CAPÍTULO 3

Maia, aunque sentía la indiferencia de su esposo, estaba de muy buen humor. Los días habían pasado, y ese día era especial: iría a la clínica para saber si estaba embarazada. Se aferraba a la esperanza de que la inseminación hubiese funcionado, de que al fin tendría en su vientre al hijo que tanto anhelaba.

Despertó muy temprano esa mañana, con el corazón latiéndole de emoción. Se puso su bata de seda, recogió su cabello en una coleta sencilla y fue a la cocina. Preparó el desayuno con dedicación, cuidando cada detalle. Puso la mesa para dos, sirvió el café caliente y llevó la bandeja a la habitación, ilusionada de compartir ese momento con Ronaldo.

Al entrar, lo encontró dormido de lado, su rostro sereno pero distante. Con una sonrisa, dejó la bandeja sobre la mesita de noche y le acarició el brazo con suavidad.

—Amor —susurró con ternura—. Te traje el desayuno.

Los párpados de Ronaldo se abrieron lentamente, y sus ojos la observaron con fastidio. Soltó un suspiro molesto antes de incorporarse levemente.

—No vuelvas a despertarme así —prácticamente ordenó, con su voz ronca por el sueño.

Maia sintió que su corazón se encogía, pero no dejó que su ánimo decayera. Se sentó a su lado y tomó aire antes de hablar.

—Es que pensé que querrías acompañarme hoy —dijo con la cabeza baja—. Quería que estuviéramos juntos cuando me digan si la inseminación funcionó.

Ronaldo se frotó el rostro con impaciencia y soltó una carcajada seca y cruel.

—No me interesa acompañarte —su tono fue cortante—. Seguramente no funcionó porque tú estás seca por dentro. Jamás podrás darme un heredero.

Maia sintió que un puñal helado se clavaba en su pecho. Su labio inferior tembló y tuvo que hacer un esfuerzo grande para contener las lágrimas que amenazaban con escapar. Ronaldo se levantó sin más y se metió al baño, cerrando la puerta de un portazo que resonó como una sentencia.

Maia, con el alma hecha trizas, se llevó una mano al pecho, tratando de calmar el dolor. Lágrimas rebeldes resbalaron por sus mejillas, pero rápidamente las secó con la manga de su bata, se vistió rápido, no podía permitirse llorar, no ahora. Se levantó con determinación, tomó su bolso y salió rumbo a la clínica, donde su amiga Daiana la esperaba.

Daiana había pasado toda la noche en vela. Desde que se enteró de quién era el verdadero donante de semen, no había podido dormir en paz. Su única esperanza era que la inseminación no hubiese funcionado, que Maia no estuviera embarazada. Sabía que era cruel desear algo así, pero también entendía las terribles consecuencias de su error.

Cuando Maia llegó, la recibió con una sonrisa tensa.

—¡Amiga! —Maia la abrazó con fuerza—. Estoy tan nerviosa, pero también emocionada.

—Sí… claro, es un gran día —murmuró Daiana, sintiendo un nudo en la garganta.

Procedieron con los análisis y luego se sentaron a esperar los resultados. Cada minuto se sintió eterno. Maia no dejaba de entrelazar los dedos sobre su regazo, su pierna rebotando con ansiedad. Daiana, en cambio, mantenía la vista fija en el suelo, rogando internamente que la prueba fuese negativa.

Cuando finalmente la máquina imprimió los resultados, Daiana los tomó con manos temblorosas. Su vista recorrió las palabras escritas en el papel, y su estómago se hundió.

—Positivo —susurró sin poder creerlo.

Maia sintió que el mundo se detenía. Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad, y un sollozo emocionado escapó de su garganta.

—¡Voy a ser mamá! No lo puedo creer —se llevó las manos a la boca, riendo y llorando a la vez.

Daiana la observó con el alma en un puño. Maia irradiaba felicidad, pero pronto todo eso se desmoronaría.

—Amiga, ¿qué pasa? —preguntó Maia, notando la seriedad en el rostro de Daiana—. ¿Hay algo malo con mi bebé?

—No… el bebé está bien, pero… —Daiana tragó saliva, sintiendo que el aire le faltaba.

—¿Pero qué? —Maia sintió que la ansiedad le oprimía el pecho—. ¡Habla ya, por favor!

Daiana cerró los ojos con fuerza antes de soltar la verdad.

—Ronaldo no es el padre.

El corazón de Maia se detuvo.

—¿Qué… qué estás diciendo?

—Cuando hice la inseminación… hubo un error. Se suponía que solo la muestra de Ronaldo estaría en el laboratorio, pero había otra inseminación programada ese día. Tomé la muestra equivocada sin darme cuenta.

Maia sintió que su mundo se desmoronaba.

—¿De quién es el bebé?

—De un hombre muy poderoso y multimillonario. Él alquiló un vientre para tener un hijo.

El silencio se hizo insoportable. Maia se llevó una mano al vientre, como si necesitara proteger a su bebé de una verdad cruel.

—¿Me estás diciendo que cuando mi bebé nazca tendré que entregarlo?

Daiana sintió que las lágrimas querían escapar, pero se obligó a mantenerse firme.

—Podríamos decir la verdad, pero eso significaría que perdería mi licencia y mi trabajo. Tú no deberías pagar por mi error.

Maia negó con la cabeza.

—No… No permitiré que eso pase. Aceptaré temporalmente entregarlo, pero encontraré la manera de quedarme con él. Fingiré que fui yo quien alquiló el vientre.

Daiana la miró con admiración y preocupación a la vez.

—¿Y Ronaldo?

—Él deberá entender… y si no, me da igual. Quiero saber más sobre el padre biológico.

Daiana le explicó todo: Maia debía vivir con él, hacerse pasar por su prometida y luego, al nacer el bebé, debe irse y abandonarlo.

Maia apretó los labios.

—Iré a casa y hablaré con Ronaldo. Al menos esto servirá para ayudarlo con sus negocios.

Cuando Maia llegó a casa, sintió un escalofrío. Algo estaba mal. La puerta estaba entreabierta, y al entrar, vio ropa regada por toda la sala. Ropa de hombre… y de mujer.

Su corazón comenzó a latir con fuerza. Su respiración se tornó errática mientras avanzaba, sintiendo que sus piernas pesaban toneladas. Desde la habitación principal se escuchaban gemidos.

Un frío helado recorrió su espalda.

Empujó la puerta con manos temblorosas, y la imagen que vio la destrozó.

Una mujer estaba sobre Ronaldo, cabalgándolo sin pudor. Sus cuerpos entrelazados, los jadeos, la traición… Todo golpeó a Maia como un puño en el estómago.

—Ronaldo… —su voz salió como un susurro quebrado.

Él apenas la miró y se apartó con indiferencia.

—Oh, ya volviste. Adivino: otro negativo. Te lo dije, estás seca por dentro.

Maia sintió que se le rompía el alma.

—Angie sí es una mujer de verdad —continuó Ronaldo con una sonrisa cruel—. Ella sí me dará un hijo. Quiero el divorcio.

Maia no respondió. Solo tomó los papeles, los firmó con manos temblorosas y salió de esa casa sin mirar atrás.

Sabía que Ronaldo no podía tener hijos. Angie le estaba mintiendo, pero él no merecía saber la verdad.

Maia secó sus lágrimas y se abrazó el vientre.

—Voy a luchar por ti —susurró.

Y con esa promesa, salió de la casa.

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