Maia, aunque sentía la indiferencia de su esposo, estaba de muy buen humor. Los días habían pasado, y ese día era especial: iría a la clínica para saber si estaba embarazada. Se aferraba a la esperanza de que la inseminación hubiese funcionado, de que al fin tendría en su vientre al hijo que tanto anhelaba.
Despertó muy temprano esa mañana, con el corazón latiéndole de emoción. Se puso su bata de seda, recogió su cabello en una coleta sencilla y fue a la cocina. Preparó el desayuno con dedicación, cuidando cada detalle. Puso la mesa para dos, sirvió el café caliente y llevó la bandeja a la habitación, ilusionada de compartir ese momento con Ronaldo. Al entrar, lo encontró dormido de lado, su rostro sereno pero distante. Con una sonrisa, dejó la bandeja sobre la mesita de noche y le acarició el brazo con suavidad. —Amor —susurró con ternura—. Te traje el desayuno. Los párpados de Ronaldo se abrieron lentamente, y sus ojos la observaron con fastidio. Soltó un suspiro molesto antes de incorporarse levemente. —No vuelvas a despertarme así —prácticamente ordenó, con su voz ronca por el sueño. Maia sintió que su corazón se encogía, pero no dejó que su ánimo decayera. Se sentó a su lado y tomó aire antes de hablar. —Es que pensé que querrías acompañarme hoy —dijo con la cabeza baja—. Quería que estuviéramos juntos cuando me digan si la inseminación funcionó. Ronaldo se frotó el rostro con impaciencia y soltó una carcajada seca y cruel. —No me interesa acompañarte —su tono fue cortante—. Seguramente no funcionó porque tú estás seca por dentro. Jamás podrás darme un heredero. Maia sintió que un puñal helado se clavaba en su pecho. Su labio inferior tembló y tuvo que hacer un esfuerzo grande para contener las lágrimas que amenazaban con escapar. Ronaldo se levantó sin más y se metió al baño, cerrando la puerta de un portazo que resonó como una sentencia. Maia, con el alma hecha trizas, se llevó una mano al pecho, tratando de calmar el dolor. Lágrimas rebeldes resbalaron por sus mejillas, pero rápidamente las secó con la manga de su bata, se vistió rápido, no podía permitirse llorar, no ahora. Se levantó con determinación, tomó su bolso y salió rumbo a la clínica, donde su amiga Daiana la esperaba. Daiana había pasado toda la noche en vela. Desde que se enteró de quién era el verdadero donante de semen, no había podido dormir en paz. Su única esperanza era que la inseminación no hubiese funcionado, que Maia no estuviera embarazada. Sabía que era cruel desear algo así, pero también entendía las terribles consecuencias de su error. Cuando Maia llegó, la recibió con una sonrisa tensa. —¡Amiga! —Maia la abrazó con fuerza—. Estoy tan nerviosa, pero también emocionada. —Sí… claro, es un gran día —murmuró Daiana, sintiendo un nudo en la garganta. Procedieron con los análisis y luego se sentaron a esperar los resultados. Cada minuto se sintió eterno. Maia no dejaba de entrelazar los dedos sobre su regazo, su pierna rebotando con ansiedad. Daiana, en cambio, mantenía la vista fija en el suelo, rogando internamente que la prueba fuese negativa. Cuando finalmente la máquina imprimió los resultados, Daiana los tomó con manos temblorosas. Su vista recorrió las palabras escritas en el papel, y su estómago se hundió. —Positivo —susurró sin poder creerlo. Maia sintió que el mundo se detenía. Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad, y un sollozo emocionado escapó de su garganta. —¡Voy a ser mamá! No lo puedo creer —se llevó las manos a la boca, riendo y llorando a la vez. Daiana la observó con el alma en un puño. Maia irradiaba felicidad, pero pronto todo eso se desmoronaría. —Amiga, ¿qué pasa? —preguntó Maia, notando la seriedad en el rostro de Daiana—. ¿Hay algo malo con mi bebé? —No… el bebé está bien, pero… —Daiana tragó saliva, sintiendo que el aire le faltaba. —¿Pero qué? —Maia sintió que la ansiedad le oprimía el pecho—. ¡Habla ya, por favor! Daiana cerró los ojos con fuerza antes de soltar la verdad. —Ronaldo no es el padre. El corazón de Maia se detuvo. —¿Qué… qué estás diciendo? —Cuando hice la inseminación… hubo un error. Se suponía que solo la muestra de Ronaldo estaría en el laboratorio, pero había otra inseminación programada ese día. Tomé la muestra equivocada sin darme cuenta. Maia sintió que su mundo se desmoronaba. —¿De quién es el bebé? —De un hombre muy poderoso y multimillonario. Él alquiló un vientre para tener un hijo. El silencio se hizo insoportable. Maia se llevó una mano al vientre, como si necesitara proteger a su bebé de una verdad cruel. —¿Me estás diciendo que cuando mi bebé nazca tendré que entregarlo? Daiana sintió que las lágrimas querían escapar, pero se obligó a mantenerse firme. —Podríamos decir la verdad, pero eso significaría que perdería mi licencia y mi trabajo. Tú no deberías pagar por mi error. Maia negó con la cabeza. —No… No permitiré que eso pase. Aceptaré temporalmente entregarlo, pero encontraré la manera de quedarme con él. Fingiré que fui yo quien alquiló el vientre. Daiana la miró con admiración y preocupación a la vez. —¿Y Ronaldo? —Él deberá entender… y si no, me da igual. Quiero saber más sobre el padre biológico. Daiana le explicó todo: Maia debía vivir con él, hacerse pasar por su prometida y luego, al nacer el bebé, debe irse y abandonarlo. Maia apretó los labios. —Iré a casa y hablaré con Ronaldo. Al menos esto servirá para ayudarlo con sus negocios. Cuando Maia llegó a casa, sintió un escalofrío. Algo estaba mal. La puerta estaba entreabierta, y al entrar, vio ropa regada por toda la sala. Ropa de hombre… y de mujer. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Su respiración se tornó errática mientras avanzaba, sintiendo que sus piernas pesaban toneladas. Desde la habitación principal se escuchaban gemidos. Un frío helado recorrió su espalda. Empujó la puerta con manos temblorosas, y la imagen que vio la destrozó. Una mujer estaba sobre Ronaldo, cabalgándolo sin pudor. Sus cuerpos entrelazados, los jadeos, la traición… Todo golpeó a Maia como un puño en el estómago. —Ronaldo… —su voz salió como un susurro quebrado. Él apenas la miró y se apartó con indiferencia. —Oh, ya volviste. Adivino: otro negativo. Te lo dije, estás seca por dentro. Maia sintió que se le rompía el alma. —Angie sí es una mujer de verdad —continuó Ronaldo con una sonrisa cruel—. Ella sí me dará un hijo. Quiero el divorcio. Maia no respondió. Solo tomó los papeles, los firmó con manos temblorosas y salió de esa casa sin mirar atrás. Sabía que Ronaldo no podía tener hijos. Angie le estaba mintiendo, pero él no merecía saber la verdad. Maia secó sus lágrimas y se abrazó el vientre. —Voy a luchar por ti —susurró. Y con esa promesa, salió de la casa.Vladimir llegó a la clínica de fertilidad con la expresión seria de siempre. Su porte imponente y la frialdad en su mirada intimidaban a cualquiera que se cruzara en su camino. Ajustó el cuello de su abrigo oscuro antes de bajar del auto.—Javier, baja del auto de una vez por todas —ordenó como siempre con esa voz de irritación.Javier, que estaba entretenido revisando su teléfono, dio un respingo y casi se atraganta con su propia saliva.—¡Sí, jefe! Perdón, jefe —respondió atropelladamente mientras forcejeaba con el cinturón de seguridad.Vladimir rodó los ojos con fastidio al ver a su asistente pelear con algo tan simple. Finalmente, Javier logró soltarse, pero en su apuro tropezó al salir del auto y casi terminó en el suelo.—¿Es necesario que seas tan torpe? —bufó Vladimir mientras lo miraba con desprecio.—Creo que el auto intentó sabotearme, jefe —se quejó Javier mientras sacudía el saco. Lo ignoro, Vladimir y se encaminó a la entrada de la clínica con paso firme. El mármol bri
Maia, después de la promesa que le hizo a su bebé en su vientre, llamó a su amiga para pedirle quedarse con ella esa noche. No podía permanecer en esa casa, aunque fuera ella quien pagara la renta. Ahora, lo mejor era refugiarse con su amiga y, más adelante, pasar por sus cosas y finalizar el contrato de arrendamiento. Era más que obvio que no se quedaría en ese lugar después de haber encontrado a Ronaldo con otra mujer en su propia cama.Cuando Daiana contestó la llamada, notó la tensión en la voz de Maia.—Maia, sabes que eres bienvenida en mi departamento, pero ¿qué pasó? —preguntó con curiosidad y preocupación. Su amiga rara vez le pedía favores de ese tipo, así que algo grave debía haber ocurrido.—Hablaremos cuando llegue a tu departamento —respondió Maia con voz quebrada, finalizando la llamada sin dar más explicaciones.Mientras conducía por la ciudad iluminada por las luces nocturnas, sentía el pecho oprimido. La traición de Ronaldo seguía pesando en su corazón como una piedra
Maia bajó del auto de Daiana con el corazón latiendo con fuerza. El aire de la noche era fresco, pero en su interior ardía un fuego de orgullo herido y decepcionado. Hoy cerraría este capítulo de su vida para siempre. Miró la casa que una vez consideró su hogar y sintió que ya no le pertenecía.—¿Amiga, quieres que entre contigo? —gritó Daiana desde la ventana del auto, con evidente preocupación en la voz.Maia se giró y le dedicó una sonrisa tranquilizadora, aunque por dentro sentía que todo a su alrededor se desmoronaba.—Tranquila, todo estará bien. Espérame, no tardo —respondió, intentando sonar segura.Sacó las llaves de su bolso, las colocó en la cerradura y, con un profundo suspiro, empujó la puerta. Al entrar, se encontró con la amante de su esposo cómodamente sentada en una de las sillas del comedor, como si aquella casa fuera suya.Angie la observó con una mueca de desprecio, cruzándose de brazos con arrogancia.—¿Qué haces aquí, inútil? —preguntó con desdén, sin siquiera mo
Maia salió del lugar que hasta hace unos días consideraba su hogar con lágrimas en los ojos, pero no por el hombre al que ella creyó amar, sino por el miedo y la angustia que la consumían tras la caída. Sus manos temblaban mientras abrazaba su vientre, rogando en silencio que su bebé estuviera bien.—Necesito que me revise, me caí —le pidió a su amiga con la voz entrecortada por la desesperación.Daiana abrió mucho los ojos, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.—¿Qué? ¿Cómo pasó eso?—Eso no importa —respondió Maia con prisa, secándose las lágrimas con la manga—. Lo importante es que nos aseguremos de que el bebé está bien.Daiana asintió, comprendiendo la angustia de su amiga.—Está bien, vamos de regreso a la clínica ahora mismo. No podemos perder más tiempo.Después de guardar todas las pertenencias de Maia en el auto, ambas se dirigieron a la clínica en un silencio tenso. Maia no dejaba de acariciar su vientre, temerosa de lo que pudiera haber pasado con su bebé.Ya en la
Maia descendió del auto con una mezcla de nervios y asombro. La mansión de Vladimir era inmensa, imponente, con columnas de mármol que parecían sostener el cielo mismo. Las luces doradas iluminaban la fachada, dándole un aire majestuoso y frío, casi como un dueño hecho realidad.—Es… inmensa esta casa —susurró, en sus ojos que reflejaba incredulidad de quien nunca había visto semejante derroche de riqueza.A su lado, Javier bajó con las maletas, dedicándole una sonrisa cálida. No entendía por qué, pero Maia le caía bien desde el primer momento en que la vio. Había algo en su expresión, en sus ojos grandes y dulces, que gritaba inocencia pura. Javier se rió internamente al notar sus propios pensamientos.—Espero que no te pierdas aquí dentro —bromeó, acomodando las maletas—. Yo todavía no aprendo dónde quedan todas las habitaciones.Maia le dedicó una sonrisa tímida, justo cuando la puerta principal se abrió de golpe.Vladimir estaba de pie en la entrada, con los brazos cruzados y el c
Maia estaba en su habitación, aún sin poder creer la majestuosa mansión en la que viviría hasta que su bebé naciera. Todo a su alrededor parecía sacado de un sueño: los finos muebles, la enorme cama con sábanas de seda y el amplio ventanal que ofrecía una vista impresionante del jardín iluminado. Nunca imaginó que tendría tanto lujo a su disposición, pero, al mismo tiempo, no podía evitar un escalofrío de incertidumbre al recorrer su espalda.—Esto parece un sueño… Únicamente espero que no se convierta en una pesadilla —murmuró, acariciando su vientre con ternura.Suspiró al ver la hora y decidió cambiarse para descansar. Según lo que escuchó entre Vladimir y sus empleados, al día siguiente habría un evento importante al que no podría negarse a asistir.Buscó entre sus cosas y sacó una pijama sencilla de una de sus maletas, dejándola sobre la cama. Se despojó lentamente de su ropa, quedando solo en ropa interior. La suave brisa nocturna acarició su piel desnuda, erizando todo su cuerp
Maia abrió los ojos lentamente mientras los rayos del sol se filtraban a través de la ventana, iluminando suavemente la habitación. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la claridad matutina. El colchón mullido bajo su cuerpo y la frescura de las sábanas de seda la envolvían en una sensación de comodidad que no le pertenecía.La puerta se abrió de repente, sacándola de su ensoñación.—Buenos días, señorita Maia —saludó Lulu con una sonrisa radiante mientras entraba con paso seguro a la habitación.Maia apenas tuvo tiempo de incorporarse cuando tras Lulu apareció un grupo de personas empujando varios percheros repletos de vestidos y cajas elegantes con logotipos de marcas reconocidas.—¿Qué es todo esto? —preguntó Maia, sorprendida, mientras observaba la escena con los labios entreabiertos.—Trajimos todo esto para usted. Estos vestidos vienen de las mejores marcas: Chanel, Leonisa, Koaj, Estudio F y Punto Blanco —enumeró Lulu con un gesto orgulloso mientras señalaba las p
Maia llegó al evento junto a Vladimir, tomada de su brazo con elegancia. Ambos se veían deslumbrantes juntos, como si fueran una pareja perfectamente combinada. Él, con su traje oscuro impecable y su porte imponente, y ella, con un vestido que resaltaba su silueta y le daba un aire de sofisticación. Los murmullos no se hicieron esperar, algunas personas los miraban con admiración, otras con curiosidad, y unas pocas con recelo.Vladimir mantenía su expresión seria, pero de vez en cuando giraba el rostro para mirarla con un dejo de orgullo, como si quisiera dejar en claro que ella estaba a su lado por decisión suya. Maia, por su parte, trataba de mantener la compostura, aunque por dentro los nervios le carcomían. Era su primer evento de esta magnitud, rodeada de personas influyentes y poderosas.De pronto, una voz interrumpió el momento.—Jefe, necesito de su atención un momento —dijo Javier, quien apareció de la nada y le dirigió un guiño rápido a Maia.Ella sonrió, divertida por la os