Maia salió del lugar que hasta hace unos días consideraba su hogar con lágrimas en los ojos, pero no por el hombre al que ella creyó amar, sino por el miedo y la angustia que la consumían tras la caída. Sus manos temblaban mientras abrazaba su vientre, rogando en silencio que su bebé estuviera bien.
—Necesito que me revise, me caí —le pidió a su amiga con la voz entrecortada por la desesperación.
Daiana abrió mucho los ojos, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Qué? ¿Cómo pasó eso?
—Eso no importa —respondió Maia con prisa, secándose las lágrimas con la manga—. Lo importante es que nos aseguremos de que el bebé está bien.
Daiana asintió, comprendiendo la angustia de su amiga.
—Está bien, vamos de regreso a la clínica ahora mismo. No podemos perder más tiempo.
Después de guardar todas las pertenencias de Maia en el auto, ambas se dirigieron a la clínica en un silencio tenso. Maia no dejaba de acariciar su vientre, temerosa de lo que pudiera haber pasado con su bebé.
Ya en la clínica, esperaron en la sala de consulta mientras el sonido del reloj en la pared se hacía insoportablemente lento. Maia sentía que el tiempo jugaba en su contra. Cuando finalmente Daiana la llamo para realizarle una ecografía, su corazón latía con tanta fuerza que casi dolía.
El sonido del monitor llenó la sala y, cuando la imagen apareció en la pantalla, Maia sintió un alivio tan grande que su cuerpo se relajó al instante.
—El bebé está bien —dijo su amiga con una sonrisa tranquilizadora—. No hay señales de complicaciones. Solo necesitas reposo.
Maia cerró los ojos con gratitud, dejando escapar el aire contenido en sus pulmones. Daiana le apretó la mano con cariño.
—Gracias a Dios —susurró la joven, acariciando su vientre.
Cuando salieron de la clínica, ambas se dirigieron al departamento de Daiana. Maia, agotada tanto física como emocionalmente, se dejó caer en el sofá. Por fin pudo respirar con calma y leer detenidamente el contrato que Vladímir le había entregado esa mañana.
Cada línea del documento parecía pesar toneladas sobre su conciencia:
"La mujer deberá vivir con el padre del bebé fingiendo ser su prometida frente a su familia todo lo que dure el embarazo y la recuperación. Luego desaparecerá, diciendo que no quiere al bebé y que no está dispuesta a sacrificarse por él. Al finalizar el contrato, la mujer que prestó su vientre recibirá la suma de doscientos millones de dólares como compensación y no podrá acercarse nunca más al bebé."
Maia sintió una punzada en el pecho al leer la última parte. ¿De verdad Vladímir pensaba que ella sería capaz de abandonar a su hijo como si fuera un objeto?
Llevó una mano a su vientre y susurró con su voz decidida:
—Prometo que convenceré a tu papá de que no nos separe.
Con el corazón apretado, firmó el contrato de una vez.
Después de hacerlo, tomó su teléfono y llamó a Javier, el asistente de Vladímir, para informarle que ya había aceptado los términos.
—¡Vaya, señorita Sánchez! ¡Qué eficiente! —exclamó Javier con su tono bromista de siempre—. Debo admitir que pensaba que lo leería treinta veces antes de firmarlo.
—No hay mucho que pensar —respondió Maia con un suspiro—. Mañana estaré lista cuando pases por mí.
—¡Perfecto! Entonces haré mi papel de caballero y la recogeré con todo el glamour que se merece. ¿Le gustaría una alfombra roja? ¿O prefieres una entrada más discreta?
Maia esbozó una pequeña sonrisa.
—Solo quiero que esto pase rápido.
—Ay, qué formalidad la suya… Pero bueno, mañana la veré, señorita Sánchez. Descanse y sueñe con castillos de oro porque en pocas horas será la prometida de un hombre millonario.
Maia colgó, sintiéndose más cansada que nunca.
—¿De verdad vas a irte a vivir con él? —preguntó Daiana, cruzándose de brazos.
—Sí… Pero haré todo lo posible para convencerlo de dejarme quedarme con mi hijo.
—Y si no lo logras, le diremos toda la verdad sin importar las consecuencias —afirmó Daiana con determinación—. No voy a permitir que sufras más, Maia.
Maia sintió un nudo en la garganta. Sabía que su amiga cumpliría su promesa, pero no quería llegar a ese extremo. Haría lo que fuera necesario para no perder a su bebé.
Esa noche apenas pudo dormir. Su mente estaba llena de pensamientos sobre cómo sería vivir con Vladímir, un hombre que no parecía tener ni una pizca de dulzura en su corazón.
Mientras tanto, en su lujosa mansión, Vladímir supervisaba cada detalle para la llegada de Maia.
Cuando Javier entró sin tocar, con su energía desbordante de siempre, Vladímir le dedicó una mirada asesina.
—Jefe, le tengo una noticia que derretirá el hielo de su cara —anunció con una sonrisa confiada.
Vladímir arqueó una ceja.
—¿Qué dijiste?
Javier parpadeó, dándose cuenta de su error.
—Que le tengo una buena noticia —se corrigió rápidamente, tragando saliva.
—Habla de una vez —ordenó Vladímir con su tono gélido.
—La señorita Maia Sánchez ya firmó el contrato. Mañana iré por ella y se instalará en la habitación que usted le preparó con mucho esmero.
Por un breve instante, Javier pudo notar algo en la expresión de su jefe… ¿Era eso una sonrisa? No, no podía ser. Seguramente era su imaginación.
—Perfecto. Hablaré con mis padres. Es hora de que sepan que voy a ser papá y que estoy comprometido. Pero lo haré después de la llegada de Maia.
Vladímir se levantó y caminó hasta el minibar, donde se sirvió un whisky y se lo bebió de un solo trago.
Javier, con su típico sentido del humor, se inclinó levemente hacia él.
—Bueno, jefe, espero que practique un poco más la simpatía y la cortesía o va a matar a la pobre del susto.
Dicho eso, salió disparado de ahí antes de que Vladímir pudiera fulminar su bella existencia con la mirada.
A solas, Vladímir se quedó con un humor de perros. Sin embargo, por más que le molestara admitirlo, pensar en Maia le generaba una extraña calma. Había algo en ella que transmitía ternura, aunque no lograba comprender cómo una mujer así podía aceptar vender a su propio hijo.
Esa noche no pegó un ojo. Por más que intentó dormir, su mente no dejaba de pensar en la llegada de Maia y en cómo reaccionaría su familia cuando anunciara el compromiso. Sabía que tenía que comprarle un anillo y planear cada detalle para que su mentira fuera creíble.
Al amanecer, como siempre, preparó su café negro y se alistó para la llegada de Maia. La mañana pasó volando y, antes de darse cuenta, la tarde había llegado.
Cuando recibió el aviso de que Javier estaba llegando con la chica, Vladímir ajustó su corbata y se miró en el espejo.
—Hoy comienza este juego. Veamos qué tal nos sale.
Sabía que Maia no significaba nada para él, pero el bebé en su vientre sí. Y, por encima de todo, debía asegurarse de que naciera sano y salvo, no solo porque lo quería… sino porque de ello dependía su herencia y todo por lo que había trabajado.
Maia descendió del auto con una mezcla de nervios y asombro. La mansión de Vladimir era inmensa, imponente, con columnas de mármol que parecían sostener el cielo mismo. Las luces doradas iluminaban la fachada, dándole un aire majestuoso y frío, casi como un dueño hecho realidad.—Es… inmensa esta casa —susurró, en sus ojos que reflejaba incredulidad de quien nunca había visto semejante derroche de riqueza.A su lado, Javier bajó con las maletas, dedicándole una sonrisa cálida. No entendía por qué, pero Maia le caía bien desde el primer momento en que la vio. Había algo en su expresión, en sus ojos grandes y dulces, que gritaba inocencia pura. Javier se rió internamente al notar sus propios pensamientos.—Espero que no te pierdas aquí dentro —bromeó, acomodando las maletas—. Yo todavía no aprendo dónde quedan todas las habitaciones.Maia le dedicó una sonrisa tímida, justo cuando la puerta principal se abrió de golpe.Vladimir estaba de pie en la entrada, con los brazos cruzados y el c
Maia estaba en su habitación, aún sin poder creer la majestuosa mansión en la que viviría hasta que su bebé naciera. Todo a su alrededor parecía sacado de un sueño: los finos muebles, la enorme cama con sábanas de seda y el amplio ventanal que ofrecía una vista impresionante del jardín iluminado. Nunca imaginó que tendría tanto lujo a su disposición, pero, al mismo tiempo, no podía evitar un escalofrío de incertidumbre al recorrer su espalda.—Esto parece un sueño… Únicamente espero que no se convierta en una pesadilla —murmuró, acariciando su vientre con ternura.Suspiró al ver la hora y decidió cambiarse para descansar. Según lo que escuchó entre Vladimir y sus empleados, al día siguiente habría un evento importante al que no podría negarse a asistir.Buscó entre sus cosas y sacó una pijama sencilla de una de sus maletas, dejándola sobre la cama. Se despojó lentamente de su ropa, quedando solo en ropa interior. La suave brisa nocturna acarició su piel desnuda, erizando todo su cuerp
Maia abrió los ojos lentamente mientras los rayos del sol se filtraban a través de la ventana, iluminando suavemente la habitación. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la claridad matutina. El colchón mullido bajo su cuerpo y la frescura de las sábanas de seda la envolvían en una sensación de comodidad que no le pertenecía.La puerta se abrió de repente, sacándola de su ensoñación.—Buenos días, señorita Maia —saludó Lulu con una sonrisa radiante mientras entraba con paso seguro a la habitación.Maia apenas tuvo tiempo de incorporarse cuando tras Lulu apareció un grupo de personas empujando varios percheros repletos de vestidos y cajas elegantes con logotipos de marcas reconocidas.—¿Qué es todo esto? —preguntó Maia, sorprendida, mientras observaba la escena con los labios entreabiertos.—Trajimos todo esto para usted. Estos vestidos vienen de las mejores marcas: Chanel, Leonisa, Koaj, Estudio F y Punto Blanco —enumeró Lulu con un gesto orgulloso mientras señalaba las p
Maia llegó al evento junto a Vladimir, tomada de su brazo con elegancia. Ambos se veían deslumbrantes juntos, como si fueran una pareja perfectamente combinada. Él, con su traje oscuro impecable y su porte imponente, y ella, con un vestido que resaltaba su silueta y le daba un aire de sofisticación. Los murmullos no se hicieron esperar, algunas personas los miraban con admiración, otras con curiosidad, y unas pocas con recelo.Vladimir mantenía su expresión seria, pero de vez en cuando giraba el rostro para mirarla con un dejo de orgullo, como si quisiera dejar en claro que ella estaba a su lado por decisión suya. Maia, por su parte, trataba de mantener la compostura, aunque por dentro los nervios le carcomían. Era su primer evento de esta magnitud, rodeada de personas influyentes y poderosas.De pronto, una voz interrumpió el momento.—Jefe, necesito de su atención un momento —dijo Javier, quien apareció de la nada y le dirigió un guiño rápido a Maia.Ella sonrió, divertida por la os
Ronaldo y Angie no podían creerlo. El gran Vladimir Ivanov, aquel hombre implacable y temido por muchos, estaba ahí, visiblemente angustiado por la salud de Maia. Su asistente, Javier, estaba detrás de él, igual de nervioso, aunque su mirada reflejaba más confusión que otra cosa. Ninguno de los dos entendía qué era exactamente lo que unía a Vladimir con Maia ni cuál era su relación, pero lo que sí sabían era que aquello era algo muy importante.—Llama a la doctora Daiana, dile que vamos para allá, hay que asegurarnos de que el bebé esté bien —ordenó Vladimir con voz firme, pero en sus ojos se podía ver un atisbo de preocupación que rara vez dejaba escapar.Sin perder un segundo, se inclinó para tomar a Maia en sus brazos con una delicadeza que desmentía su habitual dureza. Ella se aferró instintivamente a su cuello, buscando refugio en su fuerza, y él, sin apartar la mirada de su rostro pálido, caminó decidido hacia la salida. Antes de irse, les dirigió una mirada fulminante a Ronaldo
Cuando Maia despertó a la mañana siguiente, lo primero que notó fue la luz suave filtrándose por las cortinas.El silencio reinaba en la habitación, salvo por una respiración suave y constante que provenía de una silla cercana. Giró la cabeza y su corazón dio un vuelco al ver a Vladímir Ivanov, el hombre más imponente y frío que había conocido, profundamente dormido en una silla incómoda. Sus piernas largas estaban estiradas y su cabeza inclinada hacia un lado, como si el sueño lo hubiese vencido tras una batalla.Maia se incorporó lentamente, cuidando no hacer ruido. La imagen de Vladímir durmiendo, con el ceño relajado y el semblante en paz, le resultó... intrigante. No parecía el hombre implacable que conocía. Había algo vulnerable en él, algo que hizo que su corazón latiera un poco más rápido.—Tal vez no sea tan malo después de todo —susurró para sí misma, esbozando una pequeña sonrisa mientras lo observaba con ternura.Su mente vagaba entre esos pensamientos cuando la puerta de
Vladimir Ivanov pasaba su mirada de su padre a su madre, sintiendo cómo su mundo perfectamente controlado comenzaba a tambalearse. Su mandíbula se tensó, su ceño fruncido se profundizó, y en su interior, una pregunta retumbaba como un eco incesante.—¿Cómo es posible que estén aquí? —se preguntaba, tratando de mantener su compostura. Sus padres no eran de aparecer sin previo aviso, mucho menos en su casa, ese santuario donde controlaba cada detalle.Mientras tanto, Maia bajaba las escaleras con calma, ajena al torbellino que se avecinaba. Su mano acariciaba su vientre, donde crecía esa pequeña vida que lo había cambiado todo. Sin embargo, en ese momento, solo una cosa ocupaba su mente: tenía un hambre feroz.—Voy a comerme hasta las cortinas si no encuentro algo pronto —murmuró para sí misma, con una sonrisa traviesa.Lulu, la fiel ama de llaves, pasaba por el pasillo con una bandeja llena de cafés para el despacho de Vladimir. Al verla fuera de su habitación, su expresión se llenó de
Maia no lograba entender el verdadero conflicto de Vladimir con sus padres. Si él había planeado presentarlos en la fiesta de compromiso, ¿por qué ahora actuaba como si el encuentro fuera un problema? ¿Acaso había algo en ellos que a él le preocupaba que ella descubriera? O peor aún, ¿había algo en ella que hacía que él no quisiera que la conocieran? Pero eso no tenía sentido…—¿Por qué hasta mañana? —indagó Maia, frunciendo el ceño. No era tan tarde como para retrasar el encuentro.Vladimir suspiró, como si tuviera que explicarle algo demasiado obvio.—Les dije que tú estás dormida, por los medicamentos que ordenó la doctora para ti y por el bien del bebé. No deben molestarte —explicó con calma—. Así que los convencí de desayunar juntos mañana. De esa forma, tendremos tiempo de planear lo que les diremos sobre nosotros.Maia asintió. Eso tenía sentido, aunque seguía sin entender del todo por qué Vladimir parecía tan tenso.—Está bien, ¿y qué les diremos? —preguntó, mirándolo con aten