CAPÍTULO 9

Maia estaba en su habitación, aún sin poder creer la majestuosa mansión en la que viviría hasta que su bebé naciera. Todo a su alrededor parecía sacado de un sueño: los finos muebles, la enorme cama con sábanas de seda y el amplio ventanal que ofrecía una vista impresionante del jardín iluminado. Nunca imaginó que tendría tanto lujo a su disposición, pero, al mismo tiempo, no podía evitar un escalofrío de incertidumbre al recorrer su espalda.

—Esto parece un sueño… Únicamente espero que no se convierta en una pesadilla —murmuró, acariciando su vientre con ternura.

Suspiró al ver la hora y decidió cambiarse para descansar. Según lo que escuchó entre Vladimir y sus empleados, al día siguiente habría un evento importante al que no podría negarse a asistir.

Buscó entre sus cosas y sacó una pijama sencilla de una de sus maletas, dejándola sobre la cama. Se despojó lentamente de su ropa, quedando solo en ropa interior. La suave brisa nocturna acarició su piel desnuda, erizando todo su cuerpo levemente. Estaba a punto de ponerse la pijama cuando, de repente, la puerta se abrió de golpe.

Maia se quedó paralizada. Su corazón casi se detuvo por el impacto.

Vladimir entró con su porte imponente, seguido de su asistente, Javier. Ambos se quedaron congelados en el umbral de la puerta, atónitos.

Los ojos de Vladimir recorrieron su silueta con una intensidad peligrosa. Era un hombre controlador, pero en ese momento, su mandíbula se tensó y su respiración se volvió más pesada. No esperaba semejante visión.

—Santo Dios… pero qué cuerpo más espectacular tienes, Maia —murmuró Javier con voz grave, sintiendo un ardor desconocido recorrer el cuerpo.

La ira invadió a Vladimir al notar la mirada boquiabierta de Javier sobre Maia. Sin pensarlo dos veces, Vladimir tomó a su asistente por la camisa y lo empujó fuera de la habitación con brusquedad.

—¡Fuera de aquí, imbécil! —gruñó, cerrando la puerta de un portazo.

Javier, asustado pero con su sentido del humor intacto, alzó las manos en señal de rendición.

—Jefecito, le juro que nunca más volveré a decir nada sobre el espectacular cuerpo de su prometida… aunque no voy a negar que es hermoso…

Antes de que Vladimir pudiera atraparlo nuevamente, Javier salió disparado del pasillo como si su vida dependiera de ello, corriendo con una rapidez que lo hacía ver como si fuera Speedy González.

Maia, todavía en shock, se apresuró a ponerse la pijama. Sus mejillas ardían y su corazón latía con fuerza descontrolada. Nunca se había sentido tan vulnerable y expuesta frente a un hombre, y mucho menos frente a Vladimir, que con su sola presencia la intimida por completo.

Mientras tanto, Vladimir se quedó en el pasillo, respirando hondo, tratando de calmar la rabia y el deseo que lo consumían. La imagen de Maia en ropa interior se grabó en su mente como una maldición. Apretó los puños y, cuando sintió que recuperaba el control de sí mismo, volvió a la puerta de su habitación y, esta vez, tocó.

—Toc, toc.

—Adelante… —respondió Maia, aún nerviosa.

Vladimir entró con su expresión de siempre: fría y sin emociones. Pero por dentro, su corazón latía a mil por hora.

—Disculpa la forma en la que entramos hace rato… No volverá a pasar —dijo con voz seria, clavando sus ojos oscuros en los de ella.

—No se preocupe, debí cambiarme en el vestidor o en el baño… —Maia restó importancia al incidente, pero Vladimir no estaba de acuerdo.

—No, es tu habitación. No debimos entrar así. Pero veníamos a informarte sobre lo que pasará mañana.

Maia se acomodó en la cama, lista para asumir su papel.

—Bueno… ¿qué pasará mañana?

—Mañana será nuestra fiesta de compromiso —anunció Vladimir sin rodeos—. Vendrán muchos invitados importantes, pero los más importantes serán mi familia. Ellos sabrán que vamos a ser padres y que nos casaremos. Les diremos que esperaremos hasta que el bebé nazca para contraer matrimonio… así, cuando llegue el momento, podrás irte sin necesidad de papeleo.

Maia sintió un nudo en la garganta y un dolor punzante en el pecho. ¿Irse? ¿Alejarse de su bebé? No, no podía aceptar eso.

—Entiendo, señor. Trataré de hacer todo lo que usted me ordene —respondió con voz neutra, aunque por dentro su mente bullía con preguntas y angustia.

Vladimir la observó en silencio. Por alguna razón, le molestó que lo llamara “señor”.

—Lulu vendrá después del desayuno para ayudarte con todo lo que deberás lucir y aprender para el evento. Frente a nuestros padres, debes lucir enamorada. Y cuando te entregue el anillo… tendré que besarte. Espero que no te incomode.

La simple mención del beso hizo que Maia tragara saliva. Su corazón se aceleró y, por un segundo, la idea de sentir sus labios sobre los de Vladimir la dejó sin aire. Pero él también sintió un estremecimiento al pensarlo. ¿Qué pasaría cuando la besara? Si ya con solo verla sentía que perdía el control, ¿qué haría cuando probara sus labios?

—Entiendo. Seguiré las indicaciones de Lulu y no lo haré quedar mal frente a su familia.

Vladimir asintió, aunque había algo en la dulzura de Maia que lo descolocaba.

—Llámame Vladimir… o amor. Así mis padres no sospecharán nada.

Se acercó un poco más a ella. La tensión creció entre ambos.

—Está bien, Vladimir —dijo ella con una tierna sonrisa.

Vladimir sintió que el aire se volvía más denso y su autocontrol se tambaleó por un segundo. Se alejó de inmediato, girando sobre sus talones y saliendo de la habitación sin despedirse.

Maia se quedó en su habitación, perpleja.

Vladimir bajó a su despacho y se sirvió un vaso de whisky, bebiendo todo el líquido ambar de un solo trago. Su mente no dejaba de repetirse una sola imagen: Maia en ropa interior.

—Uff, jefecito… así de fuerte estuvo el asunto con Maia, ¿eh?

La repentina voz de Javier lo hizo escupir el whisky de sorpresa, empapando el rostro del asistente.

—¡Javier, m*****a sea!

—Jefe, no le voy a negar que me gusta el whisky, pero no directamente de su boca… —bromeó Javier, sin miedo a morir.

La mirada asesina de Vladimir prometía venganza.

—¿No se suponía que ya te habías largado?

—Sí, pero recordé que debía enviar unos correos. Me regresé antes de que su cara de hielo se derritiera por Maia…

Vladimir se tomó otro trago, esta vez sin interrupciones.

—Lárgate. Déjalo para mañana. Necesito estar solo.

—Uff, jefe… si así lo dejó con solo verla en ropa interior, no quiero imaginar qué pasará cuando la vea sin nada…

Vladimir lo fulminó con la mirada, y Javier salió corriendo como si su vida dependiera de ello.

—Un día de estos, lo voy a despedir… —gruñó Vladimir, acostándose en su sillón y frotándose la cabeza.

Pero ni el whisky ni la soledad lo ayudaban.

—Maia Sánchez… ¿qué demonios me estás haciendo?

Y así, Vladimir pasó la noche en vela, con el recuerdo del cuerpo de Maia quemándole la mente, el corazón ,su cuerpo y algo más .

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