Maia bajó del auto de Daiana con el corazón latiendo con fuerza. El aire de la noche era fresco, pero en su interior ardía un fuego de orgullo herido y decepcionado. Hoy cerraría este capítulo de su vida para siempre. Miró la casa que una vez consideró su hogar y sintió que ya no le pertenecía.
—¿Amiga, quieres que entre contigo? —gritó Daiana desde la ventana del auto, con evidente preocupación en la voz. Maia se giró y le dedicó una sonrisa tranquilizadora, aunque por dentro sentía que todo a su alrededor se desmoronaba. —Tranquila, todo estará bien. Espérame, no tardo —respondió, intentando sonar segura. Sacó las llaves de su bolso, las colocó en la cerradura y, con un profundo suspiro, empujó la puerta. Al entrar, se encontró con la amante de su esposo cómodamente sentada en una de las sillas del comedor, como si aquella casa fuera suya. Angie la observó con una mueca de desprecio, cruzándose de brazos con arrogancia. —¿Qué haces aquí, inútil? —preguntó con desdén, sin siquiera molestarse en ocultar su odio. Maia apretó los labios, recordándose a sí misma que no valía la pena discutir con alguien como ella. —Solo vine a recoger mis cosas y que Ronaldo me firme estos papeles para que ahora si ya no tenga que volver a verlo—dijo, mostrando la carpeta que llevaba en la mano. Angie entrecerró los ojos y alargó la mano para tomar los papeles sin siquiera pedir permiso. Apenas leyó el encabezado, soltó una carcajada ruidosa y burlona. —"sentencia de divorcio" —leyó en voz alta, alzando una ceja con diversión—. No perdiste el tiempo, ¿eh? ¿O acaso ya tienes a alguien por ahí y estabas esperando la oportunidad para pedirle el divorcio? Maia suspiró con fastidio. No le debía explicaciones a esa mujer, ni a nadie. —No tengo tiempo para escuchar tus bobadas. Yo no soy como tú, mentirosa y rompe hogares —dijo con firmeza, caminando directo hacia la habitación que alguna vez compartió con Ronaldo. Pero justo en ese momento, la puerta principal se abrió de golpe y Ronaldo entró. Antes de que Maia pudiera reaccionar, Angie soltó un grito y se tiró al suelo con dramatismo. —¡Mi bebé! —exclamó entre sollozos, llevándose las manos al vientre como si estuviera sufriendo un dolor insoportable. Maia parpadeó, incrédula. No podía creer lo que estaba viendo. Ronaldo, alarmado, corrió hacia ella y la encontró en el suelo, temblando como una niña indefensa. —¡Angie! ¿Qué pasó? —preguntó con urgencia, arrodillándose junto a ella. Angie levantó el rostro lleno de lágrimas y señaló a Maia con un dedo acusador. —Me… me empujó —sollozó—. Está celosa porque estoy embarazada… Me odia… Quiere hacerme daño… Maia sintió una mezcla de rabia e impotencia. —¡¿Qué?! ¡Eso es mentira! —exclamó, mirando a Ronaldo con indignación—. ¡No la toqué! Pero la expresión de Ronaldo se endureció. Sus ojos, fríos como el hielo, se clavaron en ella con furia. —Si le pasa algo a mi hijo, te mato, Maia —dijo en un tono amenazante. Maia sintió que algo dentro de ella se rompía. Durante años, había amado a ese hombre, lo había apoyado, había dado todo por él. ¿Y ahora? Ahora la amenazaba por una mujer que solo jugaba con su estúpido ex. Respiró hondo, negándose a derramar lágrimas frente a ellos. —No vale la pena discutir contigo —murmuró, girando sobre sus talones para seguir con lo suyo. Angie, al ver que Ronaldo no se movía para llevarla al hospital, se apresuró a suavizar su tono. —Me… me siento un poquito mejor —dijo, apoyándose en él para levantarse—. Mejor nos quedamos, no quiero que esta mujer se robe algo de la casa. Ronaldo asintió, sin dudar ni por un segundo sobre las palabras, que le dijo su amada Angie. Maia sonrió con amargura y, sin decir nada más, le extendió la carpeta con los papeles del divorcio. Ronaldo la tomó con curiosidad. —¿Qué es esto, Maia? Pero no necesitó una respuesta. En cuanto abrió la carpeta y leyó el encabezado, su expresión cambió. Una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro. —Ya era hora —susurró. Tomó un bolígrafo de la mesa y firmó los documentos sin dudar. Maia sintió un nudo en la garganta, pero se mantuvo firme. —Recoge rápido tus cosas y lárgate —dijo Ronaldo, entregándole los papeles sin mirarla—. No quiero volverte a ver en mi vida. Como mujer no vales nada. Eres seca por dentro. Maia sintió un escalofrío. Esas palabras… Le dolieron más de lo que quería admitir. Pero no le daría el gusto de verla destruida. Levantó la barbilla con dignidad y tomó los papeles con manos firmes. —Gracias, Ronaldo —dijo con voz serena—. Me has hecho un gran favor. Y sin mirar atrás, subió las escaleras para recoger lo último que le quedaba en esa casa. No había más lágrimas que derramar por él, por un hombre que nunca la amo y eso lo comprendió en ese mismo instante. Llegó a la habitación y recorrió el lugar con la mirada, su pecho oprimido por una tristeza profunda. Allí quedaba una parte de su amor por Ronaldo, los recuerdos de noches compartidas, de besos robados, de promesas que ahora parecían vacías. Sintió un nudo en la garganta, pero no derramó lágrimas. No se lo permitiría. No había mucho, solo unas prendas, un par de libros y lo que le recordaba que, al menos por un tiempo, había sido parte del mundo, de Ronaldo. Tomó la maleta y bajó las escaleras con pasos firmes, decidida a irse sin más dramas. Pero cuando estuvo cerca de la puerta, una voz chillona y cargada de veneno la detuvo. —¡Revísale las maletas, Ronaldo! —soltó Angie con una sonrisa burlona, cruzándose de brazos—. ¿Y si se está llevando cosas que no son de ella? Tal vez lo haga por venganza. Antes de que Maia pudiera reaccionar, Angie jaló su maleta con brusquedad, la abrió de un tirón y comenzó a sacar todo lo que había dentro, esparciendo su ropa por el suelo con un gesto de absoluta burla. —Mira esto, qué pobretona —rió con malicia, pateando una de sus blusas hacia un rincón—. ¿De verdad pensaste que podías encajar aquí? Su corazón le dolió más que nunca. Volvió a guardar sus cosas en la maleta y se dirigió a la puerta. No miró atrás. No le daría a Angie ni a Ronaldo la satisfacción de ver su dolor. Pero justo cuando estaba por salir, sintió un fuerte empujón en la espalda. No tuvo tiempo de reaccionar; perdió el equilibrio y cayó al suelo de rodillas. Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir la dureza del piso contra su piel, pero lo que más le dolió no fue la caída, sino la crueldad con la que Angie la había empujado. Por un instante, se quedó allí, con las palmas apoyadas en el suelo, sintiendo cómo la humillación quemaba dentro de ella. Angie soltó una risa sarcástica. —Ups, lo siento. Fue sin querer. Maia cerró los ojos por un momento, respirando hondo. Luego se puso de pie, con la cabeza en alto, y la miró fijamente. —Espero que algún día aprendas que la verdadera riqueza no está en el dinero ni en la soberbia —dijo con voz serena, aunque por dentro estuviera rota...Maia salió del lugar que hasta hace unos días consideraba su hogar con lágrimas en los ojos, pero no por el hombre al que ella creyó amar, sino por el miedo y la angustia que la consumían tras la caída. Sus manos temblaban mientras abrazaba su vientre, rogando en silencio que su bebé estuviera bien.—Necesito que me revise, me caí —le pidió a su amiga con la voz entrecortada por la desesperación.Daiana abrió mucho los ojos, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.—¿Qué? ¿Cómo pasó eso?—Eso no importa —respondió Maia con prisa, secándose las lágrimas con la manga—. Lo importante es que nos aseguremos de que el bebé está bien.Daiana asintió, comprendiendo la angustia de su amiga.—Está bien, vamos de regreso a la clínica ahora mismo. No podemos perder más tiempo.Después de guardar todas las pertenencias de Maia en el auto, ambas se dirigieron a la clínica en un silencio tenso. Maia no dejaba de acariciar su vientre, temerosa de lo que pudiera haber pasado con su bebé.Ya en la
Maia descendió del auto con una mezcla de nervios y asombro. La mansión de Vladimir era inmensa, imponente, con columnas de mármol que parecían sostener el cielo mismo. Las luces doradas iluminaban la fachada, dándole un aire majestuoso y frío, casi como un dueño hecho realidad.—Es… inmensa esta casa —susurró, en sus ojos que reflejaba incredulidad de quien nunca había visto semejante derroche de riqueza.A su lado, Javier bajó con las maletas, dedicándole una sonrisa cálida. No entendía por qué, pero Maia le caía bien desde el primer momento en que la vio. Había algo en su expresión, en sus ojos grandes y dulces, que gritaba inocencia pura. Javier se rió internamente al notar sus propios pensamientos.—Espero que no te pierdas aquí dentro —bromeó, acomodando las maletas—. Yo todavía no aprendo dónde quedan todas las habitaciones.Maia le dedicó una sonrisa tímida, justo cuando la puerta principal se abrió de golpe.Vladimir estaba de pie en la entrada, con los brazos cruzados y el c
Maia estaba en su habitación, aún sin poder creer la majestuosa mansión en la que viviría hasta que su bebé naciera. Todo a su alrededor parecía sacado de un sueño: los finos muebles, la enorme cama con sábanas de seda y el amplio ventanal que ofrecía una vista impresionante del jardín iluminado. Nunca imaginó que tendría tanto lujo a su disposición, pero, al mismo tiempo, no podía evitar un escalofrío de incertidumbre al recorrer su espalda.—Esto parece un sueño… Únicamente espero que no se convierta en una pesadilla —murmuró, acariciando su vientre con ternura.Suspiró al ver la hora y decidió cambiarse para descansar. Según lo que escuchó entre Vladimir y sus empleados, al día siguiente habría un evento importante al que no podría negarse a asistir.Buscó entre sus cosas y sacó una pijama sencilla de una de sus maletas, dejándola sobre la cama. Se despojó lentamente de su ropa, quedando solo en ropa interior. La suave brisa nocturna acarició su piel desnuda, erizando todo su cuerp
Maia abrió los ojos lentamente mientras los rayos del sol se filtraban a través de la ventana, iluminando suavemente la habitación. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la claridad matutina. El colchón mullido bajo su cuerpo y la frescura de las sábanas de seda la envolvían en una sensación de comodidad que no le pertenecía.La puerta se abrió de repente, sacándola de su ensoñación.—Buenos días, señorita Maia —saludó Lulu con una sonrisa radiante mientras entraba con paso seguro a la habitación.Maia apenas tuvo tiempo de incorporarse cuando tras Lulu apareció un grupo de personas empujando varios percheros repletos de vestidos y cajas elegantes con logotipos de marcas reconocidas.—¿Qué es todo esto? —preguntó Maia, sorprendida, mientras observaba la escena con los labios entreabiertos.—Trajimos todo esto para usted. Estos vestidos vienen de las mejores marcas: Chanel, Leonisa, Koaj, Estudio F y Punto Blanco —enumeró Lulu con un gesto orgulloso mientras señalaba las p
Maia llegó al evento junto a Vladimir, tomada de su brazo con elegancia. Ambos se veían deslumbrantes juntos, como si fueran una pareja perfectamente combinada. Él, con su traje oscuro impecable y su porte imponente, y ella, con un vestido que resaltaba su silueta y le daba un aire de sofisticación. Los murmullos no se hicieron esperar, algunas personas los miraban con admiración, otras con curiosidad, y unas pocas con recelo.Vladimir mantenía su expresión seria, pero de vez en cuando giraba el rostro para mirarla con un dejo de orgullo, como si quisiera dejar en claro que ella estaba a su lado por decisión suya. Maia, por su parte, trataba de mantener la compostura, aunque por dentro los nervios le carcomían. Era su primer evento de esta magnitud, rodeada de personas influyentes y poderosas.De pronto, una voz interrumpió el momento.—Jefe, necesito de su atención un momento —dijo Javier, quien apareció de la nada y le dirigió un guiño rápido a Maia.Ella sonrió, divertida por la os
Ronaldo y Angie no podían creerlo. El gran Vladimir Ivanov, aquel hombre implacable y temido por muchos, estaba ahí, visiblemente angustiado por la salud de Maia. Su asistente, Javier, estaba detrás de él, igual de nervioso, aunque su mirada reflejaba más confusión que otra cosa. Ninguno de los dos entendía qué era exactamente lo que unía a Vladimir con Maia ni cuál era su relación, pero lo que sí sabían era que aquello era algo muy importante.—Llama a la doctora Daiana, dile que vamos para allá, hay que asegurarnos de que el bebé esté bien —ordenó Vladimir con voz firme, pero en sus ojos se podía ver un atisbo de preocupación que rara vez dejaba escapar.Sin perder un segundo, se inclinó para tomar a Maia en sus brazos con una delicadeza que desmentía su habitual dureza. Ella se aferró instintivamente a su cuello, buscando refugio en su fuerza, y él, sin apartar la mirada de su rostro pálido, caminó decidido hacia la salida. Antes de irse, les dirigió una mirada fulminante a Ronaldo
Cuando Maia despertó a la mañana siguiente, lo primero que notó fue la luz suave filtrándose por las cortinas.El silencio reinaba en la habitación, salvo por una respiración suave y constante que provenía de una silla cercana. Giró la cabeza y su corazón dio un vuelco al ver a Vladímir Ivanov, el hombre más imponente y frío que había conocido, profundamente dormido en una silla incómoda. Sus piernas largas estaban estiradas y su cabeza inclinada hacia un lado, como si el sueño lo hubiese vencido tras una batalla.Maia se incorporó lentamente, cuidando no hacer ruido. La imagen de Vladímir durmiendo, con el ceño relajado y el semblante en paz, le resultó... intrigante. No parecía el hombre implacable que conocía. Había algo vulnerable en él, algo que hizo que su corazón latiera un poco más rápido.—Tal vez no sea tan malo después de todo —susurró para sí misma, esbozando una pequeña sonrisa mientras lo observaba con ternura.Su mente vagaba entre esos pensamientos cuando la puerta de
Vladimir Ivanov pasaba su mirada de su padre a su madre, sintiendo cómo su mundo perfectamente controlado comenzaba a tambalearse. Su mandíbula se tensó, su ceño fruncido se profundizó, y en su interior, una pregunta retumbaba como un eco incesante.—¿Cómo es posible que estén aquí? —se preguntaba, tratando de mantener su compostura. Sus padres no eran de aparecer sin previo aviso, mucho menos en su casa, ese santuario donde controlaba cada detalle.Mientras tanto, Maia bajaba las escaleras con calma, ajena al torbellino que se avecinaba. Su mano acariciaba su vientre, donde crecía esa pequeña vida que lo había cambiado todo. Sin embargo, en ese momento, solo una cosa ocupaba su mente: tenía un hambre feroz.—Voy a comerme hasta las cortinas si no encuentro algo pronto —murmuró para sí misma, con una sonrisa traviesa.Lulu, la fiel ama de llaves, pasaba por el pasillo con una bandeja llena de cafés para el despacho de Vladimir. Al verla fuera de su habitación, su expresión se llenó de