CAPÍTULO 6

Maia bajó del auto de Daiana con el corazón latiendo con fuerza. El aire de la noche era fresco, pero en su interior ardía un fuego de orgullo herido y decepcionado. Hoy cerraría este capítulo de su vida para siempre. Miró la casa que una vez consideró su hogar y sintió que ya no le pertenecía.

—¿Amiga, quieres que entre contigo? —gritó Daiana desde la ventana del auto, con evidente preocupación en la voz.

Maia se giró y le dedicó una sonrisa tranquilizadora, aunque por dentro sentía que todo a su alrededor se desmoronaba.

—Tranquila, todo estará bien. Espérame, no tardo —respondió, intentando sonar segura.

Sacó las llaves de su bolso, las colocó en la cerradura y, con un profundo suspiro, empujó la puerta. Al entrar, se encontró con la amante de su esposo cómodamente sentada en una de las sillas del comedor, como si aquella casa fuera suya.

Angie la observó con una mueca de desprecio, cruzándose de brazos con arrogancia.

—¿Qué haces aquí, inútil? —preguntó con desdén, sin siquiera molestarse en ocultar su odio.

Maia apretó los labios, recordándose a sí misma que no valía la pena discutir con alguien como ella.

—Solo vine a recoger mis cosas y que Ronaldo me firme estos papeles para que ahora si ya no tenga que volver a verlo—dijo, mostrando la carpeta que llevaba en la mano.

Angie entrecerró los ojos y alargó la mano para tomar los papeles sin siquiera pedir permiso. Apenas leyó el encabezado, soltó una carcajada ruidosa y burlona.

—"sentencia de divorcio" —leyó en voz alta, alzando una ceja con diversión—. No perdiste el tiempo, ¿eh? ¿O acaso ya tienes a alguien por ahí y estabas esperando la oportunidad para pedirle el divorcio?

Maia suspiró con fastidio. No le debía explicaciones a esa mujer, ni a nadie.

—No tengo tiempo para escuchar tus bobadas. Yo no soy como tú, mentirosa y rompe hogares —dijo con firmeza, caminando directo hacia la habitación que alguna vez compartió con Ronaldo.

Pero justo en ese momento, la puerta principal se abrió de golpe y Ronaldo entró. Antes de que Maia pudiera reaccionar, Angie soltó un grito y se tiró al suelo con dramatismo.

—¡Mi bebé! —exclamó entre sollozos, llevándose las manos al vientre como si estuviera sufriendo un dolor insoportable.

Maia parpadeó, incrédula. No podía creer lo que estaba viendo.

Ronaldo, alarmado, corrió hacia ella y la encontró en el suelo, temblando como una niña indefensa.

—¡Angie! ¿Qué pasó? —preguntó con urgencia, arrodillándose junto a ella.

Angie levantó el rostro lleno de lágrimas y señaló a Maia con un dedo acusador.

—Me… me empujó —sollozó—. Está celosa porque estoy embarazada… Me odia… Quiere hacerme daño…

Maia sintió una mezcla de rabia e impotencia.

—¡¿Qué?! ¡Eso es mentira! —exclamó, mirando a Ronaldo con indignación—. ¡No la toqué!

Pero la expresión de Ronaldo se endureció. Sus ojos, fríos como el hielo, se clavaron en ella con furia.

—Si le pasa algo a mi hijo, te mato, Maia —dijo en un tono amenazante.

Maia sintió que algo dentro de ella se rompía. Durante años, había amado a ese hombre, lo había apoyado, había dado todo por él. ¿Y ahora? Ahora la amenazaba por una mujer que solo jugaba con su estúpido ex.

Respiró hondo, negándose a derramar lágrimas frente a ellos.

—No vale la pena discutir contigo —murmuró, girando sobre sus talones para seguir con lo suyo.

Angie, al ver que Ronaldo no se movía para llevarla al hospital, se apresuró a suavizar su tono.

—Me… me siento un poquito mejor —dijo, apoyándose en él para levantarse—. Mejor nos quedamos, no quiero que esta mujer se robe algo de la casa.

Ronaldo asintió, sin dudar ni por un segundo sobre las palabras, que le dijo su amada Angie.

Maia sonrió con amargura y, sin decir nada más, le extendió la carpeta con los papeles del divorcio.

Ronaldo la tomó con curiosidad.

—¿Qué es esto, Maia?

Pero no necesitó una respuesta. En cuanto abrió la carpeta y leyó el encabezado, su expresión cambió.

Una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro.

—Ya era hora —susurró.

Tomó un bolígrafo de la mesa y firmó los documentos sin dudar. Maia sintió un nudo en la garganta, pero se mantuvo firme.

—Recoge rápido tus cosas y lárgate —dijo Ronaldo, entregándole los papeles sin mirarla—. No quiero volverte a ver en mi vida. Como mujer no vales nada. Eres seca por dentro.

Maia sintió un escalofrío. Esas palabras… Le dolieron más de lo que quería admitir. Pero no le daría el gusto de verla destruida.

Levantó la barbilla con dignidad y tomó los papeles con manos firmes.

—Gracias, Ronaldo —dijo con voz serena—. Me has hecho un gran favor.

Y sin mirar atrás, subió las escaleras para recoger lo último que le quedaba en esa casa.

No había más lágrimas que derramar por él, por un hombre que nunca la amo y eso lo comprendió en ese mismo instante.

Llegó a la habitación y recorrió el lugar con la mirada, su pecho oprimido por una tristeza profunda. Allí quedaba una parte de su amor por Ronaldo, los recuerdos de noches compartidas, de besos robados, de promesas que ahora parecían vacías. Sintió un nudo en la garganta, pero no derramó lágrimas. No se lo permitiría.

No había mucho, solo unas prendas, un par de libros y lo que le recordaba que, al menos por un tiempo, había sido parte del mundo, de Ronaldo.

Tomó la maleta y bajó las escaleras con pasos firmes, decidida a irse sin más dramas. Pero cuando estuvo cerca de la puerta, una voz chillona y cargada de veneno la detuvo.

—¡Revísale las maletas, Ronaldo! —soltó Angie con una sonrisa burlona, cruzándose de brazos—. ¿Y si se está llevando cosas que no son de ella? Tal vez lo haga por venganza.

Antes de que Maia pudiera reaccionar, Angie jaló su maleta con brusquedad, la abrió de un tirón y comenzó a sacar todo lo que había dentro, esparciendo su ropa por el suelo con un gesto de absoluta burla.

—Mira esto, qué pobretona —rió con malicia, pateando una de sus blusas hacia un rincón—. ¿De verdad pensaste que podías encajar aquí?

Su corazón le dolió más que nunca.

Volvió a guardar sus cosas en la maleta y se dirigió a la puerta. No miró atrás. No le daría a Angie ni a Ronaldo la satisfacción de ver su dolor.

Pero justo cuando estaba por salir, sintió un fuerte empujón en la espalda. No tuvo tiempo de reaccionar; perdió el equilibrio y cayó al suelo de rodillas. Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir la dureza del piso contra su piel, pero lo que más le dolió no fue la caída, sino la crueldad con la que Angie la había empujado.

Por un instante, se quedó allí, con las palmas apoyadas en el suelo, sintiendo cómo la humillación quemaba dentro de ella.

Angie soltó una risa sarcástica.

—Ups, lo siento. Fue sin querer.

Maia cerró los ojos por un momento, respirando hondo. Luego se puso de pie, con la cabeza en alto, y la miró fijamente.

—Espero que algún día aprendas que la verdadera riqueza no está en el dinero ni en la soberbia —dijo con voz serena, aunque por dentro estuviera rota...

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