Maia estaba en su habitación, aún sin poder creer la majestuosa mansión en la que viviría hasta que su bebé naciera. Todo a su alrededor parecía sacado de un sueño: los finos muebles, la enorme cama con sábanas de seda y el amplio ventanal que ofrecía una vista impresionante del jardín iluminado. Nunca imaginó que tendría tanto lujo a su disposición, pero, al mismo tiempo, no podía evitar un escalofrío de incertidumbre al recorrer su espalda.
—Esto parece un sueño… Únicamente espero que no se convierta en una pesadilla —murmuró, acariciando su vientre con ternura.
Suspiró al ver la hora y decidió cambiarse para descansar. Según lo que escuchó entre Vladimir y sus empleados, al día siguiente habría un evento importante al que no podría negarse a asistir.
Buscó entre sus cosas y sacó una pijama sencilla de una de sus maletas, dejándola sobre la cama. Se despojó lentamente de su ropa, quedando solo en ropa interior. La suave brisa nocturna acarició su piel desnuda, erizando todo su cuerpo levemente. Estaba a punto de ponerse la pijama cuando, de repente, la puerta se abrió de golpe.
Maia se quedó paralizada. Su corazón casi se detuvo por el impacto.
Vladimir entró con su porte imponente, seguido de su asistente, Javier. Ambos se quedaron congelados en el umbral de la puerta, atónitos.
Los ojos de Vladimir recorrieron su silueta con una intensidad peligrosa. Era un hombre controlador, pero en ese momento, su mandíbula se tensó y su respiración se volvió más pesada. No esperaba semejante visión.
—Santo Dios… pero qué cuerpo más espectacular tienes, Maia —murmuró Javier con voz grave, sintiendo un ardor desconocido recorrer el cuerpo.
La ira invadió a Vladimir al notar la mirada boquiabierta de Javier sobre Maia. Sin pensarlo dos veces, Vladimir tomó a su asistente por la camisa y lo empujó fuera de la habitación con brusquedad.
—¡Fuera de aquí, imbécil! —gruñó, cerrando la puerta de un portazo.
Javier, asustado pero con su sentido del humor intacto, alzó las manos en señal de rendición.
—Jefecito, le juro que nunca más volveré a decir nada sobre el espectacular cuerpo de su prometida… aunque no voy a negar que es hermoso…
Antes de que Vladimir pudiera atraparlo nuevamente, Javier salió disparado del pasillo como si su vida dependiera de ello, corriendo con una rapidez que lo hacía ver como si fuera Speedy González.
Maia, todavía en shock, se apresuró a ponerse la pijama. Sus mejillas ardían y su corazón latía con fuerza descontrolada. Nunca se había sentido tan vulnerable y expuesta frente a un hombre, y mucho menos frente a Vladimir, que con su sola presencia la intimida por completo.
Mientras tanto, Vladimir se quedó en el pasillo, respirando hondo, tratando de calmar la rabia y el deseo que lo consumían. La imagen de Maia en ropa interior se grabó en su mente como una maldición. Apretó los puños y, cuando sintió que recuperaba el control de sí mismo, volvió a la puerta de su habitación y, esta vez, tocó.
—Toc, toc.
—Adelante… —respondió Maia, aún nerviosa.
Vladimir entró con su expresión de siempre: fría y sin emociones. Pero por dentro, su corazón latía a mil por hora.
—Disculpa la forma en la que entramos hace rato… No volverá a pasar —dijo con voz seria, clavando sus ojos oscuros en los de ella.
—No se preocupe, debí cambiarme en el vestidor o en el baño… —Maia restó importancia al incidente, pero Vladimir no estaba de acuerdo.
—No, es tu habitación. No debimos entrar así. Pero veníamos a informarte sobre lo que pasará mañana.
Maia se acomodó en la cama, lista para asumir su papel.
—Bueno… ¿qué pasará mañana?
—Mañana será nuestra fiesta de compromiso —anunció Vladimir sin rodeos—. Vendrán muchos invitados importantes, pero los más importantes serán mi familia. Ellos sabrán que vamos a ser padres y que nos casaremos. Les diremos que esperaremos hasta que el bebé nazca para contraer matrimonio… así, cuando llegue el momento, podrás irte sin necesidad de papeleo.
Maia sintió un nudo en la garganta y un dolor punzante en el pecho. ¿Irse? ¿Alejarse de su bebé? No, no podía aceptar eso.
—Entiendo, señor. Trataré de hacer todo lo que usted me ordene —respondió con voz neutra, aunque por dentro su mente bullía con preguntas y angustia.
Vladimir la observó en silencio. Por alguna razón, le molestó que lo llamara “señor”.
—Lulu vendrá después del desayuno para ayudarte con todo lo que deberás lucir y aprender para el evento. Frente a nuestros padres, debes lucir enamorada. Y cuando te entregue el anillo… tendré que besarte. Espero que no te incomode.
La simple mención del beso hizo que Maia tragara saliva. Su corazón se aceleró y, por un segundo, la idea de sentir sus labios sobre los de Vladimir la dejó sin aire. Pero él también sintió un estremecimiento al pensarlo. ¿Qué pasaría cuando la besara? Si ya con solo verla sentía que perdía el control, ¿qué haría cuando probara sus labios?
—Entiendo. Seguiré las indicaciones de Lulu y no lo haré quedar mal frente a su familia.
Vladimir asintió, aunque había algo en la dulzura de Maia que lo descolocaba.
—Llámame Vladimir… o amor. Así mis padres no sospecharán nada.
Se acercó un poco más a ella. La tensión creció entre ambos.
—Está bien, Vladimir —dijo ella con una tierna sonrisa.
Vladimir sintió que el aire se volvía más denso y su autocontrol se tambaleó por un segundo. Se alejó de inmediato, girando sobre sus talones y saliendo de la habitación sin despedirse.
Maia se quedó en su habitación, perpleja.
Vladimir bajó a su despacho y se sirvió un vaso de whisky, bebiendo todo el líquido ambar de un solo trago. Su mente no dejaba de repetirse una sola imagen: Maia en ropa interior.
—Uff, jefecito… así de fuerte estuvo el asunto con Maia, ¿eh?
La repentina voz de Javier lo hizo escupir el whisky de sorpresa, empapando el rostro del asistente.
—¡Javier, m*****a sea!
—Jefe, no le voy a negar que me gusta el whisky, pero no directamente de su boca… —bromeó Javier, sin miedo a morir.
La mirada asesina de Vladimir prometía venganza.
—¿No se suponía que ya te habías largado?
—Sí, pero recordé que debía enviar unos correos. Me regresé antes de que su cara de hielo se derritiera por Maia…
Vladimir se tomó otro trago, esta vez sin interrupciones.
—Lárgate. Déjalo para mañana. Necesito estar solo.
—Uff, jefe… si así lo dejó con solo verla en ropa interior, no quiero imaginar qué pasará cuando la vea sin nada…
Vladimir lo fulminó con la mirada, y Javier salió corriendo como si su vida dependiera de ello.
—Un día de estos, lo voy a despedir… —gruñó Vladimir, acostándose en su sillón y frotándose la cabeza.
Pero ni el whisky ni la soledad lo ayudaban.
—Maia Sánchez… ¿qué demonios me estás haciendo?
Y así, Vladimir pasó la noche en vela, con el recuerdo del cuerpo de Maia quemándole la mente, el corazón ,su cuerpo y algo más .
Maia abrió los ojos lentamente mientras los rayos del sol se filtraban a través de la ventana, iluminando suavemente la habitación. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la claridad matutina. El colchón mullido bajo su cuerpo y la frescura de las sábanas de seda la envolvían en una sensación de comodidad que no le pertenecía.La puerta se abrió de repente, sacándola de su ensoñación.—Buenos días, señorita Maia —saludó Lulu con una sonrisa radiante mientras entraba con paso seguro a la habitación.Maia apenas tuvo tiempo de incorporarse cuando tras Lulu apareció un grupo de personas empujando varios percheros repletos de vestidos y cajas elegantes con logotipos de marcas reconocidas.—¿Qué es todo esto? —preguntó Maia, sorprendida, mientras observaba la escena con los labios entreabiertos.—Trajimos todo esto para usted. Estos vestidos vienen de las mejores marcas: Chanel, Leonisa, Koaj, Estudio F y Punto Blanco —enumeró Lulu con un gesto orgulloso mientras señalaba las p
Maia llegó al evento junto a Vladimir, tomada de su brazo con elegancia. Ambos se veían deslumbrantes juntos, como si fueran una pareja perfectamente combinada. Él, con su traje oscuro impecable y su porte imponente, y ella, con un vestido que resaltaba su silueta y le daba un aire de sofisticación. Los murmullos no se hicieron esperar, algunas personas los miraban con admiración, otras con curiosidad, y unas pocas con recelo.Vladimir mantenía su expresión seria, pero de vez en cuando giraba el rostro para mirarla con un dejo de orgullo, como si quisiera dejar en claro que ella estaba a su lado por decisión suya. Maia, por su parte, trataba de mantener la compostura, aunque por dentro los nervios le carcomían. Era su primer evento de esta magnitud, rodeada de personas influyentes y poderosas.De pronto, una voz interrumpió el momento.—Jefe, necesito de su atención un momento —dijo Javier, quien apareció de la nada y le dirigió un guiño rápido a Maia.Ella sonrió, divertida por la os
Ronaldo y Angie no podían creerlo. El gran Vladimir Ivanov, aquel hombre implacable y temido por muchos, estaba ahí, visiblemente angustiado por la salud de Maia. Su asistente, Javier, estaba detrás de él, igual de nervioso, aunque su mirada reflejaba más confusión que otra cosa. Ninguno de los dos entendía qué era exactamente lo que unía a Vladimir con Maia ni cuál era su relación, pero lo que sí sabían era que aquello era algo muy importante.—Llama a la doctora Daiana, dile que vamos para allá, hay que asegurarnos de que el bebé esté bien —ordenó Vladimir con voz firme, pero en sus ojos se podía ver un atisbo de preocupación que rara vez dejaba escapar.Sin perder un segundo, se inclinó para tomar a Maia en sus brazos con una delicadeza que desmentía su habitual dureza. Ella se aferró instintivamente a su cuello, buscando refugio en su fuerza, y él, sin apartar la mirada de su rostro pálido, caminó decidido hacia la salida. Antes de irse, les dirigió una mirada fulminante a Ronaldo
Cuando Maia despertó a la mañana siguiente, lo primero que notó fue la luz suave filtrándose por las cortinas.El silencio reinaba en la habitación, salvo por una respiración suave y constante que provenía de una silla cercana. Giró la cabeza y su corazón dio un vuelco al ver a Vladímir Ivanov, el hombre más imponente y frío que había conocido, profundamente dormido en una silla incómoda. Sus piernas largas estaban estiradas y su cabeza inclinada hacia un lado, como si el sueño lo hubiese vencido tras una batalla.Maia se incorporó lentamente, cuidando no hacer ruido. La imagen de Vladímir durmiendo, con el ceño relajado y el semblante en paz, le resultó... intrigante. No parecía el hombre implacable que conocía. Había algo vulnerable en él, algo que hizo que su corazón latiera un poco más rápido.—Tal vez no sea tan malo después de todo —susurró para sí misma, esbozando una pequeña sonrisa mientras lo observaba con ternura.Su mente vagaba entre esos pensamientos cuando la puerta de
Vladimir Ivanov pasaba su mirada de su padre a su madre, sintiendo cómo su mundo perfectamente controlado comenzaba a tambalearse. Su mandíbula se tensó, su ceño fruncido se profundizó, y en su interior, una pregunta retumbaba como un eco incesante.—¿Cómo es posible que estén aquí? —se preguntaba, tratando de mantener su compostura. Sus padres no eran de aparecer sin previo aviso, mucho menos en su casa, ese santuario donde controlaba cada detalle.Mientras tanto, Maia bajaba las escaleras con calma, ajena al torbellino que se avecinaba. Su mano acariciaba su vientre, donde crecía esa pequeña vida que lo había cambiado todo. Sin embargo, en ese momento, solo una cosa ocupaba su mente: tenía un hambre feroz.—Voy a comerme hasta las cortinas si no encuentro algo pronto —murmuró para sí misma, con una sonrisa traviesa.Lulu, la fiel ama de llaves, pasaba por el pasillo con una bandeja llena de cafés para el despacho de Vladimir. Al verla fuera de su habitación, su expresión se llenó de
Maia no lograba entender el verdadero conflicto de Vladimir con sus padres. Si él había planeado presentarlos en la fiesta de compromiso, ¿por qué ahora actuaba como si el encuentro fuera un problema? ¿Acaso había algo en ellos que a él le preocupaba que ella descubriera? O peor aún, ¿había algo en ella que hacía que él no quisiera que la conocieran? Pero eso no tenía sentido…—¿Por qué hasta mañana? —indagó Maia, frunciendo el ceño. No era tan tarde como para retrasar el encuentro.Vladimir suspiró, como si tuviera que explicarle algo demasiado obvio.—Les dije que tú estás dormida, por los medicamentos que ordenó la doctora para ti y por el bien del bebé. No deben molestarte —explicó con calma—. Así que los convencí de desayunar juntos mañana. De esa forma, tendremos tiempo de planear lo que les diremos sobre nosotros.Maia asintió. Eso tenía sentido, aunque seguía sin entender del todo por qué Vladimir parecía tan tenso.—Está bien, ¿y qué les diremos? —preguntó, mirándolo con aten
Vladimir miró la hora en el reloj de la pared de su despacho. No pensó que fuera tan tarde. El día se le había ido en un abrir y cerrar de ojos entre contratos, reuniones y llamadas que parecían no tener fin. Suspiró, apagó la pantalla de su computadora, apagó la luz y salió del despacho con pasos firmes, pero silenciosos.Subió las escaleras sin hacer ruido y se dirigió a su habitación. No esperaba encontrarse con lo que vio al abrir la puerta.Maia estaba dormida en su cama, apenas cubierta por las sábanas. Llevaba unos shorts cortos y una blusa de tirantes que apenas le llegaba a la cintura. Su respiración era tranquila, sus labios ligeramente entreabiertos y su pecho subía y bajaba con cada respiro pausado.Vladimir se quedó inmóvil en la entrada, sus ojos recorriendo sin pudor. Su piel se veía suave, su cabello alborotado le daba un aire inocente que contrastaba con lo mucho que lo tentaba.Sintió una corriente eléctrica recorrer la espina dorsal. Un deseo primitivo lo golpeó con
Maia Sánchez, una joven de 23 años de una belleza serena, llevaba dos años casada con Ronaldo, un hombre que parecía no valorarla ni darle nada. A pesar de ello, ella lo amaba con todo su ser y hacía lo imposible por verlo feliz. Creía que él no tenía dinero, así que trabajaba incansablemente para pagar la renta y cubrir todas las necesidades del hogar, incluidas las de él. Cada día, después de largas jornadas de trabajo, regresaba a casa con la esperanza de que Ronaldo la recibiera con amor, pero en lugar de eso, solo encontraba indiferencia.A pesar de la frialdad de su esposo, Maia anhelaba con todas sus fuerzas ser madre. Había intentado de todo para concebir un hijo con Ronaldo, pero los meses pasaban y la ilusión se desvanecía con cada prueba de embarazo negativa. Sin embargo, ese día, una llamada de su mejor amiga y ginecóloga, Daiana, le devolvió la esperanza.📲—Amiga, dime que tienes buenas noticias para mí —casi suplicó Maia al contestar el celular, con los dedos tembloroso