Maia descendió del auto con una mezcla de nervios y asombro. La mansión de Vladimir era inmensa, imponente, con columnas de mármol que parecían sostener el cielo mismo. Las luces doradas iluminaban la fachada, dándole un aire majestuoso y frío, casi como un dueño hecho realidad.
—Es… inmensa esta casa —susurró, en sus ojos que reflejaba incredulidad de quien nunca había visto semejante derroche de riqueza.
A su lado, Javier bajó con las maletas, dedicándole una sonrisa cálida. No entendía por qué, pero Maia le caía bien desde el primer momento en que la vio. Había algo en su expresión, en sus ojos grandes y dulces, que gritaba inocencia pura. Javier se rió internamente al notar sus propios pensamientos.
—Espero que no te pierdas aquí dentro —bromeó, acomodando las maletas—. Yo todavía no aprendo dónde quedan todas las habitaciones.
Maia le dedicó una sonrisa tímida, justo cuando la puerta principal se abrió de golpe.
Vladimir estaba de pie en la entrada, con los brazos cruzados y el ceño ligeramente fruncido. No porque estuviera molesto, sino porque la ansiedad lo estaba matando. Desde que Javier le informó que Maia aceptó el trato, su mente no había dejado de pensar en ella.
Y ahora la tenía ahí, en su casa.
Al verla, Vladimir sintió un extraño vacío en el estómago. ¿Nervios? No, imposible. Él no se ponía nervioso. Sin embargo, algo en Maia lo desconcertaba.
—Buenas noches —saludó ella, con su voz apenas un susurro.
—Buenas noches —respondió él, más seco de lo que pretendía, pero sin poder evitar que su mirada la recorriera con descaro.
Era preciosa. Más de lo que recordaba.
Carraspeó y giró la cabeza con rapidez, ordenando a sus empleados sin perder su semblante frío.
—Lulu, llévala a Maia a la habitación. Serás la responsable de cuidarla—hablo mirando a Lulu.
—Sí, señor Vladimir. Como usted me ordene —respondió Lulu, la ama de llaves, con la seriedad de quien ha trabajado en la mansión por años.
—Otra cosa, Lulu. Ayúdale con las joyas y la ropa para el evento de mañana.
—Por supuesto, señor.
Vladimir desvió la mirada hacia Javier, que estaba entretenido inspeccionando la alfombra de la entrada con el pie, como si nunca hubiera visto una.
—Javier, vamos a mi despacho.
Javier levantó la vista como si lo hubieran llamado del más allá.
—Pero no he hecho nada malo, jefe de hielo —protestó, arrastrando los pies detrás de Vladimir—. Si es por el café de esta mañana, lo juro, yo pensé que el azúcar estaba en ese frasco…
Sus palabras se fueron apagando mientras los dos hombres desaparecían por el pasillo.
Maia los siguió con la mirada, sin poder evitar preguntarse qué tipo de relación tenían esos dos.
—Señorita Maia, por aquí —indicó Lulu con su tono profesional.
—Oh, claro —respondió ella, preparándose para seguirla.
Mientras caminaban por los pasillos de la mansión, Maia sintió cómo el peso de su decisión caía sobre ella. Estaba en casa de un hombre al que apenas conocía, con la promesa de traer al mundo a su hijo. Era un acuerdo frío, sin sentimientos involucrados… ¿verdad?
Intentó no pensar demasiado en ello y se concentró en los detalles de la mansión: los candelabros, los enormes ventanales, los cuadros antiguos que adornaban las paredes. Todo parecía salido de una película.
Lulu la condujo hasta una habitación que, según dijo, sería suya durante el tiempo que estuviera allí. Maia apenas entró y quedó boquiabierta.
—Dios mío… —susurró, sin poder evitarlo.
La habitación era más grande que todo su departamento. La cama, con un dosel de terciopelo, parecía sacada de un cuento de hadas. Había un vestidor a un lado y, al fondo, un enorme ventanal con vista a los jardines iluminados.
—Espero que sea de su agrado, señorita Maia —dijo Lulu—. Si necesita algo, puede llamarme con este botón.
Maia asintió, todavía maravillada.
—Esto es… increíble. Gracias, Lulu.
—Descansa bien. Mañana será un día importante.
Cuando la ama de llaves se retiró, Maia se dejó caer en la cama con un suspiro.
—¿En qué me metí? —se preguntó en voz baja.
Mientras tanto, en el despacho de Vladimir, Javier estaba sentado en una silla frente a su jefe, con los brazos cruzados y una expresión de falso dramatismo.
—Bueno, jefe de hielo, suéltalo. ¿Qué hice ahora?
Vladimir lo miró con paciencia ilimitada y a punto de estallar con Javier.
—Nada. Quiero hablar del evento de mañana.
Javier parpadeó.
—¿En serio? Me llamaste para eso. Yo pensaba que mínimo me ibas a despedir por… no sé, respirar demasiado fuerte cerca de usted.
—No me des ideas —respondió Vladimir, sin inmutarse—. Escucha, mañana Maia tiene que presentarse como mi futura esposa y madre de mi hijo nadie puede enterarse que es una sustituta ante los invitados ya que todos son importantes. Quiero que todo salga perfecto Javier.
—Ajá… y por "perfecto" quiere decir que nadie puede mirarla más de tres segundos, que no hable con nadie sin su autorización y que si alguien la toca, mínimo lo mando a terapia intensiva, ¿cierto?
Vladimir le lanzó una mirada de advertencia.
—No exageres.
—¿Exagerar? Si solo estoy traduciendo su manera de pensar, jefe. Mire, la realidad es que usted quiere que todos sepan que Maia es suya.
Vladimir frunció el ceño.
—No digas estupideces.
—Entonces explíqueme por qué la miraba como un bobo en la entrada.
El silencio de Vladimir fue suficiente respuesta.
Javier sonrió con satisfacción y se levantó de la silla.
—No se preocupe, jefe. Yo me encargo de que Maia esté lista para mañana. Pero un consejo…
—No quiero consejos.
—Le va a gustar de todos modos. No la mire como si la quisiera morder o comerte la enterita , porque eso da mucho miedo y no le de esa mirada de hielo.
Dicho eso, salió del despacho antes de que Vladímir pudiera arrojarle algo o le dé un grito de esos que lo deja sin ganas de respirar.
Vladimir suspiró, pasándose una mano por el rostro, se quedó mirando como corría Javier del despacho , sin querer una sonrisa se dibujo en sus labios.
Lo que menos necesitaba era que Javier tuviera razón.
Maia estaba en su habitación, aún sin poder creer la majestuosa mansión en la que viviría hasta que su bebé naciera. Todo a su alrededor parecía sacado de un sueño: los finos muebles, la enorme cama con sábanas de seda y el amplio ventanal que ofrecía una vista impresionante del jardín iluminado. Nunca imaginó que tendría tanto lujo a su disposición, pero, al mismo tiempo, no podía evitar un escalofrío de incertidumbre al recorrer su espalda.—Esto parece un sueño… Únicamente espero que no se convierta en una pesadilla —murmuró, acariciando su vientre con ternura.Suspiró al ver la hora y decidió cambiarse para descansar. Según lo que escuchó entre Vladimir y sus empleados, al día siguiente habría un evento importante al que no podría negarse a asistir.Buscó entre sus cosas y sacó una pijama sencilla de una de sus maletas, dejándola sobre la cama. Se despojó lentamente de su ropa, quedando solo en ropa interior. La suave brisa nocturna acarició su piel desnuda, erizando todo su cuerp
Maia abrió los ojos lentamente mientras los rayos del sol se filtraban a través de la ventana, iluminando suavemente la habitación. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la claridad matutina. El colchón mullido bajo su cuerpo y la frescura de las sábanas de seda la envolvían en una sensación de comodidad que no le pertenecía.La puerta se abrió de repente, sacándola de su ensoñación.—Buenos días, señorita Maia —saludó Lulu con una sonrisa radiante mientras entraba con paso seguro a la habitación.Maia apenas tuvo tiempo de incorporarse cuando tras Lulu apareció un grupo de personas empujando varios percheros repletos de vestidos y cajas elegantes con logotipos de marcas reconocidas.—¿Qué es todo esto? —preguntó Maia, sorprendida, mientras observaba la escena con los labios entreabiertos.—Trajimos todo esto para usted. Estos vestidos vienen de las mejores marcas: Chanel, Leonisa, Koaj, Estudio F y Punto Blanco —enumeró Lulu con un gesto orgulloso mientras señalaba las p
Maia llegó al evento junto a Vladimir, tomada de su brazo con elegancia. Ambos se veían deslumbrantes juntos, como si fueran una pareja perfectamente combinada. Él, con su traje oscuro impecable y su porte imponente, y ella, con un vestido que resaltaba su silueta y le daba un aire de sofisticación. Los murmullos no se hicieron esperar, algunas personas los miraban con admiración, otras con curiosidad, y unas pocas con recelo.Vladimir mantenía su expresión seria, pero de vez en cuando giraba el rostro para mirarla con un dejo de orgullo, como si quisiera dejar en claro que ella estaba a su lado por decisión suya. Maia, por su parte, trataba de mantener la compostura, aunque por dentro los nervios le carcomían. Era su primer evento de esta magnitud, rodeada de personas influyentes y poderosas.De pronto, una voz interrumpió el momento.—Jefe, necesito de su atención un momento —dijo Javier, quien apareció de la nada y le dirigió un guiño rápido a Maia.Ella sonrió, divertida por la os
Ronaldo y Angie no podían creerlo. El gran Vladimir Ivanov, aquel hombre implacable y temido por muchos, estaba ahí, visiblemente angustiado por la salud de Maia. Su asistente, Javier, estaba detrás de él, igual de nervioso, aunque su mirada reflejaba más confusión que otra cosa. Ninguno de los dos entendía qué era exactamente lo que unía a Vladimir con Maia ni cuál era su relación, pero lo que sí sabían era que aquello era algo muy importante.—Llama a la doctora Daiana, dile que vamos para allá, hay que asegurarnos de que el bebé esté bien —ordenó Vladimir con voz firme, pero en sus ojos se podía ver un atisbo de preocupación que rara vez dejaba escapar.Sin perder un segundo, se inclinó para tomar a Maia en sus brazos con una delicadeza que desmentía su habitual dureza. Ella se aferró instintivamente a su cuello, buscando refugio en su fuerza, y él, sin apartar la mirada de su rostro pálido, caminó decidido hacia la salida. Antes de irse, les dirigió una mirada fulminante a Ronaldo
Cuando Maia despertó a la mañana siguiente, lo primero que notó fue la luz suave filtrándose por las cortinas.El silencio reinaba en la habitación, salvo por una respiración suave y constante que provenía de una silla cercana. Giró la cabeza y su corazón dio un vuelco al ver a Vladímir Ivanov, el hombre más imponente y frío que había conocido, profundamente dormido en una silla incómoda. Sus piernas largas estaban estiradas y su cabeza inclinada hacia un lado, como si el sueño lo hubiese vencido tras una batalla.Maia se incorporó lentamente, cuidando no hacer ruido. La imagen de Vladímir durmiendo, con el ceño relajado y el semblante en paz, le resultó... intrigante. No parecía el hombre implacable que conocía. Había algo vulnerable en él, algo que hizo que su corazón latiera un poco más rápido.—Tal vez no sea tan malo después de todo —susurró para sí misma, esbozando una pequeña sonrisa mientras lo observaba con ternura.Su mente vagaba entre esos pensamientos cuando la puerta de
Vladimir Ivanov pasaba su mirada de su padre a su madre, sintiendo cómo su mundo perfectamente controlado comenzaba a tambalearse. Su mandíbula se tensó, su ceño fruncido se profundizó, y en su interior, una pregunta retumbaba como un eco incesante.—¿Cómo es posible que estén aquí? —se preguntaba, tratando de mantener su compostura. Sus padres no eran de aparecer sin previo aviso, mucho menos en su casa, ese santuario donde controlaba cada detalle.Mientras tanto, Maia bajaba las escaleras con calma, ajena al torbellino que se avecinaba. Su mano acariciaba su vientre, donde crecía esa pequeña vida que lo había cambiado todo. Sin embargo, en ese momento, solo una cosa ocupaba su mente: tenía un hambre feroz.—Voy a comerme hasta las cortinas si no encuentro algo pronto —murmuró para sí misma, con una sonrisa traviesa.Lulu, la fiel ama de llaves, pasaba por el pasillo con una bandeja llena de cafés para el despacho de Vladimir. Al verla fuera de su habitación, su expresión se llenó de
Maia no lograba entender el verdadero conflicto de Vladimir con sus padres. Si él había planeado presentarlos en la fiesta de compromiso, ¿por qué ahora actuaba como si el encuentro fuera un problema? ¿Acaso había algo en ellos que a él le preocupaba que ella descubriera? O peor aún, ¿había algo en ella que hacía que él no quisiera que la conocieran? Pero eso no tenía sentido…—¿Por qué hasta mañana? —indagó Maia, frunciendo el ceño. No era tan tarde como para retrasar el encuentro.Vladimir suspiró, como si tuviera que explicarle algo demasiado obvio.—Les dije que tú estás dormida, por los medicamentos que ordenó la doctora para ti y por el bien del bebé. No deben molestarte —explicó con calma—. Así que los convencí de desayunar juntos mañana. De esa forma, tendremos tiempo de planear lo que les diremos sobre nosotros.Maia asintió. Eso tenía sentido, aunque seguía sin entender del todo por qué Vladimir parecía tan tenso.—Está bien, ¿y qué les diremos? —preguntó, mirándolo con aten
Vladimir miró la hora en el reloj de la pared de su despacho. No pensó que fuera tan tarde. El día se le había ido en un abrir y cerrar de ojos entre contratos, reuniones y llamadas que parecían no tener fin. Suspiró, apagó la pantalla de su computadora, apagó la luz y salió del despacho con pasos firmes, pero silenciosos.Subió las escaleras sin hacer ruido y se dirigió a su habitación. No esperaba encontrarse con lo que vio al abrir la puerta.Maia estaba dormida en su cama, apenas cubierta por las sábanas. Llevaba unos shorts cortos y una blusa de tirantes que apenas le llegaba a la cintura. Su respiración era tranquila, sus labios ligeramente entreabiertos y su pecho subía y bajaba con cada respiro pausado.Vladimir se quedó inmóvil en la entrada, sus ojos recorriendo sin pudor. Su piel se veía suave, su cabello alborotado le daba un aire inocente que contrastaba con lo mucho que lo tentaba.Sintió una corriente eléctrica recorrer la espina dorsal. Un deseo primitivo lo golpeó con