majestuosa mansión en la que viviría hasta que su bebé naciera. Todo a su alrededor parecía sacado de un sueño: los finos muebles, la enorme cama con sábanas de seda y el amplio ventanal que ofrecía una vista impresionante del jardín iluminado. Nunca imaginó que tendría tanto lujo a su disposición, pero, al mismo tiempo, no podía evitar un escalofrío de incertidumbre al recorrer su espalda.—Esto parece un sueño… Únicamente espero que no se convierta en una pesadilla —murmuró, acariciando su vientre con ternura.Suspiró al ver la hora y decidió cambiarse para descansar. Según lo que escuchó entre Vladimir y sus empleados, al día siguiente habría un evento importante al que no podría negarse a asistir.Buscó entre sus cosas y sacó una pijama sencilla de una de sus maletas, dejándola sobre la cama. Se despojó lentamente de su ropa, quedando solo en ropa interior. La suave brisa nocturna acarició su piel desnuda, erizando todo su cuerp
Maia abrió los ojos lentamente mientras los rayos del sol se filtraban a través de la ventana, iluminando suavemente la habitación. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la claridad matutina. El colchón mullido bajo su cuerpo y la frescura de las sábanas de seda la envolvían en una sensación de comodidad que no le pertenecía.La puerta se abrió de repente, sacándola de su ensoñación.—Buenos días, señorita Maia —saludó Lulu con una sonrisa radiante mientras entraba con paso seguro a la habitación.Maia apenas tuvo tiempo de incorporarse cuando tras Lulu apareció un grupo de personas empujando varios percheros repletos de vestidos y cajas elegantes con logotipos de marcas reconocidas.—¿Qué es todo esto? —preguntó Maia, sorprendida, mientras observaba la escena con los labios entreabiertos.—Trajimos todo esto para usted. Estos vestidos vienen de las mejores marcas: Chanel, Leonisa, Koaj, Estudio F y Punto Blanco —enumeró Lulu con un gesto orgulloso mientras señalaba las p
Maia llegó al evento junto a Vladimir, tomada de su brazo con elegancia. Ambos se veían deslumbrantes juntos, como si fueran una pareja perfectamente combinada. Él, con su traje oscuro impecable y su porte imponente, y ella, con un vestido que resaltaba su silueta y le daba un aire de sofisticación. Los murmullos no se hicieron esperar, algunas personas los miraban con admiración, otras con curiosidad, y unas pocas con recelo.Vladimir mantenía su expresión seria, pero de vez en cuando giraba el rostro para mirarla con un dejo de orgullo, como si quisiera dejar en claro que ella estaba a su lado por decisión suya. Maia, por su parte, trataba de mantener la compostura, aunque por dentro los nervios le carcomían. Era su primer evento de esta magnitud, rodeada de personas influyentes y poderosas.De pronto, una voz interrumpió el momento.—Jefe, necesito de su atención un momento —dijo Javier, quien apareció de la nada y le dirigió un guiño rápido a Maia.Ella sonrió, divertida por la os
Ronaldo y Angie no podían creerlo. El gran Vladimir Ivanov, aquel hombre implacable y temido por muchos, estaba ahí, visiblemente angustiado por la salud de Maia. Su asistente, Javier, estaba detrás de él, igual de nervioso, aunque su mirada reflejaba más confusión que otra cosa. Ninguno de los dos entendía qué era exactamente lo que unía a Vladimir con Maia ni cuál era su relación, pero lo que sí sabían era que aquello era algo muy importante.—Llama a la doctora Daiana, dile que vamos para allá, hay que asegurarnos de que el bebé esté bien —ordenó Vladimir con voz firme, pero en sus ojos se podía ver un atisbo de preocupación que rara vez dejaba escapar.Sin perder un segundo, se inclinó para tomar a Maia en sus brazos con una delicadeza que desmentía su habitual dureza. Ella se aferró instintivamente a su cuello, buscando refugio en su fuerza, y él, sin apartar la mirada de su rostro pálido, caminó decidido hacia la salida. Antes de irse, les dirigió una mirada fulminante a Ronaldo