El hermoso error que me unió al CEO
El hermoso error que me unió al CEO
Por: A.B.M.S
CAPÍTULO 1

Maia Sánchez, una joven de 23 años de una belleza serena, llevaba dos años casada con Ronaldo, un hombre que parecía no valorarla ni darle nada. A pesar de ello, ella lo amaba con todo su ser y hacía lo imposible por verlo feliz. Creía que él no tenía dinero, así que trabajaba incansablemente para pagar la renta y cubrir todas las necesidades del hogar, incluidas las de él. Cada día, después de largas jornadas de trabajo, regresaba a casa con la esperanza de que Ronaldo la recibiera con amor, pero en lugar de eso, solo encontraba indiferencia.

A pesar de la frialdad de su esposo, Maia anhelaba con todas sus fuerzas ser madre. Había intentado de todo para concebir un hijo con Ronaldo, pero los meses pasaban y la ilusión se desvanecía con cada prueba de embarazo negativa. Sin embargo, ese día, una llamada de su mejor amiga y ginecóloga, Daiana, le devolvió la esperanza.

📲—Amiga, dime que tienes buenas noticias para mí —casi suplicó Maia al contestar el celular, con los dedos temblorosos y el corazón palpitando a mil por hora.

📲—Por supuesto que sí —respondió Daiana con entusiasmo—. Dile a Ronaldo que puede pasar a la clínica para dejar su muestra de semen, y mañana podré hacerte la inseminación artificial.

Maia sintió que el alma le volvía al cuerpo. Su pecho se llenó de emoción, y sus ojos se humedecieron de pura felicidad.

📲—¡Gracias, amiga! Le diré que vaya ahora mismo —dijo con la voz entrecortada, sintiendo que estaba a punto de alcanzar su sueño más anhelado.

Sin perder un segundo, Maia llamó a su esposo, su voz llena de entusiasmo. Le explicó todo, esperando que él compartiera su alegría, pero Ronaldo solo respondió con un seco —Está bien, iré. No había emoción en su voz, ni siquiera un atisbo de interés, pero Maia se aferró a la esperanza de que, al menos, cumpliría con su parte.

Horas más tarde, Ronaldo llegó a la clínica, donde Daiana lo recibió con profesionalismo, aunque en el fondo no le agradaba ese hombre que no parecía valorar a su amiga. Le entregó el frasco donde debía dejar su muestra y lo dejó solo en una habitación con revistas para adultos, esperando que hiciera lo necesario. Unos minutos después, Ronaldo salió del consultorio con la misma expresión apática de siempre y se marchó sin decir una palabra.

Daiana suspiró con resignación y comenzó a preparar todo para el procedimiento de su amiga. Sabía cuánto significaba para Maia ser madre, y aunque no aprobaba la actitud de Ronaldo, haría todo lo posible por ayudarla.

Esa misma tarde, Daiana volvió a llamar a Maia.

📲—Tu esposo ya dejó su muestra. Mañana a primera hora puedes venir a hacerte la inseminación —le informó con una sonrisa en los labios.

📲—¡Gracias, Daiana! —exclamó Maia con emoción—. Hoy hablé con mi jefe para pedirle unos días libres y me los otorgó. Así podré descansar como es debido después de la inseminación.

📲—Eso será lo mejor, amiga. Así pronto seré tía —respondió Daiana con cariño.

Maia sonrió y tras despedirse, colgó la llamada. Se sentía en la cima del mundo, con el corazón rebosante de ilusión.

Terminó su jornada laboral asegurándose de dejar todo en orden antes de tomarse sus días de descanso. Antes de ir a casa, pasó por una tienda y compró la cena. Quería celebrar con Ronaldo, compartirle su felicidad y tal vez, solo tal vez, recibir de él una muestra de apoyo.

Sin embargo, al llegar a casa, la recibió con su ya habitual mal humor.

—¿Qué son estas horas de llegar, Maia? Me muero de hambre —espetó Ronaldo con fastidio, sin siquiera mirarla a los ojos.

El tono seco y desinteresado de su esposo la hirió, pero ella, como siempre, se obligó a sonreír.

—Perdón, mi vida, se me hizo tarde porque tuve que arreglar todo en el trabajo. Así, después de la inseminación, podré descansar y aumentar las posibilidades de que funcione —explicó mientras se apresuraba a servir la cena.

Ronaldo no respondió. Solo tomó su plato y comenzó a comer sin mirarla, sumido en su propio mundo. Maia comió en silencio, sintiendo que, aunque estaba sentada frente a su esposo, en realidad se encontraba completamente sola.

Después de cenar, Maia se dio una ducha y se acostó junto a Ronaldo, apoyando la cabeza en su pecho en busca de un poco de cariño. Sin embargo, apenas pasaron unos minutos cuando él comenzó a roncar ruidosamente, haciéndola suspirar con tristeza. Se quedó despierta hasta tarde, observando el techo y preguntándose si alguna vez su esposo llegaría a amarla tanto como ella lo amaba a él.

A la mañana siguiente, cuando Maia despertó, Ronaldo ya se había ido. Buscó su celular y le marcó, pero él no respondió.

—Pensé que vendría conmigo… —susurró para sí misma, sintiendo una punzada de decepción.

Pero no tenía tiempo para lamentarse. Se obligó a desayunar algo ligero y salió rumbo a la clínica, donde Daiana la esperaba con una sonrisa llena de emoción.

—Ya está todo listo. Nos acompañará solo un enfermero de confianza —le informó Daiana, abrazándola con cariño.

—Gracias, amiga, eres la mejor —susurró Maia, conteniendo las lágrimas de gratitud.

El procedimiento fue sencillo pero significativo. Maia siguió cada indicación al pie de la letra, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Cuando Daiana terminó, tomó su mano con cariño.

—Ya está hecho —anunció con ternura.

Maia no pudo contener las lágrimas.

—Gracias… gracias, Daiana…

—Agradece cuando tengas al bebé en tus brazos. Ahora descansa unos minutos antes de irte —le aconsejó Daiana.

Maia obedeció y tras unos minutos, se cambió para regresar a casa. Su amiga le advirtió que debía evitar cualquier esfuerzo físico durante al menos quince días, así que planeaba tomarse su descanso muy en serio.

Mientras Maia se marchaba, Daiana sintió una punzada de curiosidad. ¿Por qué su amiga no lograba embarazarse de forma natural si ella estaba en perfectas condiciones?

Llevada por la sospecha, tomó lo que quedaba de la muestra de Ronaldo y la envió a analizar.

Unos minutos después, alguien interrumpió en su consultorio.

—¿Usaste la muestra de semen que estaba lista para una inseminación artificial hoy? —preguntó el encargado del laboratorio con expresión alarmada.

—Sí… tú me dijiste que la dejarías temprano para que la usara —respondió Daiana con confianza.

El hombre negó con la cabeza, su rostro reflejando preocupación.

—Esa no era la muestra de su paciente, doctora.

Los ojos de Daiana se abrieron de par en par, sintiendo un frío helado recorrer su espalda.

—Dios mío… ¿qué hice?

Y en ese momento, supo que había cometido un error que cambiaría la vida de Maia para siempre.

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