CAPÍTULO 7

Maia salió del lugar que hasta hace unos días consideraba su hogar con lágrimas en los ojos, pero no por el hombre al que ella creyó amar, sino por el miedo y la angustia que la consumían tras la caída. Sus manos temblaban mientras abrazaba su vientre, rogando en silencio que su bebé estuviera bien.

—Necesito que me revise, me caí —le pidió a su amiga con la voz entrecortada por la desesperación.

Daiana abrió mucho los ojos, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

—¿Qué? ¿Cómo pasó eso?

—Eso no importa —respondió Maia con prisa, secándose las lágrimas con la manga—. Lo importante es que nos aseguremos de que el bebé está bien.

Daiana asintió, comprendiendo la angustia de su amiga.

—Está bien, vamos de regreso a la clínica ahora mismo. No podemos perder más tiempo.

Después de guardar todas las pertenencias de Maia en el auto, ambas se dirigieron a la clínica en un silencio tenso. Maia no dejaba de acariciar su vientre, temerosa de lo que pudiera haber pasado con su bebé.

Ya en la clínica, esperaron en la sala de consulta mientras el sonido del reloj en la pared se hacía insoportablemente lento. Maia sentía que el tiempo jugaba en su contra. Cuando finalmente Daiana la llamo para realizarle una ecografía, su corazón latía con tanta fuerza que casi dolía.

El sonido del monitor llenó la sala y, cuando la imagen apareció en la pantalla, Maia sintió un alivio tan grande que su cuerpo se relajó al instante.

—El bebé está bien —dijo su amiga con una sonrisa tranquilizadora—. No hay señales de complicaciones. Solo necesitas reposo.

Maia cerró los ojos con gratitud, dejando escapar el aire contenido en sus pulmones. Daiana le apretó la mano con cariño.

—Gracias a Dios —susurró la joven, acariciando su vientre.

Cuando salieron de la clínica, ambas se dirigieron al departamento de Daiana. Maia, agotada tanto física como emocionalmente, se dejó caer en el sofá. Por fin pudo respirar con calma y leer detenidamente el contrato que Vladímir le había entregado esa mañana.

Cada línea del documento parecía pesar toneladas sobre su conciencia:

"La mujer deberá vivir con el padre del bebé fingiendo ser su prometida frente a su familia todo lo que dure el embarazo y la recuperación. Luego desaparecerá, diciendo que no quiere al bebé y que no está dispuesta a sacrificarse por él. Al finalizar el contrato, la mujer que prestó su vientre recibirá la suma de doscientos millones de dólares como compensación y no podrá acercarse nunca más al bebé."

Maia sintió una punzada en el pecho al leer la última parte. ¿De verdad Vladímir pensaba que ella sería capaz de abandonar a su hijo como si fuera un objeto?

Llevó una mano a su vientre y susurró con su voz decidida:

—Prometo que convenceré a tu papá de que no nos separe.

Con el corazón apretado, firmó el contrato de una vez.

Después de hacerlo, tomó su teléfono y llamó a Javier, el asistente de Vladímir, para informarle que ya había aceptado los términos.

—¡Vaya, señorita Sánchez! ¡Qué eficiente! —exclamó Javier con su tono bromista de siempre—. Debo admitir que pensaba que lo leería treinta veces antes de firmarlo.

—No hay mucho que pensar —respondió Maia con un suspiro—. Mañana estaré lista cuando pases por mí.

—¡Perfecto! Entonces haré mi papel de caballero y la recogeré con todo el glamour que se merece. ¿Le gustaría una alfombra roja? ¿O prefieres una entrada más discreta?

Maia esbozó una pequeña sonrisa.

—Solo quiero que esto pase rápido.

—Ay, qué formalidad la suya… Pero bueno, mañana la veré, señorita Sánchez. Descanse y sueñe con castillos de oro porque en pocas horas será la prometida de un hombre millonario.

Maia colgó, sintiéndose más cansada que nunca.

—¿De verdad vas a irte a vivir con él? —preguntó Daiana, cruzándose de brazos.

—Sí… Pero haré todo lo posible para convencerlo de dejarme quedarme con mi hijo.

—Y si no lo logras, le diremos toda la verdad sin importar las consecuencias —afirmó Daiana con determinación—. No voy a permitir que sufras más, Maia.

Maia sintió un nudo en la garganta. Sabía que su amiga cumpliría su promesa, pero no quería llegar a ese extremo. Haría lo que fuera necesario para no perder a su bebé.

Esa noche apenas pudo dormir. Su mente estaba llena de pensamientos sobre cómo sería vivir con Vladímir, un hombre que no parecía tener ni una pizca de dulzura en su corazón.

Mientras tanto, en su lujosa mansión, Vladímir supervisaba cada detalle para la llegada de Maia.

Cuando Javier entró sin tocar, con su energía desbordante de siempre, Vladímir le dedicó una mirada asesina.

—Jefe, le tengo una noticia que derretirá el hielo de su cara —anunció con una sonrisa confiada.

Vladímir arqueó una ceja.

—¿Qué dijiste?

Javier parpadeó, dándose cuenta de su error.

—Que le tengo una buena noticia —se corrigió rápidamente, tragando saliva.

—Habla de una vez —ordenó Vladímir con su tono gélido.

—La señorita Maia Sánchez ya firmó el contrato. Mañana iré por ella y se instalará en la habitación que usted le preparó con mucho esmero.

Por un breve instante, Javier pudo notar algo en la expresión de su jefe… ¿Era eso una sonrisa? No, no podía ser. Seguramente era su imaginación.

—Perfecto. Hablaré con mis padres. Es hora de que sepan que voy a ser papá y que estoy comprometido. Pero lo haré después de la llegada de Maia.

Vladímir se levantó y caminó hasta el minibar, donde se sirvió un whisky y se lo bebió de un solo trago.

Javier, con su típico sentido del humor, se inclinó levemente hacia él.

—Bueno, jefe, espero que practique un poco más la simpatía y la cortesía o va a matar a la pobre del susto.

Dicho eso, salió disparado de ahí antes de que Vladímir pudiera fulminar su bella existencia con la mirada.

A solas, Vladímir se quedó con un humor de perros. Sin embargo, por más que le molestara admitirlo, pensar en Maia le generaba una extraña calma. Había algo en ella que transmitía ternura, aunque no lograba comprender cómo una mujer así podía aceptar vender a su propio hijo.

Esa noche no pegó un ojo. Por más que intentó dormir, su mente no dejaba de pensar en la llegada de Maia y en cómo reaccionaría su familia cuando anunciara el compromiso. Sabía que tenía que comprarle un anillo y planear cada detalle para que su mentira fuera creíble.

Al amanecer, como siempre, preparó su café negro y se alistó para la llegada de Maia. La mañana pasó volando y, antes de darse cuenta, la tarde había llegado.

Cuando recibió el aviso de que Javier estaba llegando con la chica, Vladímir ajustó su corbata y se miró en el espejo.

—Hoy comienza este juego. Veamos qué tal nos sale.

Sabía que Maia no significaba nada para él, pero el bebé en su vientre sí. Y, por encima de todo, debía asegurarse de que naciera sano y salvo, no solo porque lo quería… sino porque de ello dependía su herencia y todo por lo que había trabajado.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP